Resumen
Escena 1
Medianoche. En su habitación, Serebriakov se queja del dolor mientras Elena lo arropa y le aconseja descansar, ya que pasó en vela las últimas dos noches. Serebriakov maldice la vejez, afirma que siente asco por sí mismo y que seguramente todos, incluso Elena, tan joven y bella, le tienen asco. Elena le ruega que se calle, pero él sigue quejándose: pasó la vida dedicándose a la ciencia, junto a colegas estimados, y de pronto la vida lo sorprende con una vejez entre necios que sostienen conversaciones insulsas. Él anhela vivir, pero no tiene fuerzas y siente que nadie le perdona su vejez. Elena le dice que espere, que ella pronto será vieja también.
Escena 2
Entra Sonia. Le reprocha a su padre que haya mandado a llamar a Astrov y que luego, llegado el doctor, él se niegue a recibirlo. Serebriakov subestima el saber de Astrov como médico y luego le pide de mal modo unos medicamentos a su hija. Sonia debe despertarse temprano al día siguiente para trabajar el campo.
Entra Vania ordenándoles a las mujeres que se vayan a dormir; él cuidará a Serebriakov esa noche. El profesor les ruega a su esposa y a su hija que no lo dejen con Vania. Ambos discuten y Marina irrumpe, afirmando que ella cuidará de Serebriakov. Salen este, Marina y Sonia.
A solas con Vania, Elena habla de su agotamiento. Describe el estado de todas las relaciones entre los integrantes de la casa: las cosas no están bien. Afirma que el mundo se destruye por el odio entre las personas, las mezquindades. Cree que todos deberían reconciliarse.
Vania comienza a besarle las manos, hablándole de su amor. Elena le ruega que la deje y se vaya. Vania confiesa su angustia: siente que su vida está perdida, con un pasado desperdiciado y un presente absurdo. Luego le dice a Elena que ella está también desperdiciando su vida al lado de Serebriakov. Vuelve a besarle las manos. Ella, con asco, lo acusa de estar bebiendo demasiado y sale.
Vania, solo, habla sobre Elena, a quien conoció diez años atrás en casa de su difunta hermana. Lamenta no haberse enamorado de ella en aquel entonces: ahora Elena sería su mujer y él sería feliz. Lamenta la admiración que sintió durante toda su vida por el profesor, para quien trabajó incansablemente; las privaciones que sufrieron con Sonia para mandarle dinero a Serebriakov año tras año. Vania estaba orgulloso de él; lo consideraba genial. Ahora ve que nada de lo que escribía el profesor será recordado; es completamente desconocido, y él se siente engañado.
Entran Astrov y Telegin, a quienes despertó la tormenta. El primero canta mientras el segundo lo acompaña en guitarra. El doctor habla de la belleza y la maravillosidad de Elena, y le pregunta a Vania si está enamorado de ella. Él responde que son amigos. Astrov sigue bebiendo.
Entra Sonia, y el doctor y Telegin salen. Sonia le pregunta a Vania si estuvo bebiendo con Astrov y le reprocha esa nueva costumbre. Luego informa que la lluvia está pudriendo el campo. Vania se quiebra al creer ver en Sonia a su difunta hermana, y luego sale.
Sonia busca a Astrov y le pide que no le haga beber a su tío porque le hace daño. El doctor acepta, e informa que se va a su casa. Sonia le pide que espere al día siguiente, por la lluvia. Astrov ruega que no vuelva a llamarlo para atender a Serebriakov, puesto que le discute todos sus diagnósticos y se niega a hablarle. Afirma que él no podría vivir en esa casa; se ahogaría en esa atmósfera, con el profesor, su madre, Vania y Elena. Sonia le pregunta cuál es el problema con Elena. Astrov afirma que es maravillosa, pero lleva una vida ociosa que no puede ser pura. Luego habla de la vida cotidiana de los habitantes de esa región: la considera despreciable. Él trabaja sin cesar y sufre; no quiere a nadie; ninguna “luz” (p.49) compensa su sacrificio. Habla de la monotonía de la vida de los campesinos y de la mezquindad de los intelectuales. Está por beber otra copa pero Sonia se lo impide, alegando que no debería destruirse de ese modo. Astrov obedece y luego se sigue lamentando por su vida. Confiesa que, aunque no quiere a nadie, si Elena le dispusiera su amor, él se entregaría por completo, perdería la cabeza. Luego llora, recordando la muerte de un paciente.
Sonia le pregunta al doctor qué pasaría si ella tuviera una hermana menor que lo amara. Él responde que le haría comprender que no puede quererla. Luego, sale. Sonia, sola, se lamenta porque el doctor no haya entendido a qué se refería con lo de la hermana menor. Luego, habla sobre lo terrible de ser fea.
Entra Elena preguntando por el doctor. Sonia le cuenta que se fue. Tras una pausa, Elena le pregunta a Sonia si está enojada con ella. Ambas resuelven recomponer su relación. Elena le explica a Sonia que ella se casó con su padre por amor, no por cálculo, como la joven debe creer. Se sintió atraída por la celebridad y la sabiduría de Serebriakov, aunque ahora se da cuenta de que ese amor era artificial.
Sonia le pregunta si es feliz y Elena responde que no. Luego le pregunta si le gusta el doctor, y Elena responde que sí. Sonia también manifiesta su inclinación hacia él. Elena admira la manera en que Astrov se preocupa por el futuro de la humanidad, del planeta. Bebe, sí, pero cómo no hacerlo llevando esa vida de médico a diario, trabajando constantemente. Después, Elena habla de sí misma: se considera “un ser anodino, un personaje episódico” (p.51); afirma que no hay felicidad para ella en este mundo. Sonia, por su parte, se siente entusiasmada y le pide a Elena que toque el piano. Esta, por su parte, también se emociona: hace mucho que no toca y tiene ganas de hacerlo. No obstante, Sonia va a preguntarle a su padre si Elena puede tocar y este se opone.
Análisis
El segundo acto comienza poniendo en escena varios de los asuntos principales de la pieza, como la frustración, el paso del tiempo y la envidia, aunque ahora encarnados en otros personajes. La primera escena nos presenta la intimidad del matrimonio entre Serebriakov y Elena. Las discusiones que sostienen exponen la profunda soledad que asola a cada uno de ellos a pesar de estar unidos en una pareja. Si algo tienen en común es que ninguno se siente feliz con su presente, aunque la angustia de uno y de otro encuentran diferentes motivaciones.
La vejez y la mala salud condenan a Serebriakov a la nostalgia: el hombre vive comparando un presente infeliz con un pasado supuestamente pleno. El personaje no se reconoce en su vida actual, carente de la atractiva atmósfera intelectual en la que se sumergió durante tantos años. Ahora, como varios de los personajes, el profesor no encuentra a su alrededor sino mediocridad, nulidad, hastío. En esta primera escena del segundo acto Chéjov nos presenta, entonces, por primera vez a Serebriakov describiéndose a sí mismo, luego de haber sido presentado previamente en boca y opinión de otros personajes, como Vania. Es la voz misma de Serebriakov la que ahora explicita las razones de su malestar, los pesares que lo aquejan, además de dejar ver un rencor hacia quienes lo rodean. No se preocupa por el bienestar de su esposa, ni de su hija ni de Vania, ni por respetar a Astrov, sino que, en cambio, despotrica contra ellos. “Hablas de tu vejez como si los demás tuviéramos la culpa de que seas viejo” (p.44), señala elocuentemente Elena, en respuesta a los malos modos de su marido. Y es posible que Serebriakov no considere que Elena tenga la culpa de su vejez, pero la belleza y juventud de su esposa le recuerdan constantemente aquello de lo cual él carece.
Elena, por su parte, es joven, hermosa, sana y profundamente infeliz. Está encerrada en un presente que le disgusta pero del cual no puede salir, y se comporta con cierta resignación, como si su única opción fuera dejar pasar su vida hasta su muerte. En cuanto a sus sentimientos, en este mismo acto nos enteramos, por la confesión que esta hace ante Sonia, que la mujer se casó por amor con Serebriakov, a quien admiraba, pero que ahora sabe que ese amor no era real. Encontramos quizás en Elena un caso parecido al de Vania: en mayor o menor medida, ambos veían en aquel profesor algo admirable, y por ello le entregaron su vida, y ahora se arrepienten de haberlo hecho. Elena, sin embargo, se mantiene fiel a Serebriakov, aunque no deja de fantasear, como se verá en las escenas siguientes, con la compañía de otros hombres más atractivos, como Astrov.
En la segunda escena de este acto cambian los personajes, pero se conserva el espacio. El hecho de que el resto de las interacciones de este acto tengan lugar en la habitación donde duerme el matrimonio principal envuelve a los diálogos en un clima íntimo, privado. Efectivamente, el segundo acto pareciera ser el de las confesiones, el de los secretos. Por un lado, se sucede una serie de instantes privados entre pares de personajes: Vania intenta besar a Elena y convencerla de que deje a su marido; Elena le confiesa a Sonia que no ama a su padre; Astrov le confiesa a Sonia que le entregaría su vida a Elena; Sonia intenta, tímidamente, confesarle su amor a Astrov. Lo que ofrecen todas estas secuencias se engloba en una temática común a todas las obras de Chéjov, que es la del amor no correspondido: los personajes aman a quienes no les corresponden, y son amados por quienes no les producen interés. La única excepción a esta regla parecería ser el caso de Astrov y Elena, que se sienten atraídos entre sí, pero que, sin embargo, tal como se verá en el transcurso de las escenas, no concretan unión alguna.
El tema del amor no correspondido se asocia al resto de las temáticas de la obra, en tanto es un factor que contribuye a la frustración, desesperanza, desilusión, envidia y nostalgia de los personajes. En efecto, varios de estos motivos aparecen también en otra instancia aún más privada o íntima que tiene lugar en esta escena, y es la de los soliloquios: en dos ocasiones, accedemos a la faceta más secreta de algunos personajes que, solos en la habitación, exponen sus sentimientos. Es el caso de Vania, primero, y el de Sonia, después.
En el soliloquio de Vania, el eje central es el pasado y el arrepentimiento. Pensando en Elena, Vania rememora el momento en que la conoció: “¿Por qué no me enamoraría de ella en aquel tiempo y solicitaría su mano?... ¡Hubiera sido tan fácil entonces!... ¡Ahora sería mi mujer!...¡Ahora la tormenta nos hubiera despertado a ambos!” (p.47). Pero el tiempo evocado reúne el recuerdo de Elena con otro recuerdo: “¡Oh, qué engaño el mío!... ¡Sentía adoración por este profesor, por este lamentable gotoso!... ¡Trabajé por él como un buey!” (p.47). Su discurso, entonces, vuelve a teñirse de la amargura por el sacrificio realizado y que ahora resulta vano. El arrepentimiento de Vania por haber admirado tanto a Serebriakov, por haberle dedicado toda su juventud, se debe en gran parte al exhaustivo trabajo que él y Sonia realizaron por el profesor, motivado, en ese momento, por un enorme respeto: “¡Nos privábamos de comer a nuestra satisfacción para poder convertir los ’grosh’ y las ‘kopeikas’ en miles de rublos que mandarle!... ¡Orgulloso de su ciencia, sólo vivía y respiraba de él!” (p.47). Pasado y presente difieren enormemente en cuanto a las jerarquías de intereses en la vida de Vania. En el pasado, él creía tanto en el profesor, que solo tenía fuerza y voluntad para el trabajo, y otros asuntos como el amor, no tenían para él importancia. Ahora, las jerarquías se invierten: daría todo por vivir en el amor junto a Elena, y ve desvanecerse ante sus ojos la figura del profesor a la que él dedicó tanta pasión. Vania habla incluso de “pompa de jabón” (p.47) para referirse, metafóricamente, a la total nulidad en que se convierte el trabajo de Serebriakov: la importancia de su ciencia, tan enorme en el pasado, de apariencia tan perdurable y trascendente, deja de existir de un instante a otro, como un globo que se pincha, como una pompa de jabón que se desvanece en el aire.
Pero hay un detalle relevante en el soliloquio de Vania, y es en torno a su apreciación de la figura de Elena. Porque esa mujer que hoy concentra sus deseos no es vista por el protagonista, sin embargo, como un ser perfecto. “¡Su retórica, su moral perezosa, sus ideas absurdas sobre la destrucción del mundo…, todo esto me es profundamente aborrecible!” (p.47), dice Vania sobre la muchacha, en un juicio que luego comprobaremos compartido con Astrov. Poco después en la misma escena, el doctor confiesa ante Sonia que Elena es una mujer bella, pero imperfecta:
¡En el individuo todo tiene que ser maravilloso: el rostro, el vestido, el alma, el pensamiento!... ¡Ella es maravillosa -esto está fuera de discusión-; pero… su vida se reduce a comer, a dormir, a encantados a todos con su belleza y pare usted de contar! Carece de obligaciones, mientras los demás trabajan para ella… ¿no es así?.. Una vida ociosa no puede ser límpida.
(Acto II, Escena 2, p.49)
En la apreciación de estos personajes sobre Elena se vislumbran varias cuestiones. La primera es una moral común a varios de los personajes, que tiene que ver con el trabajo. Elena es considerada bella pero algo insustancial, y esa carencia en la muchacha es explicada, por ciertos personajes, por su carácter ocioso: Elena encarnaría el hastío producto de una cómoda vida burguesa que no conoce el sacrificio.
Este tipo de pensamiento tiene lugar en varias obras de Chéjov, dramaturgo que supo concentrar la atmósfera social de su época. En Rusia, a principios fines del siglo XIX, se gestaba ya el clima social que terminaría con la Revolución de 1917, la cual buscaría acabar con los privilegios de los sectores nobles para imponer una condición igualitaria en donde toda la población debiera dedicarse a trabajar. Lo interesante, quizás, del gesto de Chéjov en este tipo de piezas es que, si bien él incorpora el discurso que enarbola al trabajo como aquello que dignificaría al hombre y a la sociedad, también hace convivir esa reflexión con la opuesta, y muchas veces en los mismos personajes: tanto Astrov como Vania sienten que han sacrificado, malgastado sus vidas en el trabajo. Como también sucede en Las tres hermanas, obra del mismo dramaturgo y que le sigue a Tío Vania en la tetralogía, convive en los personajes un desajuste, por momentos, entre lo que se tiene (o se hace) y lo que se desea: los mismos personajes que critican el ocio y elogian el trabajo son aquellos que poco antes hablaban de lo cansados y envejecidos que se sentían gracias a su sacrificada vida laboral.
Lo que asoma en este tipo de desajuste es lo que configura un tema central en el teatro chejoviano, porque, en verdad, el trabajo aparece solo como una de las respuestas posibles a la pregunta por el sentido de la vida. Es una pregunta que intenta ser respondida por varios de los personajes, a través de una suerte de especulación cuyo contenido es muchas veces más ilusorio e hipotético que real y práctico. Es también la pregunta por el sentido de la vida la que instala el tiempo como una dimensión protagonista en las inquietudes, esperanzas y frustraciones de la mayoría de los personajes de esta obra. Movidos por la necesidad de encontrar una razón a su existencia o una clave para la felicidad, la encontrarán perdida en el pasado o bien en postulaciones en torno al futuro.
Pareciera que el problema esencial para personajes como Astrov, Vania, y, finalmente, también Sonia, radica en el carácter desunido entre el trabajo y el sentido. A Vania le produce culpa su tendencia a la pereza y al alcohol, pero se arrojó a ella cuando el trabajo perdió el sentido que le otorgaba su admiración por el profesor. Su resistencia incómoda a volver al trabajo radicaría en su desilusión; ahora el sacrificio carecería de motor. Algo similar sucede con Astrov, en tanto el recuerdo de un paciente muerto no deja de atormentarlo: parecería que todo el sentido de su sacrificada profesión de médico, el curar a las personas, se resquebraja cuando su labor fracasa en ese objetivo primario.
Volviendo a la concepción que Vania y Astrov tienen de Elena, hay otro elemento interesante en el hecho de que ambos hombres vean con claridad los defectos de esa mujer por la cual, sin embargo, dejarían todo. La ilusión suele ser el elemento más relevante de las obras de Chéjov, ya que permite a los personajes subsistir a pesar de la frustración que les produce su presente. Pero en el caso de Vania y Astrov, el objeto de ilusión es reconocido como imperfecto. De algún modo, esto define ciertas líneas de ambos personajes, que parecerían ya demasiado conscientes, demasiado desengañados de la vida como para poder sostener, siquiera, una esperanza pura.
El personaje que encarna en la obra la ingenuidad de una ilusión aún pura es Sonia. No por casualidad es el personaje más joven de la pieza, el único capaz de sostener una vida de sacrificios sin quejarse, el único capaz de atestiguar la suerte de los demás sin envidiar ni intentar destruirlos, a ellos o a sí misma. Sonia sostiene una ilusión pura que parece radicar en Astrov, a quien ama y admira en términos absolutos. La pureza de su carácter la convierte en el personaje más frágil: Sonia no ha sido corrompida aún, y allí la esencia trágica de su rol en esta pieza, en donde asistiremos al rompimiento de su ilusión.