Resumen
Capítulo XXII
El narrador y Don Segundo continúan la marcha muy temprano a la mañana y, luego de cuatro días de cabalgata, llegan a una estancia. Don Juan, el patrón, les ofrece domar doce potros bayos, ofreciendo dos de ellos en forma de pago. El narrador acepta el empleo, puesto que lo considera una buena oportunidad para comenzar a formar la tropilla de caballos que desea.
Don Segundo ayuda al narrador domando cinco de los caballos y, además, le da consejos mientras él se encarga de los siete restantes. Los caballos resultan ser dóciles para la doma, a excepción del último de ellos, precisamente uno de los que será parte del pago. No obstante, el narrador consigue lograr su objetivo, siguiendo las instrucciones de Don Segundo.
Don Juan, dirigiéndose al narrador, elogia a Don Segundo y, más tarde, le propone al joven que se instale en su estancia para trabajar como domador. Cuando le pregunta al narrador sobre su procedencia, este le dice que no conoce a sus padres, y que lo llaman “el Guacho” (p. 206). El patrón considera que este es un buen motivo para que se quede con él, pero el joven, agradecido, rechaza la oferta, ya que prefiere continuar en compañía de Don Segundo.
Capítulo XXIII
El narrador entabla una amistad con un joven, Antenor Barragán, quien vive cerca de la estancia. Es un muchacho ágil y extremadamente fuerte, que se ha ganado la fama de ser un visteador invencible.
Un domingo, el narrador y Don Segundo se encuentran con Antenor en una pulpería. Allí llega un hombre de unos cincuenta años, que porta un gran facón en la cintura, y comienza a provocar verbalmente a Antenor. Este evade el enfrentamiento hasta que, finalmente, se ve obligado a batirse en un duelo. El enfrentamiento culmina con la muerte del forastero, y Antenor escapa a caballo antes de la llegada de la policía.
Capítulo XXIV
Los acontecimientos anteriores sumen al narrador en profundas cavilaciones acerca del destino, y se pregunta cómo hubiera sido su vida si algunos sucesos hubieran sido distintos. Finalmente, concluye que es imposible eludir las determinaciones del destino, aunque cree su padrino es el único que escapa a esa ley.
Una semana más tarde, ambos son contratados para un arreo de seiscientos novillos. El día que parten con la tropa se avecina una gran tormenta. Apenas inician la marcha, comienza a llover. Esto provoca la exaltación de los animales y el trabajo se dificulta. Durante seis días los hombres arrean con mal clima, hasta que, finalmente, abatidos por el cansancio, llegan a un potrero donde pueden dejar al amparo el ganado y descansar. Uno de ellos, Demetrio, el más grande y fuerte de los troperos, cae desmayado a causa del cansancio, y los hombres lo acomodan para que duerma tendido a la sombra sobre su recado.
Capítulo XXV
A la salida del sol, la tropa reanuda la marcha. Al narrador le preocupa el estado de sus caballos, pero desestima la idea de darse de baja del arreo. Más tarde, cuando los troperos llegan al pueblo de Navarro, él recuerda la buena fortuna que tuvo allí, cuando ganó la apuesta en la riña de gallos. Poco después, allí mismo, el narrador se encuentran con Pedro Barrales, quien le entrega una carta firmada por Don Leandro Galván.
La carta explica que Don Fabio Cáceres era el padre del narrador y, tras su muerte, su hijo ha heredado su estancia y su fortuna. También revela la identidad del narrador, quien tiene el mismo nombre que su padre, Fabio Cáceres, y le asigna como tutor a Don Leandro Galván.
El narrador se siente triste y furioso con la noticia. Don Segundo y él coordinan con el capataz la baja del arreo y se dirigen a la estancia de Leandro Galván. El narrador teme que sus amistades y el trato con los demás se trastoque a causa de su nueva condición económica, y por este motivo se enfada con Pedro Barrales, quien ha dejado de tutearlo, y lo agrede con palabras ofensivas. Don Segundo intercede y evita el enfrentamiento, y entonces los otros recomponen el trato amigable.
Fabio se imagina rechazando su herencia o huyendo de su nueva situación. A la mañana, cuando se disponen con Don Segundo a partir hacia la estancia de Don Galván, él pone de manifiesto su recelo respecto a la nueva posición que debe asumir, pero su padrino lo tranquiliza afirmando que su alma de gaucho prevalecerá sobre cualquier otra condición.
Capítulo XXVI
Antes de llegar a la estancia de Don Leandro, Don Segundo y el narrador pasan la noche en la pulpería “La Blanqueada”. Allí, Pedro los recibe afectuosamente, sin dar muestras excesivas de respeto. Al día siguiente, el narrador recorre el pueblo y comprueba que el peluquero, el platero y otras personas se dirigen a él con un trato afectado, y esto le produce rechazo.
Después de almorzar en la pulpería, se dirigen con Don Segundo a la estancia de Don Leandro, quien los recibe con cariño y conversa cordialmente con el narrador. Raucho, el hijo de Galván, le muestra a Fabio el cuarto donde va a instalarse. Sin embargo, durante la primera noche, este prefiere dormir en un galpón.
Raucho viste como un gaucho, al igual que el narrador, y tiene un trato amigable, por lo que le inspira confianza a este y, rápidamente, ambos entablan una amistad.
Capítulo XXVII
Transcurren tres años desde que el narrador recibe la noticia de la herencia y, sentado frente a una laguna, repasa los últimos acontecimientos de su vida. A pesar de que ahora él es dueño de un campo, cree que nadie es más dueño de la pampa que un resero, quien no le teme a los desafíos a los que se expone en las extensas llanuras.
El narrador permanece en la estancia durante estos años, pese a su deseo de viajar, motivado por la presencia de Don Segundo, quien se queda a su lado. Al comienzo, sin embargo, pasa la mayor parte del tiempo en el rancho de su padrino, en vez de instalarse en la casa principal. También durante esos años crece su amistad con Raucho. Su influencia despierta inquietudes literarias en el narrador, quien, junto con la educación de Don Leandro y los viajes a Buenos Aires, se transforma “exteriormente” (p. 203) en un hombre culto.
Finalmente, al atardecer, el narrador regresa de la laguna para encontrarse con Don Segundo, quien se prepara para marcharse. El deseo de continuar viajando permanece inmutable en su padrino durante esos años. El narrador lo acompaña durante un tramo en su partida, y luego ambos se despiden deseándose buena suerte. Fabio lo observa alejarse, hasta que la figura de su padrino desaparece. Entonces, afligido, retorna a su casa.
Análisis
El tema del destino ocupa un lugar destacado en la novela. En más de una ocasión, el narrador se refiere a él comparándolo con el juego de taba, un juego que consiste en tirar al aire una taba (hueso de la pata) de vaca o cordero, en que se gana o se pierde según la posición en que aquella caiga. Los lados de la taba representan así, simbólicamente, los momentos de dicha y de desazón en la vida, que el destino reparte azarosamente. En su primer viaje como resero, el protagonista se refiere a este juego cuando afirma: "Horas antes había visto el buen lado de la taba (…) y no me había acordado que el huesito tenía otra parte designada, con un nombre desdoroso; esa la veía, solo cuando mi impericia de bisoño se topaba con una de las tantas realidades del oficio. ¿Cuántos otros desengaños me esperaban?" (p. 81).
También en el cuento de Miseria, narrado por Don Segundo (Capítulo XXI), cuya relación con el tema de destino se hace evidente, se alude a este juego, cuando Lucifer y todos los demonios acuden a la casa de Miseria a reclamar el cumplimiento de lo pactado: “Por esto jue que Miseria, al llegar a su rancho, vido más gente riunida que en una jugada'e taba” (p. 195). En el capítulo XXII el narrador se refiere nuevamente a este juego cuando, sintiéndose desdichado después de perder casi todo su dinero, se le presenta la oportunidad de ganar dos caballos, en forma de pago por una doma: “¿No vería el otro lado, el de la suerte? La ocasión se presentaba como la había esperado durante mucho tiempo” (p. 202).
El tema se presenta con más insistencia hacia el final de la novela. En el comienzo del capítulo XXIV, el narrador medita sobre cómo algunos acontecimientos imprevistos modifican a las personas de manera irreversible: "¿No se es dueño entonces de nada en la propia persona? ¿Un encuentro inesperado puede presentarse, así, en forma de destino, para desbaratarlo a uno en su propio modo de ser? ¿Somos como creemos, o vamos aceptando los hechos a manera de indicaciones que nos revelan a nosotros mismos?" (p. 217). Estas reflexiones anticipan lo que él mismo experimenta poco después, cuando recibe la carta de Don Leandro Galván, en el siguiente capítulo (Capítulo XXV). En dicha carta se revela su propia identidad y la de su padre, de manera que, a partir de entonces, su destino cambia significativamente.
Por otro lado, aunque todos los seres humanos parecen estar sujetos a esa ley fatal del destino, que favorece o perjudica a unos y a otros azarosamente, el narrador considera que Don Segundo es una excepción, y que solo él es capaz de dominar su destino a voluntad: “Solo don Segundo me daba la impresión de escapar a esa ley fatal, que nos cacheteaba a antojo, haciéndonos bailar al compás de su voluntad” (p. 217). Este es otro de los elementos que contribuyen a crear una imagen idealizada de Don Segundo, puesto que se coloca así al personaje, definitivamente, por encima de lo humano. También esta idea aparece en el capítulo XXII, donde leemos que Don Juan, el patrón de la estancia donde contratan al narrador para domar caballos, “insistió, aludiendo a don Segundo —no me parece ser como cualquiera de los muchos que somos” (p. 205).
En relación con el tema del destino, en los capítulos finales se retoman otros temas tratados previamente, como el de la libertad. Don Segundo se caracteriza principalmente por ser un hombre libre. Fabio, por su parte, huye del encierro desde el comienzo de la novela, cuando se escapa de la casa de sus tías, a la que llama “prisión” (p. 27). Esa decisión marca su destino, el cual, en este caso, parece estar sujeto a su voluntad. En el capítulo final, el protagonista aún conserva su “instinto salvaje”, que lo hace “escapar a todo encierro” (p. 240), a pesar de que finalmente se establece en la estancia heredada. En el caso de Don Segundo, en cambio, este instinto es parte de su identidad y está ligado al viaje: “él estaba hecho para irse” (p. 241); “en Don Segundo huella y vida eran una sola cosa” (Ídem.).
También en el capítulo final vemos que el protagonista repasa su vida, como lo hizo en el capítulo I y en el capítulo X, frente al agua (esta vez se trata de una laguna), y que la misma funciona como un espejo donde contempla su trayectoria: "Está visto que en mi vida, el agua es como un espejo en que desfilan las imágenes del pasado. A orillas de un arroyo resumí antaño mi niñez. Dando de beber a mi caballo en la picada de un río, revisé cinco años de andanzas gauchas. Por último, sentado sobre la pequeña barranca de una laguna, en mis posesiones, consultaba mentalmente mi diario de patrón (p. 239). Además, en esta ocasión, como en los casos anteriores, hay un salto temporal en la narración, y el protagonista resume a continuación los tres años anteriores, en los cuales se inicia en su vida de patrón de estancia.
Asimismo, también este último período es un tiempo de aprendizaje, pero se trata de otro tipo de conocimientos y de instructores. En este periodo el protagonista se transforma, según sus palabras, “exteriormente en lo que se llama un hombre culto” (p. 241). Esto sugiere que en su interior conserva el alma de gaucho, como aseguraba Don Segundo al final del capítulo XXV, cuando el protagonista se rehusaba a asumir su nueva condición: “Si sos gaucho en de veras, no has de mudar, porque andequiera que vayas, irás con tu alma por delante como madrina'e tropilla” (p. 231).
Al final de la novela, el narrador retoma una idea que sugiere desde su primer encuentro con Don Segundo. En aquella ocasión comentaba: “Me pareció haber visto un fantasma, una sombra, algo que pasa y es más una idea que un ser” (Capítulo II, p. 34). En el mismo sentido, en el capítulo final, cuando observa su figura alejarse por última vez, comenta: “Un rato ignoré si veía o evocaba” (p. 242), y “Aquello que se alejaba era más una idea que un hombre” (Ídem.). Asimismo, se insiste en la imagen de la sombra que evoca el mismo nombre del personaje: “«Sombra», me repetí” (p. 243). De esta manera, la novela culmina enfatizando la idea de que el gaucho que se ve representado allí es una figura idealizada, cuya existencia se evoca, precisamente, como una “sombra”.