“¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?”.
Esta es la frase que más resonaba en la iglesia cuando Don Manuel daba sus sermones. La frase que, según Ángela, conmovía a todos los presentes con mayor fuerza ya que, en ella, se vislumbraba el dolor de Don Manuel. Esta frase aparece varias veces en la novela, en distintos sermones del párroco, pero también es proferida a los gritos por Blasillo (quien imitaba la voz de Don Manuel a la perfección) en medio del pueblo.
“¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?” es, originalmente, una de las frases que pronuncia Jesús en el "Salmo 21" de La Biblia, cuando está por ser crucificado. El paralelismo entre Don Manuel y Jesucristo, que atraviesa toda la novela, se ve con claridad en esta cita: Don Manuel también sentía que Dios lo había abandonado. Su incapacidad para creer en Él lo había dejado desamparado, viviendo en un suicidio continuo. A través de esta frase, de un modo sutil, imperceptible, Don Manuel demostraba a viva voz, frente a todo el pueblo, su dolor más íntimo, ese dolor que se esforzaba por ocultarles diariamente.
“El contentamiento de vivir es lo primero de todo. Nadie debe querer morirse hasta que Dios quiera”.
En esta cita de Don Manuel hay una paradoja, ya que si hay algo que él no podía sentir era "el contento de vivir". Don Manuel era profundamente infeliz. Además, como nos enteramos más adelante en la novela, Don Manuel sentía deseos de suicidarse desde que era joven. Es decir, quería morir antes de que Dios dispusiera que el momento había llegado.
Pese a esta paradoja, la cita revela un sentimiento y un deseo verdadero: Don Manuel no podía lograr ser feliz, pero quería que los demás lo fueran; Don Manuel no podía evitar los pensamientos suicidas, pero no quería que nadie más los tuviera. Estos deseos eran tan fuertes que, en definitiva, impulsaron a Don Manuel a vivir para la felicidad de los demás, pese a que su propia vida fuera un suicidio continuo. De esa manera, contradictoria, logró sobrevivir.
Aquí se destaca el valor de la unión comunitaria, de poner el bien del prójimo por encima del propio bienestar, valores que en San Manuel Bueno, mártir aparecen como propios de la religión. La religión, por lo tanto, aparece como lo que necesitan las personas para poder superar la infelicidad o, al menos, aprender a vivir con ella.
“Yo no puedo perder mi pueblo para ganarme el alma. Así me ha hecho Dios. Yo no podría soportar las tentaciones del desierto. Yo no podría llevar solo la cruz del nacimiento”.
En esta cita aparece una de las tantas comparaciones de Don Manuel con Jesucristo. Las tentaciones del desierto a las cuales alude Don Manuel hacen referencia al episodio bíblico en el que Satanás se le acerca a Jesucristo en medio del desierto para tentarlo de distintos modos. Una de esas tentaciones consiste en invitarlo a saltar desde una piedra al vacío con el argumento de que Dios lo va a salvar enviándole ángeles. Por supuesto, Jesucristo rechaza todas las tentaciones. Don Manuel, en cambio, afirma que él cedería a las tentaciones, no podría resistirse. Sobre todo, se deduce, a la tentación del suicidio.
Por otro lado, Jesucristo debió llevar su cruz solo hasta su propia crucifixión. Debió morir solo para expiar los pecados de los demás mortales. Don Manuel no puede soportar la soledad. No puede, por lo tanto, morir por su pueblo. Pero vive por él. No obtendrá la gloria divina (ni siquiera es creyente), pero su pequeña gloria terrenal es estar junto a los suyos.
Don Manuel, entonces, como demuestra esta cita, es una versión terrenal, profundamente humana, de Jesucristo.
“Sí, hay que creer todo lo que cree y enseña a creer la Santa Madre Iglesia Católica, Apostólica, Romana. ¡Y basta!”.
Esta es la respuesta definitiva, cortante, que le da Don Manuel a Ángela tras ser cuestionado por sus creencias. Ángela se da cuenta de que Don Manuel, tras decir esto, queda profundamente angustiado. A partir de allí, comienza a sospechar fuertemente de que el párroco no es creyente.
Lo interesante de esta cita es que Don Manuel, incapaz de mentirle a Ángela respecto de su fe, habla de un modo que no le pertenece; habla como un cura tradicional, conservador, dogmático. Su modo de hablar es siempre cercano, amistoso, alejado de todo autoritarismo. Al nombrar a la iglesia como "Santa Madre Iglesia Católica, Apostólica, Romana", Don Manuel se refugia en la autoridad de la institución, como si pronunciar el nombre completo de dicha autoridad fuera suficiente para determinar cómo se debe proceder.
Además de intentar ocultarle su verdad a Ángela, Don Manuel pronuncia esta frase para sí mismo, para intentar convencerse de que debe creer en Dios, sea como sea. No importa si en el fondo de su alma, en su verdad íntima no cree; debe creer porque la iglesia lo ordena. Debe creer porque es una orden creer. Y para justificar el valor de esa orden nombra a la iglesia con su nombre completo, con todos los atributos que le dan su autoridad institucional.
“Y quiero creer que se acongojaba porque no podía engañarse para engañarme”.
En esta cita, Ángela reflexiona acerca de la reacción que tuvo Don Manuel cuando ella lo cuestionó acerca de sus creencias. Lo interesante de esta cita es que Don Manuel, según Ángela, no se acongojó porque ella lo enfrentara a su propia verdad, a su propio dolor. Se acongojó porque no pudo engañarla a ella. Don Manuel ya tenía asumido su sufrimiento. Sabía que para él es imposible creer, y que esa era su cruz. Pero su misión definitiva era que todos en el pueblo creyeran, mantuvieran la fe. A eso dedicó su vida. La intromisión de Ángela y Lázaro hace que tenga que ceder y mostrar su verdad. Eso, en principio, lo termina acongojando más que su carencia de fe.
“¡Mi vida, Lázaro, es una especie de suicidio continuo, un combate contra el suicidio, que es igual; pero que vivan ellos, que vivan los nuestros!”.
En esta línea, Don Manuel sintetiza la esencia de su existencia. Ese suicidio continuo es su modo metafórico de describir la vida infeliz que tiene día a día. Pero además de nombrarse al suicidio de manera metafórica, el suicidio es nombrado literalmente: Don Manuel debe luchar diariamente contra su deseo de suicidarse. El oxímoron (unión de dos términos con significados opuestos) "vivir suicidándose" funciona perfectamente para describir su modo de vida.
Ahora bien, en esta cita, Don Manuel también nombra el motivo que lo lleva a evitar suicidarse: la vida del pueblo, la vida de los suyos. Don Manuel sabe que de su integridad depende el bienestar y la felicidad de los aldeanos. Suicidarse por ellos diariamente es lo que, en definitiva, lo convierte en un mártir.
“Sí, ya sé que uno de esos caudillos de la que llaman la revolución social ha dicho que la religión es el opio del pueblo. Opio…opio…opio, sí. Démosle opio, y que duerma y sueñe”.
Esta es una de las citas más importantes de la obra. Don Manuel Bueno cita la frase de Karl Marx: "La religión es el opio de los pueblos", pero en lugar de negarla o refutarla por ello, la avala.
En esta cita se ve con claridad la conciliación que busca Unamuno entre el catolicismo conservador y el progresismo. Don Manuel es un párroco que, a su manera, adopta ideas progresistas. Cualquier católico conservador se opondría a la frase de Marx con el argumento de que la religión no es un narcótico, sino que es la salvación a través de la verdad de Dios. Don Manuel sabe que esa verdad no existe, pero que el pueblo necesita soñar de todos modos. Necesita el opio. Con esa frase, Marx condena la religión; con ela, Don Manuel reafirma que es necesaria.
Es importante destacar que la novela es de 1930. La Revolución Rusa (a la que Don Manuel llama "revolución social") fue en 1917. En la Unión Soviética la religión estaba prohibida.
“… conmigo se muere otro pedazo del alma de Don Manuel. Pero lo demás de él vivirá contigo. Hasta que un día hasta los muertos nos moriremos del todo”.
Lo más interesante de esta cita es que, por única vez en toda la obra, aparece la idea de una vida más allá de la muerte no relacionada con las creencias religiosas. Es más, el que la pronuncia es Lázaro, el más ateo de todos los personajes. Sin embargo, el hermano de Ángela comprende que la vida continúa después de la muerte en el recuerdo y la influencia que dejan Don Manuel y él en los aldeanos. Mientras sean recordados, estarán, de algún modo, vivos. Recién morirán definitivamente cuando todos aquellos que los recuerdan mueran.
“… creo que Don Manuel Bueno, que mi San Manuel y que mi hermano Lázaro se murieron creyendo no creer lo que más nos interesa, pero sin creer creerlo, creyéndolo en una desolación activa y resignada”.
A través de esta intrincada paradoja, Ángela reflexiona acerca del conflicto entre creer y no creer de los personajes principales. En principio, según ella, Don Manuel y Lázaro murieron creyendo en que no eran creyentes, pero en realidad sí creían. El episodio en el que ambos lloraron y oraron de rodillas porque Don Manuel sintió que el agua rezaba por ellos es el ejemplo más claro de esta contradicción.
Pero además, en esta cita, también aparece el conflicto de Ángela en relación con las creencias. Ella elige creer que su hermano y Don Manuel eran creyentes, pese a que ambos dijeran lo contrario. Allí se refleja esa necesidad que Ángela tuvo siempre por mantener la fe y el optimismo que la caracterizan.
“… mi celestial patrono, San Miguel Arcángel –Miguel quiere decir ‘¿Quién como Dios?’, y arcángel, archimensajero-, disputó con el diablo –diablo quiere decir acusador, fiscal- por el cuerpo de Moisés y no toleró que se lo llevase en juicio de maldición, sino que le dijo al diablo: ‘El señor te reprenda’”.
En esta cita del epílogo aparece una serie de comparaciones bíblicas que se suma a la de Don Manuel con Jesucristo y la de Lázaro, el hermano de Ángela, con Lázaro, el personaje bíblico.
La primera comparación es entre San Miguel Arcángel y el mismo Miguel Unamuno (recordemos que el autor construye una figura ficcional de narrador que, precisamente, narra la última parte de la novela). San Miguel Arcángel y Unamuno, además de compartir el nombre, están de acuerdo en que ni Moisés ni Don Manuel Bueno, respectivamente, merecen ser castigados por sus pecados.
La segunda comparación es, entonces, entre Moisés y Don Manuel. Ambos pecaron en pos del pueblo. Moisés golpeó una peña para que esta le diera agua al pueblo, en lugar de hablarle a la peña como se lo había indicado Dios. Por su parte, Don Manuel mintió, simuló ser creyente, para que su pueblo fuera feliz.
Además, podemos agregar que así como San Miguel Arcángel protegió el cuerpo de Moisés del diablo, de su severo juicio, Miguel Unamuno (narrador), al compartir las memorias de Ángela Carballino, protege a Don Manuel, deja en claro que coincide con él y, por lo tanto, se opone a cualquier juicio en contra del mártir. "Que Dios lo reprenda" es, en definitiva, un mensaje para todo aquel que considere que Don Manuel no actuó bien, y pretenda juzgarlo severamente.