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Niebla La generación del 98 y la hispanidad en 'Niebla'

Hacia fines del siglo XX, el Reino de España se encuentra sumido en la decadencia. El proceso de restauración de la dinastía borbónica, la repentina e inesperada muerte del rey Alfonso XII en 1885 y el nacimiento de su heredero en 1886 colocan al reino en plena crisis política. En el plano cultural, toda la segunda mitad del siglo XIX se caracteriza por un estancamiento de las ideas: los intelectuales comienzan a acusar la falta de renovación del panorama literario y artístico, que se ha vuelto conservador y ha perdido totalmente su vigor. En este contexto, el año 1898 marca un hito en el declive de España, cuando la derrota militar en la guerra hispano-estadounidense significa para la Corona la pérdida de las últimas colonias en América y Asia: Puerto Rico, Guam, Cuba y Filipinas. Los intelectuales nacidos entre las décadas de 1860 y 1870, experimentan la crisis del país en carne propia y la convierten en la base de sus pensamientos, sus reflexiones y sus búsquedas. Es tal la impronta que el panorama político y cultural deja en ellos, que muchos pasan a denominarse como la generación del 98.

La generación del 98 -de la que Unamuno fue parte- presenta dos características fundamentales como base de su producción artística y filosófica: por un lado, la inquietud por el destino de España y, por el otro, la crítica social y política. Del hondo malestar surge la necesidad de regenerar el espíritu de la sociedad española, algo que se plasma fundamentalmente en la producción literaria. Así, en las novelas de los escritores de este periodo se imponen temáticas existenciales, sociales y filosóficas, al tiempo que se rechaza el realismo y el naturalismo en pos de géneros literarios que permitan explorar con las formas y abordar la intimidad del sujeto en crisis.

En este contexto, Unamuno destaca como uno de los mayores intelectuales españoles de inicios del siglo XX. En la base de sus obras se halla una profunda crisis ontológica, la pérdida de la fe y la necesidad de encontrar un camino para la salvación del individuo y, al mismo tiempo, de la nación española. Así, en la obra de Unamuno la hispanidad se constituye como un objeto de búsqueda y de construcción permanente. El problema de ser español le permite al filósofo reflexionar sobre el hombre en su existencia real y en su praxis; es decir, en su constitución como sujeto social, inmerso en un contexto histórico determinado.

Para Unamuno, la hispanidad implica poder retomar de la tradición todo aquello que sirva para explicar el presente. En Niebla, se expresa este propósito a través del erudito Antolín Paparrigópulos, sobre quien expresa:

Dedicaba Paparrigópulos las poderosas energías de su espíritu a investigar la íntima vida pasada de nuestro pueblo, y era su labor tan abnegada como sólida. Aspiraba nada menos que a resucitar a los ojos de sus compatriotas nuestro pasado —es decir, el presente de sus bisabuelos—, y conocedor del engaño de cuantos lo intentaban a pura fantasía, buscaba y rebuscaba en todo género de viejas memorias para levantar sobre inconmovibles sillares el edificio de su erudita ciencia histórica (p. 169).

Si bien Antolín es un personaje grotesco que Unamuno crea para parodiar a los eruditos de su época (y, como muchos críticos han señalado, en particular a Menéndez Pelayo), esta es la búsqueda que caracteriza a su generación.

Unamuno encuentra, dentro de la historia cultural de España, la perspectiva del quijotismo como una vía para renovar la tradición cultural y actualizarla a su presente histórico. El quijotismo -fenómeno que surge en referencia al famoso personaje creado por Miguel de Cervantes Saavedra, Don Quijote de La Mancha- puede entenderse como un ideal de búsqueda de valores perdidos, pero realizada desde la imaginación y la libertad. A su vez, remite a la imposibilidad de diferenciar entre la realidad y la ficción, tal como le sucede a Don Quijote. Esta imposibilidad de diferenciación se encuentra en la base del proyecto escritural de Niebla, ya que Unamuno pretende confundir los materiales sobre los que se construye y se interpreta la realidad, hasta el punto de poner en duda la propia existencia. Así, la búsqueda ontológica a la que se entrega el filósofo implica alejarse del racionalismo y el positivismo, y explorar el ser más allá de la racionalidad.

Tal es la influencia del quijotismo en la obra de Unamuno que muchos críticos señalan a Niebla como una reescritura del Quijote para el siglo XX. Reescritura, no porque Unamuno desee remitirse al argumento del Quijote, sino porque Niebla (y antes, Vida de don Quijote y Sancho según Miguel de Cervantes Saavedra) imita la estructura dialógica del Quijote hasta desdibujar los límites entre la realidad y la ficción.

Cabe aclarar que Cervantes es conocido como el padre de la novela moderna debido a la creación de Don Quijote de la Mancha. En el Quijote, no solo levanta la voz contra las novelas de caballería que se leían en su época, sino que, con inmensa genialidad, pone en jaque la construcción del género y cuestiona con maestría los límites de la realidad y de la ficción.

Sin entrar en pormenores, cabe recordar el juego de autoría que se desarrolla dentro de la propia narración, cuando Alonso Quijano, el protagonista, encuentra el libro, escrito por Cide Hamete Benengeli, que él mismo está protagonizando. Este es el juego que Unamuno remeda en las páginas de su nivola al hacer que sus personajes sean los creadores de la propia novela. Con todo ello, estos grandes autores empujan al lector a cuestionarse el mismísimo estatuto de la realidad.

Además, así como Cervantes rompe con la tradición literaria de su época, Unamuno hace lo propio con el realismo del siglo XIX, consecuencia de su interés en escapar a la concepción de la realidad como algo objetivo, externo al sujeto y comprensible empíricamente mediante su observación. En su lugar, Unamuno propone la exploración de la realidad íntima, construida en el seno de la subjetividad de un individuo. Es esta exploración del individuo la que permite al filósofo comprender la constitución del ser español y proponer, en última instancia, el camino hacia una reforma del espíritu colectivo de España.

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