Resumen
El diálogo en el Libro VI tiene como núcleo principal la evaluación de la naturaleza de los gobernantes, los más excelentes guardianes de la polis. Algunas de las cualidades esenciales de un gobernante bueno y justo son la honestidad, el valor, la templanza, la amabilidad, la agudeza intelectual y la buena memoria. Estas cualidades se desprenden de las cuatro virtudes cardinales establecidas por Sócrates en los libros anteriores.
A esta altura de la obra, los interlocutores parecen tener la única función de asentir con Sócrates, dándole la razón en todos los puntos. Sin embargo, surge una nueva interrogación, esta vez en boca de Adimanto. Este señala que los filósofos suelen ser hombres muy raros, e incluso "perversos", por lo que se pregunta cómo es posible que lleguen a ser los reyes ideales. El protagonista se entusiasma con el desafío de responder a esta cuestión y relata una parábola sobre el capitán y los marineros amotinados sobre un barco. El capitán es el más fuerte de la tripulación, pero su visión y su audición no son muy buenas. Los marineros se pelean por el poder, pero ninguno de ellos domina el arte de navegar. En cierto momento toman el poder de la embarcación sin tener noción de todos los saberes teóricos y prácticos necesarios para conducirla, lo cual es sumamente peligroso. La narración permite concluir que los gobernados necesitan de gobernantes que organicen la vida de la ciudad, aunque muchas veces no se den cuenta de ello.
Luego, se dedica a explorar la naturaleza de los diferentes gobernantes distinguiendo los diversos tipos de corrupción que pueden afectarlos. Para profundizar su explicación recurre a la metáfora de la semilla (que representa el alma humana) y el ambiente donde crece para convertirse en planta, y establece que un terreno contaminado generará el crecimiento de malas yerbas. Así, los sofistas y otros educadores ilegítimos corrompen a los niños y jóvenes porque propagan ideas ajenas a la virtud. Los hombres se convierten en corruptos porque crecen en ámbitos corrompidos. Sócrates dice que la moralidad de los sofistas refleja directamente las opiniones erradas de las masas. Así, estos solo reproducen ideas poco elevadas, lejanas a la verdad y, por lo tanto, contrarias a la filosofía, y lo hacen para complacer a las muchedumbres. Para reforzar esta imagen negativa de los sofistas, se los compara con domadores de criaturas grandes y fuertes: estos aprenden a lidiar con las bestias y luego afirman que de eso se trata el conocimiento, pero eso no tiene nada que ver con el verdadero conocimiento de las ideas.
De ese modo, se hace explícito el antagonismo entre la naturaleza filosófica y la mentalidad de las multitudes: "es imposible que la muchedumbre sea filósofa" (494a, p. 427). Los interlocutores del protagonista señalan que por ese motivo los filósofos suelen ser rechazados por las masas. A ello se debe que los gobiernos no puedan usar plenamente los razonamientos filosóficos. Como contracara, los filósofos con frecuencia se refugian en la soledad, en lugar de dedicarse a la política, justamente porque suelen ser rechazados.
Aquí, el diálogo vuelve a concentrarse en la vida y la educación de los guardianes. Sócrates vuelve a hacer explícito uno de sus planteos centrales: los filósofos son los más adecuados para ejercer el gobierno de la ciudad perfectamente justa porque aman el conocimiento de lo verdadero. En el transcurso de la conversación, se encuentran con una cuestión íntimamente relacionada. El interlocutor de Sócrates plantea: ¿Cuál es la esencia de lo bueno? ¿Es un placer o un conocimiento?
Para ilustrar su concepción de lo bueno, el protagonista postula una serie de analogías. Parte de la relación entre el ojo, los objetos visibles y el sol para demostrar cómo funciona la relación entre quien conoce, lo conocido y aquello que hace posible el conocimiento. Luego, usa la matemática y la geometría para mostrar cómo las figuras dan cuenta de la existencia de absolutos, pero no son absolutas en sí mismas. Por último, afirma que la dialéctica es el mejor medio para alcanzar esas ideas absolutas, es decir, la verdad. Como conclusión, Sócrates identifica cuatro segmentos del alma humana, que alojan cuatro disposiciones: la inteligencia (segmento superior), el pensamiento (segundo segmento), la creencia (tercer segmento) y la imaginación (segmento más bajo). Los dos primeros pertenecen a la zona del conocimiento, directamente relacionado con la verdad, y los dos segundos a la zona de la opinión, ligada a las apariencias.
Análisis
La historia del verdadero capitán es una parábola porque transmite un postulado político sobre la ciudad de manera indirecta a través de comparaciones y similitudes. Así, ilustra la diferencia entre el liderazgo y la destreza en un determinado ámbito, o sea, la posible discrepancia entre la autoridad y el conocimiento. En el relato, los marineros amotinados no reconocen las capacidades de su capitán como navegante. Por el contrario, creen que el marinero con más carisma, fuerza o voluntad de comando debe ser su líder y por eso derrocan al capitán. El planteo de Sócrates es que el capitán debe ser aquel que esté mejor entrenado para navegar, así como deben gobernar aquellos que más educación sobre el buen gobierno hayan recibido. Pero reconoce, lamentándose, que en la práctica política esto no es así, ya que no son los filósofos quienes reinan, sino gobernantes con mentalidades erradas.
Es posible interpretar, en la misma línea, la analogía que Sócrates postula entre los sofistas y los domadores de criaturas bestiales. Esas criaturas representan a las multitudes, masas o muchedumbres de hombres comunes y su noción mundana de moralidad. Una vez más aparece la compleja concepción social de Platón que, por un lado, postula la igualdad de todos los ciudadanos y su unidad como miembros de una misma comunidad solidaria, pero, por el otro, establece jerarquías entre los más elevados (los filósofos y guardianes) y los más bajos e ignorantes (los hombres comunes que dedican sus vidas a diversos oficios menos sofisticados y prestigiosos). La comparación del pueblo con esta bestia indomable evidencia muy bien la postura anti-democrática de este marco filosófico, que, como se ha mencionado, defiende los modelos monárquico y aristocrático, es decir, un "gobierno de los mejores" y no un "gobierno del pueblo".
El planteo es muy complejo, a su vez, porque asegura que el pensamiento de las mayorías es en realidad inevitablemente errado, y que solo una élite minoritaria, los filósofos, puede detentar el verdadero conocimiento. Las masas no son inteligentes, moderadas ni valientes; los hombres comunes no reflejan la idea de bien ni la justicia perfecta. Esto implica una paradoja: las multitudes rechazan a los filósofos cuando en realidad lo que más necesitan es ser gobernadas por ellos.
En la última parte del Libro VI comprendemos que Sócrates no ha dado por concluida su argumentación sobre la idea del bien, que, en la teoría platónica, en realidad nunca se concluye. Entonces surge la pregunta sobre su naturaleza: el bien puede ser un placer o un conocimiento. La analogía de la visión, la visibilidad y la luz como símbolos de quien conoce, lo conocido y aquello que permite el conocimiento nos permite entender la relación entre el filósofo y el bien en sí.
Alcanzar el conocimiento del bien (que a su vez es la belleza, la justicia, la verdad) es como 'ver la luz'. Y lo bueno es entonces aquello que permite ese conocimiento; lo bueno es como la luz. Así como el ojo y el objeto visible no son lo mismo que el sol, el filósofo y el conocimiento no son lo mismo que el bien. El bien es un ideal que ilumina y alimenta el alma, así como el sol ilumina y alimenta la Tierra. Este planteo forma parte de la Teoría de las Ideas.
Platón aclarará más adelante esta distinción entre el reino de lo visible y el reino de lo inteligible, lo que percibimos con los sentidos y lo que puede conocerse únicamente mediante la razón. Lo visible es tan solo una sombra o un reflejo de la verdad, de la idea en sí. Por otra parte, cada uno de estos reinos se subdivide en dos mitades. Lo inteligible se subdivide en las ideas en sí, por un lado, y las argumentaciones e hipótesis necesarias para alcanzar a las ideas, por el otro. La dialéctica usa esas hipótesis y argumentos para subir por la escalera que asciende hacia el nivel más alto, donde reside el bien.