Cantar de mio Cid

Cantar de mio Cid Resumen y Análisis Cantar Tercero, Tiradas 112-132

Resumen

Un día, mientras el Campeador duerme recostado sobre un escaño, un león del palacio se escapa de su jaula. Los vasallos del Cid acuden inmediatamente a rodear el escaño, pero uno de los infantes de Carrión, Fernando, lleno de pavor, se esconde debajo de él. Asimismo, su hermano, Diego, huye del recinto gritando y se esconde detrás de una viga de lagar.

El Cid, después de despertarse y enterarse de lo sucedido, se dirige hacia donde se encuentra el león. Este baja su hocico, avergonzado frente a su presencia, y el Campeador lo toma del cuello y lo encierra nuevamente. Los infantes de Carrión son objeto de burla por su actitud pusilánime a partir de entonces y, aunque el Cid impone silencio al respecto, permanecen avergonzados y resentidos.

Poco tiempo después, las fuerzas del rey Búcar de Marruecos acampan en Cuarte para sitiar Valencia. Los infantes de Carrión se atemorizan y, murmurando, lamentan tener que involucrarse en una batalla. Muño Gustioz los escucha y le transmite al Cid los pesares de sus yernos, por lo que este decide eximirlos de participar en el enfrentamiento. Sin embargo, los infantes, orgullosos, rechazan el ofrecimiento.

Mientras tanto, el rey Búcar le envía un mensaje al Campeador instándolo a abandonar Valencia, pero él se niega a hacerlo. Cuando su ejército se prepara para la batalla, Fernando le pide al Cid el honor de ser el primero en atacar y él se lo concede. Sin embargo, al comenzar la batalla, Fernando se atemoriza al observar el avance de un adversario, un moro llamado Aladraf, y huye. Pedro Bermúdez se enfrenta al moro y, luego de matarlo, le entrega su caballo a Fernando, para que este pueda afirmar que fue él quien lo mató.

Finalmente, el ejército del Cid resulta vencedor, y sus guerreros salen en persecución de los vencidos. El Campeador persigue al rey Búcar y, con su muerte, obtiene la espada Tizón que le pertenecía. Más tarde, en el reparto del botín, cada uno de los vasallos del Cid obtiene seiscientos marcos de plata, y los Infantes de Carrión se sienten satisfechos con la ganancia. El Campeador se complace de la honra que adquieren sus yernos tras haber participado de la batalla, pero en Valencia el comportamiento de ellos sigue siendo motivo de burla.

Pasado un tiempo, los infantes deciden regresar a Carrión, puesto que creen que las ganancias que obtuvieron son tan abundantes que no podrán gastarlas en el resto de sus vidas. Además, consideran que el matrimonio con las hijas del Cid no fue adecuado, dado que ellas pertenecen a un linaje inferior.

Entonces, le piden al Cid llevar a sus hijas a Carrión, con el pretexto de mostrarles sus heredades, aunque, secretamente, planean escarnecerlas y abandonarlas en el camino. El Cid acepta la petición y colma a sus yernos de riquezas, que les ofrece en forma de ajuar. Además, les da sus espadas, Colada y Tizón, que ganó en victorias guerreras. Cuando doña Elvira y doña Sol parten, la familia se despide con mucho pesar. El Campeador observa malos agüeros y, a continuación, envía a su sobrino, Félez Muñoz, a acompañar a sus hijas hasta Carrión, y a observar las posesiones que les corresponden a ellas. También le pide que, camino a Carrión, pasen por Molina, donde Abengalbón podrá alojarlos y escoltarlos, más tarde, hasta Medina.

Abengalbón, en efecto, recibe con grandes agasajos a los infantes y a su séquito y, al día siguiente, los acompaña con una escolta de doscientos hombres. Los infantes, al ver las riquezas que posee Abengalbón, confabulan para matarlo y apropiarse de ellas, pero un moro los descubre y le advierte a su señor sobre la traición que planean. Abengalbón se presenta entonces ante los infantes y les dice que, si no fuera por su amistad que mantiene con el Cid, los habría matado. Los infantes se marchan y avanzan hasta llegar al robledo de Corpes, donde deciden acampar.

A la mañana siguiente, tras ordenar a su séquito que se marche, los infantes se quedan en un vergel junto a sus esposas. Allí les quitan parte de sus prendas y se disponen a azotarlas, afirmando que así quedará vengada la ofensa que recibieron a causa del incidente de la fuga del león. Doña Sol les ruega que las maten antes de que las ofendan de ese modo, pero los infantes la desoyen y azotan a ambas hasta dejarlas inconscientes. Luego, los infantes las abandonan, jactándose entre ellos de su fechoría.

Félez Muñoz, quien, desobedeciendo a los infantes, se quedó observando y oyendo lo que sucedía, se dirige a sus primas, que yacen desvanecidas, las reanima y las monta sobre su caballo para conducirlas a la torre de doña Urraca, donde encuentran refugio. Luego, Félez Muñoz se dirige con sus primas a San Esteban, donde los recibe un vasallo suyo, Diego Téllez. Allí, cuidan a las mujeres hasta que sanan.

Cuando el Cid recibe la noticia de la afrenta, envía a Minaya junto a doscientos caballeros a buscar a sus hijas, y estos, al regresar, pasan por Molina, donde los recibe alegremente Abengalbón y les sirve una cena. Finalmente, el Campeador sale a recibir a sus hijas en Valencia, las abraza con regocijo y afirma que se vengará de los infantes.

Análisis

En el Cantar tercero se desarrolla el segundo proceso de pérdida y recuperación de la honra del Cid, que se da como consecuencia de la afrenta que los infantes de Carrión causan a sus hijas en el robledo de Corpes. Este cantar comienza con el episodio del león, significativo para el desarrollo argumental, puesto que los infantes aluden a él en momento en que conciben el ultraje (“después por el camino nuestro gusto haremos los dos, / antes que nos reprochen lo que pasó con el león”, vv. 2546-2547), en el momento anterior a cometerlo (“así nos vengaremos de la del león”, v. 2719); y en el momento posterior, cuando se jactan de su fechoría (“¡La deshonra del león así se irá vengando!”, v. 2762).

El episodio del león es completamente novelesco, y su tema tiene antecedentes en la literatura medieval. Este tema se repite en otros poemas épicos, tratado de manera similar, hasta constituir un lugar común. En este poema, cumple la función de demostrar el valor del héroe y su poder de dominio. Al mismo tiempo, la actitud imperturbable del Cid contrasta con la de los infantes de Carrión, cuya extrema cobardía llega a ser ridícula. Así también, como vimos en el caso del conde de Barcelona (Resumen y Análisis Cantar Segundo, Tiradas 64-87), este episodio sirve para ridiculizar a la nobleza y poner en evidencia que esta no sustenta su posición de privilegio en el valor personal.

También, en este episodio, podemos observar un contraste entre el tratamiento que el Cid recibe por parte del rey Alfonso y la actitud que aquel toma frente a sus vasallos, mesurada y tolerante. De esta manera, vemos que el comportamiento del Cid siempre es ejemplar. Sin embargo, en ningún momento se cuestiona la autoridad del monarca, sino que, por el contrario, todo el poema celebra el vínculo vasallático entre el rey y el Campeador.

Por otro lado, en este poema también observamos algunos paralelismos. Por ejemplo, al finalizar la batalla contra el rey Búcar, Minaya y Fernando González, se dirigen al Cid para expresarle su agradecimiento en términos semejantes, aunque con algunas variaciones. Minaya exclama:

¡Gracias a Dios y al Padre que está en lo alto,
y a ti, Cid, que en buen hora fuiste criado!
Mataste a Búcar y vencimos,
todos estos bienes son tuyos y de tus vasallos (…)

(vv. 2456-2458)

Fernando, por su parte, se expresa en estos términos:

Gracias al Creador y a ti, Cid honrado,
tantos bienes tenemos que no podemos contarlos.
Por ti tenemos honra y hemos lidiado,
vencimos a los moros en el campo
y matamos a ese rey Búcar, traidor probado.

(vv. 2528-2532)

Al mismo tiempo, este paralelismo permite observar un contraste entre ambos personajes: mientras que Minaya destaca la actuación del Cid en la batalla: “Mataste a Búcar y vencimos”; Fernando, que es soberbio y fanfarrón, afirma “matamos” al rey Búcar, jactándose de la victoria de una batalla, en la que, por otro parte, apenas participó.

Por último, en el enfrentamiento contra el rey Búcar, el Cid gana la espada Colada. Esta espada, junto con la espada Tizón (que obtuvo en la batalla contra el conde de Barcelona), posee un valor simbólico: ambas son trofeos de guerra que simbolizan la condición heroica del Campeador. Además, más tarde se convierten en instrumento de venganza contra los infantes de Carrión (como veremos en la parte final del poema).