Resumen
31
Se hace de noche y Juan Preciado sigue en la casa de los hermanos incestuosos. El hombre y la mujer salieron. Mientras están fuera, una mujer vieja entra en el cuarto desde la calle. Saca de debajo de la cama una petaca y la mira detenidamente. Toma unas sábanas y sale del cuarto en puntas de pie.
Juan se queda duro mientras tanto, como intentando pasar desapercibido. Luego oye la voz de la mujer de la casa, Dorotea, que le ofrece agua de azahar para que se le pase el miedo, pues ve que él está temblando. Juan les cuenta a los hermanos que ve cosas que quizás no estén realmente, como la vieja. Los hermanos no le dan importancia y creen que está enfermo, que es un místico o quizás un mentiroso.
32
Juan recuerda las cosas que le sucedieron en Comala. Nota que la mujer está durmiendo al lado de él, o se hace la dormida. La habitación donde están está sucia y el colchón huele a orina.
Juan se sienta en la cama y le pregunta a Dorotea por su hermano. Ella responde que se ha ido y que quizás no vuelva, como muchas otras personas que se fueron alejando y finalmente no volvieron más. Ella le ofrece unas tortillas y un trozo de cecina para comer, y le cuenta que se las cambió a su hermana, la mujer que Juan vio entrar antes, por unas sábanas limpias.
33
Una conversación entre un hijo y su madre. El hijo pregunta a la madre si lo oye y si lo ve. Dice que está en el pueblo de ella, junto a su gente. La madre responde que no lo ve.
34
Juan le dice a Dorotea que dormirá en el suelo, ya que la cama es tan dura como el piso. Dorotea lo invita a dormir con ella y cuidarla, ya que su hermano, Donis, no volverá. Además, le avisa que en el suelo lo comerán las turicatas. Finalmente, Juan acepta y se acuesta con ella.
35
Juan se despierta en la mitad de la noche a causa del calor. Sale a la calle a tomar aire fresco, pero se siente asfixiado e intenta volver a respirar el aire que va saliendo de su boca, hasta que finalmente el aire sale de su cuerpo para siempre. Lo último que ve es un remolino de nubes sobre su cabeza.
36
Donis y Dorotea encuentran a Juan muerto en la plaza. Arrastran su cuerpo ya endurecido hasta la sombra del portal y lo entierran. El cadáver de Juan le cuenta a Dorotea que lo mataron los murmullos. Aquella noche que salió de la casa de Dorotea, fue hacia la plaza guiado por el bullicio de la gente. Oía las voces como si se filtraran por las grietas de las paredes. Sentía mucho frío, y luego se dio cuenta que el frío venía de su propia sangre, pues estaba aterrorizado. Al llegar a la plaza vio que no había nadie, aunque seguía oyendo las voces bien claras, como el ruido de una muchedumbre en un día de mercado. Sentía que los murmullos se iban acercando cada vez más, y distinguió una frase: “Ruega a Dios por nosotros”. Finalmente, murió de miedo.
Dorotea le dice que no debía haber ido a Comala a buscar a su padre. Le cuenta que a ella también la ilusión de encontrar a un familiar le costó cara. Se volvió loca buscando un hijo que nunca tuvo y, cuando se dio cuenta, ya estaba vieja y el pueblo había quedado desierto, por lo que no le quedó más que esperar la muerte. Ahora está enterrada junto a Juan Preciado, en la misma tumba.
37
Fulgor Sedano está trabajando en la Media Luna. Se cruza con Miguel Páramo, que vuelve después de pasar la noche fuera. Miguel le pide el desayuno a Damiana Cisneros y le pregunta si conoce a Dorotea. Damiana le responde afirmativamente y le dice que Dorotea está afuera, hamacando un paquete como si fuera su hijo. Miguel conversa con Dorotea y, a la vuelta, le ordena a Damiana que le sirva el desayuno todos los días a partir de ahora.
Fulgor advierte a Pedro Páramo sobre el comportamiento descontrolado de Miguel, ya que se dice que anda asesinando hombres y buscando pendencia en el pueblo. Pedro le dice que su hijo es incapaz de hacer ese tipo de cosas, y le ordena que no dé importancia a lo que se dice en el pueblo, ya que esa gente no existe.
38
Dorotea y Juan Preciado conversan sobre la muerte. Ella dice que perdió toda esperanza de salvación cuando el padre Rentería le dijo que no conocería la gloria debido a sus pecados. Desde ese momento perdió toda ilusión y esperó la muerte. Piensa que su alma debe estar vagando, buscando a otros que recen por ella. Narra el momento en el que sintió que su alma se fue de su cuerpo.
39
Le avisan a Pedro Páramo que Miguel ha muerto y llevan el cuerpo a la hacienda para amortajarlo. Fulgor le informa a Pedro que nadie lo ha matado, sino que tuvo un accidente con el caballo. Velan a Miguel en la casa. Pedro le ordena a Fulgor que sacrifique al Colorado. Las mujeres del pueblo sobreactúan el llanto y la tristeza por la muerte de Miguel, para congraciarse con Páramo.
40
Esa misma noche, el padre Rentería no puede dormir y sale a recorrer el pueblo. Se siente culpable por haber sido partícipe del aumento de poder de Pedro Páramo. Recuerda cuando Pedro le trajo a Miguel recién nacido y le sugirió que él se haga cargo, que lo hiciera cura, pero él se negó, ya que los Páramo tienen mala sangre. El padre va a Contla a confesarse con el cura de allí, pero este le niega la absolución, porque, dice, Rentería consiente mucho a Pedro Páramo.
Rentería vuelve a Comala, va a la Media Luna a darle el pésame a Pedro Páramo y luego va a la iglesia a confesar a las mujeres. La primera es Dorotea, quien llega borracha del velorio de Miguel. Cuenta entre sus pecados haberle conseguido mujeres a este. El padre la absuelve pero le dice que no irá al Cielo cuando muera. Luego, se siente muy cansado y mareado. Sale del confesionario y les dice a todos aquellos que esperaban para confesarse que, si se sienten sin pecado, podrán comulgar al día siguiente. Finalmente, se va a la sacristía.
Análisis
En el fragmento 35, se da una resolución a la tensión vida/muerte o realidad/fantasía que se había planteado en la novela desde el principio. A partir de los hechos que se narran desde el fragmento 36, se entiende que Juan Preciado también está muerto y enterrado, así como los demás personajes de Comala, cuyas voces fue escuchando desde el comienzo de la novela.
Este efecto es posible ya que en los fragmentos sobre Juan Preciado, él es el narrador y los lectores vemos los sucesos desde su punto de vista. De esta manera, nos vamos enterando de lo que sucede al mismo tiempo que él. Experimentamos su muerte y el pasaje al “otro lado”, a la vida después de la muerte, desde su perspectiva.
En este sentido, la novela plantea una conexión entre la vida y la muerte. Los muertos siguen teniendo una “existencia” en el mismo plano en el que vivían antes de morir, siguen conservando los recuerdos de su vida anterior y su voz. La única diferencia sustancial, y la que determinaría el límite entre la vida y la muerte, es que ya no tienen alma. Juan narra: “Entonces se me heló el alma. Por eso es que ustedes me encontraron muerto” (p. 63). Luego, cuando Juan y Dorotea conversan sobre la muerte, ella narra el momento de su muerte de esta manera: “Y abrí la boca para que [mi alma] se fuera. Y se fue. Sentí cuando cayó en mis manos el hilito de sangre con el que estaba amarrada a mi corazón” (p. 70-71).
En este punto cobra importancia el rol de la Iglesia y del padre Rentería como su representante, en relación a todas las almas en pena que recorren Comala. En el fragmento 40, el padre Rentería conversa con el cura de Contla sobre su complicidad con el accionar de Pedro Páramo. La posición del padre es compleja: sabe que apañar a Páramo es contradictorio con su responsabilidad con la comunidad, reconoce que está obrando mal y se siente culpable, pero es muy cobarde y muy interesado para oponerse a los mandatos del caudillo. Le dice a su sobrina Ana: “-Mal no, Ana. Malo. Un hombre malo. Eso siento que soy.” (p. 77) Puede decirse que el padre Rentería y Fulgor Sedano son los dos mayores instrumentos por los que se perpetúa el poder de Páramo, pero la principal diferencia entre ambos es que Rentería siente remordimiento y Sedano pareciera disfrutar de ser el brazo armado del autoritarismo de Páramo: "Palabra que me está gustando tratar con usted" (p. 40), dice, mientras planea el engaño a Dolores Preciado junto a su patrón.
También, al margen de su actitud obsecuente, llama la atención que el padre es implacable con los pecados del resto de las personas. Es bueno con los malos y malo con los buenos; su interpretación de los mandatos de la Iglesia es demasiado flexible en algunas ocasiones y demasiado fundamentalista en otras. Se deduce de esto que el padre Rentería no solo es una víctima del autoritarismo de Páramo, sino que él mismo abusa de su poder simbólico de manera discrecional. De esta manera se explica la falta de misericordia con Dorotea, que le confiesa arrepentida que le entregaba las mujeres a Miguel Páramo, mientras que le otorga el perdón al mismísimo Miguel. Su manejo discrecional del perdón de Dios tiene como objetivo seguir siendo la referencia moral del pueblo, y tiene como consecuencia directa la proliferación de almas en pena en Comala, pobres pecadores que nunca consiguieron la salvación y están condenadas a permanecer en el pueblo, contando una y mil veces las mismas historias.