¡Que viva la música!

¡Que viva la música! Resumen y Análisis Parte 1 (páginas 49-75)

Resumen

La narradora, a quien apodan Mona, comienza su relato destacando lo rubia y lo brillante que es su cabellera. Pero, a la vez, sostiene que en el momento de la enunciación, mientras escribe estas palabras, su pelo no está tan reluciente, debido a que está anocheciendo y, además, que la andadera y el maltrato, con el paso del tiempo, le quitan el brillo incluso a ella. Afirma que lo que quiere es contarles a sus lectores su historia y para eso debe remontarse al pasado, a ese momento donde su pelo aún brilla con fuerza: quiere comenzar por el día en que realiza su incursión en lo que considera el mundo de la música y el baile; el mismo día en el que abandona las lecturas compartidas con sus compañeros de estudio de El capital, de Karl Marx. Asegura, insiste y reitera en varias oportunidades que no cansará con esto al lector, a quien se dirige de forma directa; que sabe que con su contar lo cautiva.

El primer día de su nueva vida Mona lo ubica, entonces, un mediodía en que, al levantarse, nota que se ha ausentado a la reunión con sus compañeros, que era a las nueve de la mañana. Desde ese momento, confiesa que la persigue una vergüenza mañanera que, sin éxito, intenta que ella borre y niegue lo genial que es cada una de las noches previas, las que le causan esos despertares.

Al levantarse abre las cortinas, pero no la persiana, y mira, a través de las rendijas, las oscuras montañas que se asoman en el paisaje exterior. Estas contrastan con la blancura de su piel, en la que unas venas azules resaltan y la enorgullecen. La mención y el recuerdo de sus venas azuladas la lleva, otra vez, al presente de la enunciación, al momento en el que se halla escribiendo las palabras que conforman su historia y, entonces, declara que el día previo, en una entrevista médica, descubre que son principios de várices. Reflexiona brevemente sobre su presente, sobre los efectos de la noche, sobre que a veces su conciencia le pide cambiar de vida, que el sol y la luz del día la quieren hacer cambiar de parecer, pero cuando llega la noche se olvida de todo eso y vuelve a sus andaderas cotidianas. En este momento, como en otros en que se le escape en su verborragia cierta información sobre su presente, se va a reprimir, va a detener la narración y va a intentar volver al pasado: su objetivo es organizarse y contar los hechos en orden cronológico.

Vuelve, entonces, al día en que quiebra su horario y su rutina y en que se desencadena toda su historia, consecuencia de la noche previa, en la que una salida nocturna hasta tarde y la marihuana consumida modulan su despertar. Cuenta que, cansada, vuelve a la cama y, desde allí, les pregunta a las sirvientas, a los gritos desde su cuarto, si alguien la llamó. La respuesta es afirmativa: una de las llamadas es de sus compañeros de estudio. Hasta ese momento, esta adolescente del exclusivo barrio de Versalles, conocido como el Nortecito en Cali, hija de un reconocido fotógrafo y una culta madre, es una alumna ejemplar y muy aplicada, que, gracias a su método y disciplina, consigue el segundo lugar en los exámenes de admisión de Arquitectura de la Universidad del Valle, carrera que, para ese entonces, comenzaría en quince días y para la que ya practica la forma de estudio e incorporación de conocimientos a través de ese grupo de lectura que conforma junto con los marxistas Armando el Grillo y Antonio Manríquez, y al que, finalmente, solo asiste en tres ocasiones. La otra de las llamadas recibidas es la de Ricardito el Miserable, un amigo de Mona que un día, luego de que ella asiste a la primera reunión de estudio, la lleva a conocer el río Pance, cuya agua siente transformadora, muy diferente a la de las piscinas a las que la invitan Lucía y otras antiguas compañeras de escuela, con las que ya no encuentra conexión.

Ante el espejo fisurado de su cuarto, ese mediodía, la protagonista se observa deseando ser como Mariángela, otra muchacha del norte de Cali amante de la noche, compañera de salidas de Mona y que, en el presente de la enunciación, se encuentra muerta. Mona fuma y duda: no sabe si llamar a Ricardito, si bañarse y lavarse el pelo, si escuchar los discos que le prestó su amigo Silvio para que ella aprenda sobre música en inglés o si volver a dormir. Decide bañarse y pedir un desayuno abundante. No quiere salir porque el sol arde afuera, pero, a la vez, la sofoca la idea de un almuerzo en familia. Mientras piensa en lo confortable de vivir solo de noche, tocan la puerta de su cuarto: es Ricardito el Miserable y trae cocaína que su madre le ha traído desde Estados Unidos para calmar sus traumas; en ese momento, en su cuarto y con una radio que suena mal de fondo, Mona prueba esta droga por primera vez.

Con la cocaína todavía haciendo efectos sobre su estado, Mona decide que es hora de que salgan a la calle. Tras gritar que ya no quiere su desayuno, dejan la casa materna y cruzan el Parque Versalles. Apuran el paso cuando escuchan música que proviene del parqueadero de los almacenes Sears, un lugar que en la década de 1960 alberga el Centro a Go-Go, sitio donde previamente se solían hacer fantásticas fiestas. Sin embargo, al llegar, no encuentran más que a Bull y Tico, dos jóvenes conocidos que están escuchando música con un potente transistor que se pasan de oreja a oreja. Deciden, entonces, asistir a alguna de las tres rumbas que se están realizando ese día. Optan por ir a la del Flaco Flores, que acaba de llegar de Estados Unidos con muchos discos, por lo que se encaminan a la Avenida Sexta, en cuyo cruce con Squibb encuentran a otros tres jóvenes estudiantes que están tomándose un recreo de los libros y que se unen a su grupo en busca de rumba: se trata de Pedro Miguel Fernández, Carlos Phileas y Lucio del Balón.

Camino a la fiesta, Mona es el centro de atención del grupo de muchachos y le encanta. Lo que le perturba es que Ricardito el Miserable parece empezar a mostrarse disgustado por el hecho. Ante un agasajo que ella prodiga a Tico por su radio, Ricardito protesta y le dice que se va. Ella lo detiene, pero solamente para pedirle que le deje un poco de cocaína. Él, enojado, le recrimina que solo para eso lo quiere, le da un sobre con droga y se marcha. En ese momento se enteran de una nueva rumba, la cuarta, cerca del Río Pance, con marshmallows, un dulce típico de Estados Unidos, y rock latino. Esta opción no entusiasma tanto a Mona. Continúan caminando, charlando y escuchando música, y mientras ella imagina qué rol tendrá cada uno de esos jóvenes con ella esa noche, de repente divisa a los marxistas, sus compañeros de lectura de El capital, que vienen caminando barbados, ojerosos, sucios y cansados tras una larga jornada de estudios. Ella, ante los intimidados muchachos, se excusa por su ausencia de la mañana y les promete verlos el lunes siguiente.

Análisis

La novela está narrada en primera persona por su protagonista, a quien conocemos, primero, a partir de su apodo: Mona. El nombre completo, María del Carmen Huerta, se devela recién al final de la historia, cuando firma el texto. La narración de Mona, la protagonista, está en retrospectiva. Ella, desde un presente de la enunciación cuya fecha real desconocemos, aunque al final se estipule que sería entre marzo de 1973 y diciembre de 1974, relata lo vivido un tiempo antes. No obstante, ese lapso de escritura indicado parece coincidir, en realidad, con la escritura del autor y no con la escritura ficticia de la narradora, como veremos al final del análisis. En cuanto a los hechos narrados, que corresponden a un periodo de la vida de Mona, es posible fecharlos entre agosto de 1972 y diciembre de 1973, por ciertos indicios desperdigados a lo largo del texto, por ejemplo, cuando afirma: "Quebré mi horario aquel sábado de agosto, entré a la fiesta del Flaco Flores por la noche" (80), y cuando, más adelante, se menciona 1973 como un año relacionado con cierto acontecimiento vinculado con la salsa, entre otras pistas.

En esta primera parte, la narradora muchas veces se detiene para hacer apreciaciones sobre la forma en la que está contando su historia, para volver a organizarse o para hacer reflexiones desde su presente sobre situaciones vividas en el pasado. Por ello, a veces se adelantan algunas ideas sin que el lector se dé cuenta todavía, exactamente, a qué refieren. Cada vez que su narración se detiene o que los pensamientos del presente se inmiscuyen en la exploración de su pasado, explicita que está organizándose y fuerza su escritura para volver al orden cronológico elegido: "Eso fue la semana pasada, el sábado apenitas. No quiero adelantarme mucho, no sea que terminemos empezando por la cola, que es difícil de asir, que golpea y se enrosca. Desearía que el estimado lector se pusiera a mi velocidad, que es energética. Vuelvo al día en que quebré mi horario" (53). En este caso, utilizando la metáfora de esa cola difícil de asir y enroscada, genera y adelanta la idea de que su presente es turbulento y que para entenderlo hay que conocer su pasado. No se conoce la razón de su narración, pero sí hay una voluntad expresa de intentar explicar detallada y cronológicamente los hechos que desencadenan su presente. Tiene apuro por contarlo todo y, al parecer, es una necesidad que está arrastrando desde hace algún tiempo, dado que confiesa que en algún momento se le ocurre explicarle a Lucía, una antigua amiga de su vida previa, sus causas e historias, pero cuando está por realizarlo desiste y no lo hace. Por lo tanto, se siente aliviada al poder estar haciéndolo ahora y reconoce que fue mejor esperar para presentarlo de esta manera: "Ahora sé que no tenía por qué hacerlo. Hay mejores oportunidades de contar la historia, y ahora el lector se está enterando, papito lindo. Aún tengo la vida" (55). Como se ve, la narradora tiene un interlocutor anónimo al que se dirige de manera directa: el lector aquí en esta última cita, o los lectores en otros momentos. Es decir, estas memorias están escritas para ser leídas por otros; no se presentan como un diario íntimo.

Cuando comienzan los hechos que se busca contar, la protagonista es una adolescente burguesa de uno de los barrios de la zona norte de la ciudad de Cali, en Colombia. Versalles, su zona, es conocida por ser un lugar de afincamiento de la clase alta de la ciudad: "Vivía pues, yo, en el sector más representativo y bullanguero del Nortecito, aquel que comprende el triángulo Squibb-Parque Versalles-Deiri Fros, el primer Norte, el de los suicidas. Lo demás, Vipepas, La Flora, etc., es suburbio vulgar y poluto. Mi Norte era trágico, cruel, disipado. Vivía con ventana al Parque Versalles" (69). En ese norte rico y trágico, lleva una vida que puede considerarse privilegiada: acude a una de las mejores escuelas de la ciudad, obtiene el segundo puesto en el ingreso a la carrera de Arquitectura en la Universidad del Valle, vive junto a su padre y su madre en una casa con vistas al Parque Versalles asistida por varias sirvientas. Al parecer, aunque no menciona más que su blancura y lo rubia y brillante que es su cabellera, parece tener una figura hegemónica y ser el centro de atención cuando entra a fiestas o cuando camina con sus amigos por las calles caleñas.

Esa vida burguesa y estable de adolescente de clase acomodada, en la que se da el lujo de pedirles a las sirvientas que preparen comida que luego desprecia, no es la misma que tiene, al parecer, en el momento en que escribe su historia: "me la paso esperando a que un día se pierdan por aquí, por esta Quince con Quinta en la que vivo, conscientes, a ensuciarse de la grasita de la plebe" (70). Es decir, hacia el final de la historia se encuentra en la zona este de la ciudad y ya no está rodeada por personas ricas sino por "la plebe". También menciona, como hemos visto, el deterioro que sufre su cabellera y las várices que se ven en sus piernas, y hasta su vestimenta es diferente: "metiéndome en el vestido camisero anaranjado para días como el que narro. Para una noche así de rara como ésta uso capa negra, ya raída y todo, pero es que la toco y toco la cercanía, la confianza que produce envolvedora mía" (61).

En su dormitorio, Mona se mira en el espejo fisurado y piensa qué hacer. Ese es el primer día de su nueva vida: se ha ausentado a las reuniones de lectura de El capital tras una noche de rumba y marihuana. Ese espejo fisurado, que devuelve una imagen partida, simboliza la dualidad ante la que se encuentra la protagonista: tiene un estilo de vida pero, al parecer, ansía encontrar otro diametralmente opuesto. Y tiene, además, grandes ansias por aprender; el aprendizaje es una herramienta para alejarse de la vida a la que se acostumbró durante toda su existencia. Al principio, al parecer, ese aprendizaje lo asocia con el estudio, y el cambio buscado, con la lectura de una obra canónica que se opone al capitalismo en el que parece sumirse su ciudad y la gente con la que se involucra cotidianamente. Por ello, se organiza con dos amigos en ese grupo de lectura marxista. Sin embargo, esas lecturas no constituyen una verdadera transformación, dado que uno de los motivos por los que las realiza es prepararse para la vida universitaria. El cambio comienza a producirse con la inversión de las horas: deja de lado las horas productivas del día y espera, únicamente, las de la noche, y no para dormir, sino para gozarlas y aprender.

¡Que viva la música! es un texto de iniciación: la protagonista se inicia en diversas actividades y experiencias por primera vez en su vida. Tres de esos inicios, que se pueden encontrar en estas primeras páginas, se vinculan con la música, las drogas y la sexualidad.

La protagonista se muestra ansiosa por aprender porque infiere que está en inferioridad de condiciones respecto a los otros jóvenes: no sabe inglés y, por lo tanto, no entiende las letras de las canciones de rock que escuchan sus amigos. Admira a quienes sí poseen ese conocimiento al que quiere llegar: "La que más sabía era Mariángela: decía nombres de músicos y de canciones en inglés" (57). El consumo que hace de música, por tanto, es voraz: prende la radio en su cuarto; recibe discos prestados por un amigo para conocer; escucha, al igual que sus amigos, con transistores por la calle; espera la llegada de la noche para ingresar a fiestas con música a alto volumen.

A este consumo y experimentación musical se le suma el consumo y aprendizaje del uso de diversas drogas. La protagonista, sin miedo, prueba todas las que le ofrecen. Y la novela presenta las partes dedicadas al consumo de estupefacientes casi como un catálogo de sustancias y efectos: sin emitir un juicio valorativo, brinda información sobre la experiencia de uso de cada una de las drogas consumidas. La primera con la que tiene contacto es con la marihuana: "Esto de ver rodillas donde hay montañas, lo supondrá el lector, es porque la muchachita ha probado ya sus drogas... Entonces empecemos: la mariguana me daba pesadez de estómago, pensadera inútil, odio, horquilla, pereza, insomnio; luego vendrían los riecitos de fuego excavando, ciempiés, pequeños y mordientes en mi cerebro (allí caí en cuenta que tenía un cerebro), melancolía de boca, flojera de piernas y punzones en las ingles de tanto en tanto" (57-58). La segunda es la cocaína, que, paradójicamente, la madre de Ricardito le trae de Estados Unidos para que el muchacho se calme:

Bueno, probé y qué. Dura 10 minutos el efecto, que es fantástico. Después da achante y ganas de no moverse, espeluznante sabor en la boca, ardor en los pliegues del cerebro, fiebre, uno se pellizca y no se siente, ver cine no se puede porque da angustia el movimiento, sentimiento de incapacidad, miedo y rechinar de dientes. ¡Pero qué lucidez para la conversación, para los primeros minutos de una conferencia! ¡Y si se tiene bastante, no hay cansancio: uno se puede pasar 3 días seguidos de pura rumba! Luego viene el insomnio, el mal color, las ojeras amarillas y los poros lisos, descascarados. Ganas de no comer sino de darse un pase (64).

El consumo está relacionado con la búsqueda de la protagonista: quiere sentir la música y hacer durar la rumba.

En relación con el sexo, lo que notamos en estas primeras páginas es que la protagonista es consciente del erotismo que puede generar. Cuando Ricardito, su amigo, la visita en su cuarto, ella, que recién termina de darse un baño, lo recibe con toda su desnudez y prepara, deliberadamente, una imagen que supone erótica ante la vista del muchacho:

yo aproveché su silencio para darle la espalda y para divertirlo: abrí la puerta del closet y me saqué la toalla del cuerpo en un solo movimiento, la dejé caer cerca de él [...] y protegida, como estaba, por la puerta del closet, me hice ¡Chif! ¡¡Chif!! en cada una de mis axilas, como gorditas, y tiré el tubo de desodorante a la cama para que él viera que la marca que siempre uso es «Aurora de Polo». Nunca me ponía a pensar en cuál calzoncito ponerme: cogía el primero del montón, y tenía miles (61).