"Eso lo dicen las madres débiles, las quejumbrosas. ¿Para qué los tienen? Tener un hijo no es tener un ramo de rosas. Hemos de sufrir para verlos crecer. Yo pienso que se nos va la mitad de nuestra sangre. Pero esto es bueno, sano, hermoso. Cada mujer tiene sangre para cuatro o cinco hijos, y cuando no los tienen se les vuelve veneno, como me va a pasar a mí".
En este fragmento de su discurso, Yerma describe la maternidad como un sacrificio que toda mujer debe hacer para realizarse como persona. Recurre para esto a un oxímoron, a la idea de un sufrimiento placentero, “bueno, sano, hermoso”. La imagen de las flores –el ramo de rosas– que en el drama hacen alusión al tema de la fertilidad, adquiere en esta parte otro significado; tener un hijo, dice Yerma, no es algo delicado como una flor; por el contrario, es un esfuerzo que conlleva una pérdida: “se nos va la mitad de nuestra sangre”.
En el teatro de Lorca, la sangre es una imagen que simboliza la pasión, el linaje y la muerte. Aquí se nos presenta en un sentido que nos lleva, por un lado, a la pasión, al deseo de Yerma por ser madre, y, por otro lado, a la muerte, porque la sangre debe irse con el cuidado de los hijos, pero también puede retenerse y convertirse en “veneno”, en algo tóxico que enferma y mata. Aunque en Yerma predominan otros símbolos, como el del agua y la sequía, la cuestión de la sangre – símbolo principal en Bodas de sangre– revela que para Yerma tener hijos es una cuestión de vida y muerte.
"Dile a tu marido que piense menos en el trabajo. Quiere juntar dinero y lo juntará, pero ¿a quién lo va a dejar cuando se muera?".
Víctor es un hombre de pocas palabras, que no parece hacerse problema por nada. Se lo escucha más cantando que hablando. No obstante, en el primer cuadro del Acto Primero deja en claro que es un hombre muy distinto a Juan. Además de decirle a Yerma que en su casa hace falta un niño –niño que Juan no desea tener– también tiene un consejo para su marido respecto al rol que le toca como hombre en su sociedad. Víctor sabe que a los hombres les toca trabajar –él mismo se la pasa todo el tiempo cuidando de su rebaño– pero también comprende que de nada sirve juntar dinero si no se tiene un hijo varón que pueda heredarlo. De esta manera, da a entender que a Juan le corresponde también ser padre para darle sentido a su rol masculino dentro de la sociedad patriarcal, en la cual el dinero y los bienes le pertenecen a los hombres.
"–¿Por qué te has casado?
–Porque me han casado. Sa casan todas. Si seguimos así, no va a haber solteras más que las niñas. […] Pero las viejas se empeñan en todas estas cosas. Yo tengo diecinueve años y no me gusta guisar, ni lavar. Bueno, pues todo el día he de estar haciendo lo que no me gusta. ¿Y para qué? ¿Qué necesidad tiene mi marido de ser mi marido? Porque lo mismo hacíamos de novios que ahora. Tonterías de los viejos".
La Muchacha 2ª y la Vieja Pagana son los personajes del drama que se animan a cuestionar el rol de la mujer y la honra de su sociedad. En esta parte, la Muchacha 2ª, que antes ha confesado que no quiere tener hijos, dice que no le gustan los quehaceres domésticos, y más adelante dirá que mejor está “en el medio de la calle” que encerrada en su casa. De esta manera, pone en entredicho los mandatos impuestos a la mujer, corriendo el riesgo de que la llamen “la loca” por ello (p.43).
Para la Muchacha 2ª el casamiento es una “tontería de los viejos”, es decir, una tradición sin sentido que solo les importa a los ancianos, quienes, en general, son más reacios al cambio. Cuando Yerma le pregunta por qué se casó, la Muchacha 2ª responde que no se casó por voluntad, sino que fue casada, posiblemente por sus padres. Yerma también cuenta que a su esposo “[se] lo dio [su] padre” (p.41), lo que indica que las mujeres no tienen poder de decisión respecto de los maridos que les tocan en suerte. Asimismo, la Muchacha 2ª pone en cuestión el sentido del título de “marido”, porque según ella las personas que están casadas y los novios hacen las mismas cosas. De esta manera, da a entender que ella no respetó los votos de castidad para llegar virgen al matrimonio, lo que también indica el carácter transgresor del personaje.
"Cada hora que transcurre aumenta el infierno en aquella casa. Ella y las cuñadas, sin despegar los labios, blanquean todo el día las paredes, friegan los cobres, limpian con vaho los cristales, dan aceite a la solería. Pues, cuando más relumbra la vivienda, más arde por dentro".
Las lavanderas hablan sobre los problemas domésticos de Yerma y Juan, lo que indica que la honra de dicha familia está siendo puesta en cuestión por el qué dirán. Al mismo tiempo, su diálogo cumple una función en la representación dramática: darle al lector/espectador nueva información sobre los conflictos de los personajes.
Por la conversación de las lavanderas nos enteramos de que Juan ha invitado a sus hermanas a vivir en su casa para que vigilen a Yerma. Estas cuñadas no hacen sino acrecentar el silencio, motivo que alude a la falta de deseo en la pareja. Sin decir una palabra, las cuñadas acompañan a Yerma en los quehaceres domésticos, una labor que dentro del drama carece de sentido si no se realiza a la par de la crianza. El tiempo pasa y los hijos no llegan, y las tareas de limpieza, que hacen de la casa un lugar más blanco y reluciente, convierten al hogar en un espacio que arde por dentro, pero no por pasión. Sin hijos, los quehaceres domésticos no sirven para hacer de la casa un lugar más acogedor; por el contrario, la convierten en un infierno. Esta metáfora es análoga a la de las casas que son tumbas, a la que alude Yerma en su diálogo con Juan, que refiere al sentimiento de muerte que acompaña a la protagonista en su desesperanza (ver Resumen y Análisis Acto Segundo, Cuadro Segundo).
"Ayer pasé un día duro. Estuve podando los manzanos y a la caída de la tarde me puse a pensar para qué pondría yo tanta ilusión en la faena si no puedo llevarme una manzana a la boca. Estoy harto. […] Esa no viene… Una de vosotras debía salir con ella, porque para eso estáis aquí comiendo en mi mantel y bebiendo mi vino. Mi vida está en el campo, pero mi honra está aquí. Y mi honra es también vuestra".
Si bien las tragedias lorquianas se focalizan más en los personajes femeninos que en los masculinos, dentro del tema de los roles del hombre y de la mujer en la sociedad aparece también el conflicto de los hombres en el drama. Yerma no es la única que sufre por no poder cumplir con el rol de madre que le fuera asignado por los mandatos sociales; Juan también sufre porque Yerma desobedece sus órdenes de quedarse en la casa. Como hombre de familia, el deber de Juan es cuidar de la honra del hogar, pero no puede cumplir con su rol porque su esposa y sus hermanas no le obedecen. Y aunque tiene el privilegio de tener una vida fuera de la casa y de poder decir esto es mío –porque las cosas dentro de su casa le pertenecen, como el mantel y el vino– Juan descubre que su labor no lo conduce a ninguna satisfacción, ya que no puede siquiera disfrutar del fruto de su trabajo.
Esto se plantea en el drama como un conflicto relacionado con el desencuentro entre Yerma y Juan, pero también tiene que ver con un problema específico del rol del hombre en las sociedades patriarcales y conservadoras. El motivo de comer una manzana como símbolo de disfrutar del producto del esfuerzo aparece de nuevo más adelante en el cuadro, cuando Yerma dialoga con Víctor: “Nunca oí decir a un hombre comiendo: ‘¡qué buenas son estas manzanas!’ Vais a lo vuestro sin reparar en las delicadezas” (p.64). Con estas palabras, Yerma da a entender que los hombres, que deben dedicarse sin descanso a cuidar de sus pertenencias y de su familia, cargan también con un conflicto particular a su género, el de trabajar sin poder disfrutar.
"Que estoy ofendida, ofendida y rebajada hasta lo último, viendo que los trigos apuntan, que las fuentes no cesan de dar agua, y que paren las ovejas cientos de corderos, y las perras, y que parece que todo el campo puesto de pie me enseña sus crías tiernas, adormiladas, mientras yo siento dos golpes de martillo aquí, en lugar de la boca de mi niño".
Las imágenes de la naturaleza en Yerma hacen alusión a la vida de campo, en donde la flora y la fauna aparecen fértiles y productivas. Para Yerma, cuyo nombre hace referencia a un terreno al que le falta cultivo, es una ironía cruel sentirse rodeada de plantas que dan cosecha, de aguas que fluyen y de ganado que da cría, cuando ella no puede procrear. El dolor que siente se le figura como los golpes de un martillo en el lugar donde debería amamantar a su hijo ausente, en el pecho. Por eso dice que se siente ofendida y rebajada, porque todo a su alrededor le recuerda, una y otra vez, que a ella le falta lo que más necesita.
"Yo no pienso en el mañana; pienso en el hoy. Tú estás vieja y lo ves ya todo como un libro leído. Yo pienso que tengo sed y no tengo libertad. Yo quiero tener a mi hijo en los brazos para dormir tranquila y, óyelo bien y no te espantes de lo que digo: aunque yo supiera que mi hijo me iba a martirizar después y me iba a odiar y me iba a llevar de los cabellos por las calles, recibiría con gozo su nacimiento, porque es mucho mejor llorar por un hombre vivo que nos apuñala, que llorar por este fantasma sentado año tras año encima de mi corazón".
La vieja que acompaña a Dolores en su ritual le pregunta a Yerma por qué tiene esas ansias de ser madre: “¿qué vega esperas de dar a tu hijo, ni qué felicidad, ni qué silla de plata?” (p.68), le pregunta, sabiendo por la experiencia que le dieron los años que un hijo no es la solución a todos los problemas. Yerma comprende que a ella le falta la sabiduría de la vieja, que puede interpretar lo que a ella le sucede "como un libro leído" porque ya lo ha vivido. Pero Yerma confiesa que nada puede hacer, porque su deseo de tener un hijo la tiene prisionera, y hasta no tenerlo no podrá conseguir tranquilidad. Al decir que tiene sed, recurre al motivo del agua como lo que necesita y no tiene para poder quedar embarazada. Y menciona también al niño ausente, a este "fantasma" que está encima suyo hace años y que le representa un sufrimiento más grande que el que le podría traer un niño de carne y hueso, incluso si ese niño se convirtiera en un hombre capaz de asesinarla. Para Yerma, solo importan la obsesión y el dolor del presente, y no puede ver más allá en su futuro.
"No soy yo quien [pone nombre de varón sobre tus pechos]; lo pones tú con tu conducta y el pueblo lo empieza a decir. Lo empieza a decir claramente. Cuando llego a un corro, todos callan; cuando voy a pesar la harina, todos callan; y hasta de noche en el campo, cuando despierto, me parece que también se callan las ramas de los árboles".
Yerma acusa a Juan de deshonrarla al decir que le fue infiel sin tener pruebas, y Juan contraataca diciendo que es ella misma quien pone en peligro el honor de su casta por no cuidar las apariencias, dando que hablar al pueblo cuando sale. El tema del qué dirán se hace presente en esa parte a través del silencio, porque Juan siente que a donde quiera que vaya todos callan cuando llega, como si antes estuvieran hablando de ellos. Tanto es así que Juan cree que la naturaleza también hace circular los rumores que arruinan su honor. De esta manera, así como Yerma siente como una ofensa que la naturaleza procree cuando ella no puede hacerlo, Juan también siente que el campo entero se le pone en contra al hablar de ellos, poniendo en cuestión la honra de su familia.
"La culpa es de tu marido. ¿Lo oyes? Me dejaría cortar las manos. Ni su padre, ni su abuelo, ni su bisabuelo se portaron como hombres de casta. Para tener un hijo ha sido necesario que se junte el cielo con la tierra. Están hechos con saliva. En cambio, tu gente, no. Tienes hermanos y primos a cien leguas a la redonda. Mira qué maldición ha venido a caer sobre tu hermosura".
La Vieja Pagana, que se anima a decir lo que otros personajes no se atreven, cree que la culpa de que Yerma no tenga hijos es de Juan, no de Yerma. Para decir esto hace referencia al tema de la honra que viene por casta, aquella que se hereda de los antepasados. Según la Vieja, Juan viene de una familia de poca fertilidad, que tuvo que acudir a conjuros dichos con "saliva" –en los que se hacía algo imposible como juntar el cielo con la tierra– para quitarse la maldición de no poder concebir. En cambio, Yerma tiene una mejor ascendencia, lo que se confirma en la cantidad de hermanos y primos que tiene. Esto le dice la Vieja a Yerma para que aquella abandone a su esposo y se vaya con su hijo, con quien sí cree que podrá quedar embarazada.
"Marchita, marchita, pero segura. Ahora sí que lo sé de cierto. Y sola. […] Voy a descansar sin despertarme sobresaltada para ver si la sangre me anuncia otra sangre nueva. Con el cuerpo seco para siempre. ¿Qué queréis saber? No os acerquéis, porque he matado a mi hijo. ¡Yo misma he matado a mi hijo!".
En el último monólogo de la obra, Yerma reafirma su condición de mujer "marchita", como las flores a las que les falta agua para conservar su vitalidad. Ahora que ha asesinado a Juan ya no tiene nada que esperar; el hijo no vendrá nunca, porque solo con su esposo podía Yerma quedar embarazada sin perder la honra. Ha perdido para siempre la esperanza, pero ha ganado algo: la tranquilidad que viene con la seguridad de saberse marchita. Es, sin embargo, una tranquilidad que la acerca a la locura, puesto que Yerma, que enfrenta a un grupo de gente que se acerca, empieza a exclamar que ha matado a su hijo. No queda claro si Yerma dice esto porque sabe que, al matar a Juan, ha eliminado su única posibilidad de tener un hijo, o si realmente cree que el niño ausente ha tomado forma en el cuerpo de Juan, y piensa que en verdad ha asesinado a su propio hijo.
La imagen de la sangre en este fragmento es un poco ambigua. Puede hacer referencia a la pasión que buscaba con Juan en la cama, aquella que anunciaría la llegada de una sangre nueva, la de su hijo. Pero también podría aludir al hecho de que con la sangre de la menstruación podía confirmar si estaba o no embarazada. La cuestión es que ahora no habrá más sangre, porque Yerma tendrá “el cuerpo seco para siempre”. En este sentido, el motivo del agua y de la sequía se entrelaza con la sangre y con la fatalidad del destino, destino que se anunciara como metáfora simbólica en el nombre de la obra y de la protagonista: "Yerma", terreno estéril.