Resumen
"La prueba número dos es una agenda encuadernada en cuero negro" (p.52) dice Humbert. En el capítulo 11 reproduce parte de lo que era su diario en esos días en casa de Charlotte. Describe a Lolita, su cuerpo, sus movimientos, sus actitudes. Relata los mínimos encuentros que tienen en la casa, el clima, las rutinas. También las interrupciones de la tan odiada Charlotte.
Por momentos, Humbert desespera: "el ansia de poseerla me enfermaba" (p.59), escribe. Finalmente, una de las tantas veces que Lolita se acerca a Humbert, el huésped francés avanza un paso más sobre la niña: "me las compuse para poner en contacto, mediante una serie de movimientos furtivos, la oculta manifestación de mi lujuria con sus cándidos miembros (...), inventé un súbito dolor de muelas para explicar mis entrecortados jadeos (...), incrementé con la mayor cautela la mágica fricción (...). Me vino a la mente algo encantadoramente mecánico y me puse a recitar [una canción]" (p.74). Humbert alcanza el clímax moviéndose y cantando esta canción con Lolita. Eyacula en contacto con sus nalgas. Más tarde, se dice a sí mismo que "la niña no ha notado nada. No le había hecho nada" (p.79).
En la cena, Charlotte le aconseja a Humbert que vea al Dr. Ivor Quilty, su vecino, que es odontólogo. Según dicen, es pariente del célebre autor teatral que tanto admira Lolita y que con su foto adorna la pared de su habitación. Charlotte también le comenta a Humbert sus intenciones de enviar a Lolita a un campamento de verano. La noticia cae como un balde de agua fría. Lolita, por su parte, no se alegra en absoluto. Antes de irse al campamento, la niña corre hacia la habitación de Humbert y lo despide con un beso en la boca.
Solo en la casa, Humbert recibe de manos de Louise, la criada, una carta de Charlotte. En ella, la madre de Lolita le confiesa su amor, sus intenciones de formar una pareja y le pide que, de no ser correspondida en sus sentimientos, por favor rompa la carta y se retire de la casa. Humbert en primer lugar siente aversión, por la carta, por Charlotte. Se recuesta en la cama de Lolita, bajo los pósters de la pared entre los cuales se encuentra la publicidad en la que se ve al célebre autor teatral fumando cigarrillos marca Dromedario. Humbert se da cuenta de que, casándose con su madre, Lolita estará para siempre en su vida.
El matrimonio con Charlotte se concreta. Humbert descubre que es una esposa lo suficientemente cómoda como para complementar su interés, es decir, entrar en la vida de Lolita definitivamente. Descubre con sorpresa, con el correr de los días, que Charlotte odia a su hija.
La pareja viaja con amigos al lago del Reloj de Arena. Allí Humbert piensa en más de una ocasión en asesinar a su esposa, pero se dice a sí mismo que los poetas no matan.
Análisis
Ya en esta segunda parte, Humbert Humbert es un personaje de dimensiones más profundas. Es difícil, a la vez que relevante, sin embargo, establecer su profesión. En diferentes momentos hasta ahora se ha presentado como profesor, como crítico literario, como escritor o poeta, o quizá sencillamente se trate de un aristócrata. Es claro que su erudición lo diferencia del resto de los personajes que comienzan a aparecer en el texto, sobre todo en el viaje a Estados Unidos. Humbert es elegante, de buenos modales, reservado y se inclina a las lecturas serias. Estas lecturas por supuesto contrastan con las de su anfitriona en Ramsdale, Charlotte Haze: revistas del corazón y de cine abundan en la casa. Volveremos sobre las alusiones y referencias literarias más adelante.
El contraste entre Humbert y la señora Haze ilustra de alguna manera el contraste entre el mundo antiguo, sofisticado y decadente de Europa, y el mundo artificial y pretencioso de Estados Unidos. Charlotte Haze aspira a ser el tipo de mujer que Humbert podría amar, una mujer de mundo y elegante que aprecia las cosas refinadas. Sin embargo, su casa, con sus muebles de moda, su arte barato y su desorden general, revela una personalidad diferente. A lo largo de la novela, los modales europeos y la estética del viejo mundo de Humbert atraen a varias mujeres americanas, a las que finalmente rechaza. Este choque con respecto a lo sexual o erótico entre América y Europa que encarna Humbert se verá alterado en su relación con Lolita. Humbert cae bajo el hechizo de la fresca sensibilidad americana de Lolita, sensibilidad que no duda en definir como desconcertante vulgaridad: "una vulgaridad que me trae a la memoria muchos recuerdos: el de la pretenciosa elegancia de los anuncios y las fotografías femeninas, sin duda, pero también el de las rechonchas y coloradotas adolescentes que trabajan como criadas en mi viejo país (...), todo esto se mezcla con una sorprendentemente impoluta ternura" (p.58).
A pesar de los esfuerzos de Humbert, cualquier intento de educar y sofisticar a Lolita fracasará. Como bien leemos en la cita anterior, Humbert suele en ocasiones romantizar la vulgaridad de Lolita. A pesar de que la lectura de tan bellas descripciones de la nínfula nos distraen del núcleo violento de lo que se narra, podemos empezar a ver como Humbert describe a Lolita como un objeto, centrándose en las cualidades de nínfula que le resultan excitantes, mientras que rara vez aborda realmente su intelecto o sus sentimientos.
Aunque toma nota de su mal carácter y sus vulgaridades, Humbert sigue convencido de la conexión esencial de Lolita con Annabel. Esta conexión es significativa para Humbert y sólo para Humbert, lo que refuerza su idea de que sólo un hombre especial como él podría comprender realmente la rareza de una nínfula como Lolita. Al mismo tiempo, este razonamiento reduce a Lolita a una noción privada de Humbert y le niega la oportunidad de crecer o crear un significado en su vida. La diferencia entre la Lolita real y la Lolita que Humbert construye es clara para él también y en ella basa su justificación la primera vez que abusa de la niña sin que aparentemente ella note algo: "No era a Lolita a quien había poseído frenéticamente, sino a un ser de mi propia creación, a otra Lolita, a una Lolita producto de mi fantasía (...). La niña no había notado nada. No le había hecho nada" (p.79).
La desconexión entre la visión romántica pero cosificadora que Humbert tiene de Lolita y el carácter real de la niña encuentra su correspondencia en el lenguaje poético de Humbert, que romantiza lo imposible: Humbert describe sus deseos perversos e ilícitos con una prosa elegante y bella, haciendo atractivo lo que de otro modo muchos lectores encontrarían repulsivo. Este efecto del lenguaje es especialmente notable en la escena mencionada, cuando Humbert se masturba contra el cuerpo de Lolita. A pesar de la naturaleza perturbadora del encuentro, el lenguaje poético y el tratamiento oblicuo del erotismo atolondran los sentidos y la reacción del lector. Evidentemente, uno de los grandes logros poéticos de Nabokov en Lolita es la explotación de esta inquietud que provoca el retrato de una de las mayores miserias humanas, la vejación de un niño, a través de uno de los más bellos usos del lenguaje jamás empleados.
Humbert Humbert (podemos decir en este caso también Nabokov) introduce dos géneros discursivos en estos capítulos: el diario íntimo y la carta de amor de Charlotte. La introducción del diario íntimo en el Capitulo 11 es compleja. En primer lugar, se trata de una reproducción del diario original, ya que este último fue destruido cinco años atrás. Humbert dice tener una memoria fotográfica precisa del diario, y por esto mismo puede reproducirlo casi al pie de la letra. Allí, en boca de un Humbert que no es el Humbert detenido que nos habla hoy, sino un hombre que todavía no ha cometido delito alguno más que con la mirada, relata sus primeros acercamientos a Lolita.
La carta de Charlotte, por otra parte, es una combinación de gestos melodramáticos, intentos cómicos de refinamiento que redoblan la vulgaridad de sus palabras y una emoción sincera y profunda. La carta también predice el futuro de una forma extraña. En ella, Charlotte menciona que, mientras Humbert lee sus palabras, ella volverá a casa a toda velocidad en su coche y se arriesgará a tener un accidente (un destino que efectivamente sufre al final del Capítulo 22). Del mismo modo, le dice a Humbert que si intenta seducirla sin corresponder a su genuino afecto, será peor que un secuestrador que viola a un niño, que es en lo que Humbert se convertirá, de hecho, luego de la muerte de Charlotte.
Sorprendentemente, así como el narrador europeo y refinado se ha ocupado de establecer siempre la abismal distancia cultural entre él y Charlotte, la carta destaca ciertas características compartidas entre ambos. Tanto Charlotte como Humbert están impulsados por sus propias fantasías poéticas y románticas, más que por una conexión genuina con las personas que profesan adorar y deben proteger. Cuando Charlotte descubre el secreto de Humbert, por ejemplo, siente celos de que Humbert prefiera a Lolita antes que a ella. El hecho de que un hombre adulto anhele abusar de su hija parece tener mucha menos importancia para ella que su desprecio.
A través de Charlotte y sus reacciones ante el inminente matrimonio, Nabokov parodia los valores burgueses de la domesticidad americana. A pesar de sus intentos de sofisticación, las preocupaciones de Charlotte antes y después de su matrimonio muestran el poder de su sensibilidad de clase media. En primer lugar, debe asegurarse de la fe religiosa de Humbert, que ella ve erróneamente como un signo de su buen carácter. Se dedica a convertirse en un miembro prominente de la comunidad, celebrando fiestas de té y cosechando menciones en la columna de sociedad. Limpia y redecora fervientemente la casa según las reglas y consejos que encuentra en catálogos y manuales de decoración. Con estos esfuerzos, Charlotte intenta crear un aire de respetabilidad a su alrededor, acorde con las expectativas de la sociedad para la esposa satisfecha de un hombre prominente.
Volviendo al asunto de las cartas, es importante resaltar el hecho de que su inclusión, textual (si es que decidimos creer que Humbert es fiel a su contenido) o parafraseadas por el narrador que las recuerda, es relevante a la hora de ampliar y explicar la historia. Sirven como un modo de incorporación de otras voces, a pesar de la falta de fiabilidad del narrador, en el texto. Veremos más adelante que se incluye una carta de Lolita en la que pide dinero a Humbert, una carta de una amiga de la niña, Mona, parafraseada por Humbert, y la mención a cartas de las cuales se oculta su contenido, escritas por Charlotte antes de su fatal accidente.
Así como las cartas o el diario son considerados géneros menores incluidos en la novela, también Humbert hace referencia a grandes textos de la literatura. Compara su amor por Lolita con el que el escritor renacentista Dante Alighieri sentía por Beatrice, o el que Petrarca profesaba por Laura. Este amor contrasta de forma rotunda con el amor que Lolita profesa por Quilty, el director de teatro al que admira y de quien tiene un póster en su habitación, junto a la cama. En él, el dramaturgo promociona cigarrillos de la marca Dromedario. La idolatría de la niña por este hombre es narrada por Humbert como carente de toda poesía y belleza, roza más bien la vulgaridad propia de la típica adolescente americana. En Lolita, la dimensión estética del amor, el modo en que se representa (no sólo en la novela, sino para sí el amante), ocupa todo el espacio. Poco importará que las acciones que se hagan en nombre de ese amor sean inmorales, vejatorias y sean efectuadas en detrimento inclusive del objeto de ese amor. Lo que importa es su belleza, su cualidad artística.