La gaviota

La gaviota Resumen y Análisis Acto I (Segunda parte)

Resumen

Konstantín anuncia que la obra por comenzar tratará de lo que sucede en la Tierra dentro de doscientos mil años. El telón se levanta y revela el lago, que refleja a su vez la luna. Nina, de blanco, sentada sobre una piedra, recita un monólogo en el que describe una suerte de apocalipsis, un universo en que ninguna criatura vive y en el que todas las almas se reunieron en una sola: ese alma, dice, es ella. Mientras Nina continúa recitando, dos círculos de fuego se encienden y se huele a azufre. Arkádina interrumpe con comentarios cínicos. Tréplev la silencia hasta que se resigna y suspende la función. Sale de escena, furioso, diciendo que había olvidado que escribir e interpretar teatro era algo reservado para unos pocos elegidos.

Sorin, amablemente, le reprocha a Arkádina su comportamiento. Ella argumenta que pensó que la obra era una broma, y que no sabía que, en cambio, se trataba de una “demostración”. Dice que puede ver una pesadilla como una broma, pero no va a tolerar que Tréplev los exponga a todos a una especie de lección artística bajo la forma de una pesadilla decadente que encima guarda “pretensiones de formas nuevas, de una nueva era en el arte” (p.23). Medvedenko propone que se escriban obras sobre la vida de los maestros. Arkádina pide no hablar más de teatro y disfrutar de la belleza de la noche, a la vez que le ordena a Trigorin que se siente a su lado. Le cuenta que diez o quince años atrás, en ese mismo lago, se oía música y canto casi todas las noches, y que en ese entonces el galán irresistible de las fincas era Dorn. Después, Arkádina se empieza a sentir culpable por lo de Konstantín. Intenta llamarlo y Masha se ofrece para ir a buscarlo.

Nina sale del escenario y es felicitada por todos, especialmente por Arkádina, quien le dice que debe dedicarse al teatro. Luego le presenta a Trigorin. Nina saluda al escritor avergonzada, expresando su enorme admiración. Dorn le pide a Shamrayev que levante nuevamente el telón. Trigorin le dice a Nina que él no comprendió ni una palabra de la obra, pero que le gustó mucho verla actuar, puesto que lo hacía con sinceridad. Luego, mira el lago y afirma que, seguramente, tiene muchos peces para pescar. Nina dice no poder comprender cómo alguien que experimentó el goce de la creación puede encontrar goce en otra cosa que no sea eso. Shamrayev cuenta ante todos una anécdota sobre el teatro de otro tiempo. Nina expresa que debe volver a su casa, y así lo hace, a pesar de las insistencias de Sorin y de Arkádina para que se quede más tiempo. Arkádina luego les explica a los demás lo que sabe sobre la familia de Nina: la difunta madre le dejó al marido toda su fortuna, y este legó todo a su segunda esposa, dejando a Nina sin nada. Luego, Sorin le pide a Shamrayev que controle o suelte a los perros, y este se niega. Todos salen de escena a excepción de Dorn.

Dorn, en soledad, revela que disfrutó de la obra: “tiene algo”, dice, que llegó a emocionarlo. Entra Tréplev, escapando de Masha, a quien considera insoportable porque lo persigue por todos lados. Dorn le dice que tiene talento y que debe seguir escribiendo. Konstantín, completamente emocionado, le agita la mano. Dorn le dice que debe tratar lo eterno, lo importante, y que en toda obra debe existir una idea clara y definida: él debe saber por qué escribe, porque sin un fin determinado su talento se perderá. Tréplev, impaciente, le pregunta dónde está Nina. Entra Masha y le ruega a Tréplev que vuelva a su casa, porque su madre está inquieta. Tréplev ruega que lo dejen en paz, agradece entre lágrimas al doctor y sale. Masha le confiesa a Dorn que está enamorada de Tréplev y que sufre por eso; teme que ese amor le destroce la vida. Dorn intenta consolarla.


Análisis

Si al inicio de la pieza las cuestiones artísticas ya se entrometían en las relaciones entre los personajes, la representación de la obra escrita por Tréplev y protagonizada por Nina termina por implosionar las tensiones. Las opiniones disímiles entre ciertos personajes respecto al arte, a partir de este momento, se vuelven expresiones de intolerancia explícita, aparentemente irreprimible: Arkádina no puede evitar hacer comentarios sarcásticos durante la función y su hijo, evidentemente afectado, toma medidas: “¡Basta! ¡Telón! (Patea.) ¡Bajen el telón! (El telón baja.) ¡Perdónenme! Había pasado por alto el hecho de que escribir e interpretar obras de teatro le es dado sólo a unos pocos elegidos” (p.22).

La frustración del protagonista respecto a la falta de reconocimiento por parte de su madre encuentra en esta escena su punto límite: Arkádina no solo es una célebre actriz, rodeada de exitosos amigos entre los cuales Tréplev se siente insignificante, sino que, además, nada la detiene de expresar su indiferencia -y hasta su disgusto- por la obra que escribió su propio hijo y que interpreta la novia de este. En tanto Tréplev sale de escena después de haber suspendido su función, Arkádina es interpelada por su hermano, quien le reprocha, aunque amablemente, haber herido a Tréplev. En el diálogo que mantiene con Sorin, Arkádina evidencia que sus comentarios sarcásticos durante la función no constituyeron un desliz indeseado, sino más bien la punta del iceberg de sus pensamientos sobre Tréplev:

SORIN: Lo has ofendido.

ARKÁDINA: Él mismo nos advirtió que era una broma, y así traté su obra, como una broma.

SORIN: Sin embargo…

ARKÁDINA: ¡Ahora resulta que ha escrito una gran obra! ¡Miren un poco! Quiere decir que ha organizado este espectáculo y nos ha perfumado de azufre no como una broma, sino como una demostración… Ha querido enseñarnos cómo hay que escribir y qué se debe representar. Estoy harta. ¡Estos continuos ataques contra mi y esos alfilerazos, digan lo quieran, pero uno se cansa!

(p.22)

Tanto en los parlamentos de Tréplev sobre su madre como en los de Arkádina respecto a su hijo se evidencia un mismo matiz: ambos viven la relación madre-hijo, en cierto sentido, como una suerte de competencia. Tréplev considera que los comentarios de su madre durante la función constituyen una manifestación, por parte de la actriz, de que “escribir e interpretar obras de teatro le es dado sólo a unos pocos elegidos” (p.22), entre los cuales, por supuesto, él no está incluido. Arkádina, por su parte, no puede ver la obra de su hijo sin tomarla en broma o pensar que se trata de una “demostración”, o de “ataques” contra ella: “En tren de broma soy capaz de escuchar una pesadilla, pero aquí había pretensiones de formas nuevas, de una nueva era en el arte” (p.23). Es evidente que las diferencias en tanto criterio artístico no constituyen la base de los problemas entre madre e hijo, sino que son el modo en que ellos pueden permitirse discutir -hablar de otras cuestiones más íntimas sería, probablemente, demasiado doloroso-.

En esta pieza, las ideas que los personajes tienen sobre el arte dicen mucho sobre el carácter de cada uno, y si Arkádina y Tréplev ven en los hechos artísticos que les disgustan una suerte de ataque contra ellos mismos, es porque se trata de los personajes más egocéntricos y conflictivos de toda la obra. Esto puede observarse también en relación a otros personajes que manifiestan sus opiniones luego de la representación de la obra de Tréplev. Dice, por ejemplo, Medvedenko a Trigorin: “¿Y si se describiera en una obra y luego se interpretara en la escena la vida de nosotros, los maestros? ¡Una vida dura, muy dura!” (p.23). Medvedenko postula su propia vida como digna de ser representada, y el espectador/lector puede ver cómo en ese parlamento se delinea el carácter triste, necesitado de atención y cariño, autocompasivo, y quizás algo sesgado (no puede disfrutar de imaginar otros universos con los que no se identifica inmediatamente) de este maestro de pueblo enamorado de una mujer que lo trata con indiferencia y hasta repulsión.

Por su parte, Dorn, el médico del lugar, reflexiona en soledad sobre la obra -“No sé, quizá no entienda nada o me haya vuelto loco, pero la obra me ha gustado. Tiene algo” (p.26)- y acaba diciendo a Tréplev:

DORN: Konstantín Gavrílovich, su obra me ha gustado enormemente. Es extraña y no conozco el final; sin embargo me impresionó. Usted es un hombre de talento, debe continuar. (Tréplev le estrecha con fuerza la mano y lo abraza impulsivamente.) ¡Uf, qué nervioso está!.. Y con lágrimas en los ojos. ¿Qué quería decirle? Que usted ha tomado su tema del mundo de las ideas abstractas. Y así debe ser, porque es indispensable que una obra de arte exprese una gran idea. Sólo es hermoso lo que es serio. ¡Qué pálido está!

TRÉPLEV: ¿Usted dice, entonces, que debo continuar?

DORN: Sí… Pero debe pintar sólo lo importante y lo eterno. Usted sabe que yo he tenido una vida muy agitada y que la he vivido con placer; estoy contento, pero si llegara a experimentar la exaltación que sienten los artistas cuando crean, entonces, me parece que despreciaría mi envoltura material y todo lo que le es propio, y volaría muy alto y muy lejos de la tierra.

(p.26-27)

De algún modo, las ideas que Dorn tiene sobre el arte -que debe ser serio, representar lo importante y lo eterno y tratar grandes ideas abstractas- aparecen como una suerte de contrapeso respecto a su propia vida, abocada a la exactitud científica, lo concreto, lo demostrable empíricamente, como si lo que Dorn anhelara en el arte fuera una complementariedad. Pero, además, el último parlamento de Dorn en el diálogo citado presenta un asunto retratado en varias ocasiones en esta pieza, que es el de las ideas que algunos personajes tienen no solo sobre el arte, sino sobre los artistas. También Nina admirará, pero en relación a Trigorin, la “exaltación” que experimenta, en teoría, el artista:

NINA (a Trigorin).-Es una obra extraña, ¿no es verdad?

TRIGORIN: No he comprendido nada. Sin embargo, la miraba con gusto. Usted actuaba con tanta sinceridad. Y los decorados son excelentes. (Pausa) Debe haber muchos peces en este lago.

NINA: Sí.

TRIGORIN: Me gusta pescar. Para mí no hay placer mayor que sentarme en la orilla al anochecer y mirar el flotador de la caña.

NINA: Pero yo creo que quien ha experimentado el goce de crear, para él ya no existe ningún otro goce.

(p.24)

Trigorin, escritor exitoso, manifiesta sin pudor, y ante la incredulidad de Nina, que el mayor placer para él lo constituye una actividad para la cual no se precisa ningún talento divino: pescar. Es este mismo personaje, de cuyos discursos parece ausentarse toda pretensión, el único que confiesa sin pruritos no haber “comprendido nada” de la obra. Trigorin no intenta cubrir su cuota de inseguridad -como sí quizás hacía Tréplev cuando hablaba sobre él-, apelando a una crítica compleja donde hacer gala de sus conocimientos, criterios elevados o ideas artísticas. En cambio, cambia de tema para conversar acerca de lo que verdaderamente le interesa, la pesca, presentando así una imagen de su persona que desconcierta a Nina en relación a la idea que ella tenía sobre un “artista”. El diálogo citado evidencia entonces, nuevamente, un correlato entre el carácter de los personajes y sus opiniones artísticas, a su vez que inaugura la relación entre Nina y Trigorin, uno de los vínculos más importantes de la trama.

Un indicio del desarrollo de la trama se encuentra también en el consejo de Arkádina a la joven actriz, cuando la felicita por su actuación: “La hemos admirado mucho. Con ese físico, con una voz tan maravillosa es inadmisible, es un crimen quedarse en el campo. Usted debe tener talento. ¿Oye? ¡Su obligación es dedicarse al teatro!” (p.24). Efectivamente, será la decisión de Nina de abandonar el pueblo para saltar hacia su carrera de actriz lo que hará posible su relación con Trigorin, así como la secuencia de hechos que se relatan en el último acto. Por otra parte, se ve en el parlamento de Arkádina, nuevamente, la oposición entre campo y ciudad, donde todas las posibilidades de triunfo se asocian a lo urbano, mientras que lo campestre se describe en términos de estaticidad y ausencia de vida -sería un “crimen”, para Nina, desperdiciar su talento y juventud quedándose en el campo-.

Este primer acto finaliza con la confesión desesperada de Masha. Luego de haber perseguido a Tréplev incansablemente -el joven había manifestado, en su conversación con Dorn: “Máshenka me busca por todo el parque. Es una criatura insoportable” (p.26)- la muchacha ruega por ayuda a una figura paterna. Paradójicamente, no busca esa figura en su propio padre, presente en el lugar, sino en Dorn, es decir, el hombre al que realmente ama su madre, Polina.

MASHA: (...) No quiero a mi padre… pero le tengo afecto a usted. No sé por qué, pero siento con toda mi alma que usted está cerca de mí… Ayúdeme, entonces. Ayúdeme; si no, cometeré algún disparate, haré una burla de mi vida, la destrozaré… No puedo más…

DORN: ¿Qué ¿En qué puedo ayudarla?

MASHA: Sufro. Nadie conoce mis sentimientos. (Apoya su cabeza en el pecho de Dorn; en voz baja.) Amo a Konstantin.

DORN: ¡Qué nerviosos están todos! ¡Qué nerviosos! Y cuánto amor… ¡Oh, lago hechicero! (Con ternura.) Pero, ¿qué puedo hacer yo, hija mía? ¿Qué?

(27-28)

Masha busca entonces consuelo, por el sufrimiento que le produce su amor no correspondido por Tréplev, en Dorn, el hombre que no corresponde al amor de Polina. La madre de Masha no ama a su marido, Shamrayev, sino a un hombre que, aunque cordialmente, la trata con cierta indiferencia. Conociendo la pieza, podemos ver aquí un paralelismo: Masha acabará casándose con Medvedenko, a quien no quiere, para intentar calmar su amor por Tréplev, replicando así el destino de su madre.