Resumen
El último cuadro transcurre en los alrededores de una ermita en la montaña. Mujeres y hombres celebran con cantos una romería. Allí se encuentra la Vieja Pagana del primer acto. Yerma está sobre un carro con mantas que forma una tienda rústica.
María cuenta que ha traído a Yerma, que ha estado un mes sin levantarse de la silla. La Muchacha 1ª cuenta que vino con su hermana, que viene desde hace ocho años sin resultado. También cuenta que el año anterior “unos mozos atenazaron con sus manos los pechos de [su] hermana”. María, a su vez, le dice que “tiene hijos la que los quiere tener” (p.74).
Siguen los cantos alusivos al ritual, que versan acerca de florecer sobre la “carne marchita” (p.75). Yerma acompaña estos cantos. Entran unas muchachas que bailan con cintas en las manos. Luego dos personas se ubican en el centro de la escena, representando con caretas a un macho y a una hembra. El macho, interpelando a la hembra, hace alusión al acto sexual: “Si tú vienes a la romería / a pedir que tu vientre se abra, […] / Vete sola detrás de los muros, / donde están las higueras cerradas, / y soporta mi cuerpo de tierra / hasta el blanco gemido del alba” (p.77).
Estos dos personajes, junto con varios hombres y un niño que los siguen, se van bailando. La Vieja Pagana entra y encara a Yerma. Le dice que debe decirle lo que ya no se puede callar: le echa la culpa al marido de que no pueda quedar embarazada, y la insta a escaparse con su hijo, que la está esperando detrás de la ermita. Le dice que podrán vivir los tres juntos, que con él tendrá cría, y que no debe importarle lo que piense la gente. Yerma le dice que jamás hará eso porque debe preservar su honra.
La Vieja, molesta, le dice entonces a Yerma que seguirá sin hijos por gusto, “como los cardos del secano, pinchosa, marchita” (p.80). Al oír la palabra “marchita”, Yerma se da cuenta de que esa es la palabra que mejor la define. La Vieja se marcha diciendo que buscará a otra mujer para su hijo. Yerma se dirige al carro y por detrás aparece su marido, que ha estado escuchando todo.
Juan dice que es hora de que él se queje. Le confiesa a Yerma que no le importa tener hijos, por más que su esposa lo desee tanto. Le dice también que muchas mujeres serían felices de llevar la vida de Yerma porque “sin hijos la vida es más dulce” (p.81). Dice ser feliz sin tenerlos y que no hay culpa en ello.
Yerma, desesperada por haber oído esta verdad, le pregunta a su marido qué busca en ella. Juan le responde: “A ti misma” (p.81). Yerma le vuelve a preguntar si no podrá esperar que tengan hijos; Juan le responde que no y le vuelve a decir que se resigne, que juntos pueden vivir en paz y con agrado. Juan abraza a Yerma y le pide que lo bese. Yerma da un grito y le aprieta la garganta hasta matarlo. Mientras canta el coro de la romería, Yerma habla sola. Dice que estará marchita para siempre, pero tranquila. Por último, le pide a la gente que no se acerque, porque ha matado a su propio hijo. Baja el telón.
Análisis
El ritual de la romería es el último intento frustrado de Yerma por revertir su situación y lograr tener hijos. Se trata de una romería profana, porque aquí vienen las “casadas secas” ha pedir hijos a los santos, pero esto lo consiguen, como se desprende de los diálogos y de los cantos alusivos, porque hombres llegan a la ermita para acostarse con las mujeres. Este cuadro es, sin dudas, el más subversivo de la obra para el público contemporáneo a la obra de Lorca, por sus alusiones al acto sexual por fuera del matrimonio.
Yerma se encuentran allí como si estuviera participando del ritual, pero sin una intención clara de llevar a cabo el acto sexual que la convertiría en adúltera, manchando su honra. En la didascalia se remarca que Yerma “da muestras de cansancio y de persona a la que una idea fija le quiebra la cabeza” (p.79). El lector/espectador puede deducir que, a esta altura de las circunstancias, Yerma no se encuentra del todo lúcida. De hecho, cuando la Vieja le pregunta para qué ha venido a la romería, Yerma le responde que no lo sabe, como si estuviera perdida.
El acto principal del cuadro es el de las dos máscaras populares de macho y de hembra, que representan alegóricamente un ritual pagano de fertilidad. En su canto, se interpela a la “esposa triste” con el “vientre seco”, que debe esperar al momento de la noche para convertirse en “amapola y clavel […] / cuando el macho despliegue su capa” (p.76-77). De esta manera, la simbología del agua y de la sequía acompaña las imágenes de las flores, que caracterizan a la mujer realizada como madre. La alusión al acto sexual entre un macho y una hembra sugiere también que la procreación viene por instinto, como le viene a los animales. No es algo que pueda ser controlado por la razón o por la honra, sino que es arrastrado por un deseo pasional.
Pero Yerma no puede dejarse llevar, no solo por una cuestión de honra, sino también porque su obsesión le hace olvidarse de la pasión física. Cuando la Vieja Pagana le ofrece a su hijo para concebir, le dice a Yerma, utilizando una vez más la simbología del agua y de la sequía, que “cuando se tiene sed, se agradece el agua” (p.80). Yerma, que lleva en su nombre su condición estéril, le responde que ella es “como un campo seco donde caben arando mil pares de bueyes, y lo que [la Vieja le da] es un pequeño vaso de agua de pozo” (p.80). Yerma no puede desear estar con otro porque nada cabe dentro de ella que no sea el anhelo de tener un hijo. Pero, en el drama, la falta de deseo implica una falta de fertilidad. Por eso, el destino de Yerma es el que le achaca la Vieja, el de permanecer marchita, como una flor muerta a la que le falta agua.
La conversación final entre Juan y Yerma revela de forma drástica el desencuentro entre marido y mujer. Juan le dice de una vez para siempre que no quiere hijos y que nunca los querrá. También cree que Yerma podría vivir feliz sin hijos, sin comprender que su esposa no puede ser feliz sin poder realizarse como mujer convirtiéndose en madre. Juan no puede entender el lamento de Yerma por “cosas que están en el aire” (p.81); él no entiende el dolor de su esposa por el niño ausente. Es como si Juan y Yerma, que cumplen diferentes roles en la sociedad, hablaran diferentes idiomas, lo que pone de manifiesto que su relación está rota de forma definitiva.
En este último diálogo, Juan da muestras de desear a Yerma; dice que la quiere por ella misma y lo manifiesta buscando su abrazo y su beso. Se da una situación paralela a la del primer cuadro de la obra, en la que Yerma había abrazado y besado a su marido. Pero ahora es Yerma quien rechaza a Juan, lo que planta una ironía, puesto que, si Yerma también quisiera a Juan por él mismo, tal vez ambos podrían unirse por el deseo y ser capaces de concebir un hijo.
Una vez más el quiebre en su vínculo se manifiesta a través del motivo de cantar, hablar y callar, y su contraparte, el escuchar y no querer oír: “No oyes que no me importa. ¡No preguntes más! ¡Que te lo tengo que gritar al oído para que lo sepas, a ver si de una vez vives ya tranquila!” (p.81). Juan quiere que su voz entre a la fuerza por el oído de Yerma, pero sus palabras son demasiado dolorosas para su mujer. Acaso por eso Yerma lo asesina apretándole la garganta, para no oírlo nunca más. Este acto final sella para siempre el destino de Yerma que, irónicamente, al haber matado a su marido, mata para siempre su única posibilidad de quedar embarazada, porque el mandato social de la honra no le permitirá otra alternativa. Quizás esta es la razón por la cual Yerma exclama que ha matado a su hijo, porque sin Juan le será imposible tenerlo. O tal vez su obsesión se ha hecho tan grande que el niño ausente ha tomado para ella carnadura, y cree, enajenada, que Juan es en verdad su propio hijo.
El final de Yerma ya estaba anunciado al comienzo, desde el título simbólico del drama y nombre de la protagonista. Yerma permanecerá para siempre como un terreno sin cultivar, siendo una mujer que no podrá ser madre. Aunque en el transcurso de la representación el personaje tuvo oportunidad de revertir su situación con rituales, o incluso siguiendo su deseo por Víctor, Yerma siente que el peso de la honra es demasiado grande como para serle infiel a su marido. El mandato social es tan fuerte en el drama, que la tragedia personal de Yerma se convierte en un destino fatal, imposible de revertir.