Maus

Maus Resumen y Análisis Libro I: Capítulos 3-4

Resumen

Capítulo 3: Prisionero de guerra

Art regresa a Rego Park para visitar a su padre. Vladek insiste en que su hijo termine toda la comida del plato, situación que le recuerda la niñez, cuando Vladek obligaba a Art a que no dejara sobras, y Anja en secreto lo consentía, tirando la comida o dándole otra cosa para comer. Mientras charlan, Vladek se queja constantemente de todo lo que hace Mala, mientras Art intenta cortar con las quejas y le agradece a Mala por la comida. Luego, padre e hijo se dirigen a la habitación para continuar con la historia del Holocausto. Art le pide que retome desde el reclutamiento y Vladek comienza a relatar el enfrentamiento con los alemanes hasta que su hijo lo interrumpe, sorprendido de que los envíen a combatir con tan poco entrenamiento. Entonces, Vladek le cuenta que todos los jóvenes en Polonia estaban obligados a recibir un año y medio de entrenamiento militar. A sus veintiún años, su propio padre le hizo pasar hambre y lo privó del sueño para que reprobara el examen físico del ejército y no tuviera que unirse con el resto de los jóvenes de su edad. El plan funcionó, pero el ejército lo obligó a volver a pasar la prueba al año, y para ese entonces Vladek le rogó a su padre que no volviera a hacerle pasar por lo mismo. Así fue que se unió al ejército y recibió el entrenamiento básico. Tras esta aclaración, Vladek retoma el relato.

En 1939, Vladek es enviado al frente de batalla. Un oficial detecta que su arma está fría, así que Vladek comienza a disparar, apuntándole a un árbol que parece moverse y que resulta ser un soldado alemán camuflado. Herido, el soldado cae y levanta la mano para rendirse, pero Vladek continúa disparando hasta asegurarse de haberlo matado. En poco tiempo, los polacos pierden la batalla; Vladek es capturado y, junto a los demás prisioneros de guerra, es obligado a cargar a los alemanes muertos y heridos. Vladek se dirige al río, donde se encarga de buscar al hombre que mató para enterrarlo.

Los prisioneros son llevados cerca de Nuremberg y los judíos son separados del resto. Luego, les quitan todos los objetos de valor y les dan la orden de limpiar un establo en un lapso de una hora, algo físicamente imposible. Como tardan una hora y media, los alemanes los castigan dejándolos sin comer.

Compenetrado en la historia, Art tira cenizas del cigarrillo en la alfombra, lo que irrita a Vladek, quien entonces comienza a quejarse de lo terrible ama de casa que es Mala.

Luego de vivir un tiempo en el establo, los prisioneros de guerra son trasladados a un campamento más grande, donde son obligados a vivir al aire libre en tiendas de campaña durante el frío del otoño, con uniformes de verano y unas pocas mantas delgadas. Además, los prisioneros judíos reciben menos comida que el resto. A pesar del frío, Vladek va al río a bañarse todas las mañanas para mantenerse limpio y evitar llenarse de piojos. Para pasar el tiempo y mantenerse saludable, hace gimnasia, juega al ajedrez y reza. También tiene la posibilidad, gracias a la Cruz Roja, de escribirle cartas a su familia una vez por semana. Un día, cuando los prisioneros despiertan, encuentran un letrero que solicita trabajadores y ofrece, a cambio, alojamiento y buena comida. Vladek se postula, pese a la desconfianza de sus compañeros, quienes finalmente lo siguen en la decisión. En el campamento al que llegan para el trabajo mejora mucho su calidad de vida: tienen camas propias, abrigo, calefacción y hasta pueden usar el primer día solo para descansar. Sin embargo, el trabajo es duro y demanda mucha fuerza física, ya que deben aplanar un terreno con muchas colinas.

Una noche, Vladek sueña que su abuelo muerto le anuncia que será liberado del campamento el día de la Parashá Terumá, un evento especial en el calendario judío, que tendrá lugar dentro de tres meses. Exactamente ese día llegan soldados de la Gestapo y la Wehrmacht, hacen que los prisioneros se formen en filas y les dan a firmar un formulario de liberación.

Art interrumpe la narración, un poco incrédulo de que se haya cumplido la profecía del sueño. Vladek otorga todavía más misticismo a la cuestión cuando explica que en esa misma fecha se casó con Anja, y que también fue la Parashá Terumá cuando nació Art.

Vladek y el resto de prisioneros se suben al tren para retornar a casa, pero Polonia ahora está dividida en el Protectorado y el Reich, por lo que muchos no tienen ya sitio al que regresar. Sosnowiec, la ciudad a la que debe ir Vladek, es ahora parte del Reich, zona donde el tren no se detiene. Por eso, finalmente lo dejan en Lublin, el corazón del Protectorado.

Allí, Vladek es conducido a un campo de tiendas de campaña, y escucha que fusilarán a todos los prisioneros llegados con el último tren. Para su suerte, las autoridades judías hacen un arreglo para liberar a aquellos judíos que posean familiares que residan en Lublin. Vladek recuerda que tiene un amigo en dicha ciudad, Orbach, y da su nombre para que lo hagan pasar por su primo. Esa noche, Vladek sale de su tienda para ir al baño y un guardia comienza a dispararle, por lo que vuelve a su tienda muy asustado y debe terminar de orinar allí adentro. Al día siguiente, es conducido a la casa de su amigo Orbach, quien lo acoge amablemente a pesar de que tiene muy poca comida. Cuando Vladek vuelve a Sosnowiec, le envía comida durante un tiempo, para agradecerle, hasta que le informan que los nazis se están quedando con los paquetes. Luego, no vuelve a saber nada más de Orbach.

La llegada a Sosnowiec no es simple; Vladek no posee los documentos adecuados para andar libremente, por lo que debe disfrazarse de polaco -representados como cerdos en el cómic- y solicitar ayuda al conductor del tren, que es, en efecto, polaco. El maquinista lo esconde de los alemanes y es así como llega a la casa de sus padres. Su madre enferma, supuestamente por la preocupación ante la situación que vive, muere meses después a causa de un cáncer. Su padre, un hombre muy religioso, ha sido obligado por los nazis a afeitarse la barba en público como forma de humillación. Antes del anochecer, para evitar el toque de queda que rige a partir de las siete de la tarde, el hombre lleva a su hijo en carreta hasta el departamento de Anja, donde por fin se reencuentra la pareja.

Vladek comienza a quejarse de su relación con Mala, afirmando que todo sería mejor si Anja siguiera viva. Art intenta callarlo, diciéndole que él no puede hacer nada al respecto, ante lo que su padre insinúa que Mala está tratando de quitarle su dinero y que él desea que Artie sea su único heredero. Art, desinteresado, se prepara para irse, pero no encuentra su abrigo. Cuando le pregunta a su padre si no lo vio, este le dice que lo ha tirado, porque le pareció que estaba viejo y ajado. Luego, le regala un abrigo nuevo, pero Art se va enojado por el atrevimiento de su padre.

Capítulo 4: El nudo se aprieta

Art llega a la casa de su padre en Queens con su abrigo nuevo. Vladek está fastidiado porque esperaba que fuese antes para ayudarlo a arreglar un desagüe. Para zanjar el asunto, Art le ofrece pagar a un profesional, pero Vladek saca a relucir sus problemas económicos. Más tarde, se queja de la nueva grabadora que Art se compró para registrar las charlas, argumentando que él podría conseguirla a mitad de precio. Cansado, Art le pide que retome su historia.

Es el año 1940 y en la casa del Señor Zylberberg viven un total de doce personas: Anja, Vladek y Richieu; los padres de Anja y sus abuelos; la hermana de Anja, Tosha; su marido, Wolfe, y su hija, Bibbi; Lolek y Lonia, dos hijos del tío Herman, quien se encontraba de viaje en Estados Unidos cuando estalló la guerra. Todos están sentados en la mesa y charlan sobre lo difícil que les resulta acceder al alimento desde que los alemanes racionan estrictamente la comida. Aún así, la familia Zylberberg tiene la suerte de haber ayudado a la organización benéfica Gemeindes, quienes les proveen algunos alimentos extra. El resto lo compran en el mercado negro, aunque dicho comercio es extremadamente peligroso. Vladek se entera de que todas las fábricas pasaron a ser propiedad de los arios, por lo que su fábrica téxtil ya no le pertenece. Sin ingresos, la familia vive de sus ahorros. Ante esta situación, Vladek decide tomar cartas en el asunto; cuando sale a la calle se encuentra a un sastre conocido, que en el pasado le hizo muchos trajes -el Sr. Ilzecki-, quien le ofrece una paga por toda la tela que consiga de contrabando y le otorga una nota para que los guardias de la puerta lo dejen pasar. Vladek visita las tiendas de aquellos que le debían dinero antes de la guerra, y les pide a cambio algo de tela, que esconde bajo su ropa para llevársela al Sr. Ilzecki. De esta forma, se gana algunos zlotys, comparte la mitad con la familia, y la otra mitad se los guarda para ahorrar.

Poco después, Vladek escapa de una redada alemana en la que se llevan a todos los que no tienen permisos de trabajo. El padre de Anja soborna a un amigo suyo, dueño de una hojalatería, para conseguir una tarjeta de trabajo prioritario para Vladek que le garantice cierta seguridad al circular por la calle. Así, la familia sobrevive durante un año, aunque cada vez se hace más difícil y a su alrededor la violencia crece. Entre los tantos abusos que cometen contra la familia, una jornada los alemanes, en busca de muebles lujosos, se llevan todo el amoblado de la casa sin pagarles un solo zloty.

A fines de 1941, Vladek camina para ver al Sr. Ilzecki cuando pasa junto a una turba violenta de soldados alemanes que golpean a los judíos con garrotes y los suben a los trenes. Asustado, no sabe si detenerse, caminar rápido o despacio, ya que cualquier reacción podría resultar sospechosa para los alemanes. Afortunadamente para Vladek, el Sr. Ilzecki se cruza con él y lo lleva a toda prisa a su casa, donde esperan durante horas a que salgan los trenes. La situación es tan difícil que el Sr. Ilzecki está enviando a su hijo a esconderse con una familia polaca hasta que las cosas mejoren, y le sugiere a Vladek que haga lo mismo con Richieu. Sin embargo, Anja se niega. De todas formas, al año siguiente tienen que entregarlo para esconderlo.

En 1942, todos los judíos se ven obligados a mudarse a Stara, un barrio de Sosnowiec. A los doce miembros de la familia de Vladek se les asignan dos habitaciones y media, un espacio muy reducido que, aun así, resulta un privilegio en comparación a lo que reciben otros judíos menos influyentes que el Sr Zylberberg.

Vladek continúa realizando negocios en el mercado negro hasta que Nahum Cohn, un amigo del padre de Anja, y su hijo son ejecutados por vender productos sin cupones. Los cadáveres quedan colgados durante una semana entera, a modo de aleccionamiento. Como se trata de un conocido, Vladek se siente especialmente perturbado, y por unos días le aterroriza la idea de salir a la calle.

Art le pregunta a su padre qué estaba haciendo Anja durante todo ese tiempo, y él le cuenta que su esposa se dedicaba a las tareas del hogar y a registrar todos los acontecimientos en un diario. Desafortunadamente, esos diarios se perdieron, pero luego de la guerra los volvió a escribir. Art se muestra muy interesado en ellos y se los pide a su padre, quien evasivamente retoma la historia que estaba contando.

Vladek comienza a comerciar con oro, joyas y comida. El negocio sigue siendo peligroso. En una ocasión, Vladek es interceptado por dos alemanes mientras hace la entrega ilegal de un saco de azúcar. Astutamente, les miente a los oficiales y simula que lleva un paquete legal para su propia tienda, y como estos no se preocupan por indagar, sobrevive a la situación.

Un día, comienza a circular un comunicado que informa que todos los judíos mayores de setenta años serán trasladados a una nueva comunidad en Checoslovaquia. La familia de Anja se niega a separarse de sus abuelos, de noventa años, y los esconden detrás de una pared falsa que levantan en un cobertizo. La policía judía comienza a rondar por la casa, puesto que están al tanto de que allí hay dos ancianos, y para dar con ellos apresan al Sr. Zylberberg y amenazan también con llevarse a su esposa. Ante estas presiones, la familia cede y entrega a los abuelos, que son llevados a Auschwitz.

Unos meses más tarde, la Gemeindes ordena a todos los judíos que se presenten en el estadio Dienst para "registrarse", y todos sospechan de una nueva redada nazi. Ante esta situación, aparece el padre de Vladek para pedirle consejo a su hijo, pero este nada tiene para decirle, ya que todos se encuentran sumidos en el mismo desconcierto. Cuando llega el día del registro, todos los judíos se presentan por miedo a las represalias que podrían generar ausentándose. En el estadio, separan a la izquierda a la gente anciana, a los que tienen muchos hijos y a quienes no tienen un carnet de trabajo. A la derecha, por el contrario, colocan a aquellos que están en condiciones de trabajar. Mordecai, primo de Vladek, se encuentra en una de las mesas de registro, por lo que hace todo lo posible para ayudar a la familia de su primo, y llega a salvar al padre de Vladek pero no a su su hermana, Fela, ni a sus cuatro hijos. Al ver cómo se llevan a su hija y sus nietos, el padre de Vladek se escabulle al lado izquierdo y es llevado con todos ellos a Auschwitz.

Vladek está cansado de pedalear en la bicicleta fija, por lo que pide concluir con las historias para irse a dormir una siesta. Por su parte, Art entra en la cocina, donde Mala está fumando y jugando al solitario. Ella le cuenta lo que sabe de aquel acontecimiento: su madre estuvo en el mismo estadio, quedó del lado izquierdo, y la llevaron a unos departamentos abarrotados de gente. Su madre logró sobrevivir porque su hermano, el tío de Mala, era parte del Comité Judío y la escondió. Sin embargo, tiempo después moriría en Auschwitz.

Art entra en la sala de estar con Mala para buscar el diario de su madre. Su padre nunca tira nada, y Mala se muestra muy molesta por la actitud acumulativa de su pareja. Sin encontrar los diarios, Art decide retirarse, pero Mala le ordena que acomode todo como estaba, porque no quiere escuchar quejas de Vladek.

Análisis

En el inicio del capítulo 3, Artie está cenando en casa de su padre. La escena en la mesa proporciona otro ejemplo más de cómo el Holocausto ha afectado tanto a Vladek como a su hijo. La insistencia de Vladek en que Artie se coma todo lo que hay en su plato tiene su origen en sus experiencias con la falta de comida durante la persecución sufrida por el pueblo judío: Vladek y su esposa, Anja, casi mueren de hambre en más de una ocasión, y llegaron a masticar madera del piso para engañar al estómago. En Auschwitz, el hambre es particularmente atroz, como veremos en el segundo libro. La extraordinaria y sostenida carencia durante años dejó en Vladek una extraordinaria aversión al desperdicio de recursos de cualquier tipo, y la preocupación por la comida es solo el primer ejemplo de ello. Como mencionamos en la sección anterior, la infancia de Artie se vio afectada profundamente por los impulsos ahorrativos de su padre y el comportamiento más compasivo de su madre.

Irónicamente, Vladek tira el abrigo de su hijo al final del capítulo, comportamiento que contrasta fuertemente con su abrumadora compulsión por ahorrar. La mejor explicación para esta actitud radica en las razones de Vladek para ahorrar. En las discusiones sobre su testamento que tendrán lugar en los capítulos siguientes, queda claro que Vladek desea que todo su dinero -cientos de miles de dólares ahorrados durante toda su vida en Estados Unidos- pase a manos de Art. Así, puede interpretarse que después de todo lo que sufrió, Vladek desea que su hijo tenga una vida próspera y de abundancia, y de allí su ahorro compulsivo. Ante el abrigo viejo y gastado de su hijo, Vladek reacciona drásticamente y lo reemplaza -sin consultar -por uno que cree que es mejor.

El capítulo 3 también profundiza en las representaciones de los personajes sobre los conceptos de raza y de clase. Cuando Vladek aborda el tren de Lublin de regreso a Sosnowiec, Art lo dibuja con la máscara de un cerdo, lo que significa que está ocultando su identidad judía al fingir ser polaco. Las máscaras volverán a aparecer a lo largo de la novela de manera similar, cuando los nazis comiencen a exterminar sistemáticamente a los judíos, y Vladek y Anja se vean obligados a esconderse. La facilidad con la que Vladek es capaz de asumir la identidad de un polaco no judío es sorprendente, lo que hace evidente la falta de sustancia de los estereotipos raciales que promueven los nazis. El papel de las máscaras se amplía más adelante en Maus, durante la metanarrativa que inicia el capítulo 2 del segundo libro, en la que todos los personajes son retratados como humanos con máscaras de animales. En esta metanarrativa, el autor sugiere que la etnia y la nacionalidad son solo clasificaciones hechas por el hombre y que, debajo de estas máscaras, todos somos más parecidos que diferentes. Sobre la construcción de la metanarrativa volveremos en las siguientes secciones, al abordar el análisis del segundo libro.

El capítulo 3 también incluye la primera -y única- mención de Vladek de la religión judía dentro de las páginas de la historia (con la excepción del cómic "Prisionero en el Planeta Infierno", en el capítulo 5 del libro 1). Hasta este momento, la clasificación de Vladek, Art y sus amigos y familiares como "judíos" se da por sentada y se concreta a través de su representación como ratones. En verdad, a lo largo de toda la novela gráfica, rara vez se menciona la religión, y la condición de judío aparece representada como un conjunto de criterios culturales y étnicos. Sin embargo, durante el inicio de la guerra y su primera experiencia en prisión, Vladek reza todos los días y hasta tiene un sueño místico, en el que su abuelo muerto le profetiza: “Saldrás de este lugar. El día de la Parashá Terumá ¡serás libre!” (p. 59). Cuando se lo cuenta a su hijo, Artie le pregunta qué es la Parashá Terumá, lo que demuestra hasta qué punto la religión dejó de ser importante en la familia. Tanto Artie como Vladek distan mucho de se judíos ortodoxos, y el joven no conoce ni las festividades ni los ritos relacionados a la lectura de la Torá, el texto que contiene la ley y el patrimonio identitario del pueblo judío. Vladek, entonces, debe explicar a su hijo de qué está hablando: “Una vez a la semana, el sábado, leemos una sección de la Torá. Es la Parashá… y una semana al año toca la Parashá Terumá” (p. 59). Además, Vladek indica que son pocos los judíos que rezan en prisión. Sin embargo, al intensificarse los sufrimientos, la religión se transforma para Vladek en una fuente de esperanza y de sosiego. Testimonios similares abundan, no solo de judíos sino también de cristianos. Ante la inminencia de la muerte y el sometimiento brutal e irracional, la religión muchas veces funciona como el último mojón al que aferrarse para no perder la cordura y la vida.

Efectivamente, Vladek es liberado de prisión el día de la Parashá Terumá, por lo que este rito asume un significado especial por el resto de su vida. En el capítulo 5, Vladek y Mala leen un cómic que Art escribió tras el suicidio de su madre. En él, mientras su padre reza en hebreo frente al ataúd de Anja, Artie recita un fragmento del libro tibetano de los muertos, lo que demuestra hasta qué punto la transmisión generacional de las tradiciones religiosas se perdió en la familia.

El capítulo 4, al igual que muchos otros en la novela gráfica, lleva como título una contundente metáfora acompañada de una imagen que ayuda a expandir sus significados. “El nudo se aprieta” (p. 73) hace referencia al incremento de las medidas tomadas por los nazis en contra de los judíos, y al mismo tiempo remite a la idea de morir ahorcado. La imagen que acompaña la frase, enmarcada como si se tratara de una pancarta proselitista nazi, ilustra a un grupo de judíos (reprentados como ratones, al igual que en toda la novela) colgados.

La cuerda nazi comienza a apretarse alrededor de los judíos de Polonia. La violencia antisemita va en aumento y los nazis empiezan a enviar a los judíos a los campos de concentración. En este capítulo, el padre de Vladek y los abuelos de Anja son enviados a Auschwitz. Hasta ese momento, el campo de concentración nazi más renombrado ha aparecido tan solo como un lugar legendario en el imaginario de los judíos; un sitio de pesadillas que se menciona, pero en el que todos eligen no creer. Ante la ansiedad de Artie, que quiere saber más de los campos, Vladek le cuenta: “La gente regresaba y nos lo contaba. Pero no les creíamos. Pero las noticias iban llegando, y al final las creímos. Después lo vimos… ¡Era aún peor!” (p. 90). A este diálogo le sigue el relato de cómo los alemanes separaban sistemáticamente a los judíos, los dividían por edades y aptitudes y los deportaban a los campos de concentración. En un principio, todos aquellos que no gozaran de buena salud o tuvieran más de ochenta años eran enviados al exterminio. Por el contrario, aquellos que tuvieran algún oficio útil en tiempos de guerra se volvían mano de obra prácticamente esclava para sostener la maquinaria de guerra nazi. En más de una situación, como se verá en los próximos capítulos, Vladek sobrevive gracias a sus habilidades y su velocidad para aprender oficios.

A esta altura de la guerra, Vladek comienza a mostrar el ingenio y el ahorro que lo ayudarán a sobrevivir. Mientras el resto de la familia de Anja vive de sus ahorros, Vladek inmediatamente comienza a generar ingresos vendiendo telas en el mercado negro. Para ayudar a la familia, le da la mitad de su dinero a sus suegros, pero siempre se queda con la otra mitad. También es extremadamente hábil para pensar rápidamente, un rasgo que lo salva en más de una ocasión.

Innumerables veces a lo largo de la historia, el ingenio y la mente rápida de Vladek lo ayudan a sobrevivir y a mantener a su esposa. Sin embargo, estos rasgos finalmente no son suficientes para salvar su vida. Por inteligente e ingenioso que sea, su supervivencia depende en gran medida de la suerte. Esto es especialmente cierto cuando la situación se deteriora aún más, pero también se pueden encontrar casos de suerte en esta primera parte de la novela. Un excelente ejemplo de esto se da cuando lo atrapan cargando azúcar en el mercado negro. Aunque Vladek reacciona con presteza e inventa una mentira que engaña a los soldados alemanes, su supervivencia en esa situación no está asegurada de ninguna manera, sino que depende del estado de ánimo y la inteligencia de los soldados y de la reacción de la persona a quien entrega el azúcar. Si bien es innegable que su inteligencia lo ayuda a sobrevivir, queda claro que el hecho de que Vladek haya logrado escapar con vida a su estadía en los campos de concentración responde en buena medida al azar y la suerte.

En la narrativa actual seguimos viendo cómo el Holocausto ha marcado indefectiblemente la identidad de Vladek; los rasgos que lo ayudaron a sobrevivir aún ocupan un lugar destacado en su personalidad, aunque esto, en el contexto de abundancia de su vida en Nueva York, sea un motivo de exasperación para su familia. En el capítulo 4, cuando Art deja a su padre para buscar los diarios de Anja en la biblioteca, encuentra las estanterías llenas de artículos inútiles de los que Vladek no es capaz de deshacerse. Esta compulsión por ahorrar se desarrolló durante el Holocausto: la comida y otras necesidades muchas veces no podían satisfacerse, y la supervivencia a menudo dependía de la capacidad de guardar celosamente hasta el más mínimo utensilio o mendrugo de pan. Cuarenta años después, Vladek continúa guardando todos los elementos que podrían ser de alguna utilidad, por remota que sea la posibilidad.

Sin embargo, también hay diferencias entre el Vladek del pasado y el del presente, especialmente en relación a su personalidad y al trato que profesa a los demás. En la narración del pasado, Vladek es cariñoso y amable en su relación con Anja, y tranquilo y sereno en su trato con otras personas. Sin embargo, no hay amor en su segundo matrimonio con Mala, y el Vladek anciano se enoja rápidamente y se impone siempre ante quienes lo rodean. Al final de este capítulo, Artie recoge parte de la historia de supervivencia de Mala. Dado que ambos sobrevivieron a Auschwitz, es interesante comparar sus personalidades. Mala soportó dificultades similares a las que enfrentó Vladek, pero no comparte los rasgos de personalidad que aquel parece haber adquirido durante el Holocausto. Lo mismo puede decirse de Anja, cuya experiencia fue casi idéntica a la de su esposo, pero, al igual que Mala, no sobrevivió a los campos de exterminio llena de amargura y afligida por la compulsión de salvar incluso los artículos más frívolos.

Entonces, vale la pena preguntarse cómo dos personas que experimentaron los mismos horrores pueden verse afectadas de maneras tan diferentes. Esta es una pregunta que Art se realiza varias veces a lo largo de la historia, y a la que no llega a encontrarle una respuesta satisfactoria. Una posible explicación es el hecho de que, si bien las experiencias del Holocausto de Vladek, Anja y Mala pueden haber sido similares, los tres encontraron diferentes formas de sobrellevar la situación. Aunque la supervivencia de todos fue, en última instancia, una cuestión de suerte, Vladek confió en gran medida en su inteligencia, ingenio y capacidad para pensar con rapidez, y eso lo ayudó a salir airoso de muchas situaciones en las que quizás otros individuos habrían perecido. En comparación, la supervivencia de Anja depende predominantemente de la amabilidad y el ingenio de los demás. Antes de Auschwitz, ella dependía casi por completo de la capacidad de Vladek para encontrar comida y refugio, y cuando la separan de su esposo en los campos de concentración, sobrevive, en gran parte, gracias a la amabilidad de su supervisora, Mancie. Sobre esto último volveremos en los capítulos siguientes.