¡Que viva la música!

¡Que viva la música! Resumen y Análisis Parte 5 (páginas 150-195)

Resumen

Un día, en su caminar diario, en el que ya lleva incorporado el ritmo de la salsa, tras salir del cine Mona se topa con un hombre que anda con el mismo ritmo y con quien baila acaloradamente una canción de cinco minutos de Richie Ray. Se trata de Rubén Paces, un joven cejón y dientón, de cara bonita y piernas largas que vive en el barrio que ella llama San Fercho, y con el que tiene una conexión inmediata a través de la música. Rubén, para regocijo de la protagonista, se dedica a la administración y programación de discotecas de fiesta y habita un garaje junto a un Instituto de Ciegos y Sordomudos, por lo que la música a todo volumen no representa ningún tipo de problema para sus vecinos. Sus gustos musicales, además, coinciden con los de ella: Richie Ray, Bobby Cruz, Miki Vimari, Mike Collazos, Russel Farnsworth y Pancho Cristal. Rubén la invita a su casa, donde ella se queda unos cuantos días.

Mona comienza a acompañarlo y ayudarlo en el trabajo, al que los lleva Don Rufián, el jefe de Rubén. La tarea principal de Mona es asistir a Rubén, sobre todo cuando vomita, cosa que hace en cada fiesta, sin excepción. Mona no sabe a qué se debe ese vómito sistemático, por lo que comienza a averiguar. Una fecha tallada en la pared, al lado de la cama, es la pista que da pie a que Rubén le cuente los hechos traumáticos sucedidos la noche del 26 de diciembre de 1969.

Rubén, entonces, comienza su relato. Aquella noche, el muchacho sale de la casa de sus padres para encontrarse con el Flaco Tuercas, un amigo de la infancia, quien días antes lo había invitado a probar marihuana, y ambos experimentan fuertes y novedosos efectos. El plan es ir a oír un show de Richie Ray y Bobby Cruz con Salvador, un amigo un poco mayor de Tuercas, ya universitario. Salvador llega borracho al encuentro y les propone ir primero en taxi a comprar droga a un barrio que a Rubén le resulta tétrico. La droga es Seconal, un barbitúrico, y Rubén la ingiere en el taxi camino al show. Antes de ingresar, además, fuma marihuana. Cuando entra, descubre, entre adormecido por los efectos de la mezcla de drogas y maravillado por los sonidos y los colores que sus aguzados sentidos perciben, el show de la orquesta y del público enardecido; esa visión le basta para saber que ese es su sonido. Se acerca, jadeante, hasta el escenario, donde consigue mirarse cara a cara con los músicos e incluso tomar la mano de Cruz mientras ingiere otra pastilla de Seconal. Es una experiencia que supone trascendental, pero que, a la vez, lo termina torturando de por vida, dado que por los efectos de las drogas no recuerda más que unos pocos fragmentos de la única vez en la vida en la que tuvo la oportunidad de ver en vivo a quien sería de allí en más su ídolo: Richie Ray. Y esta fue, además, la noche en que Ray hizo historia desplazando a Los Graduados, una banda de Medellín que, se suponía, era el grupo de moda del momento. Esa fue la primera noche en que Rubén vomitó. Y de allí en más siempre lo hace, atormentado por el olvido de la que, sabe, fue la mejor noche de su vida. Desde ese año, Rubén espera, sin éxito, el regreso de Richie Ray a Colombia, y cada diciembre imprime afiches en los que deja leer el rechazo del pueblo de Cali a los cultores de lo que llama el "«Sonido Paisa» hecho a la medida de la burguesía, de la vulgaridad" (175).

Mona decide dejar a Rubén cuando conoce a Bárbaro, un joven ladrón de diecisiete años con el que se vincula en una de las fiestas en las que Rubén pasa música. Bárbaro vive en el taller de artesanías de un primo hermano y la invita a ir con él hacia allí, en el extremo sur, pasando el río Pance, en la ribera de la cordillera, última llanura antes de las montañas. En ese lugar, Mona sufre una nueva transformación: la llenan de collares, bolsos, blusas indígenas, y toma el olor y el sabor de la tierra. Bárbaro se dedica a atracar gringos que están de paseo por la montaña y Mona comienza a ayudarlo en sus cacerías. La primera víctima sobre la que se narra es Dino, un gringo que está solo buscando y consumiendo hongos y que es interceptado por la pareja. Al principio cree que ellos son amigables con él, pero, tras una breve charla, Bárbaro comienza a golpearlo hasta que ambos lo arrastran al río y lo tiran allí. Las noticias, al día siguiente, dan cuenta de la aparición de un hombre desnudo y alucinado al que las autoridades deben regresar a su país de origen.

En este punto, la narradora comienza a apurar su historia: sostiene que no quiere que llegue a hacerse de día antes de que concluya su exposición de los hechos. Lo que está narrando parece cercano a su presente, ya que refiere un hecho ocurrido el primer lunes del último diciembre: en un viaje en bus, en el que todos los pasajeros son negros, la protagonista siente como una rara ensoñación, acompañada por la música de tres radios que transmiten la misma canción y ante la cual todos sonríen: se escucha "Lo atará la arache", de Richie Ray y Bobby Cruz, una canción que dice, entre otros versos, "lo altare la araché pero caína caína nos coge la noche lo altare la araché" (194).

Análisis

Con los deportistas, la protagonista conoce la salsa y aprende sobre ella; la incorpora en su vida, en su vocabulario y en su andar. Esta última característica es la que la une con Rubén Paces, su nueva pareja. Esta es la forma en la que Mona narra su primer contacto con él:

los observadores más vivos harían esfuerzos por adivinar el nombre del ritmo que teníamos adentro, y con Richie namá, apreté un poco más aquel hombro, le miré fijo la cara, aunque difícil es, porque con tanto bajonazo la visión se borronea, brincante, le di mi gracia y mi fidelidad en aquella mirada, parpadié, empecé a contar del 10 al 1 y Caína a ven-ven, mirá que rico está, jala que no jala pallá, yo marcaba cada número con sacudita de índice y él con rodilla izquierda y planta (gruesa) del pie derecho, tamboreo y jaaaaaaaaaaaay (151).

De esta forma el ritmo ingresa en su cuerpo y en su lengua.

El trabajo del muchacho la ayuda a vivir de rumba, rodeada por la música que ambos comparten. Rubén, en algunos aspectos, recuerda a Ricardito el Miserable, dado que ambos son personajes atormentados. La razón del tormento de Paces, y el motivo por el que vomita asiduamente, aparece como un relato enmarcado, es decir, él relata su historia que aparece, por tanto, dentro de este escrito que son las memorias de Mona. En 1969, Richie Ray da un show en Colombia. A este show alude el personaje de la novela como origen de su tristeza. Es la mejor noche de su vida y él, sin embargo, no puede recordarla porque estaba drogado. Contar la anécdota no solo le sirve para revelarse de forma completa ante Mona, sino también para que Caicedo, desde la obra, critique lo que considera el “sonido paisa”: música simple y vulgar para que festeje la burguesía.

Cuando Rubén termina de contar su historia, ella bosteza y avanza sobre él. Es como si el haber escuchado sus miserias le despertara un apetito sexual desenfrenado, que sacia solamente perpetrando el acto sexual hasta agotarlo: “me lo tragué integro” (178), confiesa la voz narradora. Y lo deja tirado en el suelo, con la mirada perdida, quejándose y reclamando por su madre. Otra vez, la actitud de ella es como si fuera la de un poderoso ser que le chupa la energía a sus parejas.

Antes de dejarlo a Rubén, aprende más que nunca sobre música porque, gracias al conocimiento de este hombre, que se dedica profesionalmente a pasar música en fiestas, profundiza en detalles específicos de la música y de quienes la saben disfrutar: “Me enseñó el brillante misterio de las 45 revoluciones por minuto para un disco grabado en 33, invento caleño que define el ansia normal de velocidad en sus bailadores” (179). Esto hace referencia a las 45 RPM, es decir, las 45 revoluciones por minuto, en que se grababan los vinilos. Más tarde comienza a emplearse la técnica de las 33 revoluciones por minuto, que es la más usada en la actualidad. Rubén Paces le enseña a escuchar un disco grabado en 33 a una velocidad de 45 revoluciones, es decir, de manera más veloz. Ella compara esta cualidad con el modo de sentir y bailar la música de los caleños. Y, mientras su conocimiento se acrecienta, su pelo brilla cada vez más.

Mona decide dejar a Rubén cuando este ya presenta toda su miserabilidad y ella lo considera “ave de mal agüero” (182). En ese momento, además, conoce a Bárbaro, un joven aindiado y violento, al que sigue una banda de niños, que son los que interceden para que ellos entablen su vínculo. El momento en el que decide dejar a Rubén, el pobre Paces se presenta con “un color en la cara que uno pensaría que dentro de él jamás hubiera amanecido” (185); ella, en cambio, que ya “chupó” toda su energía, está recibiendo una nueva: “Yo lo miré, rosadita, desde el Parque, obteniendo color de mi nuevo acompañante” (185).

Lo que Bárbaro tiene para ofrecerle es del agrado de ella, que siempre está dispuesta a ir un paso más en la transgresión de normas. Él dedica su vida al ataque y al delito y, además, vive aún más al sur, con la salsa y las montañas como único horizonte. En ese sur, ansiado desde el inicio por la protagonista, ella sufre un nuevo devenir, vinculado con lo nativo y con la delincuencia. Así como antes sufrió significativas desviaciones respecto a su vida previa en contacto con la naturaleza (hablamos de su contacto con el río Pance y de la revolcada por el pasto y por la mierda al llegar a la fiesta bembé), ahora, en la bienvenida al hogar de su nueva pareja, se genera algo nuevo: “Entonces me llenaron de collares, bolsos, blusas de los indígenas, y así ataviada me volví con olor y sabor a tierra y tripliqué mi ardor, pues con mi amado nos manteníamos Pance abajo, ¿haciendo qué? Bajando gringos. Así conseguía Bárbaro el merco, y le gustaba la acción” (187).

La visión que tiene en el bus camino al Valle del Renegado funciona como un adelanto de otro momento que será clave en su vida. La canción que suena en las radios al unísono, dice la narradora, funciona como un conjuro: la letra de este tema afrocubano contiene términos propios de la santería yoruba. Mona está ingresando a un momento crucial en su vida, y la música y los ritmos antillanos se hacen presentes para enmarcar lo que viene. Estos episodios, como se ve, siempre tienen algo de ritual. Para el momento en el que el bus llega a Xamundí, habiendo dejado atrás "las modernas urbanizaciones, los colegios de ricos, los molinos abandonados" (195) y todos aquellos lugares que alguna vez formaron parte de su vida, de la que ahora es excluida y se excluye ella misma, la furia de Bárbaro se presenta y contrasta con la tranquilidad de los pasajeros, "ese grupo de gente oscura y tranquila" (195). La de Bárbaro parece ser una fuerza natural, nativa y lejana, que busca venganza.