Un hombre llamado Pelayo debe tirar una enorme cantidad de cangrejos muertos al mar. Hace tres días que llueve mucho y el patio de su casa está inundado. Al atravesarlo, se encuentra con un extraño hombre que tiene unas alas gigantes. Es viejo, está sucio y deteriorado. Pelayo, asustado, llama a su mujer, Elisenda. Una vecina determina que el extraño señor es un ángel y recomienda que lo maten. Sin embargo, el matrimonio no se atreve a hacerlo y lo encierran en el gallinero.
En el vecindario, se corre el rumor de que Pelayo y Elisenda tienen un ángel en cautiverio y una muchedumbre se acerca, con curiosidad. Los vecinos tienen ideas disparatadas sobre la identidad, los orígenes y el futuro de este extraño señor. También se hace presente el padre González, cura del pueblo, quien advierte que se trata del demonio, pero nadie le presta demasiada atención. Aprovechando la popularidad del espectáculo, Elisenda comienza a cobrar una entrada de cinco centavos para ver al ángel.
Después de un tiempo, la gente pierde el interés. El matrimonio ha juntado tanto dinero que logra construir una enorme mansión. Primero se acostumbran a vivir con ese extraño ser, pero luego este comienza a resultarles molesto. Con el correr de los meses, el ángel ya no vive encerrado en el gallinero, sino que se pasea por toda la casa. Su estado sigue siendo muy malo; está decrépito y moribundo. Pelayo y Elisenda se preocupan porque no sabrían qué hacer con un ángel muerto.
Sin embargo, a principios de diciembre, sus alas comienzan a crecer fuertes y abundantes nuevamente. El ángel se repone en secreto; solo él sabe por qué se producen esos cambios en su cuerpo. Un día, mientras Elisenda corta unas cebollas, lo ve levantar vuelo. A través de la ventana de la cocina, lo observa alejarse por los cielos.