Resumen
Filomeno Cuevas, criollo ranchero, se dispone a armar con fusiles a sus peonadas durante la noche. Mientras tanto, se observan las glebas de indios circulando por los esteros del Ticomaipu.
Cuevas sale a Jarote Quemado junto con un grupo de mayorales y a la luz de una linterna va pasando lista, dispuesto a planificar el golpe de esa noche sobre Santa Fe. Primero se presenta Manuel Romero, a quien el patrón Cuevas le anuncia que la señal será la primera campanada a la medianoche y le recomienda evitar la borrachera, pues de él dependen muchas vidas esa noche.
Luego se presenta Benito San Juan, que afirma que Chino Viejo le encomendó que ingrese con un grupo a la feria, haciéndose pasar por pacíficos feriantes, y genere allí disturbios, desencadenando una balacera que deje muchos heridos.
Después viene Atilio Palmieri, primo de la niña ranchera y pariente, por lo tanto, de Cuevas. Este último le encomienda una misión difícil para la medianoche: prender fuego un convento de monjas y hacer que toda la comunidad allí deba salir en camisa a la calle, escandalizada. Sin embargo, le advierte que se abstenga en caso de ver a una monja de su gusto y le aconseja también que evite que su gente beba alcohol, pues hay que estar despejados para proceder con la violencia necesaria.
En seguida se presenta Zacarías San José, a quien Cuevas no encomienda ninguna misión especial. Zacarías afirma que, de contar con compañeros, es capaz de revolucionar la feria, ya sea abriendo la jaula de las fieras, o bien prendiendo fuego los abarrotes de gachupines, esto es, los comercios regentados por españoles, o bien copando la guardia de los Mostenses. Incluso se muestra muy confiado de llegar a atacar a Tirano Banderas. Le cuenta entonces que lleva en su alforja los restos de su hijo, que fue devorado por los chanchos; esa alforja le ha servido de amuleto hasta ahora y con ella logró ganar un juego de cartas que le permitió comprarse un caballo e incluso escapar ileso de un tiroteo con la policía. Por eso asegura que esa noche él saldrá ileso de toda misión que emprenda. Cuevas le desea suerte y le aconseja sepultar los restos de su hijo pasada esta noche, asegurando que en la guerra los mejores amuletos son el ánimo y la inventiva.
Por último, Cuevas llama a Crisanto Roa y con eso concluye el listado y las peonadas retoman su marcha a la luz de la luna.
A continuación, el Generalito Domiciano de la Gándara, un desertado de las milicias federales, reprende a Filomeno Cuevas, diciéndole que es una imprudencia mandar a la peonada al sacrificio y le dice que no comprende nada de la guerra. Al contrario, agrega, él sí sabe de guerra pues estudió en la Escuela Militar y debería ser él quien mande. Él, en su lugar, formaría un ejército levantando levas por los poblados de la Sierra, ya que ahí en Tierra Caliente la Revolución cuenta con pocos adeptos. Pero Filomeno no comparte esa mirada y defiende su plan de un golpe a Santa Fe. Cuenta que planea utilizar una embarcación que hay en el muelle y desembarcar con él en Punta Serpiente, sorprendiendo allí a la guardia del castillo. Domiciano asegura que con ello está mandando a sus hombres al muere, y Feliciano responde que será fiel a su corazonada, con la cual espera dar fin a la guerra.
Por la noche, Filomeno y tan solo cincuenta hombres toman el pailebote en el muelle rumbo a la playa de Punta Serpiente. A la sombra de la vela del barco, un negro recita unos versos sobre el poder invencible de ese navío.
Análisis
Tirano Banderas se sitúa en las primeras décadas del siglo XX en la República de Santa Fe de Tierra Firme, un espacio imaginario, ficcional, inventado por Valle-Inclán, pero que adopta rasgos que permiten asimilarla a una región de América. Si bien no existe un lugar en el continente que se llame así, se sabe que Hernán Cortés, el explorador que lideró la misión de conquista de la zona de México en el siglo XVI, en sus Cartas de relación llamó “Santa Fe de Tierra Firme” al lugar que rodeaba la ciudad de Tenochtitlán, capital del Imperio azteca. De esta manera, se revela un gran conocimiento de Valle-Inclán de su objeto de estudio. En efecto, la crítica identificó muchas referencias intertextuales en Tirano Banderas, muchas de ellas, fuentes históricas de la colonización de América que ayudaron a Valle-Inclán a construir su novela. Es conocido, por ejemplo, el interés del autor por las crónicas del explorador Hernán Cortés, y su fascinación por la historia de Lope de Aguirre, un conquistador vasco insurrecto que buscaba rebelarse contra el rey de España y que mató al líder de su expedición, Pedro de Orsúa, haciéndose cargo de su grupo y cometiendo atrocidades en los lugares de América que le tocó explorar. La crítica señala muchas semejanzas entre el perfil violento de Lope de Aguirre y el tirano Santos Banderas.
El mismo Valle-Inclán definió a su obra como una novela americana, acerca de un tirano que tiene los rasgos propios de personajes famosos de América, como el dictador paraguayo Doctor Francia o el mexicano Porfirio Díaz. El propio subtítulo, “Novela de Tierra Caliente”, alude a un término genérico con que se denomina a países de América de la línea ecuatorial, y que se usa especialmente para México. También la novela transcurre durante los días de Santos y Difuntos (1 y 2 de noviembre), una de las celebraciones más características de la cultura mexicana. Además, la configuración social retratada en la novela se corresponde con el espacio americano, especialmente en los tres grupos étnicos más marcados: los indios, los criollos y los españoles. Por último, la lengua de los personajes de la novela tiene muchos rasgos de la oralidad y está cargada de expresiones y modismos de distintos países latinoamericanos.
Se trata, en efecto, de una novela que pertenece al género de novela de dictador latinoamericano, que usualmente fue cultivado por escritores latinoamericanos y retrata el contexto político y autoritario de distintas dictaduras militares en Latinoamérica. Sus primeras expresiones fueron Facundo o civilización y barbarie (1845), de Domingo Faustino Sarmiento, si bien no se trata de una novela, o Amalia (1851), de José Mármol; ambas se erigen como críticas al caudillismo y autoritarismo del gobierno de Juan Manuel de Rosas en Argentina. Más adelante, se destacaron novelas como El señor Presidente (1946), de Miguel Ángel Asturias, Yo, el supremo (1974) de Augusto Roa Bastos o El otoño del patriarca (1975) de Gabriel García Márquez.
En la medida en que Tirano Banderas es una novela de 1926, conforma un importante antecedente para las novelas antes mencionadas, y resulta muy particular que a pesar de retratar la realidad latinoamericana, haya sido escrita por un escritor español. Valle-Inclán viajó tres veces a Latinoamérica, dos de ellas a México (en 1892 y en 1921). Este país, desde 1910, comienza a vivir un largo proceso revolucionario que busca reparar la enorme injusticia social que produjeron los 35 años de dictadura de Porfirio Díaz. Valle-Inclán, al igual que muchos intelectuales españoles jóvenes, sigue con interés el discurrir de ese proceso y se expresa a favor de él. En Tirano Banderas se pueden identificar algunos paralelismos entre el contexto revolucionario de Santa Fe y el contexto mexicano, así como también se plasman la injusta realidad y la opresión que viven los pueblos latinoamericanos, herencias de la colonización.
Desde el prólogo, la novela instala su conflicto principal: un grupo revolucionario armado, liderado por Filomeno Cuevas, plantea un atentado contra el gobierno del Tirano Banderas. Algunos peones planean ir contra los “abarrotes de gachupines”, es decir, comercios manejados por españoles. En efecto, “gachupín” es un término coloquial y despectivo que se usa para designar a un español que se establece en América. En la conversación con Domiciano, este habla explícitamente de la Revolución y asegura que en Tierra Caliente hay pocos adeptos a ella. Es por eso que sugiere conformar un ejército a partir de la leva, es decir, un reclutamiento de población para que se incorpore a un ejército y a luchar por una causa. La leva era un recurso muy utilizado durante la dictadura en México de Victoriano Huertas (1913-1914), con lo cual se revela ya aquí el diálogo entre la novela y la Revolución mexicana.
Tanto en la conversación entre Filomeno Cuevas y sus mayorales, como en la que mantiene con Domiciano, se destaca un tono burlón y paródico, que será constante a lo largo de toda la novela. En primer lugar, resaltan los consejos que Cuevas le da a sus soldados: a más de uno le aconseja que evite la borrachera, pues la misión que se le encomienda es difícil: “A la gente, que no se tome de la bebida. Hay que operar violento, con la cabeza despejada” (42); y a uno le recomienda que se abstenga de abusar de las monjas: “Si hallas alguna monja de tu gusto, cierra los ojos” (42). Estas advertencias construyen un retrato poco serio y poco profesional de los soldados que hay detrás de la Revolución. Del mismo modo, en la conversación con Domiciano, es notoria la falta de planificación que hay detrás del plan de Cuevas. Si Domiciano, aduciendo haber estudiado en la Escuela Militar, intenta aconsejarlo sobre las reglas de la guerra, Filomeno Cuevas afirma que esos conocimientos poco sirven y sostiene que su plan está basado en una “corazonada”: “...la guerra no se estudia en los libros. Todo reside en haber nacido para ello” (45). Por su parte, Domiciano critica la imprudencia de Filomeno al mandar a tan pocos soldados a enfrentarse con la guardia del Tirano. Lo acusa de ser soberbio y codicioso porque se maneja solo, en lugar de obrar en equipo, prudentemente; y lo expresa mediante una metáfora que compara a los adeptos a la Revolución con granos de arena de una gran montaña: “Tu obligación es la obediencia al Cuartel General del Ejército Revolucionario: Ser merito grano de arena en la montaña, y te manifiestas con un acto de indisciplina al operar independiente. Eres ambicioso y soberbio” (45). Ante la negativa de Cuevas por cambiar su estrategia, Domiciano responde con ironía: “No me escuches. Haz lo que te parezca. Sacrifica a tus peonadas. Después del sudor, les pides la sangre. ¡Muy bueno!” (45). Con este enfrentamiento, el lector desconfía del poder que tendrá el golpe pergeñado por Cuevas.
Sumado a estos intercambios entre personajes, que exponen la debilidad de este ejército revolucionario y parodian el funcionamiento correcto que se esperaría de él, el narrador interviene constantemente burlando a los personajes que describe y mostrando lo grotesco que hay en las situaciones que narra. Se trata de un narrador en tercera persona, omnisciente, que, mediante el uso de un lenguaje coloquial, despectivo y burlón, y de expresiones valorativas, deja al descubierto su opinión respecto de aquello que narra. Esta profusión de juicios de valor se va a hacer más evidente en las siguientes secciones de la novela, pero en el prólogo ya se hace notoria, por ejemplo, en la designación de algunos personajes: se refiere a Domiciano como el “Generalito de la Gándara”. Con ese diminutivo, parece degradar la autoridad del General, restarle importancia a su palabra. Eso generará un efecto paródico cuando Domiciano pretenda defender el valor de verdad de su palabra en nombre de la ciencia.
Estos rasgos paródicos dentro de la novela Tirano Banderas responden a la noción de “esperpento”. Ramón del Valle-Inclán utiliza esa palabra para referirse a su obra recién en 1920, y es la que define su estética de los últimos años. Se basa en una visión degradadora de la realidad que surge, a su vez, de una mirada pesimista de la España de esos años, de una sociedad en derrumbe, cargada de elementos absurdos, en la que el hombre ha perdido toda heroicidad y se convierte en una caricatura de sí mismo. Cabe recordar que Valle-Inclán perteneció a la denominada generación del ‘98, un conjunto de escritores que participan de la política de la época (aunque Valle-Inclán no lo hacía tan activamente) y se pronuncian respecto de la crisis del ‘98 de España. Esta crisis fue una consecuencia de la guerra de Cuba que se desencadenó entre España y Estados Unidos, y que causó la pérdida de las colonias para España. La generación del ‘98 esboza una visión pesimista y crítica de la España de esos años y comienza a buscar una España diferente a la del presente.
Al referirse al esperpento, Valle-Inclán alude a la posibilidad de encontrar un lado cómico incluso en lo trágico de la vida. Por lo tanto, el esperpento se convierte en un género creado por el autor, que surge en principio en el teatro, luego en su narrativa, y que expone fríamente una versión deshumanizada del mundo, que no pretende ser realista; al contrario, remite a una manera distanciada, burlesca e irónica de observar el mundo, que distorsiona y deforma la realidad, resaltando sus rasgos grotescos y absurdos, para develar la imagen verdadera que se esconde detrás de esa realidad. Con ese fin, usa algunos procedimientos como la parodia y la sátira, la cosificación y la deshumanización de las personas, o la exageración de algunos de sus rasgos, que convierte a los personajes en máscaras o figuras aparatosas, ridículas, todos ellos rasgos que están muy presentes en la novela de Valle-Inclán. Pero también la “esperpentización” alcanza otros niveles de la novela, por ejemplo el del lenguaje: en Tirano Banderas, el lenguaje es una yuxtaposición de elementos lexicales y modismos de distintas variedades del español -desde americanismos a españolismos-, de distintos registros, e incluso de voces y giros del habla popular. La complejidad de ese lenguaje produce en el lector una sensación de distanciamiento respecto de lo que lee, que lo obliga a una lectura detenida y reflexiva, poco automática.
Tirano Banderas es, en efecto, la primera novela esperpéntica del autor. En ella se reconoce un desafío ante las viejas técnicas, un uso provocativo del lenguaje, y también una propuesta ideológica muy crítica, que expone con crudeza la realidad española y la americana.