Resumen
Llega un Mensajero, informa que Penteo está muerto y explica lo sucedido.
El Mensajero acompañó a Dioniso y Penteo al monte Citerón. Al principio, se escondieron y observaron a las mujeres desde lejos, pero Penteo quería verlas más de cerca. El dios derribó la copa de un abeto y permitió que Penteo se subiera a él; pero, desde su posición elevada, Penteo era visible ahora para las ménades. Dioniso llamó a las mujeres y les dijo que el hombre del abeto se había burlado del culto dionisíaco. Las mujeres terminaron derribando el árbol con sus propias manos. Penteo identificó entre estas a Ágave y clamó a su madre por misericordia, pero esta, poseída, no reconoció a su hijo. Ella y las demás asesinaron a Penteo con sus propias manos. Ágave, informa el Mensajero, creía haber matado a un león y empaló la cabeza de Penteo en su tirso para bajar por la montaña exhibiéndola con orgullo.
El Mensajero se retira y el coro canta alabanzas a Dioniso y glorifica su victoria sobre Penteo.
Ágave entra cubierta de sangre y portando la cabeza de Penteo, a quien sigue creyendo un león. Entonces Corifeo se dirige a Ágave: “¡Muestra ahora, infeliz, a los ciudadanos, la presa que como trofeo de victoria has traído!” (vv. 1200- 1202). Ágave llama a los ciudadanos de Tebas, a su padre y a su hijo para que vengan a ver lo que ha cazado.
Entra Cadmo, con asistentes. Los asistentes llevan un féretro en el que descansan los restos de Penteo. Cadmo cuenta que bajaba del monte con Tiresias cuando se enteró de la muerte de Penteo, y el anciano corrió al lugar del crimen. Él y sus hombres recuperaron lo que pudieron encontrar del cuerpo.
Ágave, aún poseída, corre hacia su padre con orgullo, glorificándose por lo que logró cazar. Cadmo le responde con pena y, poco a poco y con suaves preguntas, la devuelve a la realidad. De pronto, Ágave grita: no entiende cómo llegó a sus manos la cabeza de su hijo, ni cómo este murió. Cadmo le explica lo sucedido y luego habla de la lección que le enseñó la muerte de su nieto: “Si todavía queda algún hombre mortal que desprecie o desafíe a los dioses, que mire la muerte de este muchacho y crea en los dioses” (vv. 1325-1327). Ágave, enloquecida por el dolor, mira los restos mutilados de su hijo y llora.
Dioniso aparece ahora ya en forma de dios. Dice que Penteo murió por su blasfemia, y luego ordena el exilio de Ágave y sus hermanas: deben irse de Tebas para siempre porque sus manos están sucias con el asesinato de parientes. Anuncia también que Cadmo será transformado en dragón y su esposa Harmonia en serpiente, y ambos se verán obligados a liderar un ejército extranjero contra Hellas. Al final, el dios Ares liberará a Cadmo y Harmonia, pero solo después de que estos hayan sufrido demasiado.
Cadmo le ruega a Dioniso clemencia: entiende las razones del castigo, pero considera demasiado dura la venganza del dios. Dioniso no se conmueve, y Cadmo suplica: “Pero los dioses no deben tener la ira igual a los hombres” (v. 1347). Ágave, rendida, acepta el destino y abraza a su padre. Luego, se dirige junto a sus hermanas al exilio.
Análisis
La muerte de Penteo a manos de su propia madre, quien confunde a su hijo con un animal, presenta la culminación de un motivo que atraviesa toda la obra: la caza. Este motivo ya venía presentándose en el lenguaje de los personajes. Por ejemplo, en Penteo, cuando sentenciaba en una ocasión que metería en prisión a las ménades y decía: “Las encerraré en redes de hierro” (v. 323). Como vemos, en lugar de barrotes de celda, el joven rey habla de “redes” de hierro, dejando así en primer plano a un elemento que no se utiliza para encerrar personas, sino que se emplea para la captura de animales. El mismo elemento aparece ahora en boca de Dioniso cuando le tiende la trampa a Penteo en el monte Citerón: “¡Mujeres, nuestro hombre está en la red!” (v. 991) grita el dios llamando a la manada de ménades a destruir al capturado Penteo. En suma, metáforas del estilo construyen a lo largo de la obra esta identificación simbólica entre los personajes y los agentes involucrados en la caza de animales.
Ahora bien, el motivo de la caza funciona en términos dramáticos y estructurales en tanto reúne y opone fuerzas de poder, y determina, como roles cambiantes, la víctima y el victimario. Penteo compite contra Dioniso y las ménades por ver quién ocupa cada rol, y esta competencia se sostiene durante toda la obra hasta el momento en que se materializa el acto de caza final. Así, la trama se construye sobre el mecanismo del cazador-cazado, ya que incorpora el irónico giro por el cual el rey tebano, que pretende “sacrificar” a las ménades, termina siendo descuartizado por ellas.
El motivo de la caza se conjuga con un elemento que le es inherente y también se construye a lo largo de toda la obra, el de la animalización, profundamente vinculado al del sacrificio. Estos tres elementos o recursos funcionan en conjunto al final de la pieza, de una forma particular. Es preciso, para analizarlos, revisar el modo en que estos elementos se presentaron a lo largo de la obra.
En la tragedia griega clásica la animalización de los personajes femeninos constituye un mecanismo frecuente. Generalmente, ello tiende a evidenciar la alteridad radical con la que la civilización concibe a las mujeres. Como mencionamos en otros momentos del análisis, la dicotomía vida salvaje/vida en la polis está muy presente en el pensamiento helénico, y la exclusión de las mujeres se asocia a la asignación de un carácter salvaje que solo puede controlar la autoridad masculina; es decir, de padres y maridos. Adicionalmente, esta animalización de los personajes femeninos en la tragedia griega clásica contribuye, como decimos, a la peculiar relación entablada entre mujeres y sacrificio. Es decir que la sociedad griega antigua plantea una concepción de la mujer en la cual la sangre de esta es particularmente apta para ser vertida en un sacrificio. Así, tanto la concepción misógina de la mujer como un ser de estatus inferior, casi animal, con la cultura de la caza, profundamente integrada en la cosmovisión ateniense, se conjugan en la concepción religiosa de este pueblo a través de la práctica del sacrificio femenino. En definitiva, esto explica el hecho de que en las tragedias griegas, muchas mujeres sean animalizadas y convertidas en víctimas sacrificiales.
Ahora bien, en el caso de Eurípides este recurso de animalización y sacrificio está presente, pero Las bacantes incorpora a su vez lo que la crítica ha catalogado como una estrategia de ‘perversión del ritual’, cuyo efecto se vuelve evidente hacia el final de la pieza. En la obra abunda el campo semántico de la animalidad y el sacrificio, pero los elementos que construyen dicho campo se contaminan entre sí y subvierten los modos y agentes del ritual sacrificial.
En Las bacantes, entonces, el recurso de la animalización aparece de forma hiperbólica, omnipresente, y no se limita a lo femenino: se animaliza con una fuerte carga e insistencia a la mayoría de los personajes (Dioniso incluido, tal como veíamos en su asociación con el toro). Pero si nos detenemos en el caso de las mujeres, encontraremos un conjunto de expresiones a lo largo de la obra que connotan animalización. Estas expresiones tienen lugar en metáforas, donde distintos personajes comparan a las ménades con animales concretos como potrillas, cervatillas, palomas, cisnes, leonas, aves y perras; pero también pueden leerse en la descripción de sus comportamientos, como la que hace el Mensajero. Para este último, las ménades saltan o se echan sobre las peñas, rastrean como sabuesos, comen carne cruda o andan en manada, se ubican en el monte, visten piel de cervatillo, llevan serpientes entre los cabellos que lamen sus mejillas, amamantan bestias y las fieras las rodean y se divierten con ellas.
Además, a la animalización vinculada a las mujeres en la obra, Eurípides adjunta desde un principio una particularidad característica: su ferocidad. Esto lleva a que las ménades no puedan asociarse del todo a la idea de presa sacrificial, de víctima, en tanto son poseedoras de una fuerza que las vincula más bien, y por muchos momentos, a animales feroces capaces de destruir a cualquiera que los ataque. Esto parece anticipar un elemento que Penteo no logra registrar a tiempo, y es que la animalidad de las ménades convierte a estas presuntas presas en potenciales victimarias, en lugar de las víctimas que él da por sentado desde un inicio. Como bien dijimos anteriormente, Penteo termina siendo descuartizado por aquellas a las que él se disponía a apresar: el cazador (que no por nada se confunde con uno de los mayores depredadores de la naturaleza: el león) es cazado por sus presas. Así, las ménades descuartizan ese cuerpo al que conciben animal, tal como lo muestra la identificación de su cabeza con la de un león en el marco del delirio dionisíaco de Ágave. Finalmente, el joven rey acaba siendo presa sacrificial en el culto que se disponía a extirpar de su polis.
Esta insubordinación de lo animal o salvaje, entonces, invierte el par de opuestos víctima/victimario o presa/cazador, lo cual no solo funciona en términos dramáticos para definir el destino trágico de Penteo, sino que también presenta un interés en términos temáticos en lo que se refiere a los roles de género. El culto dionisíaco otorga a las mujeres un poder y una importancia de los que carecían en la civilización ateniense del siglo V a. C., mientras que el comportamiento de las ménades en el entorno salvaje revela el carácter potencialmente subversivo del género oprimido.
Decimos, entonces que al final de la obra, Penteo no solo fracasa en su rol de cazador y se convierte en presa, sino que además se torna animal sacrificial en un ritual de honor al culto extranjero que se había propuesto expulsar. Es en esta irónica subversión de sus expectativas que reside lo que la crítica ha denominado una ‘perversión del ritual’. Para comprender cabalmente en que reside esta subversión, debemos atender a las particularidades de la dinámica sacrificial: así como la caza vincula el ámbito humano (civilizado) con el animal (salvaje) y representa, en principio, un triunfo del primero sobre el segundo, el sacrificio abre un escenario en el cual los humanos entran en un intercambio de favores con los dioses utilizando a los animales sacrificados como medio. Dicho intercambio implica, en teoría, una subordinación de lo animal a lo humano, de lo salvaje a lo civilizado. Sin embargo, Las bacantes rompe con esta jerarquía invirtiéndola: aquí, el cazador es cazado por las presas y el rey, hombre, humano y representante de la civilización, se transforma en el cuerpo sacrificado por las ménades, mujeres animalizadas y representantes de lo salvaje. Se trata de un regalo de honor al dios de lo salvaje, una corona que celebra la irrupción de un nuevo orden, extático y sensual, en Tebas. Así, en el entorno salvaje, el cazador y la presa se confunden; el hombre, acostumbrado a ser cazador de animales, se convierte en la presa. Dioniso destruye las jerarquías normales de la civilización de Penteo: primero, reduce el lugar del joven rey en la categoría social al travestirlo; luego lo vuelve una presa, prácticamente un animal; y, finalmente, hace de él un sacrificio ritual. Así, el orden civilizado da paso al caos salvaje de la naturaleza dionisíaca: el ritual se pervierte y, con él, el orden social.
Generalmente, una de las funciones de todo ritual consiste en la confirmación y el mantenimiento del orden, así como el establecimiento de límites entre lo sagrado y lo profano. Sin embargo, los ritos involucrados en Las bacantes no solo no establecen esos límites, sino que además los confunden. En el rito dionisíaco, tal y como lo plantea Eurípides, caza y sacrificio se entremezclan, así como lo sagrado y lo profano, y el rey encargado de propiciar el orden es castigado por la divinidad y convertido en víctima sacrificial.
En este punto, la crítica señala a su vez que Penteo cae por su amathia, su incapacidad para reconocer esa otra forma de conocimiento que se presentaba ante sus ojos con el misterio de la divinidad. La religión que él rechaza está asociada a la fuerza de la naturaleza. Así, la caída de Penteo es al mismo tiempo la consagración del ascenso de Dioniso: el destino trágico del joven rey que se atrevió a desafiar a la divinidad no hace sino confirmar el poder de esa divinidad. Así, la muerte del rey funciona como un aprendizaje o advertencia para la humanidad: desafiar a los dioses solo conduce a la tragedia; la amathia solo conduce a la propia condena. En este caso, la amathia se asocia a la soberbia del hombre que se cree capaz de superar, en poder o en sabiduría, a los dioses, pero también a la soberbia de una civilización que se considera capaz de someter a la naturaleza. Negando a Dioniso, Penteo busca negar a las fuerzas de una naturaleza que rechaza por salvaje e incivilizada, fuerzas que en realidad debe reconocer y aceptar como partes de un todo, partes incluso de sí mismo. Cabe recordar, en este punto, que todas las víctimas de Dioniso están conectadas al dios por sangre, son sus parientes. Penteo y el dios comparten su sangre mortal. Lo que se quiere negar o combatir, parece decir Eurípides, está en verdad inexorablemente conectado con el propio ser. Incapaz de reconocer los elementos salvajes o caóticos de la naturaleza humana, del universo y de su propio interior, Penteo se niega a sí mismo y acaba destruido por ello.
Una vez muerto Penteo, Dioniso queda posicionado como el vencedor, ahora frente a los muchos personajes que sufren su venganza. El destino trágico no se encarna solamente en Penteo, sino que la desgracia se adueña de personajes como Ágave o el prudente Cadmo. Al final de la obra, y ausente ya el antagonista principal, Dioniso se aparece como un personaje con el cual el público ya ve difícil empatizar, debido a que se mantiene firme en su carácter vengativo a pesar de los lastimosos parlamentos de sus víctimas. El carácter no compasivo y, por ende, bastante inhumano de Dioniso se ve acompañado en este final por el hecho de que ha abandonado su forma antropomórfica para aparecer como un dios. Dioniso exhibe todo su poder en este final, un poder que se presenta absoluto, intransigente e inconmovible. Así, Eurípides escenifica la rudeza de la acción divina, el modo casi irritable en que Dioniso se interesa únicamente por sus objetivos (vengarse de quienes lo blasfemaron), sin importarle el causar dolor. Como contracara, la templanza, la aceptación y la humildad, que se observan en escena, se encarnan únicamente en los personajes humanos. La crítica señala un gesto, en torno a esto, en Eurípides: el poeta estaría exponiendo la ira de un dios cuya expresión es quizá desmedida para con sus motivos. Así al menos lo señalan algunos de los personajes, como Cadmo, que sin cuestionar los motivos que Dioniso tenga para vengarse, menciona que quizás el castigo ha sido excesivo. En esta línea, la crítica establece que la piedad y la compasión es el tema central de las últimas líneas de la obra, transformándose en un tópico que funciona fijando una nueva oposición entre personajes. Dioniso es el único que no termina atravesado por ese sentimiento, el único que no se modifica ante el sufrimiento ajeno. Esa capacidad queda relegada, parece decir la obra, a la humanidad.
Cabe volver, para finalizar, al planteo que desde un principio se realizó respecto al carácter dual de la fuerza representada por Dioniso. Si bien a lo largo de la obra se evidenciaron aspectos positivos de dicha fuerza, como la liberación de las opresiones, el éxtasis, el disfrute y la unión con la naturaleza, este final nos acerca a un lado más bien destructivo, excesivo y exento de piedad de ella. En estas últimas líneas, Dioniso representa a esa fuerza de la naturaleza que no tiene miramientos frente al sufrimiento humano, que desata su fuerza destructora sin apiadarse de sus víctimas.