“Había hecho falta un momento singular en la cacería, una acción precipitada que no había dado opción a pensárselo de antemano, para provocar aquello en Macomber, pero tanto daba cómo había sucedido, lo cierto era que había sucedido. Míralo ahora, se dijo Wilson. Lo que pasa es que algunos siguen siendo unos críos durante mucho tiempo, se dijo Wilson. Algunos toda la vida. Siguen pareciendo unos chavales cuando cumplen los cincuenta. El gran niño-hombre americano. Qué gente tan extraña. Pero ahora ese Macomber le caía bien. Un tipo bien raro. Probablemente eso también significaría que dejaría de ser un cornudo. Bueno, eso sí que estaría bien. Eso estaría de primera. El tipo probablemente ha estado toda la vida asustado. No sabe cómo empezó. Pero ya lo ha superado. Con el búfalo no ha tenido tiempo de estar asustado. Eso y que también estaba furioso. Y el coche. Los coches te hacen sentirte más como en casa. Ahora está que se come el mundo. En la guerra había visto a gente a la que le pasaba algo parecido. Te cambiaba más eso que perder la virginidad. Se te iba el miedo como si te lo hubieran extirpado".
La cacería actúa como un catalizador para la metamorfosis de Macomber, un hombre inicialmente caracterizado por la indecisión y el miedo. El narrador, Wilson, percibe en la acción precipitada de la caza la desencadenante de una transformación radical en Macomber. El uso del término "críos" sugiere una inmadurez persistente en la naturaleza de Macomber, estableciendo una conexión entre la bravuconería resultante y la juventud perdida. La referencia a la guerra como un contexto previo para la superación personal añade una capa de complejidad a la psique del personaje, insinuando experiencias previas que han contribuido a su desarrollo. Hemingway, con su característico minimalismo, teje un retrato psicológico sutil pero penetrante de Macomber y su proceso de autodescubrimiento.
“Justo en ese momento la hiena dejó de gimotear en medio de la noche y comenzó a producir un sonido extraño, humano, casi de llanto. La mujer lo oyó y se agitó inquieta. No se despertó. Soñaba que estaba en su casa de Long Island y que era la noche antes de la presentación en sociedad de su hija. El padre de la chica estaba allí, y había sido muy grosero. Entonces la hiena emitió un ruido tan fuerte que la despertó, y por un momento no supo dónde estaba y tuvo mucho miedo. Cogió la linterna, la encendió y la dirigió hacia el otro catre, que habían entrado después de que Harry se durmiera. Vio su cuerpo bajo la mosquitera, pero había conseguido sacar la pierna del catre, y ahora le quedaba colgando. El vendaje se había deshecho y estaba en el suelo, y ella fue incapaz de mirar.
—Molo —llamó—. ¡Molo! ¡Molo!
Entonces dijo:
—¡Harry, Harry! —Y aún subió más la voz—. ¡Harry! Por favor. ¡Oh, Harry!
No hubo respuesta y no le oyó respirar.
Fuera, la hiena emitió el mismo sonido que la había despertado. Pero ella no lo oyó por culpa de los latidos de su corazón".
En esta selección de "Las nieves del Kilimanjaro", el narrador utiliza la simbología de la hiena para intensificar la atmósfera de angustia y fatalidad que envuelve la narrativa. La hiena, con su gemido humano, se convierte en un presagio de muerte y desesperación. La intercalación de los sueños de la esposa de Harry con la realidad presente subraya la dislocación emocional y psicológica del personaje. La metáfora de la pierna colgando sin vida, acentuada por el vendaje deshecho, evoca una imagen impactante de la vulnerabilidad humana frente a la inevitable llegada de la muerte. La lluvia, los latidos cardíacos acelerados y el silencio subsiguiente, contribuyen a la creación de una escena cinematográfica, donde cada elemento se amalgama para explorar la fugacidad de la vida y la implacable cercanía de la mortalidad.
“En el hotel solo había dos americanos. No conocían a ninguna de las personas con las que se cruzaban en la escalera cuando iban y venían de su habitación. La habitación estaba en la segunda planta, con vistas al mar. También daba al jardín público y al monumento a los caídos. En el jardín público había grandes palmeras y unos bancos verdes. Cuando hacía buen tiempo siempre había un artista con su caballete. A los artistas les gustaba cómo crecían las palmeras y los vivos colores de los hoteles que daban a los jardines y al mar. Los italianos llegaban desde muy lejos para ver el monumento a los caídos. Era de bronce y relucía bajo la lluvia. Estaba lloviendo. Las palmeras goteaban. El agua formaba charcos en los caminos de grava. El mar rompía en una larga línea bajo la lluvia, retrocedía sobre la playa para volver a coger fuerza y romper otra vez en una larga línea bajo la lluvia. En la plaza donde estaba el monumento a los caídos no quedaba ningún coche. Al otro lado de la plaza, en la entrada de un café, un camarero contemplaba la plaza solitaria".
La descripción detallada del entorno, desde las palmeras goteando hasta el mar rompiendo bajo la lluvia, evoca una sensación de melancolía y aislamiento. La presencia de artistas que buscan inspiración en la naturaleza sugiere un anhelo de conexión con el entorno y, al mismo tiempo, destaca la distancia emocional de los personajes americanos. La soledad se profundiza con la observación del monumento a los caídos, un recordatorio sombrío de la inevitabilidad de la pérdida. Hemingway, mediante una prosa cuidadosa, crea una instantánea emotiva de la alienación en un entorno aparentemente idílico.
“Era tarde y el único cliente que quedaba en el café era un viejo sentado a la sombra que las hojas del árbol proyectaban al interceptar la luz eléctrica. De día la calle estaba llena de polvo, pero por la noche el rocío impedía que el polvo se levantara, y al viejo le gustaba sentarse hasta tarde porque era sordo, y por la noche había silencio y él notaba la diferencia. Los dos camareros que había dentro del café sabían que el hombre estaba un poco borracho, y aunque era un buen cliente, sabían que si se emborrachaba demasiado se iría sin pagar, por lo que no le quitaban ojo".
En este extracto de "Un lugar limpio y bien iluminado", el narrador emplea la configuración nocturna de un café como un escenario simbólico para explorar la soledad y la búsqueda de consuelo. El anciano, cliente recurrente, encarna la lucha contra el vacío existencial y la necesidad de refugio en un ambiente que ofrece limpieza y luz. La sordera del personaje acentúa su aislamiento, mientras que los camareros, conscientes de su posible partida sin pagar, añaden una dimensión de desconfianza y desesperanza a la historia. La narrativa nocturna y la referencia a la diferencia sonora de la noche sugieren la búsqueda de tranquilidad en medio de la oscuridad emocional. Hemingway, con su estilo económico, ahonda en la condición humana, destacando la conexión entre la búsqueda de lugares "limpios y bien iluminados" y la necesidad universal de significado y confort en medio de la desolación.