¡Que viva la música!

¡Que viva la música! Temas

La música

La música, como desde el mismo título de la novela se anticipa y se celebra, es uno de los temas principales de la novela.

La música es el elemento que moviliza a Mona, la protagonista de la historia. La novela podría dividirse en dos partes si se tienen en cuenta los dos tipos de música que ella escucha y que configuran su forma de vida. En un primer momento, la música es la del rock en inglés. Una de las bandas más mencionadas y de la que da cuenta de tener conocimiento cuando lo adquiere es The Rolling Stones. En un segundo momento, el género que revoluciona la vida de Mona es la salsa; el sincretismo cultural que ella supone es parte de lo que la convierte en eje de la historia de la protagonista, que percibe en ella sus propias raíces. Esta segunda parte de la novela se musicaliza, desde la mención explícita a diferentes representantes hasta en la misma voz de la protagonista, que incorpora las líricas en su oralidad cotidiana, citando de forma indirecta e introduciendo en su discurso las letras de músicos como Richie Ray, Bobby Cruz, Ray Barreto, entre otros.

En la música presentada en la novela se cifran dos modos de ser, dos puntos cardinales de la ciudad, dos realidades que se rechazan entre sí. En la búsqueda apasionada de Mona por la música que la represente está la ansiedad por encontrar una identidad, una verdad, un motivo de trascendencia.

En la Cali de la época de la novela, los ritmos de origen antillano están en pleno auge e, incluso, continúan siendo un símbolo de la ciudad en la actualidad, así como también en Cali, y en todo el mundo, el rock inglés, a fines de los 60 y principios de los 70, se manifiesta como la música joven por excelencia.

En esta novela, incluso, se coloca la música por encima de la literatura. Mientras el libro tiene el valor de cambio que puede tener cualquier objeto en el mundo capitalista, inclusive los culturales, la música se permite evadir el circuito comercial y ser, entonces, más democrática: se escucha, incluso, saliendo de las ventanas de las casas o de los portales de las tiendas cuando uno camina por las calles.

La juventud

La juventud en la novela aparece como un grupo social desamparado y en búsqueda perpetua de libertad. No quieren crecer ni buscan formarse en las formas que las sociedades conservadoras esperan: quieren gozar el momento presente. Hay autores que dan en llamarlos "ciudadanos insanos". Son jóvenes que no tienen un rumbo fijo, que viven al límite, que gozan de la noche, el alcohol y las drogas. Los jóvenes de Cali hablan por boca de la protagonista, Mona, que en ningún momento intenta moralizar su discurso, es decir, no hay una crítica a esas formas de vida, sino todo lo contrario, como se puede ver, sobre todo, si se tiene en cuenta lo que plantea la suerte de manifiesto que se intercala al final. Lo que sí se presenta en estos jóvenes es un deseo frenético de búsqueda de aventuras o de experiencias que los hagan experimentar, rápida y vorazmente, todo.

En contra de lo que las instituciones tradicionales y los adultos esperan de ellos, los adolescentes amigos de la protagonista viven en un continuo límite con respecto a las normas sociales y a las expectativas que recaen sobre ellos. No cumplen con nada de lo que la sociedad podría esperar: rechazan la vida del trabajo, de las obligaciones, de la familia. En cambio, optan por la vida fugaz del placer continuo. Durante el día laboral, estos jóvenes duermen; durante las noches, momento que el capitalismo dispone para el descanso, salen de fiesta. Son totalmente improductivos en términos económicos. Viven apresuradamente y mueren jóvenes, coherentes con el pensamiento del autor, que es famoso por postular que no tiene sentido vivir más allá de los veinticinco años. En el discurso con tono de manifiesto del final se puede leer: "Nunca permitas que te vuelvan persona mayor, hombre respetable. Nunca dejes de ser niño, aunque tengas los ojos en la nuca y se te empiecen a caer los dientes" (227).

Los adolescentes que pueblan estas páginas mantienen relaciones problemáticas con sus progenitores. Por ejemplo, a Leopoldo lo envían a Colombia para hacerse cargo de algunos negocios familiares, pero, sobre todo, para sacárselo así de encima: "Su familia lo había mandado a traer para que administrara una finca por Kalipuerto, pero poco les tomó convencerse de que, en el desubique que significó la devuelta, su hijo no había quedado sirviendo ni para tocar la guitarra" (117); a Ricardito su madre le suministra cocaína, paradójicamente, con la intención de calmarlo y luego, cuando no puede con él, lo interna en un hospital psiquiátrico; la madre de Mariángela se suicida antes de que ella misma siga sus mismos pasos; el Flaco Flores asesina a sus padres y a su niñera.

La ciudad

La ciudad, con sus puntos cardinales y su fisonomía, es uno de los temas de la obra. En 1971, la ciudad de Cali sufre transformaciones relacionadas con la organización en ese lugar de los Juegos Panamericanos. Para esta época, además, hay una gran movida cultural en el centro caleño. Andrés Caicedo, el autor, percibe esas transformaciones, incluso forma parte de ellas por su labor cultural en el cine-club, y las explora y explota en la novela.

Las diferentes zonas de la ciudad se vinculan, por un lado, con las diferentes clases sociales y, por otro lado, con la música que la protagonista escucha y las experiencias que tiene en esos sitios. En el norte de la ciudad está la casa familiar de la protagonista. La música que ella comienza a escuchar cuando vive allí y por la que se interesa al principio de la novela es el rock. Esa región de Cali está identificada con una clase pudiente y culta, de familias que envían a sus hijos a colegios privados, a clases de inglés, y que realizan viajes por el mundo. En el sur de la ciudad, la protagonista tiene contacto con la salsa y con el baile que libera su cuerpo. En la zona este está la plebe, como indica Mona: allí vive hacia el final del texto, sola, en un cuarto de alquiler, rodeada de tiendas y escaparates desde los que se escapa el sonido de la salsa, mientras se dedica a la prostitución.

En cada una de estas zonas, además, se nombran calles, parques y locales, por lo que se podría establecer un croquis del recorrido que la protagonista realiza en su deambular citadino. De hecho, actualmente, se realizan excursiones guiadas por los diferentes sitios mencionados en la novela.

El baile

En el baile la protagonista encuentra su verdadera razón para vivir. David Vázquez Hurtado señala que en la ciudad de Cali llaman "goce pagano" a salir de rumba para ir a bailar salsa, "en lugar de -como advierte el reverso del concepto- quedarse en la casa con la familia o ir a trabajar como buen cristiano" (2013, 2). Es decir que lo que hace Mona cuando descubre la salsa y comienza a llevarla consigo a través del baile en su cuerpo es profanarlo: le permite a su corporalidad extraerse de cualquier instancia de consumo a través del baile, ya que su movimiento no es utilitario, sino que es puro goce.

Cuando Mona baila no le importa nada más que su vínculo corporal con la música que escucha y que siente. No es una decisión inocente: es una decisión que conlleva elegir el baile por sobre lo que la sociedad busca imponer en su vida. Por tanto, esta es una decisión política. Mona rompe con todas las estructuras: es una transgresora. Frente a una vida que sentía vacía, el baile y la música le permiten volver a sentirse completa: rearmar los pedacitos de vida que estaban fragmentados, como ella siente y señala.

Hay otras personas que también bailan, que incluso asisten, como ella, a los mismos sitios, pero no saben gozar de la música y el baile como lo hace ella; no hacen del baile su forma de vida: "No me entendieron esa vez y ya no me entienden nunca, cuando me las encuentro acompañadas de sus mancitos que me parecen tan blancos, tan rectos, buenos para mí, que soy como enredadera de Night Club, y yo sé que piensan:

«Esa es una vulgar. Nosotras somos niñas bien. Entonces, ¿por qué coincidimos en los mismos lugares?» No voy a darles el gusto de responder a esa pregunta, que se la dejo a ellas. A cambio pienso en ese territorio de nadie que es el pedacito de noche atrapado por la rumba, en donde no ven nunca a nadie que goce más, a nadie más amada (superficial, lo sé, y olvido, pero ese es mi problema) y pretendida, y cuando se van temprano piensan: «¿hasta qué horas se queda ella?». Me quedo la última, pa que sepan, hasta que me sacan" (54).

Mona lo da todo en el baile, aunque eso le cueste la vida. Si el baile implica dejar todo lo demás atrás, ella lo acepta.

Las drogas y sus efectos

A lo largo de su corta vida, Mona prueba diversas drogas. Una de las características llamativas de la novela es que puede funcionar como una especie de catálogo de estupefacientes: se nombran, se menciona cómo se consumen y se cuentan los efectos que producen. La protagonista consume alcohol, marihuana, cocaína, LSD, pasionaria, hongos alucinógenos.

Al principio, Mona menciona que el uso de estas drogas está relacionado con sus experiencias vinculadas con la música: busca disfrutar la música, escucharla de otra manera, más profunda, a través del consumo de sustancias. Finalmente, el consumo de sustancias es parte de su forma de vida y de su transgresión cotidiana. Sus actividades diarias son escuchar música, bailar, prostituirse y drogarse. El espejo, uno de los pocos elementos que tiene en su cuarto de alquiler, le devuelve una imagen cada vez más percudida por el fugaz paso del tiempo y el consumo cotidiano. Sus ojos, como ansía desde un principio, se parecen a los de la mirada hundida de Mariángela, su amiga, la primera del Nortecito en seguir ese estilo de vida.

La iniciación

La protagonista es un personaje que realiza un pasaje de la inexperiencia total a la experiencia múltiple. Para ella es de suma importancia la adquisición de conocimientos. Se angustia cuando no conoce sobre un tema y se muestra satisfecha cuando aprende de él y da muestras de saber de qué está hablando. Esto sucede, por ejemplo, con la música, el rock y la salsa, y con las drogas. Al principio, está angustiada por los "huecos en la cultura" (49) que posee, por la carencia con respecto a los temas relacionados con el rock: cuando aprende en la casa de Leopoldo sobre ellos, da una especie de lección sobre el tema al contar todos los pormenores entre los integrantes de The Rolling Stones. Cuando se droga, no solo da cuenta de las formas de consumo, si pica la droga o la inyecta, sino también cuenta los efectos que producen sobre ella.

Esas ansias de conocimiento se vinculan, entonces, con probar e iniciarse, para lograr el aprendizaje, en diferentes experiencias. A lo largo de la novela pasa por varias primeras veces: con las drogas, con el sexo, con sus vivencias. Por ejemplo, se menciona cada vez que prueba una droga nueva, se describe su manera de consumirla y los efectos producidos sobre su cuerpo y su percepción de la realidad; el beso que recibe de Leopoldo es el primer beso que le gusta; cuando se muda con él es "la primera niña bien de Cali que se va de la casa a vivir con el novio" (105); con este personaje pierde su virginidad en su primera experiencia heterosexual; con los deportistas tiene su primera orgía; con María Iata Bayó concreta su primera experiencia homosexual; con Bárbaro, se inicia en el crimen.

Quizás es tanto lo aprendido, que, por ello, al final, la protagonista se siente en condiciones de aconsejar al lector a través del manifiesto que se cuela en el relato.

La muerte

La novela, que desde el título parece un llamado a implorar por la vida de la música, está plagada de muertes. Y estas son siempre violentas. Irónicamente, hacia el final, la narración llama a la muerte: sugiere realizarle una cita, llama a no crecer ni envejecer.

En la novela mueren los padres y la niñera del Flaco Flores, a quienes él asesina; se suicidan Mariángela y su madre; se suicida también Rubén Paces; Bárbaro, antes de quitarse la vida, se la quita a un gringo al que ataca en el Valle del Renegado; de Pedro Miguel Fernández, un personaje muy secundario en la trama, se da poca información, pero esta incluye el hecho de que el muchacho envenenaría a sus hermanas; la protagonista, cuando se dirige al lector, en la última parte, habla en estos términos sobre la muerte: "Bienvenida sea la dulce muerte fijada de antemano. Adelántate a la muerte, precísale una cita. Nadie quiere a los niños envejecidos" (225).

Llamativamente, esta novela, que termina de esta manera, es entregada a su autor el mismo día que este decide quitarse la vida tras una sobredosis de barbitúricos. Estas memorias de María del Carmen Huerta son, tal vez, en parte, memorias de esas siglas que se cuelan en su firma, A.C., que coinciden con las iniciales del autor. Es como si la novela le hubiera servido, de alguna manera, de carta de despedida.

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