"Lo que llevaba yo escondido de alegría y de sentimientos cordiales, se libertó de su consuetudinario calabozo y mi verdadera naturaleza se expandió libre, borbotante, vívida".
El contraste entre la vida en el espacio interior y exterior se hace evidente desde el comienzo de la novela. Este pasaje muestra lo que experimenta el protagonista cuando comienza a pasar gran parte de su tiempo en las calles de su pueblo, cumpliendo con las tareas que le asignan sus tías. Su sentimiento de plenitud y el descubrimiento de su "verdadera naturaleza" despiertan en él el deseo de viajar, que se mantiene intacto hasta el final de la obra.
"Inmóvil, miré alejarse, extrañamente agrandada contra el horizonte luminoso, aquella silueta de caballo y jinete. Me pareció haber visto un fantasma, una sombra, algo que pasa y es más una idea que un ser; algo que me atraía con la fuerza de un remanso, cuya hondura sorbe la corriente del río".
El narrador se siente anonadado luego del primer encuentro con Don Segundo Sombra. Su descripción presenta al personaje envuelto en misterio y anticipa la condición mítica que asume su figura en la novela.
"Ya has corrido mundo y te has hecho hombre, mejor que hombre gaucho. El que sabe de los males de esta tierra, por haberlos vivido, se ha templado para domarlos. Andá no más. Allí te espera tu estancia y, cuando me necesités, estaré cerca tuyo. Acordate..."
Estas palabras, que el narrador escucha en un sueño, anticipan el desenlace de la novela. Don Leandro Galván repite textualmente la primera parte de la cita en el Capítulo 26 (p. 235), cuando se convierte en el tutor del protagonista. En este pasaje también se exaltan las cualidades excepcionales de los gauchos, que el protagonista adquiere luego de varios años de aprendizaje.
"(…) aquel hombre -insistió, aludiendo a Don Segundo- no me parece ser como cualquiera de los muchos que somos".
Don Juan, luego de observar cómo Don Segundo guía al narrador en la doma de sus caballos, exalta sus condiciones únicas. En esta ocasión, como en muchas otras en la novela, las cualidades extraordinarias de Don Segundo lo colocan por encima de lo humano.
"Hasta en horas de descanso, las enseñanzas me zumbaban en la cabeza, como un avispero demasiado grande para el nido en que buscaban acomodarse".
Este pasaje alude a la instrucción permanente que recibe el narrador de parte de Don Segundo Sombra durante sus viajes. En gran parte de la novela, su padrino le trasmite, no solo los conocimientos concernientes al oficio de resero, sino también conductas y valores que le permiten enfrentar la vida, como la perseverancia, la valentía y la tenacidad para proseguir con los objetivos.
"Solo Don Segundo me daba la impresión de escapar a esa ley fatal, que nos cacheteaba a antojo haciéndonos bailar al compás de su voluntad".
En varias ocasiones, el narrador reflexiona sobre el destino, su imprevisibilidad y la necesidad de aceptarlo, sea favorable o no. Sin embargo, como muestra esta cita, Don Segundo parece ser una excepción a esa "ley fatal" a la que están sujetos todos los seres humanos. El pasaje sugiere, por un lado, que él es el único que puede decidir sobre su destino, pero, también, que Don Segundo sobrepasa los límites de lo humano.
"La pampa es un callejón sin salida para el flojo. Ley del fuerte es quedarse con la suya o irse definitivamente".
Este pasaje permite ver una idea recurrente en la novela: la pampa es un lugar hostil, que exige fortaleza física y de temple para poder enfrentar los desafíos que ofrece. Por otro lado, los gauchos, y especialmente los que se dedican al oficio de reseros, por las características con las que se los retrata en la novela, son particularmente idóneos para enfrentarse a esos desafíos.
"Parece mentira, en lugar de alegrarme por las riquezas que me caían de manos del destino, me entristecía por las pobrezas que iba a dejar. ¿Por qué? Porque detrás de ellas estaban todos mis recuerdos de resero vagabundo y, más arriba, esa indefinida voluntad de andar, que es como una sed de camino y un ansia de posesión, cada día aumentada, de mundo".
En este pasaje vemos que el narrador se muestra paradójicamente triste frente a la buena fortuna que le depara el destino. Al final de la novela, aunque adquiere grandes riquezas, siente que su nueva posición económica coarta su libertad.
"(...) Hasta me parecía que, por primera vez, pensaba con detenimiento en los episodios de mi existencia. Hasta entonces no tuve tiempo. ¿Cómo mirar para atrás ni valorar pasados, cuando el presente siempre me obligaba a una continua acción atenta? ¡Muy fácil eso de pensar, cuando minuto por minuto hay que resolver la vida misma! ¡Vaya uno a ser distraído con un redomón arisco bajo el cuerpo y saque quién pueda la cuenta de sus placeres y dolores, cuando de la claridad de la atención depende el cuero y la derrota!"
Una de las particularidades que presenta el oficio de resero es que sus tareas demandan un esfuerzo permanente, por lo que los gauchos carecen de tiempo para sumirse en cavilaciones. El narrador así lo explica cuando afirma, poco antes: "(...) el resero tiene la vida demasiado cerca para poder perderse en cavilaciones de índole acobardadora. La necesidad de luchar continuamente no le da tiempo para atardarse en derrotas; o sigue, o afloja del todo (...)." (p. 217). La inmediatez con que los reseros se enfrentan a la vida contrasta con el tiempo dedicado a la reflexión que el protagonista posee más tarde, cuando se convierte en patrón de estancia.
"(…) en Don Segundo huella y vida eran una sola cosa".
En esta cita podemos observar una de las cualidades de Don Segundo que destaca el narrador: su permanente impulso por viajar. Esta es, además, una cualidad propia de los reseros, como dice el narrador: "Llegar no es, para un resero, más que un pretexto de partir" (p. 242). El protagonista también siente ese anhelo, "la sorbente sugestión de todo camino" (p. 241), que se relaciona con su deseo de libertad y de novedades, pero, en el caso de Don Segundo, mantenerse en viaje es parte de su esencia.