Resumen
Un hombre llamado Pelayo debe arrojar unos cangrejos muertos al mar. El paisaje está completamente gris; hace tres días que llueve sin cesar. Los cangrejos invaden su casa y por eso huele muy mal. Se cree que eso ha causado las fiebres de su hijo recién nacido. Al atravesar el patio de la casa, Pelayo encuentra, sorprendido, que en medio del lodo ha caído un extraño anciano que tiene unas alas enormes. Al misterioso ser le cuesta mucho moverse, justamente por el tamaño de las alas.
Pelayo se asusta y llama a su esposa, Elisenda, que está cuidando al bebé enfermo. El matrimonio observa con asombro al extraño. El señor de las alas gigantes tiene un aspecto deplorable: está vestido como un trapero, es pelado y tiene pocos dientes. Sus alas se parecen a las del gallinazo, pájaro de plumas negras, pero están desplumadas, sucias y embarradas. Tras observarlo con detenimiento, a Pelayo y Elisenda comienza a resultarles familiar. Intentan comunicarse con él, pero este les responde en una lengua incomprensible. Por su voz de navegante, asumen que se trata de un marinero extranjero, tal vez noruego, que ha naufragado debido al temporal.
Entonces llaman a una vecina que sabe todo sobre la vida y la muerte, y esta determina que se trata de un ángel. De inmediato, la mujer asegura: "Seguro que venía por el niño, pero el pobre está tan viejo que lo ha tumbado la lluvia" (11). La vecina cree que los ángeles son fugitivos del cielo y recomienda que lo maten a palos, pero el matrimonio no se atreve a hacerlo. Pelayo, armado con su garrote para defenderse si fuera necesario, vigila al extraño hombre alado toda la tarde. Más tarde, lo saca del lodazal y lo encierra en el gallinero. A medianoche, el matrimonio sigue matando cangrejos que se meten en la casa. De pronto, el niño despierta recuperado, sin fiebre y con ganas de comer.
Pelayo y Elisenda deciden poner al extraño en una balsa con provisiones para varios días y abandonarlo en altamar, pero cuando se disponen a hacerlo, encuentran que todo el vecindario se ha reunido alrededor de su gallinero. Ha corrido el rumor de que tienen un ángel enjaulado y todos se acercan con curiosidad. Sin embargo, nadie lo trata con devoción, como a un ser divino, sino como si fuera un fenómeno del circo. A través del alambrado, le arrojan cosas para comer.
Análisis
"Un señor muy viejo con unas alas enormes" es una narrativa breve que pertenece al realismo mágico, corriente estética dominante en la literatura latinoamericana de mediados del siglo XX, y de la cual Gabriel García Márquez es un exponente primordial. Las narraciones del realismo mágico proponen una concepción específica de la realidad, y en particular de la realidad latinoamericana, ya que introducen fuertes elementos imaginarios en la representación realista. Así, estas obras se relacionan estrechamente con el relato fantástico, puesto que se trata de universos literarios donde existen elementos que no responden a las leyes del mundo natural de los lectores. En otras palabras, el realismo mágico se caracteriza por presentar personajes, objetos y acontecimientos sobrenaturales, inesperados, extraños, insólitos.
La tensión entre lo real y lo fantástico es vertebral en esta corriente, y por lo general no se resuelve en ningún momento de la narración, dejándole al lector la tarea de dar sentido e interpretar lo que ocurre. A diferencia de otros subgéneros de lo fantástico, aquí no suelen aparecer explicaciones racionales y objetivas para los elementos no-realistas: no son alucinaciones de los personajes o del narrador, ni se trata de un plano onírico, sino que estas narraciones son la manifestación de un mundo donde lo cotidiano y lo extraordinario conviven dentro de la misma lógica. Es por ello que estos relatos producen una sensación de extrañeza en los lectores pero, para los personajes, lo fantástico suele formar parte de la realidad cotidiana, mundana.
"Un señor muy viejo con unas alas enormes" introduce, ya en el primer párrafo, un elemento fantástico, insólito e incomprensible: el "señor" que le da título al cuento, un ser que tiene cuerpo de hombre humano y unas gigantescas alas con plumas. Este ser es realmente muy extraño, y las primeras reacciones de Pelayo al encontrarlo son la sorpresa y el susto, pero rápidamente lo incorpora como algo familiar. Además, el narrador lo describe sin determinar qué clase de criatura es, sin calificarlo y sin juzgarlo, en sintonía con el título del cuento: “era un hombre viejo, que estaba tumbado boca abajo en el lodazal, y a pesar de sus grandes esfuerzos no podía levantarse, porque se lo impedían sus enormes alas” (11). El elemento fantástico es introducido por el narrador con un tono neutral, descriptivo. De esa manera, se crea desde el principio de la narración una atmósfera de confusión y ambigüedad; nadie (ni el narrador, ni los personajes, ni los lectores) conoce la identidad, la naturaleza, el origen y el destino de este extraño ser.
Es importante observar que la narración construye, desde su primera frase, un contexto fuera de lo común: hace días que llueve sin parar, todo está inundado, el aire huele muy mal, los cangrejos ocupan la casa, el niño tiene fiebres altas. Es cierto que ninguno de estos elementos es, en sí mismo, sobrenatural o fantástico, pero su combinatoria y su carácter de hiperbólicos, exagerados, crean un escenario de extrañeza. De esa manera, se prepara el ambiente para el acontecimiento de algo inesperado, extraño y problemático. Tal como sostiene Carolina Sanabria (2016), la descripción inicial del contexto remite a algunas escenas bíblicas del Apocalipsis, y así genera expectativas en los lectores, que anticipan el acontecimiento de una catástrofe. De todas maneras, el cuento funciona como una parodia: retoma y reelabora elementos de la mitología cristiana, pero siempre los presenta de manera burlona, desacralizada, cómica. Así, por ejemplo, esta referencia inicial al Apocalipsis produce una tensión que nos hace esperar una tragedia, pero nada de eso ocurre. Por el contrario, aparece este extraño anciano alado que no hace ni dice nada.
En la misma línea, el inicio de este cuento remite paródicamente al motivo bíblico del ángel caído. De acuerdo con el cristianismo, los ángeles son seres divinos que tienen la función de asistir a Dios. Ahora bien, los ángeles caídos son aquellos expulsados del cielo por haber desafiado la autoridad divina. Se les arrancan las alas y pierden su capacidad de habitar el espacio celestial. El más destacado entre los ángeles caídos es Lucifer, el diablo. En el cuento de García Márquez, el anciano alado cae del cielo al patio de Pelayo y Elisenda, y la vecina sabia lo define de inmediato como un ángel. Si bien todavía conserva las alas, en lugar de darle esplendor y santidad, estas tienen un aspecto desagradable, están sucias y le complican el movimiento. Así, es un ser celestial, pero ridiculizado.
Además, etimológicamente, la palabra “ángel” deriva del griego ‘ángelos’, que quiere decir ‘mensajero’, por lo que en diversas tradiciones son seres que traen mensajes de Dios. Resulta irónico, pues, que este ángel hable en una lengua que los personajes no pueden entender: "se atrevieron a hablarle, y él les contestó en un dialecto incomprensible" (11). En otras palabras, este es un ángel incapaz de cumplir con sus funciones más fundamentales: no puede volar, no puede hacer milagros (como se narra más adelante), no puede enviar mensajes. El modo en el que es tratado por los vecinos del pueblo completa esta parodia, ridiculización y desacralización, ya que, si bien lo llaman "ángel", lo tratan como a un freak o fenómeno de circo, y no como a una criatura sobrenatural que merece admiración, respeto o devoción. Cabe destacar, pues, el tono cómico que se despliega a lo largo de todo el cuento. El narrador se expresa permanentemente de manera burlona, creando una secuencia absurda, ridícula y graciosa.