Relato de un náufrago

Relato de un náufrago Citas y Análisis

(...) no era normal la inquietud que sentía aquella noche en que vimos "El Motín del Caine". No quiero decir que desde ese instante empecé a presentir la catástrofe. Pero la verdad es que nunca había sentido tanto temor frente a la proximidad de un viaje. En Bogotá, cuando era niño y veía las ilustraciones de los libros, nunca se me ocurrió que alguien pudiera encontrar la muerte en el mar. Por el contrario, pensaba en él con mucha confianza. Y desde cuando ingresé en la marina, hace casi doce años, no había sentido nunca ningún trastorno durante el viaje. Pero no me avergüenzo de confesar que sentí algo muy parecido al miedo después que vi "El Motín del Caine".

Luis Alejandro Velasco, Capítulo I, p. 17

Durante la estadía de la tripulación del "Caldas" en Mobile, los marineros ven una película llamada El Motín del Caine, y una escena del buque en medio de una tempestad les genera una gran perturbación. Tras ver la película, los marineros presagian que algo malo va a ocurrir en su próximo viaje, y todo el personal del barco queda atemorizado. Esta cita sirve como ejemplo de las técnicas de anticipación y de presagio que el narrador utiliza para anunciar que algo malo va a ocurrir, y para mantener la atención del lector a lo largo del relato.

(...) Ramón Herrera dijo: —A la hora que manden cortar cabos para que la carga se vaya al agua, yo soy el primero en cortar. Eran las once y cincuenta minutos. Yo también pensaba que de un momento a otro ordenarían cortar las amarras de la carga. Es lo que se llama "zafarrancho de aligeramiento". Radios, neveras y estufas habrían caído al agua tan pronto como hubieran dado la orden.

Luis Alejandro Velasco, Capítulo II, pp. 33-34

Los marineros comprenden que si se deja caer al mar el exceso de carga que lleva el barco se puede recuperar el control y evitar una tragedia, algo que finalmente no sucede. En ese sentido, el pasaje contradice la versión de los hechos dada por la dictadura militar de Gustavo Rojas Pinilla sobre el accidente del "Caldas". Mientras que la dictadura explica que la caída de los marineros se produce por culpa de una tormenta, este pasaje pone en evidencia el rol que juega en el accidente la carga de contrabando que lleva el buque. Pasajes como este son lo que le otorgan al texto su carácter de denuncia pública que ayuda a desestabilizar al gobierno militar.

Sin saber en qué pensar, me puse a hacer un inventario de mis cosas. Quería saber con qué contaba en la soledad del mar. En primer término, contaba con mi reloj, que funcionaba a precisión y que no podía dejar de mirar a cada dos, tres minutos. Tenía, además de mi anillo de oro, comprado en Cartagena el año pasado, mi cadena con la medalla de la Virgen del Carmen, también comprada en Cartagena a otro marino por treinta y cinco pesos. En los bolsillos no tenía más que las llaves de mi armario del destructor, y tres tarjetas que me dieron en un almacén de Mobile, un día del mes de enero en que fui de compras con Mary Address.

Luis Alejandro Velasco, Capítulo III, p. 44

En este cita, Velasco realiza un inventario de los objetos con los que cuenta en la balsa. Este recuento pone de manifiesto con qué recursos cuenta el narrador para confrontar el naufragio. En este sentido, el inventario resulta bastante desalentador, ya que no incluye herramientas ni provisiones. Para Velasco, la falta de alimentos, bebida y herramientas para pescar indica que el tiempo apremia y que la llegada del rescate necesariamente tiene que ser rápida.

Durante mis primeras dos horas seguí mentalmente, minuto a minuto, el viaje del destructor. Pensé que si habían telegrafiado a Cartagena, habían dado la posición exacta del lugar en que ocurrió el accidente, y que desde ese momento habían enviado aviones y helicópteros a rescatarnos. Hice mis cálculos: antes de una hora los aviones estarían allí, dando vueltas sobre mi cabeza. A la una de la tarde me senté en la balsa a escrutar el horizonte.

Luis Alejandro Velasco, Capítulo IV, p. 47

En este pasaje, el accidente es aún muy reciente y Velasco no solo tiene esperanza de que llegue un rescate, sino que tiene seguridad de que eso sucederá. El narrador especula entonces sobre el tiempo que puede demorar la llegada, y repasa la secuencia de hechos que deben suceder para que dicha ayuda llegue: El "Caldas" debe llegar a la costa, informar del accidente y pedir ayuda. Luego, las fuerzas aéreas deben responder y enviar sus aviones de rescate. Pensando en todo esto, el náufrago se pasa las horas observando el horizonte, en espera del rescate que no llega.

Una balsa no tiene popa ni proa. Es cuadrada y a veces navega de lado, gira sobre sí misma imperceptiblemente, y como no hay puntos de referencia no se sabe sí avanza o retrocede. El mar es igual por todos lados. A veces me acostaba en la parte posterior de la borda, en relación con el sentido en que avanzaba la balsa. Me cubría el rostro con la camisa. Cuando me incorporaba, la balsa había avanzado hacia donde yo me encontraba acostado. Entonces yo no sabía si la balsa había cambiado de dirección ni si había girado sobre sí misma. Algo semejante me ocurrió con el tiempo después del tercer día.

Luis Alejandro Velasco, Capítulo VI, p. 70

En este pasaje, Velasco explica los motivos por los cuales pierde los puntos de referencia espaciales y le resulta imposible saber en qué dirección se dirige la balsa. Al desdibujarse la dimensión espacial, el náufrago comienza a prestarle mayor importancia a la dimensión temporal, puesto que sabe que su supervivencia depende de la rapidez del rescate. En el final de este pasaje, Velasco indica que después del tercer día su percepción del tiempo también se ve deteriorada, y no puede discernir en qué día ni en qué mes se encuentra.

Ahora no esperaba la salvación por ningún lado y sentía deseos de morir. Sin embargo, algo extraño me ocurría cuando sentía deseos de morir: inmediatamente empezaba a pensar en un peligro. Ese pensamiento me infundía renovadas fuerzas para resistir.

Luis Alejandro Velasco, Capítulo VI, p. 75

En esta cita, Velasco expone sus contradicciones internas durante el naufragio. Las condiciones de vida durante esos días se vuelven tan duras, y la salvación se siente tan lejana que, en varias oportunidades, el narrador llega a ansiar la muerte. Sin embargo, a pesar del padecimiento y la fuerte depresión, ante la posibilidad efectiva de la muerte, un deseo de vida impulsado por el instinto de supervivencia dota a Velasco de la energía y el entusiasmo necesarios para atravesar las adversidades que se le presentan.

(...) un tiburón, enloquecido por el olor de la sangre, puede cortar de un mordisco una lámina de acero. Como sus mandíbulas están colocadas debajo del cuerpo, tiene que voltearse para comer. Pero como es miope y voraz, cuando se voltea panza arriba arrastra todo lo que encuentra a su paso. Tengo la impresión de que en ese momento el tiburón trató de embestir la balsa.

Luis Alejandro Velasco, Capítulo VII, p. 84

Los tiburones se constituyen como uno de los enemigos del náufrago; todos los días rodean la balsa de manera puntual a las cinco de la tarde y se retiran al anochecer. En este caso, Velasco explica los peligros que representa el tiburón, ya sea por su capacidad de destrozar la barca de un mordisco como de voltearla con una embestida. A su vez, este pasaje evidencia los saberes del marino, que, en definitiva, son los que le permiten al narrador sobrevivir durante los diez días de naufragio.

El siete de marzo, a las 3.30 de la tarde, advertí que la balsa entraba en una zona donde el agua no era azul, sino de un verde oscuro. Hubo un instante en que vi el límite: de este lado, la superficie azul que había visto durante siete días; del otro, la superficie verdosa y aparentemente más densa. El cielo estaba lleno de gaviotas que pasaban volando muy bajo. Yo sentía los fuertes aletazos sobre mi cabeza. Eran indicios inequívocos; el cambio en el color del agua, la abundancia de las gaviotas, me indicaron que esa noche debía permanecer en vela, listo a descubrir las primeras luces de la costa.

Luis Alejandro Velasco, Capítulo IX, p. 113

Los conocimientos del marino y su mirada entrenada le permiten descubrir los cambios en el ambiente. En este caso, Velasco descubre el cambio del color del mar, de azul a verde oscuro, y los cambios en la fauna: los peces son diferentes y las gaviotas comienzan a abundar. Con todo esto, Velasco comprende que se encuentra cerca de tierra firme; por ende, a partir de este momento, mantiene especial atención en el horizonte, con el objetivo de descubrir la costa. Nuevamente, lo que posibilita la detección de estos cambios y la posibilidad de interpretarlos correctamente es la formación de Velasco como marino, ya que, para una persona común, todos estos indicios podrían pasar desapercibidos.

Me instalaron en una casa y todo el pueblo hizo cola para verme. Yo me acordaba de un fakir que vi hace dos años en Bogotá, por cincuenta centavos. Era preciso hacer una larga cola de varias horas para ver al fakir. Uno avanzaba apenas medio metro cada cuarto de hora. Cuando se llegaba a la pieza en que estaba el fakir, metido en una urna de vidrio, ya no se deseaba ver a nadie. Se deseaba salir de eso cuanto antes para mover las piernas, para respirar aire puro. La única diferencia entre el fakir y yo era que el fakir estaba dentro de una urna de cristal. El fakir tenía nueve días sin comer. Yo tenía diez en el mar y uno acostado en una cama, en un dormitorio de Mulatos. Yo veía pasar rostros frente a mí. Rostros blancos y negros, en una fila interminable.

Luis Alejandro Velasco, Capítulo XIII, pp. 152-153

El primer día de reposo de Velasco, luego de su naufragio, la gente se congrega y hace fila para verlo. La noticia sobre su aventura se dispersa rápidamente por todo el pueblo y la gente, fascinada, quiere ver al protagonista de tal heroica hazaña. El impacto que genera su presencia le recuerda a Velasco una feria en la que vio a un fakir por el cual la gente realizaba extensas filas con tal de poder contemplarlo aunque sea unos segundos. En este pasaje, Velasco experimenta por primera vez la fama que le otorga su travesía por el mar Caribe.

Sabía que cuando me dieran de alta tendría que contarle el cuento a todo el mundo, porque, según me decían los guardias, habían llegado a la ciudad periodistas de todo el país para hacerme reportajes y tomarme fotografías. Uno de ellos, con un impresionante bigote de 20 centímetros de largo, me tomó más de 50 fotografías, pero no se le permitió que me preguntara nada relacionado con mi aventura. Otro, más audaz, se disfrazó de médico, burló la guardia y penetró en mi habitación. Obtuvo una resonante y merecida victoria, pero pasó un mal rato.

Luis Alejandro Velasco, Capítulo XIV, pp. 157-158

En este pasaje, Velasco habla del interés que muestran los reporteros por su aventura. El acoso de los periodistas es otra de las consecuencias de la fama. Aunque Velasco no parece sentirse molesto por ello, en su habitación hay guardias que lo protegen de cualquier intromisión. Solo pocos periodistas pueden acceder a su cuarto, y no pueden preguntarle nada referido a su naufragio. Esto se debe a que, por recomendación médica, es mejor que el náufrago no reviva los hechos traumáticos que acaban de acontecerle.

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