Resumen
Poco tiempo después de la llegada de Lázaro, la madre de ambos se enfermó y quedó próxima a la muerte. El único deseo que tenía ella antes de morir era que Don Manuel convirtiera a Lázaro en un creyente, ya que esperaba volver a verlo en el cielo. Don Manuel le dijo a la madre de Ángela que su alma se quedaría en su casa, y allí podría seguir viendo y escuchando a sus hijos. Cuando ella le dijo que ya estaba lista para ir a ver a Dios, Don Manuel le respondió que Dios ya estaba con ella y había estado con ella, a su alrededor, en su vida de cada día.
Luego, Don Manuel le pidió a Lázaro que le dijera a la madre que iba a rezar por ella. Aunque al principio Lázaro dudó, finalmente se conmovió por el pedido de Don Manuel y, con lágrimas en los ojos, le dijo a su madre lo que el párroco le pidió que dijera: él siempre rezaría por ella. Así, la madre se entregó felizmente a su muerte.
Tras este suceso, Lázaro y Don Manuel crearon un vínculo especial. Durante las tardes caminaban por la orilla del lago, hacia la abadía. Lázaro comenzó a asistir a todas las misas de Don Manuel y, al poco tiempo, decidió incluso tomar la comunión. El pueblo se sentía feliz, ya que pensaba que Lázaro había encontrado la salvación para su alma.
Cuando regresaron al hogar, Ángela abrazó a su hermano y le agradeció por haberle llevado felicidad a todo el pueblo. Lázaro, entonces, le respondió que esa había sido la verdadera razón por la que había tomado la comunión. Ángela se sintió confundida ante esta respuesta, y le insistió a su hermano en que, seguramente, él también había tomado la comunión por su propia felicidad. Entonces, Lázaro le dijo a Ángela que debía confesarle toda la verdad sobre él y Don Manuel.
Así fue cómo Ángela descubrió que, en realidad, Don Manuel había instado a Lázaro a fingir ser creyente por el bien de la gente del pueblo, y que el mismo Don Manuel no era creyente. Lázaro se explayó acerca de los pensamientos del párroco. Don Manuel creía que si uno engañaba a los demás para que estuvieran bien y fueran felices, en realidad, no había engaño alguno. Cuando Lázaro le había preguntado a Don Manuel por la verdad, este le respondió que la verdad era algo terrible, intolerable, y que la gente del pueblo no podía vivir con ella.
Según Lázaro, Don Manuel consideraba que su tarea era hacer felices a sus feligreses, hacerlos sentir inmortales, no matarlos. Según él, todas las religiones eran verdaderas porque ayudaban a vivir espiritualmente, y a consolar a aquellos que habían nacido para, en definitiva, morir. Entonces, Lázaro le dijo a su hermana que los lugareños creían sin pensar, por costumbre, por tradición, y que él estaba de acuerdo con Don Manuel en que era importante que no despertaran, que siguieran manteniendo su fe sin cuestionarse.
Tras escuchar toda esta confesión de Lázaro, Ángela le preguntó si él había cumplido con la promesa de rezar por su madre. Lázaro le respondió que sí, que rezaba por ella todos los días, que no podría vivir consigo mismo si no lo hiciera. Ángela, enfadada, le dijo que ella debía rezar por él y por Don Manuel, y se fue a su habitación, donde lloró toda la noche.
Cuando volvió a verse cara a cara con Don Manuel, Ángela no pudo evitar que se le cayeran algunas lágrimas y, según ella, el párroco adivinó la causa de su llanto, aunque no pronunció palabra al respecto. Don Manuel le preguntó si ella seguía creyendo como creía a los 10 años. Ángela le respondió que sí, y el párroco le dijo que siguiera así, y que se guardara las dudas para sí misma. Entonces, Ángela le preguntó a Don Manuel si él creía. Él dudó, pero finalmente dijo que sí, que creía. Ella ahondó, le preguntó en qué creía, y Don Manuel le pidió que cambiaran de tema.
En este punto, Ángela detiene la narración de la escena, vuelve al presente y, desde allí, reflexiona acerca de por qué Don Manuel no la engañó entonces. Aunque no llega a una respuesta al respecto, sí se da cuenta de que Don Manuel estaba muy enojado consigo mismo por no haberla podido engañar a ella, por haber dejado que ella viera que, en verdad, él no era creyente. Luego, Ángela termina de narrar aquel encuentro con Don Manuel. Recuerda que, cuando se levantaron para despedirse, fue él quien le pidió la absolución a ella.
Análisis
En el momento de la muerte de la madre de Ángela y Lázaro se da el quiebre fundamental de la novela: Don Manuel le pide a Lázaro que, por favor, simule ser creyente para hacer feliz a su madre antes de que ella muera. Allí aparece expuesta, por primera vez, a los ojos del lector y de los otros personajes, la filosofía del párroco.
En la siguiente escena, Lázaro pone en palabras más claras lo que acabamos de ver: la verdad de Don Manuel es que no es creyente y simula serlo para que el pueblo sea feliz. Una vez descubierta la verdad, la novela cambia radicalmente: si hasta aquí Ángela y Lázaro iban guiando al lector, como detectives, a descubrir cuál era la verdad oculta del párroco, a partir de aquí asistimos a ver cómo Don Manuel, junto a Lázaro y Ángela, viven con esa verdad, cuáles son los fundamentos que tiene el párroco (y que Lázaro comparte) para sostener su mentira frente al pueblo, cuáles son sus sufrimientos por vivir en la contradicción de ser un párroco no creyente. Es decir, la novela deja de sostener al lector en la búsqueda de una intriga y se convierte en una novela que, a través de sus personajes, reflexiona filosóficamente acerca de la importancia de la religión y la fe en contraposición al conocimiento de la pura verdad.
A partir de este momento, se vuelve aún más importante el tono confesional de la novela. Es interesante destacar que, en definitiva, la narración de la novela es en sí una confesión: la confesión de Ángela acerca de la verdad sobre Don Manuel.
Por otro lado, Lázaro, que aparecía como el antagonista de Don Manuel, se convierte en su fiel servidor. La unión entre los extremos opuestos es lo que le permite a Unamuno plantear en la novela la complejidad del conflicto entre religión y verdad. Es importante recordar aquí que Unamuno tiene la teoría de la “agonía del cristianismo”, que sostiene que las religiones sirven si tienen significado y legitimidad para sus seguidores. Es decir, el pensamiento del autor aparece reflejado y llevado al extremo en la figura del párroco no creyente, Don Manuel. Unamuno, durante su vida, es enfrentado por los progresistas con ideas seculares que lo acusan de conservador, y también es enfrentado por los católicos conservadores que lo acusan de avalar la religión como una mera mentira. En San Manuel Bueno, mártir, Unamuno enfrenta esos dos extremos, y los hace coincidir y trabajar juntos por el bien del pueblo.