Resumen
Capítulo IV
Enmarañado en sus pensamientos, Augusto vuelve a su casa y se vuelve a cruzar con Eugenia sin reparar en su presencia. Allí juega una partida de tute con Domingo, costumbre de todas las noches antes de dormir. Al igual que por la tarde, está distraído y pierde la partida. En este caso, sin embargo, su mayor distracción es Liduvina, la cocinera, que también conoce a Eugenia y no está contenta con que Augusto se interese en ella. A pesar de ello, Liduvina se muestra esquiva y no da razones concretas sobre sus resquemores. Augusto empieza a sufrir ser el único que no conoce a Eugenia, pero aun así confía en ella y pone en duda el juicio de Liduvina.
Capítulo V
A la mañana, luego de desayunar, Augusto sale a la calle, se cruza con una mujer y, aunque está casi convencido de que se trata de Eugenia, no se anima a seguirla. Poco tiempo después decide presentarse en la casa de la joven y, al llegar, Margarita le informa, a pedido de Eugenia, que ya tiene pareja. Nuevamente, Augusto no se desalienta ante esta respuesta: está seguro de que vale la pena luchar por su amor. Para esto, le pide a Margarita que lo ayude y sea su aliada, a lo que ella accede. Augusto va a caminar por la alameda y durante el paseo recuerda a su madre. De su padre recuerda poco, solo el episodio de su muerte. En cambio, su madre estuvo muy presente durante su vida, cuidándolo y protegiéndolo con celo. En la Alameda, los quejidos de un animal lo traen de vuelta a la realidad: se trata de un cachorro abandonado que Augusto adopta y bautiza Orfeo.
Capítulo VI
Augusto merodea por la casa de Eugenia cuando, de repente, cae desde el segundo piso una jaula con un canario y este logra atraparla antes de que golpee contra la vereda. Con la excusa de devolverla, logra entrar a la casa y conoce a los tíos de Eugenia, sobre quienes genera una positiva primera impresión. El joven aprovecha para comentar su interés en Eugenia y los tíos se declaran rápidamente como aliados, en su objetivo de conquistarla, ya que lo prefieren a él como pretendiente antes que al muchacho que su sobrina frecuenta.
Cuando esa tarde Eugenia llega a la casa, su tía insiste en que Augusto es una mejor opción para ella, por lo que ambas mujeres terminan discutiendo con vehemencia.
Capítulo VII
Augusto dialoga con su perro, Orfeo, y filosofa melancólicamente sobre la naturaleza de la realidad, su amor hacia Eugenia, la vida y la eternidad. En medio de sus reflexiones, llega a la conclusión de que el amor es la única fuente de conocimiento posible sobre la realidad.
Capítulo VIII
Augusto va a la casa de Eugenia y se encuentra con sus tíos, Ermelinda y Fermín. Los tres charlan mientras esperan que llegue la joven. Cuando Eugenia aparece, su tía le presenta a Augusto, pero la joven le demuestra su rechazo categóricamente y luego se retira. Todos los presentes, sin embargo, coinciden en que Augusto debe insistir para conquistarla. Además, tanto Augusto como Fermín consideran que el carácter fuerte y difícil de Eugenia es una virtud. El joven protagonista vuelve a su casa y, pese a todo lo que sucedió, se mantiene optimista y dispuesto a conseguir el amor de Eugenia.
Análisis
En esta sección abordaremos los capítulos IV a VIII y nos concentraremos en el amor que siente Augusto y sus reflexiones en torno a él. Como hemos mencionado en la sección anterior, Niebla es una historia de amor que refleja, a su vez, la cuestión del problema de la existencia y la constitución de la identidad. Augusto, el protagonista, es un hombre rico que se enamora de una pianista, Eugenia. A lo largo de la obra intenta conquistarla, y para ello cuenta -como se comprueba a partir del capítulo VI- con el apoyo de Ermelinda, la tía de su amada. El enamoramiento lo tiene enajenado al punto en que no consigue concentrarse en nada más.
Esto se evidencia en el capítulo IV, cuando Augusto reflexiona sobre el amor mientras camina de regreso a su casa. En ese momento, es incapaz de concentrarse en una sola idea y su pensamiento divaga erráticamente, tal como puede observarse en este pasaje:
¿Y qué es amor? ¿Quién definió el amor? Amor definido deja de serlo… Pero, Dios mío, ¿por qué permitirá el alcalde que empleen para los rótulos de los comercios tipos de letra tan feos como ese? Aquel alfil estuvo mal jugado. ¿Y cómo me he enamorado si en rigor no puedo decir que la conozco? Bah, el conocimiento vendrá después. El amor precede al conocimiento, y este mata a aquel. Nihil volitum quin praecognitum, me enseñó el padre Zaramillo, pero yo he llegado a la conclusión contraria y es que nihil cognitum quin praevolitum. Conocer es perdonar, dicen. No, perdonar es conocer. Primero el amor, el conocimiento después (p. 47).
La cita en latín, “Nihil volitum quin praecognitum” (p. 47), se traduce como ‘no se puede amar lo que no se conoce’. Por el contrario, la inversión que propone Augusto, “Nihil cognitum quin praevolitum” (p. 47), significa ‘no se puede conocer sino aquello que se ama’. Esta propuesta de pensar que el amor es un posible camino hacia el conocimiento encuentra sus raíces en la filosofía idealista de Platón y, luego, de San Agustín. Augusto agrega, para ser más claro: “Primero el amor, el conocimiento después” (p. 47) y luego se explica mediante una metáfora: la intuición amorosa se presenta como una vislumbre, un resplandor que ilumina la niebla. Así, la niebla en este pasaje se presenta como una forma de estar en el mundo sin poder conocerlo, mientras que el amor es la fuerza o el camino para echar luz sobre él y llegar al conocimiento. Augusto ha vivido aislado y ahora está despertando al mundo repentinamente, por medio de la sensualidad.
Mientras reflexiona así, Augusto se cruza con Eugenia sin reparar en ella. Este tipo de humoradas que ponen en ridículo al protagonista abundan en la novela, pero causar gracia no es su única función. Por el contrario, el episodio demuestra que, en esta instancia de su enamoramiento, Augusto está totalmente ensimismado con la idea de amor que construye en su fantasía y no con el objeto mismo de su deseo (la Eugenia concreta, de carne y hueso, con la que se cruza). El eros (es decir, el tipo de amor) que explora el protagonista en esta primera instancia es un eros narcisístico que todavía no se expande hacia afuera del sujeto. En otras palabras, Augusto primero se ama a sí mismo, se identifica con su sentimiento y descubre su propia existencia en el proceso. Es este descubrimiento el que luego lo empuja hacia el mundo en una búsqueda de un amor que, ahora sí, se proyecta hacia el afuera y le permite apropiarse de lo que lo rodea. En palabras del propio Augusto: “¿Seré un enamorado ab initio? tal vez mi amor ha precedido a su objeto. Es más, es este amor el que lo ha suscitado, el que lo ha extraído de la niebla de la creación” (p. 47). Desde esta perspectiva, el enamoramiento de Eugenia no tiene que ver con las cualidades de Eugenia, sino con el despertar de Augusto al amor y su repentina predisposición a amar.
El monólogo del capítulo VII es fundamental para el desarrollo de estas ideas: tras la primera visita a la casa de Eugenia y el episodio del canario, Augusto regresa a su casa y habla con Orfeo, su perro, quien se presenta como el interlocutor necesario para la expresión de sus pensamientos. Este monólogo toca problemas como el por qué del mundo, la cuestión del ser, la muerte y el amor; todos temas que preocupaban profundamente a Unamuno y a los cuales había dedicado su famoso ensayo Del sentimiento trágico de la vida.
Augusto comienza por cuestionarse el estatuto de lo real: “Y dime, Orfeo, ¿qué necesidad hay de que haya ni Dios ni mundo ni nada? ¿Por qué ha de haber algo?” (p. 67). Luego, agrega: “¿Qué es creación?, ¿qué eres tú, Orfeo?, ¿qué soy yo?” (p. 67). Estas preguntas son de orden ontológico; es decir que con ellas Augusto se cuestiona la naturaleza del ser, reflexiona sobre el vacío al que se enfrenta toda existencia y llega a una revelación de la eternidad en la que se le figura como un abismo donde se cae y se pierde el sujeto: “Cuando el hombre se queda a solas y cierra los ojos al porvenir, al ensueño, se le revela el abismo pavoroso de la eternidad. La eternidad no es porvenir” (p. 68). Así, la vida se presenta como un día eterno y monótono que pasa en medio de una niebla y desemboca inexorablemente en la muerte.
La muerte, sin embargo, no se le figura a Augusto como el fin de la existencia y la caída en la nada, sino como una especie de retroceso hacia el origen: “Cuando morimos nos da la muerte media vuelta en nuestra órbita y emprendemos la marcha hacia atrás, hacia el pasado, hacia lo que fue. Y así, sin término, devanando la madeja de nuestro destino, deshaciendo todo el infinito que en una eternidad nos ha hecho, caminando a la nada, sin llegar nunca a ella, pues que ella nunca fue” (p. 68). Frente a estas ideas desalentadoras, el enamorado recuerda los ojos de Eugenia y encuentra en ellos una razón para creer en su propia existencia. Entonces, augusto exclama: “¡Amo, ergo sum! Este amor, Orfeo, es como lluvia bienhechora en que se deshace y concreta la niebla de la existencia. Gracias al amor siento al alma de bulto, la toco” (p. 68).
Este pasaje es fundamental en tanto confirma una postura filosófica de Unamuno: es el amor el que confiere de sentido la existencia. Solo el amor es capaz de deshacer la niebla en la que se encuentra sumido el individuo, de dar ojos a la ceguera en la que el sujeto vive. Al final de sus reflexiones, Augusto exclama: “Vienen los días y pasan los días y el amor queda. Allá dentro, muy dentro, en las entrañas de las cosas se rozan y friegan la corriente de este mundo con la contraria corriente del otro, y de este roce y friega viene el más triste y el más dulce de los dolores: el de vivir” (p. 69). Augusto descubre que el amor es la fuerza que genera esperanza en la vida y la única forma de hallar sentido a la existencia y trascender a la muerte.
Por otra parte, vale la pena regresar sobre la expresión “¡Amo, ergo sum!” (p. 68) que remeda al ‘Cogito, ergo sum’ (‘Pienso, luego existo’) de Descartes; expresión sobre la que se construye el pensamiento racional y toda la filosofía moderna. Como puede verse a lo largo de la novela, Augusto manifiesta una necesidad constante de racionalizar lo que siente y lo que le pasa. Sin embargo, esa necesidad de razonar, en apariencia cartesiana, en verdad forma parte del irracionalismo de Augusto, quien demuestra constantemente que la razón fracasa en su intento de comprender el mundo. Al inicio de esta sección, hemos dicho que Augusto intenta concentrarse en la idea del amor, pero su pensamiento divaga y salta de un tema a otro. Esto se debe a que, en Niebla, Unamuno ensaya la técnica narrativa de la corriente de conciencia (o flujo de pensamiento), mediante la cual un personaje expresa sus ideas y sentimientos de modo desordenado y sometido al subconsciente. Así, en cada uno de los monólogos de Augusto, sus razonamientos se manifiestan en desorden y escapan a su control.
Con ello, el narrador intenta echar luz sobre las formas en que los seres humanos pensamos, demostrando así que la razón cartesiana es un ideal inalcanzable: el ser humano no es racional por naturaleza, sino todo lo contrario. Para Unamuno, la estructura psíquica tiende a lo irracional y el pensamiento consciente siempre está atravesado por el subconsciente, que aflora y rompe con la racionalidad. Así, el pensamiento en verdad se presenta siempre en una dialéctica entre lo racional y lo irracional, y ello es lo que se quiere ilustrar a través del personaje de Augusto y su corriente de conciencia.