Estudio en escarlata

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La naturaleza como madre y refugio

En el capítulo dos de la segunda parte la naturaleza adopta un carácter maternal. Los rasgos de la personalidad de Lucy, se pueden leer como una consecuencia de su crianza en el entorno natural: “El fino aire de las montañas y el aroma balsámico del pino cumplieron las veces de madre y niñera” (p. 121). En este caso, la imagen de la naturaleza es apacible y acogedora. Además, la crianza por parte de la “madre naturaleza” imprime en su temperamento un carácter valiente e indómito. Así, se la compara con una amazona (pp. 122 y 123). Las amazonas son mujeres guerreras que conformaban un antiguo pueblo mitológico. La comparación de Lucy con ellas se debe al carácter aguerrido de Lucy y a la destreza y temeridad con que cabalga, incluso en situaciones difíciles, como cuando se ve atrapada en medio de una manada de ganado. (Ver en esta guía la sección "metáforas y símiles"). Por último, se dice de ella que es “fresca y sana como las brisas de la sierra” (p. 125).

Por otro lado, se representa a la naturaleza como un refugio para las alimañas y para las fieras. Y si John Ferrier puede buscar refugio allí, después del casamiento de Lucy, es porque él ha adoptado desde entonces la fiereza de esos animales: "No se preocupe -repuso, y terciando el arma sobre un hombro, siguió cañada adelante hasta lo más profundo de la montaña, allí donde tienen las alimañas su guarida. De todas ellas, era él la más peligrosa; entre aquellas fieras, la dotada de mayor fiereza" (p. 158).

El paisaje

En la segunda parte de la novela, la descripción del paisaje a menudo refleja las emociones de los personajes. Los sentimientos se proyectan en el paisaje. Por ejemplo, cuando los fugitivos huyen de Salt Lake City y se sienten perseguidos por jinetes, las montañas adoptan la forma de "vigías" que "cabalgan" y "escrutan": "Cerrando el contorno todo del espacio se elevaban los altos picos coronados de nieve, cabalgados los unos sobre los otros en actitud de vigías que escrutan el horizonte" (p. 150). Luego, cuando los personajes empiezan a sentirse fuera de peligro, la naturaleza adquiere un carácter festivo, representado con las luces de una verbena: "Conforme el sol se levantaba lentamente sobre la línea de oriente, las cimas de las grandes montañas fueron encendiéndose una tras otra, al igual que los faroles de una verbena, hasta quedar todas rutilantes y arreboladas. El espectáculo magnífico alegró los corazones de los tres fugitivos y les infundió nuevos ánimos" (p. 151). Más adelante, cuando Hope regresa al refugio donde se encontraban John y Lucy Ferrier, la tristeza que siente por la falta de respuestas se traslada al paisaje por medio de una personificación: "Se detuvo y esperó la respuesta. Ninguna obtuvo, salvo la de su propia voz, que se extendió por las tristes, silenciosas cañadas, hasta retornar multiplicada en incontables ecos" (p. 154). En otro caso, la condición solitaria de Hope, después de la muerte de Lucy, se traslada nuevamente al paisaje: "tenía su morada en las solitarias cañadas montañosas" (p. 159).

Por lo contrario, en la ciudad se produce el efecto opuesto: el paisaje se opone a los sentimientos de Hope. Así lo vemos en su relato de la noche del crimen: "Más cerca estábamos de la una que de las doce, y la noche era de perros, huracanada y metida en agua. Con lo desolado del paisaje aledaño contrastaba mi euforia interior, tan intensa que había de contenerme para no gritar" (pp. 172-173).

Los rostros

Los rostros de Jefferson Hope y de Enoch Drebber son elocuentes respecto de los sentimientos y acciones de estos personajes. Por ejemplo, el rostro del apuesto cazador muta después de que la cuadrilla de jinetes mata a John Ferrier y rapta a Lucy. "Soy Jefferson Hope -dijo-. ¿No me reconoce? El mormón le dirigió una mirada de no disimulado asombro. Resultaba de hecho difícil advertir en aquel caminante harapiento y desgreñado, de cara horriblemente pálida y de ojos feroces y desorbitados, al apuesto y joven cazador de otras veces" (p. 157). Su rostro se vuelve siniestro: "Parecía cincelado en mármol el rostro del cazador, tan firme y dura se había tornado su expresión, en tanto los ojos brillaban con un resplandor siniestro" (p. 158). Luego, cuando Hope está en Cleveland siguiendo el rastro de los mormones disidentes, Drebber "lee" en sus ojos su propósito: "El azar quiso, sin embargo, que Drebber, sentado junto a la ventana, reconociera al vagabundo, en cuyos ojos leyó una determinación homicida" (p. 162). Después de que Hope cumple con la misión de venganza a la que destinó su vida, su rostro vuelve a tener un aspecto formidable: "Su rostro moreno, tostado por el sol, traslucía una determinación y energía no menos formidables que su aspecto físico" (p. 164). Finalmente, cuando muere, su rostro habla por él, dando cuenta de la tranquilidad de su consciencia: "en el rostro había impresa una sonrisa de placidez, como la de quien, volviendo la cabeza atrás, contempla en el último instante una vida útil o un trabajo bien hecho" (p. 179).

Por el contrario, en las descripciones del rostro de Drebber podemos leer sus sentimientos de horror y odio. Hope describe así el momento en que él lo reconoció: "Me contempló un instante con sus ojos turbios de borracho, en los que una súbita expresión de horror, acompañada de una contracción de toda la cara, me dio a entender que en mi hombre se había obrado una revelación" (p. 174). Luego, tras su muerte, su rostro también es elocuente, y contrasta con la expresión del rostro de Hope después de morir. Así lo describe Holmes: "No se veía herida alguna en el cuerpo del muerto, mas la agitada expresión de su rostro declaraba transparentemente que no había llegado ignaro a su fin" (p. 182); "Al ser el envenenamiento voluntario, pensé, no habría quedado impreso en su cara tal gesto de odio y miedo" (p. 182).

El desierto hostil

En el primer capítulo de la segunda parte se describe el inhóspito desierto que atraviesan John y Lucy Ferrier. Predomina allí el léxico relacionado con el terror ("tenebroso"), la angustia ("desolación", "tristeza"), la violencia ("cuchillos"), y la "muerte ("sepultadas"), para dar cuenta de la naturaleza hostil de este desierto: "En medio del gran continente norteamericano se extiende un desierto árido y tenebroso..." (p. 103); "reinan la desolación y el silencio" (p. 103); hay "oscuros y tenebrosos valles" (p. 103); "Existen ríos veloces que penetran como cuchillos en la ruinosa fábrica de una garganta o un cañón y se dilatan también llanuras interminables, sepultadas en invierno bajo la nieve, y cubiertas en verano por el polvo gris del álcali salino. Todo ello, hasta lo más diverso, presidido por un mismo espíritu de esterilidad, tristeza y desabrimiento” (p. 103). Aquí también la palabra "fábrica" contrasta con un escenario natural, creando la imagen de un paisaje antinatural, y además dice que es una fábrica "ruinosa". También el desierto se presenta como enemigo de la civilización humana, a cuyo avance obró de obstáculo: "un desierto árido y tenebroso que durante muchos años obró de obstáculo al avance de la civilización" (p. 103). La descripción del desierto norteamericano es la antítesis de un escenario idílico, de naturaleza apacible. La metáfora “penetran como cuchillos” sirve para representar el lado más violento de la naturaleza cruda y salvaje. Esta dura descripción del desierto en toda su solemne brutalidad presagia los conflictos que los Ferrier tendrán con la comunidad mormona.

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