Mamá y tía Ruth estaban siempre cansadas después de lavar la loza, sobre todo cuando Holanda y yo secábamos los platos porque entonces había discusiones, cucharitas por el suelo, frases que sólo nosotras entendíamos, y en general un ambiente en donde el olor a grasa, los maullidos de José y la oscuridad de la cocina acababan en una violentísima pelea y el consiguiente desparramo. Holanda se especializaba en armar esta clase de líos, por ejemplo dejando caer un vaso ya lavado en el tacho del agua sucia, o recordando como al pasar que en la casa de las de Loza había dos sirvientas para todo servicio.
En este fragmento se describen las caóticas tardes en la casa de las protagonistas y el carácter travieso de la narradora y Holanda. También aquí aparece la primera mención de la familia Loza, una familia vecina mejor posicionada económicamente. Las niñas comparan su estilo de vida con el de las acaudaladas vecinas con el objetivo de perturbar a las mujeres adultas de la casa. A su vez, las vecinas Loza son presentadas por la narradora como personas envidiosas y malvadas. Por tal motivo, durante las tardes de juego, las tres niñas deben procurar no ser descubiertas por sus vecinas, ya que están seguras de que las de Loza las delatarían por andar cerca de las vías del ferrocarril.
La cosa es que ardía Troya, y en la confusión coronada por el espléndido si bemol de tía Ruth y la carrera de mamá en busca del bastón de los castigos, Holanda y yo nos perdíamos en la galería cubierta, hacia las piezas vacías del fondo donde Leticia nos esperaba leyendo...
Luego de relatar las creativas formas en que ella y Holanda colman la paciencia de su madre y su tía, la narradora detalla con humor cómo son los arranques de furia de las dos adultas de la casa. Así, se refiere a la brutal guerra de Troya para describir el estado de la casa durante esos momentos, colmada por los agudos gritos de la tía y las corridas de su madre con un bastón para castigarlas. Además, en este pasaje se marca la diferencia entre el comportamiento de Leticia y el de las otras dos niñas, ya que, durante las peleas familiares, Leticia permanece apartada en su cuarto, abstraída en las lecturas.
Nuestro reino era así: una gran curva de las vías acababa su comba justo frente a los fondos de nuestra casa. No había más que el balasto, los durmientes y la doble vía; pasto ralo y estúpido entre los pedazos de adoquín donde la mica, el cuarzo y el feldespato -que son los componentes del granito- brillaban como diamantes legítimos contra el sol de las dos de la tarde.
En este pasaje, la narradora describe el lugar donde juegan todas las tardes: el pequeño terreno detrás de su patio y las vías del ferrocarril.
La satisfacción más profunda era imaginarme que mamá o tía Ruth se enteraran un día del juego. Si llegaban a enterarse del juego se iba a armar una meresunda increíble.
Este pasaje pone de manifiesto la mentalidad infantil de la narradora, ya que una parte del disfrute del juego radica en saber que las mujeres adultas lo desaprueban, e imaginar el posible escándalo que podría generarse si lo descubrieran.
Los ornamentos se destinaban casi todos a las estatuas, donde reinaba una libertad absoluta. Para que una estatua resultara, había que pensar bien cada detalle de la indumentaria. El juego marcaba que la elegida no podía tomar parte en la selección; las dos restantes debatían el asunto y aplicaban luego los ornamentos. La elegida debía inventar su estatua aprovechando lo que le habían puesto, y el juego era así mucho más complicado y excitante porque a veces había alianzas contra, y la víctima se veía ataviada con ornamentos que no le iban para nada; de su viveza dependía entonces que inventara una buena estatua.
Este pasaje describe el funcionamiento del juego y el rol que cumplen las dos niñas que no salen sorteadas, quienes deben determinar con qué materiales contará la ganadora para configurar su estatua y, por ende, pueden facilitarle o dificultarle el trabajo según lo deseen.
Un señor de pelo blanco y anteojos de carey sacaba la cabeza por la ventanilla y saludaba a la estatua o la actitud con el pañuelo. Los chicos que volvían del colegio sentados en los estribos gritaban cosas al pasar, pero algunos se quedaban serios mirándonos. En realidad la estatua o la actitud no veía nada, por el esfuerzo de mantenerse inmóvil, pero las otras dos bajo los sauces analizaban con gran detalle el buen éxito o la indiferencia producidos.
Este pasaje está dedicado a los pasajeros del tren que sirven de público para el juego de las niñas. Como se puede comprobar, se trata exclusivamente de pasajeros masculinos, lo que marca una contraposición entre el mundo del trabajo, masculino y dinámico, y el mundo doméstico, femenino y estático, en el que se desarrolla la vida de las protagonistas.
Esa tarde gané yo, pero en ese momento me vino un no sé qué y le dije a Leticia que le dejaba mi lugar, claro que sin darle a entender por qué.
Este fragmento expone la complejidad de los sentimientos de la narradora respecto a la situación en la que se encuentra Leticia. La narradora, a pesar de los celos, obra de manera compasiva y protectora con Leticia, ya que le cede su turno y oculta el verdadero motivo por el que lo hace, para que la niña no se sienta mal y pueda disfrutar genuinamente del juego.
Tía Ruth nos pidió a Holanda y a mí que bañáramos a José, se llevó a Leticia para hacerle el tratamiento, y por fin pudimos desahogarnos tranquilas.
En este fragmento se puede observar la vida cotidiana de las niñas. La narradora y a Holanda deben encargarse, en conjunto, de muchos quehaceres de la casa (entre los que puede contarse el baño del gato) y, gracias al tiempo que comparten, el vínculo entre ellas se refuerza. Por otra parte, Leticia es más solitaria; pasa su tiempo yendo a doctores, manteniendo reposo o encerrada en su pieza, leyendo. Esta diferencia de hábitos refuerza la distancia y genera ciertos recelos entre Leticia y las otras dos niñas.
... [ Ariel] quiso saber si le mostraríamos los ornamentos. Holanda levantó la piedra y le hicimos ver las cosas. A él parecían interesarle mucho, y varias veces tomó alguno de los ornamentos y dijo: “Éste lo llevaba Leticia un día”, o: “Éste fue para la estatua oriental”, con lo que quería decir la princesa china.
En este pasaje, Ariel demuestra su enamoramiento por Leticia, ya que todos los ornamentos que reconoce los vincula a ella y a sus estatuas. La narradora no puede evitar detectarlo y, durante toda la visita de Ariel, percibe que él solo se interesa por Leticia y que, en verdad, su presencia o la de Holanda le son indiferentes.
Cuando llegó el tren vimos sin ninguna sorpresa la tercera ventanilla vacía, y mientras nos sonreíamos entre aliviadas y furiosas, imaginamos a Ariel viajando del otro lado del coche, quieto en su asiento, mirando hacia el río con sus ojos grises.
Con este pasaje concluye "Final del juego". Ariel no vuelve a asomarse por la ventanilla, y las tardes en el reino para representar las estatuas y las actitudes se convierten en cosa del pasado.