Resumen
El yo lírico comienza describiendo, a través de distintos elementos de la naturaleza, la vida diaria y plena junto a su amada. Luego recuerda el tiempo en el que no estaban juntos. Lo recuerda con tanta intensidad que tiene la sensación de que ese tiempo está volviendo a suceder. Este momento amenazante se diluye rápidamente con la certeza de que la amada está junto a él y que no lo va a abandonar por nada. Finalmente, el yo lírico describe la pasión que viven juntos los amantes desde hace un tiempo, y lo que desea hacer con ella en el futuro.
Análisis
Este poema está compuesto por seis estrofas de métrica diversa y estilo libre, sin rima. El yo lírico es la única voz, y durante todo el poema le habla a su amada.
Sin dudas, este es el poema de mayor plenitud amorosa y erótica de toda la obra. Desde el principio hasta el fin, los amantes están unidos a través de imágenes relacionadas con la naturaleza, mientras que la soledad aparece solamente como un recuerdo y una breve amenaza.
Ya desde la primera estrofa, el yo lírico une a su amada con el mundo natural al describir la plenitud que viven en el día a día: “Juegas todos los días con la luz del universo/ Sutil visitadora, llegas en la flor y en el agua” (p.61). Inmediatamente, irrumpe la posesión como un factor determinante para que el amor se sostenga en dicha plenitud: “Eres más que esta blanca cabecita que aprieto/ como un racimo entre mis manos cada día/ A nadie te pareces desde que yo te amo” (p.62). Se repite aquí, como en otros poemas, el mecanismo de igualar a la mujer con la naturaleza para poder poseerla (ver la sección "Temas" en esta misma guía).
Esta plenitud cede en la tercera estrofa, cuando el yo lírico recuerda cómo era su vida antes de conocerla. Es interesante destacar que, al hacerlo, afirma que ella en ese tiempo no existía. Es decir, la vida de ella, desde la perspectiva del yo lírico, comienza en el momento en el que está junto a él, lo que refuerza la importancia de la posesión en relación con el amor: “Ah déjame recordarte cómo eras entonces, cuando aún no existías/ De pronto el viento aúlla y golpea mi ventana cerrada/ El cielo es una red cuajada de peces sombríos” (p.61). El recuerdo de ese tiempo previo a estar junto a la amada es evocado tan vívidamente que irrumpe en el presente a través de una serie de imágenes que aluden a la soledad y la tristeza.
En la cuarta estrofa, el yo lírico sale de ese momento oscuro afirmando que ella está junto a él. Así como en la estrofa anterior, el hecho de evocar la soledad hizo que la soledad apareciera, aquí el yo lírico afirma que su amada está ahí para sentir la tranquilidad de que eso es real: “Tú estás aquí. Ah tú no huyes/ Tú me responderás hasta el último grito/ Ovíllate a mi lado como si tuvieras miedo/ Sin embargo alguna vez corrió una sombra extraña por tus ojos” (p.62). El yo lírico no solo describe que ella está con él, sino que da por hecho que ella va a estar allí siempre. Además, traslada su miedo de perderla a ella, ordenándole que simule tener miedo. El último verso de esta estrofa demuestra que el yo lírico, pese a intentar convencerse con el poder de sus propias palabras, sabe que la amenaza de la soledad (simbolizada en esa sombra que corre por los ojos de la amada) está presente.
Sin embargo, la amenaza se diluye rápidamente, ya que, en la siguiente estrofa, los amantes se unen sexualmente: “Ahora, ahora también, me traes madreselvas/ y tienes hasta los senos perfumados/ Mientras el viento triste galopa matando mariposas/ yo te amo, y mi alegría muerde tu boca de ciruela” (p.62). La pasión erótica arrasa con el miedo del yo lírico. La amenaza está afuera, simbolizada por ese viento triste, pero no llega hasta ellos, o, por lo menos, hasta él, ya que el yo lírico sabe que él mismo es un dolor para su amada, que su alegría “muerde”, que su pasión lastima. Por eso se pregunta: “Cuánto te habrá dolido acostumbrarte a mí/ a mi alma sola y salvaje que todos ahuyentan” (p.62).
Luego de ese cuestionamiento sin respuesta, aparece una serie de imágenes eróticas que evocan el pasado reciente de los amantes y continúan uniendo a la amada con la naturaleza: “Hasta te creo dueña del universo” (p.63). Sobre el final del poema, aparece una imagen que fusiona el amor del yo lírico con la naturaleza: “Quiero hacer contigo/ lo que la primavera hace con los cerezos” (p.63). Así como la primavera llena de flores a los cerezos, el yo lírico quiere cubrir de flores (símbolo del amor) a su amada.