Resumen
Capítulo 9: Donde se concluye y da fin a la estupenda batalla que el gallardo vizcaíno y el valiente manchego tuvieron
El narrador no puede creer que se haya extraviado la continuación de la historia del famoso hidalgo, y que ningún sabio la haya escrito, como lo han hecho con otros caballeros andantes. Piensa que el paso del tiempo es lo que hizo que se perdiera su historia y está ansioso por saber más sobre la vida del hidalgo manchego, el primero en su era que retomó el ejercicio de la caballería andante.
Afortunadamente, un día en el Alcaná de Toledo, un muchacho le ofrece unos cartapacios. Él reconoce caracteres arábigos en uno de ellos y le pide a un morisco que le diga de qué se trata. El morisco lee y empieza a reírse y le traduce un fragmento que habla de Dulcinea del Toboso. Él le pide que le lea el título y el morisco traduce: “Historia de don Quijote de la Mancha, escrita por Cide Hamete Benengeli, historiador arábigo”. Entonces, disimulando su satisfacción, le compra al muchacho todos los cartapacios. Luego le pide al morisco que traduzca toda la obra y éste lo hace en un mes y medio.
En el primer cartapacio hay un pintura que retrata el momento en que don Quijote y el vizcaíno, con las espadas alzadas, están a punto de atacar. A los pies del vizcaíno se lee “Don Sancho de Azpeitia”, lo cual se supone que es su nombre, y a los pies de Rocinante se lee “Don Quijote”. También está retratado Sancho Panza, gordo, no muy alto y de piernas largas, con un rótulo que dice “Sancho Zancas”. “Zancas” es otro apodo con el que se lo conoce, dada la longitud de sus piernas. Luego el narrador pone en duda la veracidad del texto arábigo, y a continuación presenta el texto según lo ha traducido el morisco.
Allí se cuenta que el vizcaíno destruyó parte de la celada de don Quijote y le cortó media oreja. Luego éste arremetió con furia y lo golpeó en la cabeza, dejándolo sangrando. El vizcaíno entonces cae de su mula y el manchego se acerca a pedirle la rendición. El hombre no puede responder, pero las mujeres que viajan en el coche al que acompañaba el escudero le piden a don Quijote que le perdone la vida. El hidalgo acepta a condición de que el escudero se presente ante Dulcinea y haga cuanto ella desee. Las damas, temerosas, aceptan el trato.
Capítulo 10: De los graciosos razonamientos que pasaron entre don Quijote y Sancho Panza, su escudero
Sancho Panza ruega a Dios que el hidalgo salga victorioso y que lo nombre gobernador de alguna ínsula. Le dice a don Quijote que ya se siente en condiciones de gobernar una ínsula. El hidalgo le explica que el tipo de aventura que acaba de ocurrir no es el de ínsulas, sino el de encrucijadas, y le dice que tenga paciencia, que pronto tendrá la ocasión de hacerlo gobernador o le dará aun un cargo mayor. Sancho se muestra muy agradecido y besa la mano y parte de la armadura de su señor. Luego propone refugiarse en una iglesia, dado que la Santa Hermandad podría castigarlos por haber dejado herido al hombre con el que combatió el hidalgo. Don Quijote le pregunta dónde ha leído que un caballero andante sea puesto ante la justicia, por más homicidios que haya cometido. Sancho le dice que él no entiende de “omecillos” y el hidalgo lo tranquiliza y le pregunta si ha visto un caballero más valeroso que él sobre la tierra. El labrador contesta que él no sabe leer ni escribir, pero que puede asegurarle que él es el amo más atrevido de los que ha servido.
Sancho le ofrece curar su herida con un ungüento y su señor le dice que no sería necesario si él hubiera preparado el bálsamo de Fierabrás, con el que basta una gota para sanar cualquier herida. Luego le explica que con este bálsamo no hay que temerle a la muerte, y que lo preparará y se lo dará para que lo guarde. También le dice que si en una batalla parten su cuerpo, él tendrá que hacer encajar las partes y darle de beber dos tragos del bálsamo para sanarlo. Sancho le dice que renuncia a la ínsula y que solo desea la receta del bálsamo como pago por sus servicios. Le pregunta si es costoso prepararlo, y el hidalgo responde que no.
Cuando don Quijote advierte que su celada está rota, hace un juramento similar al que hizo el marqués de Mantua, de “no comer pan a manteles” ni tener relaciones con mujeres, hasta vengarse del vizcaíno. Sin embargo, Sancho le advierte que si aquel hombre cumple con la tarea de presentarse ante Dulcinea, no merece otra pena. Don Quijote le da razón y cambia su juramento. Decide hacer la penitencia hasta conseguir otra celada, quitándosela por fuerza a otro caballero, y le dice que algo similar ha ocurrido con el yelmo de Mambrino. Sancho le advierte entonces que no encontrará a nadie usando celada, y acaso a nadie que haya escuchado la palabra “celada” en su vida.
Luego el hidalgo le pide algo para comer y el escudero le dice que solo tiene una cebolla, panes y algo de queso, y que esa comida no corresponde a un caballero. Sin embargo, don Quijote dice que es una honra para los caballeros no comer durante un tiempo, y si lo hacen, alimentarse con las hierbas que ellos mismos encuentren a su alcance. Sancho afirma que va a aprovisionarse de frutos secos para darle a él y de otras comidas más “volátiles” para su propio alimento.
Ambos comen apaciblemente y luego intentan llegar a un poblado antes del anochecer. Como no lo consiguen, duermen junto a las chozas de unos cabreros, a cielo abierto, lo cual le parece a don Quijote un acto que demuestra su condición de caballero.
Capítulo 11: De lo que le sucedió a don Quijote con unos cabreros
Los cabreros invitan a don Quijote y a Sancho Panza a comer. El hidalgo le dice al labrador que se siente a su lado, pues la caballería iguala a todas las personas. Sancho le agradece, pero dice que prefiere otros favores más convenientes que ese, porque que a él le gusta comer solo para no tener que respetar los modales de la mesa. Los cabreros no entienden la jerga de la caballería cuando don Quijote habla y hacen silencio.
Luego de comer, don Quijote pronuncia un discurso sobre la Edad de Oro. Dice que entonces las cosas eran comunes y las personas tomaban su sustento de la naturaleza. También compara aquellos tiempos con los siglos presentes, en los que la inseguridad y la malicia han obligado a instituir la orden de la caballería andante, a la cual pertenece. Luego les agradece a los cabreros que los hayan acogido.
Para agasajar a los invitados, un compañero de los cabreros, Antonio, toca su rabel y canta, a pedido de ellos, un romance de tema amoroso. Al finalizar, don Quijote le ruega que cante nuevamente, pero Sancho se opone, argumentando que los cabreros tienen que dormir. El hidalgo le dice que él puede dormir si quiere, y que por su parte, conviene más a su profesión quedarse velando. Le pide además a Sancho que cure la herida de su oreja. Un cabrero, al ver la herida de don Quijote, prepara un remedio efectivo mezclando hojas de romero mascadas y sal.
Análisis
El resultado del enfrentamiento entre don Quijote y el vizcaíno se presenta como una narración enmarcada. Casi todo el capítulo 9 cuenta la historia de cómo fue encontrada la “Historia de don Quijote de la Mancha, escrita por Cide Hamete Benengeli, historiador arábigo” (p. 66). Este recurso constituye una parodia de los libros de caballerías, que frecuentemente presentaban sus relatos como procedentes de manuscritos escritos en otra lengua. El narrador, quien compra el texto con caracteres arábigos y quien lo hace traducir, cuenta la historia personal de cómo encontró el manuscrito y hace apreciaciones sobre éste. Desconfía de su veracidad y atribuye sus faltas al autor arábigo. Aunque insinúa que su autor puede ser un mentiroso, más adelante, en el capítulo 16, dirá de él que es un “historiador muy curioso y muy puntual en todas las cosas” (p. 105).
Por otro lado, en la pintura que encuentra en el primer cartapacio, aparece la descripción del aspecto físico de Sancho Panza: “la barriga grande, el talle corto y las zancas largas, y por esto se le debió de poner nombre de «Panza» y de «Zancas»” (p. 67). El apodo “Zancas” no volverá a aparecer en el relato.
El enfrentamiento con el vizcaíno es uno de los pocos de los que don Quijote sale victorioso. Sancho teme que la Santa Hermandad los condene por lo ocurrido, y por eso le propone al hidalgo refugiarse en una iglesia. La Santa Hermandad era un cuerpo armado que condenaba los hechos delictivos, sin apelación a un tribunal. Sancho quiere refugiarse en una iglesia, puesto que allí el poder civil no tenía permitido detener a ninguna persona. Además confunde la palabra “homicidio” con “omecillo” que significa “rencores”. Las perspectivas del labrador y del hidalgo vuelven a quedar confrontadas acá, ya que don Quijote niega la posibilidad de que un caballero pueda ser puesto frente a la Justicia.
La leyenda del bálsamo Fierabrás, a la que se refiere don Quijote, está ligada al ciclo de los libros de caballerías sobre Carlomagno y los Doce Pares. Según la leyenda, este bálsamo era un remedio mágico que curaba heridas mortales. Fierabrás era un gigante que portaba dos barriles con el bálsamo sustraído de Jerusalén y que era el mismo que se había usado para ungir a Jesús antes de sepultarlo. El gigante pierde los barriles en un combate, y los encuentra Oliveros, uno de los Doce Pares de Francia, quien bebe el bálsamo y cura así sus heridas mortales.
Por otro lado, don Quijote se refiere al yelmo de Mambrino cuando habla de su intención de sustituir la celada. Este objeto maravilloso, hecho de oro puro, hacía invulnerable a quién lo poseyera. Su propietario original había sido el legendario rey moro Mambrino y su posesión era la ambición de todos los paladines de Carlomagno. Este motivo se retomará a partir del capítulo 21 y tendrá un papel importante en la novela.
Con la expresión “no comer pan a manteles” don Quijote se refiere a no comer comidas servidas de manera ceremonial. Acá vuelve a referirse al romance del Marqués de Mantua, el mismo que había recitado antes, cuando el mozo de mulas de los mercaderes toledanos lo deja herido en el suelo y sin posibilidades de levantarse (capítulo 5).
Sancho dice que se aprovisionará de frutos secos para el hidalgo y de cosas más “volátiles” para él. Esto puede leerse como una burla, ya que “volátil” significa al mismo tiempo “algo más liviano” y un “ave”. Probablemente Sancho quisiera aprovisionarse de aves conservadas en fiambre o en escabeche, que habitualmente se llevaban para comer en los viajes.
Finalmente, en el capítulo 11 está representado el mundo pastoril de los cabreros. En ese entorno tiene lugar el discurso que pronuncia don Quijote sobre la Edad de Oro. Allí alude a la amistad, a la igualdad entre los hombres y al uso de bienes comunes: “los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío.” (p. 74). La Edad de Oro es una época mítica en la que, según los poetas, los hombres vivían felices. Este es un tópico que encuentra su modelo en las Metamorfosis de Ovidio y en las Geórgicas de Virgilio, y se vincula con la literatura pastoril. El discurso de don Quijote prepara las expectativas del lector sobre la acción pastoril que se narrará en los capítulos siguientes.
Por otro lado, hay un fuerte contraste entre las actitudes de don Quijote y de Sancho Panza. La abnegación del hidalgo se opone a la conducta de su escudero, quien desea comer y beber en abundancia y dormir cómodamente. Además recordamos que en el capítulo 8 el escudero afirma quejarse “del más pequeño dolor” (p. 60). En contraste, don Quijote prefiere velar que dormir: “que los de mi profesión mejor parecen velando que durmiendo” (p. 77); incluso cree que dormir a cielo abierto le da el derecho de ser considerado un caballero: “que cuanto fue de pesadumbre para Sancho no llegar a poblado fue de contento para su amo dormirla al cielo descubierto, por parecerle que cada vez que esto le sucedía era hacer un acto posesivo que facilitaba la prueba de su caballería” (p. 72); y no pretende comer en abundancia: “es honra de los caballeros andantes no comer en un mes, y, ya que coman, sea de aquello que hallaren más a mano” (pp. 71-72). Además, como ya vimos en el capítulo 8, el hidalgo no se queja del dolor: “si no me quejo del dolor, es porque no es dado a los caballeros andantes quejarse de herida alguna” (p. 60). Don Quijote respeta cuidadosamente estos principios e incluso los halla placenteros, mientras que su escudero se opone a cada uno de ellos punto por punto.