Don Quijote de la Mancha (Primera parte)

Don Quijote de la Mancha (Primera parte) Resumen y Análisis Cuarta parte, Capítulos 31 - 32

Resumen

Capítulo 31: De los sabrosos razonamientos que pasaron entre don Quijote y Sancho Panza, su escudero, con otros sucesos

Don Quijote le pide a Sancho que le describa lo que sucedió cuando entregó la carta a Dulcinea, y Sancho responde que estaba limpiando granos de trigo en el corral, y que le dijo que ponga la carta sobre un costal, porque estaba muy ocupada. Luego él le explicó que su amo estaba haciendo una penitencia en la sierra y viviendo como un salvaje.

Don Quijote le pide que le diga si Dulcinea olía a incienso o a alguna otra fragancia, a lo que su escudero responde que tenía un olor “hombruno”, porque había sudado mucho. El hidalgo lo desmiente y compara el aroma de Dulcinea con el de las rosas y los lirios. A continuación, Sancho le dice que Dulcinea rompió la carta, por no querer que nadie la leyera y descubra sus secretos, y le pidió que su amo salga de los matorrales, deje de hacer “disparates” y vaya a verla pronto. También le cuenta que se rió del nombre “Caballero de la Triste Figura”, y que el vizcaíno se había presentado ante ella, pero no los galeotes. Don Quijote le pregunta si Dulcinea le envió alguna joya, puesto que eso era una costumbre entre los caballeros y sus damas, pero él responde que solo le dio pan con queso.

Don Quijote está sorprendido de la velocidad con la que su escudero fue y volvió del Toboso, puesto que distaba de donde estaban más de treinta leguas. Sin embargo cree que un sabio lo favoreció, tal como ocurre muchas veces en los libros de caballerías, en donde los caballeros son transportados de un lugar a otro sin que ni siquiera lo noten. Sancho lo confirma y luego trata de convencerlo de que se case con la princesa Micomicona. El hidalgo le dice que si su intención es conseguir las tierras que le ha prometido, no tiene que preocuparse, puesto que después de vencer al gigante, aunque no se case con la princesa, igual obtendrá como recompensa una parte del reino, y entonces se la entregará a él. También le pide que guarde en secreto todo lo concerniente a su relación con Dulcinea, ya que su dama es muy discreta. Sancho cuestiona cómo pretende guardar en secreto su amor con Dulcinea, cuando, al mismo tiempo, le ha pedido a varias personas que se presenten ante ella en su nombre. Don Quijote le explica entonces que el “estilo de caballería” es honrar a la dama, y que no tiene otro propósito más que servirla. Sancho le dice que ha oído que esa es la forma de amar Dios, es decir, amarlo sin esperar nada a cambio. Don Quijote se sorprende de la agudeza de su comentario.

Entonces todos se detienen a comer y se acerca un muchacho a don Quijote llorando. Le dice que es Andrés, el joven a quien había desatado de la encina. El hidalgo les cuenta su historia a todos los que lo acompañan, para dar cuenta de la necesidad de la caballería andante. Andrés confirma los hechos pero dice que las consecuencias fueron totalmente contrarias a lo que esperaba don Quijote, ya que su amo continúo castigándolo y con más saña aun que antes de que el hidalgo interviniera. Don Quijote quiere vengarse del amo de Andrés, pero Dorotea lo detiene recordándole su promesa. Andrés les pide algo para comer, y dice que se va a Sevilla. Antes de irse, le ruega al hidalgo que nunca más vuelva a socorrerlo, maldice a los caballeros andantes y se escapa corriendo.

Capítulo 32: Que trata de lo que sucedió en la venta a toda la cuadrilla de don Quijote

El grupo de los viajeros llega a la venta en donde Sancho había sido manteado, son bien recibidos y don Quijote se acuesta. La ventera le exige al barbero que le devuelva la cola de buey con la que se había hecho la barba postiza, él se niega, pero el cura le dice que ya no será necesaria, puesto que le dirán al hidalgo que el escudero se fue a avisar en su reino que la princesa ya está en camino, y ya no será necesario que él se disfrace.

Después de comer, todos hablan de la locura del hidalgo y la ventera cuenta lo que les sucedió allí a él y a su escudero, sin omitir lo del manteamiento. El cura afirma que don Quijote se ha vuelto loco por leer libros de caballerías y el ventero comenta que es la mejor literatura, que él tiene algunos de esos libros y que siente ganas de imitar a los caballeros cuando oye las historias de sus combates. A Maritornes y a la hija del ventero también les gustan los libros de caballerías, pero prefieren las escenas de amor y las lamentaciones de los caballeros cuando sus damas están ausentes.

El cura le pide al ventero que le muestre los libros que tiene, y él trae una maleta vieja que un viajero ha olvidado con tres libros y algunos papeles escritos. Los libros son Don Cirongilio de Tracia, Felixmarte de Hircania y Historia del Gran Capitán Gonzalo Hernández de Córdoba. El cura se lamenta de que no estén allí la criada y la sobrina de su amigo, pero el barbero dice que él puede llevar los libros al fuego. El cura quiere quemar los dos primeros, y el ventero prefiere que queme el del gran capitán. El licenciado explica que los otros dos solo contienen disparates, mientras que el tercero es una historia verdadera. El ventero menosprecia este libro y habla de las fabulosas aventuras de los otros caballeros con entusiasmo y como si sus historias fueran reales. El cura le advierte que no lo son, pero él insiste y argumenta que que no podrían ser falsos ya que están impresos con licencia del Consejo Real. El cura responde que el consejo autoriza dichos libros porque sirven de entretenimiento, como el ajedrez y otros juegos, y espera que el ventero no termine haciendo las mismas locuras que el hidalgo. El ventero afirma que no lo hará, puesto que sabe que la caballería andante ha quedado en el pasado.

Sancho llega a donde están los otros reunidos, escucha la mitad de la conversación y se queda confundido. Luego el cura ve que entre los manuscritos hay uno con el título Novela del Curioso impertinente, todos quieren escucharlo y él comienza a leer.

Análisis

Don Quijote le pregunta a Sancho por el mensaje a Dulcinea que debió llevarle y pronto se estable entre ellos un un diálogo en el que se enfrentan la visión idealizada del hidalgo y la realista de labrador. Ambas versiones, sin embargo, son ficticias, puesto que el labrador nunca fue al Toboso y miente para crear un relato aceptable.

Don Quijote pregunta si Dulcinea está bordando una “empresa” (un símbolo que llevaban los caballeros sujetos a su vestimenta), si huele a incienso, si le envió alguna joya. Esto último, dice que es una “usada y antigua costumbre entre los caballeros y damas andantes” (p. 226). Una vez más, todos los elementos de su idealización se ajustan a la ficción caballeresca. En cambio Sancho inventa una realidad más corriente: ella está limpiando granos en un corral, tiene un “olorcillo algo hombruno” (p. 226), ya que está sudando, y solo le da pan y queso.

Don Quijote usa metáforas para comparar el aroma de su amada con flores: “yo sé bien a lo que huele aquella rosa entre espinas, aquel lirio del campo” (p. 226). La imagen recuerda dos versos del libro bíblico El Cantar de los Cantares en donde se hace una comparación semejante: “Como un lirio entre los cardos es mi amada entre las jóvenes.” (Ct. 2, 2).

Por otro lado, Sancho hace comentarios pertinentes, razonables y realistas sobre lo que le parece una incongruencia en el comportamiento del hidalgo, quien, mientras dice querer mantener en secreto sus sentimientos por Dulcinea, envía mensajeros para que se presenten en su nombre y le den muestras de su amor:

Pues si eso es así -dijo Sancho-, ¿cómo hace vuestra merced que todos los que vence por su brazo se vayan a presentar ante mi señora Dulcinea, siendo esto firma de su nombre que la quiere bien y que es su enamorado? Y siendo forzoso que los que fueren se han de ir a hincar de finojos ante su presencia y decir que van de parte de vuestra merced a dalle la obediencia, ¿cómo se pueden encubrir los pensamientos de entrambos? (p. 228).

Don Quijote explica que el “estilo de caballería” es honrar a la dama sin esperar otro favor de ella más que la aceptación de su servicio:

¿Tú no ves, Sancho, que eso todo redunda en su mayor ensalzamiento? Porque has de saber que en este nuestro estilo de caballería es gran honra tener una dama muchos caballeros andantes que la sirvan, sin que se estiendan más sus pensamientos que a servilla por solo ser ella quien es, sin esperar otro premio de sus muchos y buenos deseos sino que ella se contente de acetarlos por sus caballeros. (p. 228)

Esta forma de amar es propia del código del amor cortés. El caballero establece con su dama una especie de “servicio amoroso” por el cual da a su amada pruebas de su amor, sin esperar a cambio otra cosa más que su aceptación. Este amor incondicional se asemeja a una religión y el caballero se enaltece dando muestras de esta forma de amar.

Sancho acierta cuando compara este tipo de amor con el amor a Dios según la doctrina católica: “Con esa manera de amor (…) he oído yo predicar que se ha de amar a Nuestro Señor, por sí solo, sin que nos mueva esperanza de gloria o temor de pena (…) ” (p. 228). Y don Quijote no puede dejar de sorprenderse por su perspicacia “¡(…) qué de discreciones dices a las veces! No parece sino que has estudiado.” (p. 229).

Al final de este capítulo reaparece Andrés, el personaje de la primera aventura del hidalgo (Capítulo 4). Don Quijote había conminado a su amo para que le pagara su deuda. El lector sabe el desenlace de esta aventura, pero no don Quijote, quien cree dar con ella pruebas del valor de la caballería andante. Por eso le pide al pastor que de su testimonio “porque se vea y considere ser del provecho que digo haber caballeros andantes por los caminos” (p. 229). Finalmente las consecuencias adversas contrastan con la expectativa del hidalgo y terminan por desacreditar completamente la acción que él suponía heroica.

En el capítulo siguiente los personajes vuelven a la posada donde Sancho había sido manteado (Capítulo 17). Allí el cura hace un nuevo escrutinio de libros, con algunas reminiscencias al que hizo en la biblioteca del hidalgo (Capítulo 6) y a la alegoría del proceso inquisitorial:

Así como el cura leyó los dos títulos primeros, volvió el rostro al barbero y dijo: Falta nos hacen aquí ahora el ama de mi amigo y su sobrina. -No hacen -respondió el barbero-, que también sé yo llevallos al corral o a la chimenea, que en verdad que hay muy buen fuego en ella. (p. 234)

Pero esta vez, se trata solamente de tres libros y las consecuencias son diferentes, puesto que en efecto nadie los quema.

El ventero habla apasionadamente de los libros de caballerías y Dorotea advierte que está cerca de alcanzar la locura del hidalgo: “Poco le falta a nuestro huésped para hacer la segunda parte de don Quijote” (p. 235). También el ventero, como el hidalgo, confunde la realidad con la ficción, pero no recrea las aventuras caballerescas en la vida cotidiana, sino que solo cree que aquellas historias fueron reales. Aunque el ventero quisiera imitar a los caballeros: “de mí sé decir que cuando oigo decir aquellos furibundos y terribles golpes que los caballeros pegan, que me toma gana de hacer otro tanto” (p. 233), no lo hace, porque sabe que la caballería andante ya no existe: “no seré yo tan loco que me haga caballero andante, que bien veo que ahora no se usa lo que se usaba en aquel tiempo, cuando se dice que andaban por el mundo estos famosos caballeros” (p. 235). Esto demuestra que la lectura placentera de los libros de caballerías no siempre conduce a la locura.

El cura, sin embargo, en su escrutinio, prefiere conservar el libro que relata hechos históricos, y no los de ficción, por considerar que esos “son mentirosos y están llenos de disparates y devaneos” (p. 234). Esta cuestión se retomará luego en el capítulo 49, donde veremos que un canónigo recomienda la lectura de libros de relatos históricos mientras desestima los ficticios libros de caballerías por dar "ocasión que el vulgo ignorante venga a creer y a tener por verdaderas tantas necedades como contienen" (p. 362).