Final del juego (cuento)

Final del juego (cuento) Resumen y Análisis Parte 3

Resumen

En la tarde siguiente, Leticia decide no participar del sorteo porque le parece injusto y sale sorteada Holanda. En esta oportunidad, Ariel arroja otro papelito, en el que avisa que al día siguiente se va a bajar del tren en la estación más cercana para conocerlas en persona. De regreso a la casa, la tía Ruth se lleva a Leticia para comenzar un nuevo tratamiento y les encarga a Holanda y la narradora que bañen al gato. Durante esta actividad, las niñas pueden hablar sobre el mensaje de Ariel, que las mantiene eufóricas y preocupadas al mismo tiempo, ya que la visita va a revelar la enfermedad de Leticia.

A la noche, Leticia está adolorida, por lo que se va temprano a su cuarto acompañada de Holanda. Más tarde, esta última le cuenta a la narradora que Leticia no va a salir a jugar al día siguiente, y que escribió una carta para que le entreguen a Ariel en caso de que pregunte mucho por ella.

Al otro día, la narradora y Holanda esperan ansiosas la llegada de Ariel. El muchacho se muestra tímido, les consulta sus nombres y les halaga sus estatuas, aunque rápidamente pregunta por Leticia y se lamenta que no esté. La narradora lo nota distraído y siente que todo lo que dice es por pura cordialidad. Ariel vuelve a preguntar por Leticia y entonces Holanda le entrega la carta que tiene para él. Ariel, avergonzado, se despide.

Al día siguiente, Leticia les hace la seña a las niñas para salir a jugar. Cuando están en el patio, saca de sus bolsillos joyas que pertenecen a la tía Ruth y a la madre de la narradora. Leticia pide que por ese día omitan el sorteo y la dejen representar a ella, a lo que las niñas acceden. La narradora describe la estatua de Leticia como la más majestuosa jamás hecha; el tren pasa y Ariel, asomado por la ventanilla, la sigue con la mirada hasta el último momento.

Al día siguiente, la narradora y Holanda vuelven a las vías, seguras de que el juego se terminó para siempre. Leticia, en cambio, se queda en la casa a dormir la siesta, porque está particularmente adolorida. Cuando pasa el tren, tal como sospechaban, Ariel no aparece asomado en ninguna de las ventanillas.

Análisis

En la sección anterior hemos visto que el juego de las estatuas implica toda una forma de exhibirse, de mirar y de ser miradas. Esta idea de exponerse ante los demás pero, a su vez, de construir una forma de mirar liga el relato con los procedimientos fotográficos tan en boga en los años 50. Las niñas-estatuas de Cortázar posan para los viajeros del tren de la misma forma que los retratados posan para los espectadores, gracias a la mediación de un dispositivo que funciona a modo de cámara. Cabe destacar que este mostrarse mediante la adopción de una pose se encuentra muy lejos de la idea de simulacro o de impostura. La dimensión fotográfica establece otra relación con el concepto de pose y la contempla como una forma de posicionarse frente al universo desde una toma de sentido particular: Posar como “niña estudiosa” o “joven seductora”, por ejemplo, significa apropiarse de una forma de estar en el mundo y construir la subjetividad a través de ella. Tal como lo indica la escritora argentina Sylvia Molloy, “Exhibir no es solo mostrar, es mostrar de tal manera que aquello que se muestra se vuelva más visible, se reconozca” (Molloy, 1994: 130). En este sentido, el juego de las estatuas no es un simple pasatiempo de niñas, sino que revela toda una dimensión vital de exploración y de apropiación del mundo en el que las jóvenes inventan y reciclan todo un repertorio corporal de formas de estar en el mundo.

El mensaje que Ariel arroja desde el tren introduce la variación sobre la rutina y produce el nudo del relato: el juego de las tres niñas se ve alterado por la presencia de un admirador ante el que todas desean lucirse. El primer mensaje de Ariel es escueto: "Muy lindas estatuas. Viajo en la tercera ventanilla del segundo coche, Ariel B." (p. 537). Sus palabras irrumpen en el juego de las niñas y dan inicio a un nuevo juego, cuyas reglas ya no son definidas solo por las protagonistas y que revela una serie de lazos hasta ese momento ocultos entre ellas.

El siguiente mensaje que envía Ariel es igualmente corto: “La más linda es la más haragana" (p. 538). Desde la mirada a toda velocidad, Ariel no puede saber de la dolencia de Leticia, por lo que malinterpreta su poca participación en el juego y genera entre las tres niñas una serie de conflictos. En primer lugar, Holanda y la narradora vuelven a experimentar celos: Leticia no es solo una privilegiada porque no tiene que hacerse cargo de las tareas domésticas, sino que también recae sobre ella el cortejo de Ariel. Por otra parte, la parálisis es un impedimento para cualquier acercamiento amoroso: si Ariel se diera cuenta de la enfermedad de Leticia, probablemente la rechazaría. Nuevamente, las emociones de la narradora son ambiguas, puesto que no puede dejar de experimentar celos ante la elección de Ariel, pero tampoco puede dejar de compadecerse de la dificultosa situación en la que Leticia se encuentra repentinamente.

Leticia también comprende la encrucijada en la que se encuentra repentinamente. Si bien el cortejo de Ariel la llena de placer, sabe que su condición física imposibilita todo encuentro efectivo con el muchacho. Por eso, cuando Ariel indica que se bajará del tren para visitarlas, Leticia decide no salir a jugar y, en su lugar, escribe una carta para el muchacho.

Al día siguiente, Leticia tuerce las reglas del juego y les pide a Holanda y a la narradora que la dejen representar a ella la estatua. Las niñas, que comprenden que allí se está resolviendo algo más que un simple juego, eligen las mejores prendas para vestirla. Engalanada además con las joyas de la madre, la representación es de una majestuosidad fuera de lo común, y pasma tanto a Ariel como a las niñas: “Nos pareció maravillosa, la estatua más regia que había hecho nunca, y entonces vimos a Ariel que la miraba, salido de la ventanilla la miraba solamente a ella, girando la cabeza y mirándola sin vernos a nosotras hasta que el tren se lo llevó de golpe” (pp. 544-545). El gran impacto que provoca Leticia en la narradora reside justamente en su capacidad de poder cumplir a la perfección el papel de estatua y tiene que ver con su afección: no se trata solo de que Leticia transforme su carencia en un recurso, sino también de que, en ella, la serie de imposturas que implica el juego coinciden con el momento de mayor verdad sobre su cuerpo, con aquello que en la casa no se puede siquiera nombrar. La vuelta de tuerca sobre el relato es que, en esta última pose frente a Ariel, Leticia en realidad no juega, sino que encuentra en el juego el único campo en el que puede hacer visible lo que en realidad es.

Tras mostrarse ante Ariel en todo su esplendor, Leticia abandona el juego para siempre. El contenido de la carta que le hace llegar por medio de Holanda y la narradora queda oculto para el lector, pero se comprende que en ella se esconde la gran verdad sobre la situación que viven los jóvenes: que el amor de Ariel hacia Leticia no podrá concretarse jamás, y por eso el juego entre ellos debe concluir. Ese final del juego indica, también, un paso metafórico hacia la adultez: la posibilidad de enamorarse instaura una nueva dimensión en la vida de las protagonistas, y las corre definitivamente y para siempre de la infancia.

Otro de los sentidos ocultos en el título del cuento es el que contempla el final del juego como la revelación del artificio que mantenía oculto, a ojos de Ariel, la enfermedad de Leticia. Una vez que la condición de salud de la niña se revela, la puesta en escena pierde todo su sentido. Así, el final del juego es el final del embeleco, que ya no alcanza para cubrir el cuerpo deforme y la condición de otredad de Leticia. Esta revelación afecta a las tres niñas: después del encuentro con el mundo exterior, del choque con la realidad y del descubrimiento de la atracción por ese joven, los lazos que unía a las protagonistas se disuelven y la infancia, junto con el relato, parece llegar a su fin.

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