La muerte (o su alusión) hace preciosos y patéticos a los hombres. Éstos conmueven por su condición de fantasmas; cada acto que ejecutan puede ser último; no hay rostro que no esté por desdibujarse como el rostro de un sueño. Todo, entre los mortales, tiene el valor de lo irrecuperable y de lo azaroso. Entre los Inmortales, en cambio, cada acto (y cada pensamiento) es el eco de otros que en el pasado lo antecedieron, sin principio visible, o el fiel presagio de otros que en el futuro lo repetirán hasta el vértigo. No hay cosa que no esté como perdida entre infatigables espejos. Nada puede ocurrir una sola vez, nada es preciosamente precario. Lo elegíaco, lo grave, lo ceremonial, no rigen para los Inmortales.
Esta cita pertenece al cuento "El inmortal" y condensa el aprendizaje del tribuno en su tiempo entre los inmortales. A partir de la inmortalidad, comprende mejor a los mortales, para quienes todo tiene más peso al tratarse de algo único e irrepetible. Por el contrario, los inmortales tienen plena conciencia de que vivirán todo numerosas veces, nada que ellos hagan tiene mérito intelectual ni moral. La eternidad multiplica los actos de cada inmortal a tal punto que todo pierde su valor. Precisamente porque los inmortales indefectiblemente lo van a experimentar todo, llegan a la conclusión de que si hay un río que hace a las personas inmortales, hay otro que les devuelve su mortalidad. El narrador pronuncia estas palabras precisamente luego de narrar la decisión de los inmortales de buscar el río de la mortalidad.
Otálora comprende, antes de morir, que desde el principio lo han traicionado, que ha sido condenado a muerte, que le han permitido el amor, el mando y el triunfo, porque ya lo daban por muerto, porque para Bandeira ya estaba muerto.
Esta cita aparece al final del cuento y muestra el momento en que Otálora comprende que ha sido engañado. Corresponde al clímax de la historia que demuestra que efectivamente Bandeira "es diestro en el arte de la intimidación progresiva, en la satánica maniobra de humillar" (p.32). Es quizá más grave para Otálora descubrir que todas sus pequeñas conquistas: el caballo del jefe, las órdenes que da, e incluso la mujer del jefe, no las consiguió por su propio mérito, sino por órdenes del hombre al que desea reemplazar. Si volvemos al gesto del principio en el que Otálora rompe la carta de recomendación para ganarse el lugar en la banda del jefe por propio mérito, entendemos mejor el grado de humillación que debe sentir al descubrir que no consiguió nada por sí mismo. La cita también remite al título que da por hecho lo que sucede al final: como la voluntad del jefe era enseñarle una lección al joven por su osadía, esa voluntad equivale, precisamente, a la muerte de Otálora.
Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es.
El título del cuento en el que aparece esta cita no coincide enteramente con su contenido. Borges pone en duda el concepto mismo de una "biografía" el momento en que considera que la vida de un hombre se puede definir por un solo momento en el que se rompe la temporalidad, porque ese instante se hace eterno y es "para siempre". Por este motivo, en este cuento aparecen algunos hechos de la vida de Cruz, pero todos ellos terminan siendo un único momento. Por ejemplo, al principio se menciona al padre de Cruz y solo se incluye el detalle de que murió en un pajonal. Al final del cuento, el hecho definitorio, a partir del cual Cruz sabe que él y Fierro son la misma persona, sucede también en un pajonal. Las peripecias que lo llevan a ser sargento terminan siendo versos en los que José Hernández originalmente se refiere a Fierro, pero que Borges rescribe para hacerlos parte de la historia de Cruz. En definitiva, todo lo que ocurre en la vida de Cruz es un espejo de lo que pasa con Fierro, anticipando su encuentro y el reconocimiento de su verdadera esencia.
¿En aquel tiempo fuera del tiempo, en aquel desorden perplejo de sensaciones inconexas y atroces, pensó Emma Zunz una sola vez en el muerto que motivaba el sacrificio? Yo tengo para mí que pensó una vez y que en ese momento peligró su desesperado propósito. Pensó (no pudo no pensar) que su padre le había hecho a su madre la cosa horrible que a ella ahora le hacían.
El ultraje al que Emma se somete para hacer creíble su historia es un punto de inflexión que transforma la verdadera intención detrás de su venganza. Varios críticos y lectores de Borges, entre ellos Martín Kohan, consideran que al principio Emma desea matar a Lowenthal por su padre, pero termina matándolo por su madre. En esta cita también se menciona “el tiempo fuera del tiempo”, porque ese momento es el definitorio en la vida de Emma Zunz. Al principio del cuento se anticipa la transformación de Emma y sus intenciones cuando dice "Ya había empezado a vislumbrarlos, tal vez; ya era la que sería" (p.59). Borges desdibuja los límites de la realidad al eliminar la cronología. Asimismo, lo que ocurre en el cuento nos conduce a pensar en el carácter ilusorio de la realidad porque esta se ve transformada por el pensamiento: Emma es la que sería cuando repasa sus planes de venganza, porque el relato se impone a la realidad, y también cambia su motivación por un acto imaginado: el ultraje de su madre por parte de su padre.
Además, en esta cita Borges también apunta al panteísmo en el que lo individual se funde con lo universal. Cuando Emma mata a Lowenthal al final, ya no para vengar a su padre, sino para vengar a su madre, con un solo disparo mata a Lowenthal, su padre, el marinero y todos los hombres por quienes siente "un temor casi patológico" (p.61)
Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito) están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera. No hallará pompas mujeriles aquí ni el bizarro aparato de los palacios pero sí la quietud y la soledad.
"La casa de Asterión" empieza de este modo. Desde la primera palabra de su cuento, Borges invierte la premisa tradicional del mito en el que el minotauro es una bestia incapaz de pensamiento racional. Por el contrario, el minotauro de Borges empieza su relato con el verbo "Sé". De este modo, desde la primera oración del cuento, el minotauro se convierte en un personaje que conmueve al lector. El cuento se presenta como una defensa ante las acusaciones en contra de Asterión, y su texto revela a un monstruo que desconoce su propia monstruosidad y se dispone a deconstruir lo que los otros dicen o piensan de él. Su condición de monstruo está establecida por otros, mientras que él solo alcanza a ver e interpreta de un modo muy distinto lo que para otros son marcas de su bestialidad. Por ejemplo, en esta cita se niega a declararse prisionero, Asimismo, justifica la falta de muebles, no porque es lo que corresponde a un edificio destinado a un animal, sino porque llenarlo de muebles sería "pompas mujeriles".
Reflexioné, después, que más poético es el caso de un hombre que se propone un fin que no está vedado a los otros, pero sí a él. Recordé a Averroes, que encerrado en el ámbito del Islam, nunca pudo saber el significado de las voces tragedia y comedia. Referí el caso; a medida que adelantaba, sentí lo que hubo de sentir aquel dios mencionado por Burton que se propuso crear un toro y creó un búfalo. Sentí que la obra se burlaba de mí. Sentí que Averroes, queriendo imaginar lo que es un drama sin haber sospechado lo que es un teatro, no era más absurdo que yo, queriendo imaginar a Averroes, sin otro material que unos adarmes de Renan, de Lane y de Asín Palacios.
Esto aparece en el epílogo del cuento de Averroes. Luego de narrar el fracaso de la busca de Averroes, Borges reflexiona sobre los puntos que lo unen con su historia. Ambos se encuentran ante el problema o desafío de representar en un cuento o un comentario una cultura ajena. Las limitaciones de ese objetivo están dadas por el sesgo cultural que se interpone entre el texto o la historia original y la que ambos buscan escribir. Hacia el final del cuento, por ejemplo, Borges incluye algunos elementos estereotípicos del mundo árabe en un texto que venía siendo sobrio: un turbante y un harén. Lo que quería ser un "toro" terminó siendo un "búfalo" porque su conocimiento imperfecto y parcial de Averroes y su cultura no podía dar otro resultado.
Por otra parte, la cita apunta a las limitaciones del lenguaje y la relatividad de las ideas que no son universales ni trasladables en el tiempo y el espacio. En el caso de Averroes, su cultura no le permite traducir lo temas; en el de Borges, su conocimiento de Averroes está mediado por las palabras de otros expertos estudiosos del mundo árabe.
Ocurrió la unión con la divinidad, con el universo (no sé si estas palabras difieren). El éxtasis no repite sus símbolos; hay quien ha visto a Dios en un resplandor, hay quien lo ha percibido en una espada o en los círculos de una rosa. Yo vi una Rueda altísima, que no estaba delante de mis ojos, ni detrás, ni a los lados, sino en todas partes, a un tiempo. Esa Rueda estaba hecha de agua, pero también de fuego, y era (aunque se veía el borde) infinita. Entretejidas, la formaban todas las cosas que serán, que son y que fueron, y yo era una de las hebras de esa trama total, y Pedro de Alvarado, que me dio tormento, era otra.
A primera vista, la primera oración de esta cita podría pertenecer a varios de los cuentos de la colección; podría pertenecer a "El Zahir" o "El Aleph", por ejemplo. En ella se expresa algo fundamental de la cosmovisión borgeana: el panteísmo. Para Borges el universo y la divinidad son sinónimos; el universo, a su vez, está formado por todos los elementos del espacio y en todos los tiempos. La conclusión lógica es que la divinidad está en cada uno de esos elementos individuales que componen el todo del universo.
En este cuento en particular, Tzincán tiene una experiencia mística en la que vive esta unión con lo divino. Intenta poner en palabras lo que vio a pesar de que sabe que es imposible de comunicar. En su visión de la divinidad, que nunca se manifiesta dos veces de la misma manera, ve una rueda. La idea que aparece aquí de que "el éxtasis no repite sus símbolos" es casi una paradoja en cuanto a que sin la repetición es difícil pensar en que una cosa empieza a simbolizar otra.
Al percibirse a sí mismo y Pedro de Alvarado como hebras de un mismo entramado que compone el universo, anticipa el final del cuento. Finalmente, Tzincán elige no salvarse y dejar morir a su pueblo porque sabe que no hay una diferencia esencial entre él y su enemigo, entre los españoles y los mayas.
Que muera conmigo el misterio que está escrito en los tigres. Quien ha entrevisto el universo, quien ha entrevisto los ardientes designios del universo, no puede pensar en un hombre, en sus triviales dichas o desventuras, aunque ese hombre sea él. Ese hombre ha sido él y ahora no le importa. Qué le importa la suerte de aquel otro, qué le importa la nación de aquel otro, si él, ahora es nadie. Por eso no pronuncio la fórmula, por eso dejo que me olviden los días, acostado en la oscuridad.
En el corazón de este cuento está la paradoja de una sentencia que puede salvar a una persona y su pueblo de todos lo males, pero para acceder a esa sentencia debe ver el universo y, por lo tanto, apreciar la insignificancia de salvarse a sí mismo. Tzincán se esfuerza increíblemente por encontrar la sentencia únicamente para descubrir que nada tiene valor de manera individual y que nada verdaderamente importa en la escala cósmica.
¡Oh, rey del tiempo y substancia y cifra del siglo!, en Babilonia me quisiste perder en un laberinto de bronce con muchas escaleras, puertas y muros; ahora el Poderoso ha tenido a bien que te muestre el mío, donde no hay escaleras que subir, ni puertas que forzar, ni fatigosas galerías que recorrer, ni muros que te veden el paso.
Esta cita nos sirve para comprender uno de los sentidos que tiene el laberinto en la obra de Borges. Para el autor, el mundo es un laberinto porque, al igual que un laberinto, está hecho para perdernos. La divinidad ha creado una realidad que el ser humano no puede desentrañar del todo. Ningún enigma o edificio que construye el ser humano va a igualar el asombro que genera el mundo porque todo lo que el hombre construye lo hace a su medida y con la razón. En cambio, caben dos posibilidades para lo que ha sido creado por un dios: que sea puro caos o que su orden sea ininteligible para nosotros. El rey de los árabes comprende esto y por eso cobra la perfecta venganza por lo que el soberbio rey de Babilonia intentó hacer con él en su laberinto.
Me releyó, después, cuatro o cinco páginas del poema. Las había corregido según un depravado principio de ostentación verbal: donde antes escribió azulado, ahora abundaba en azulino, azulenco y hasta azulillo. La palabra lechoso no era bastante fea para él; en la impetuosa descripción de un lavadero de lanas, prefería lactario, lacticinoso, lactescente, lechal... Denostó con amargura a los críticos; luego, más benigno, los equiparó a esas personas, "que no disponen de metales preciosos ni tampoco de prensas de vapor, laminadores y ácidos sulfúricos para la acuñación de tesoros, pero que pueden indicar a los otros el sitio de un tesoro".
Este es uno de los comentarios burlones y maliciosos de Borges sobre Carlos Argentino Daneri. Uno de los aspectos centrales en el cuento "El Aleph" es el gusto literario. Borges es un personaje que mantiene una relación aparentemente cordial con Carlos Argentino Daneri, el primo de Beatriz Viterbo, la mujer de la que Borges estaba enamorado y murió. La relación es solo aparentemente cordial porque Borges hace una serie de comentarios sobre el origen y la falta de gusto de Daneri. El esnobismo de Borges, quien se siente superior a Daneri porque su gusto es más refinado, pasa desapercibido para Daneri, quien lee sus versos, orgulloso de su poema. Sin expresarle sus opiniones a Daneri, Borges considera que las decisiones de estilo siguen un principio que llama depravado. Luego de enumerar absurdas maneras de transformar la palabra azulado, Borges sube la apuesta con una palabra aún más ridícula e incluye las variantes de Daneri de la palabra "lechoso". La burla continúa con la analogía predecible de los críticos literarios como personas que marcan dónde está el tesoro, pero no saben crear.
Los comentarios desdeñosos de Borges sobre la obra de Daneri hacen que la humillación que experimenta Borges al final del cuento sea aún más terrible. Mientras que la obra de Borges no recibe ni una sola mención, la obra de Daneri gana el segundo premio de un prestigioso concurso literario.