La vida en el barco
Antes de que suceda el accidente que lo deja a la deriva, el narrador muestra la vida de los marineros y las costumbres típicas del oficio, como, por ejemplo, la forma en que descansan: “Con la cabeza apoyada en las manos oía el suave batir del agua contra el muelle, y la respiración tranquila de los cuarenta marinos que dormían en el mismo salón” (p. 17).
Otro aspecto que se detalla de la vida en el barco es el de los mareos; en este caso, los sufre el cabo Miguel Ortega, que permanece descompuesto durante todo el viaje: “La silueta de la costa se había borrado. Sólo el mar verde y el cielo azul se extendían en torno a nosotros. Sin embargo, en la media cubierta, el cabo Miguel Ortega estaba sentado, pálido y desencajado, luchando con el mareo” (p. 25).
Finalmente, cuando el barco es movido por las olas, Ramón y Luis se acuestan en la cubierta, donde se padece menos el movimiento del barco. En ese momento, el narrador describe: "Las olas, cada vez más fuertes y altas, estallaban en la cubierta. Entre las neveras, las lavadoras y las estufas, fuertemente aseguradas en la popa, Ramón Herrera y yo nos acostamos, bien ajustados, para evitar que nos arrastrara una ola. Tendido boca arriba yo contemplaba el cielo" (p. 32).
El mar y el cielo
El narrador les da un lugar protagónico a las imágenes visuales del mar y el cielo, ya que son el escenario en el que transcurre casi la totalidad de los hechos. En general, se trata de imágenes breves que explican el estado del clima, como por ejemplo: “La noche era clara, y el cielo, alto y redondo, estaba lleno de estrellas” (p. 26), y “No había tempestad; el día estaba perfectamente claro, la visibilidad era completa y el cielo estaba profundamente azul” (p. 33).
En otras ocasiones, el narrador describe los amaneceres: “No amaneció lentamente, como en la tierra. El cielo se puso pálido, desaparecieron las primeras estrellas y yo seguía mirando primero el reloj y luego el horizonte” (p. 54). Más adelante: “Las luces eran cada vez más lejanas, empecé a sudar. Empecé a sentirme agotado. A los veinte minutos, las luces habían desaparecido por completo. Las estrellas empezaron a apagarse y el cielo se tiñó de un gris intenso” (p. 75).
En un momento, Velasco describe el cielo y el mar con imágenes sensoriales y se refiere, al mismo tiempo, a su piel quemada: "… el mar estaba calmado y oscuro; el sol me abrasaba la piel, era tibio y sedante y una brisa tenue empujaba la balsa con suavidad y me aliviaba un poco de las quemaduras" (p. 92).
Por último, la imagen más larga del cielo y el mar se presenta hacia el final del texto, cuando Velasco sobrevive a la tormenta:
Después de la tormenta el mar amanece azul, como en los cuadros. Cerca de la costa se ven flotar mansamente troncos y raíces, arrancados por la tormenta. Las gaviotas salen a volar sobre el mar. Esa mañana, cuando cesó la brisa, la superficie del agua se volvió metálica y la balsa se deslizó suavemente en línea recta. El viento tibio me reconfortó el cuerpo y el espíritu. Una gaviota grande, oscura y vieja voló (p. 111).
Los animales
En el relato hay una gran presencia de animales. El primero que se presenta es el tiburón, con la imagen típica de su aleta sobresaliendo del mar y acercándose a la balsa: “nada parece más inofensivo que la aleta de un tiburón. No parece algo que formara parte de un animal, y menos de una fiera. Es verde y era como la corteza de un árbol” (p. 64). Luego se presentan los peces, y su interacción con el tiburón:
Al atardecer, el agua transparente ofrece un hermoso espectáculo. Peces de todos los colores se acercaban a la balsa. Enormes peces amarillos y verdes; peces rayados de azul y rojo, redondos, diminutos, acompañaban la balsa hasta el anochecer. A veces había un relámpago metálico, un chorro de agua sanguinolenta saltaba por la borda y los pedazos de un pez destrozado por el tiburón flotaban un segundo junto a la balsa. Entonces una incalculable cantidad de peces menores se precipitaban sobre los desperdicios (p. 65).
En un momento, Velasco se da cuenta de que el aspecto del mar está cambiando y describe cómo son los peces en ese momento:
También los peces eran diferentes. Desde muy temprano escoltaban la balsa. Nadaban superficialmente. Yo los veía con claridad: peces azules, pardos y rojos. Los había de todos los colores, de todas las formas y tamaños. Navegando junto a ellos, la balsa parecía deslizarse sobre un acuario" (pp. 93-94).
Durante el naufragio, las gaviotas cobran gran importancia, ya que anuncian la cercanía de tierra firme. Velasco describe una pequeña gaviota que se queda sola con él: “Las otras gaviotas habían desaparecido. Sólo quedaba esa pequeña, color café, de plumas brillantes, que daba saltos en la borda” (pp. 79-80). Más adelante, cuando la atrapa, presenta una cruda imagen del momento en que la descuartiza para comerla:
Lo primero que traté de hacer fue desplumarla. Era excesivamente liviana y los huesos tan frágiles que podían despedazarse con los dedos. Trataba de arrancarle las plumas, pero estaban adheridas a la piel, delicada y blanca, de tal modo que la carne se desprendía con las plumas ensangrentadas. La sustancia negra y viscosa en los dedos me produjo una sensación de repugnancia (p. 84).
Como indica, Velasco es incapaz de alimentarse de dicha gaviota: “Pero por muy hambriento que uno esté siente asco de un revoltijo de plumas de sangre caliente, con un intenso olor a pescado crudo y a sarna” (p. 85).
Finalmente, el último animal que aparece es la tortuga, aunque el narrador no logra esclarecer si es real o solo una alucinación suya: “Entonces vi, como a cinco metros de la balsa, una enorme tortuga amarilla con una cabeza atigrada y unos fijos e inexpresivos ojos como dos gigantescas bolas de cristal, que me miraban espantosamente” (p. 120).
El naufragio
A lo largo de todo el relato, abundan las imágenes relacionadas con el naufragio y a la supervivencia del náufrago mientras se encuentra en su balsa a la deriva. Al respecto, la primera imagen que presenta el narrador es la de su caída al agua:
Mi primera impresión fue la de estar absolutamente solo en la mitad del mar. Sosteniéndome a flote vi que otra ola reventaba contra el destructor, y que éste, como a 200 metros del lugar en que me encontraba, se precipitaba en un abismo y desaparecía de mi vista. Pensé que se había hundido. Y un momento después, confirmando mi pensamiento, surgieron en torno a mí numerosas cajas de la mercancía con que el destructor había sido cargado en Mobile. Me sostuve a flote entre cajas de ropa, radios, neveras y toda clase de utensilios domésticos que saltaban confusamente, batidos por las olas (p. 36).
Luego de varios días a la deriva, un oleaje embiste la balsa de Velasco, poniendo en riesgo su vida:
Antes de la media noche arreció el vendaval, el cielo se puso denso y de un color gris profundo, y el aire húmedo, pero no había caído ni una sola gota. Pocos minutos después de las doce de la noche una ola enorme -tan grande como la que barrió la cubierta del destructor- levantó la balsa como una cáscara de plátano, la enderezó primero hacia arriba, y en una fracción de segundo la hizo dar una vuelta de campana (p. 105).
Para explicar la vuelta de campana que da su balsa, el narrador realiza por primera vez una descripción de la embarcación en la que transcurre todo el naufragio:
Es perfectamente normal que una balsa dé la vuelta de campana en un mar picado. Es una embarcación fabricada de corcho y forrada en una tela impermeabilizada con pintura blanca. Pero el piso no es fijo, sino que cuelga del marco de corcho, como una canasta (p. 107).