Vautrin, mente criminal indoblegable, acaba siendo entregado por la aparentemente inofensiva señorita Michonneau
Con el objetivo de confirmar la identidad de Vautrin como criminal ante la policía, la señorita Michonneau le pone droga a su café para dejarlo inconsciente. A lo largo de la novela, Vautrin se posiciona como un personaje astuto que se da cuenta de todo, tiene la capacidad de leer las intenciones y pensamientos del resto y sabe cómo manipular a los demás. Debido a ello, este evento posee una connotación irónica, puesto que la posibilidad de que un cerebro criminal del calibre de Vautrin, cuyas “cualidades lo hacen extraordinario” (331), acabe siendo engañado por alguien como Michonneau representa un contraste frente a las expectativas de los lectores. La ironía se pronuncia aún más si consideramos que Vautrin acababa de drogar a otras personas antes de este acontecimiento, cuando incapacita a Rastignac y Goriot para evitar que interfieran con su plan de matar al hermano de Victorine. Los lectores esperamos ver a Vautrin como el cerebro que opera tras de las tramas, no siendo víctima de ellas; menos aún de la señorita Michonneau, personaje de aspecto frágil e indefenso.
La señorita Michonneau se siente una heroína por provocar el encarcelamiento de Vautrin, pero los otros inquilinos la echan de la pensión por ello
Después de entregar a Vautrin a la justicia, los residentes de la pensión se unen y exigen al grito de “¡A la calle la alcahueta!” (363) que la señorita Michonneau sea desalojada. Aunque ellos saben que Vautrin es un criminal, se enojan con ella por haber mentido y traicionado. Esta reacción de los internos es un ejemplo de ironía, ya que, para los lectores, lo más razonable es que ella sea recompensada o tratada con respeto luego de su accionar: después de todo, la señorita Michonneau ha sido valiente y astuta, y ha contribuido a llevar ante la justicia a un conocido criminal. Sin embargo, los otros pensionistas están más enojados con ella que con Vautrin, quien los engañó al falsear su identidad. Esta reacción se explica por la lógica familiar que impera en la pensión de la señora Vauquer, y muestra que los interinos operan con un sentido de lealtad inquebrantable. Además, pese a su cuestionable pasado, Vautrin es un apuesto y carismático caballero que ha sabido ganarse el cariño de todos: “—¡Bueno! —dijo—, así y todo era un buen hombre” (362).
Rastignac desprecia a Goriot frente a los Restaud para demarcar su estatus social, sin saber que estos son familiares de aquel
La primera vez que Rastignac visita a Anastasie y su esposo, se refiere a Goriot de manera informal e irrespetuosa. Este acontecimiento presenta una ironía dramática, porque Rastignac entiende su situación en la mansión de los Restaud de una manera, mientras que los lectores sabemos que la realidad es bastante diferente. Rastignac cree que impresionará a la aristocrática pareja comportándose en forma soberbia cuando se refiere a una persona de posición social inferior. Él está ansioso por demarcar su propio estatus social para sentirse incluido en las esferas de la aristocracia parisina, y considera que refiriéndose con desdén al anciano le permitirá enaltecer su propia posición de clase. Sin embargo, Rastignac no sabe que Anastasie es hija de Goriot, y que, al despreciarlo, evoca incómodamente los orígenes de la clase social de su hija y la ofende tanto a ella como a su marido.
Aunque la señora de Beausèant se presenta como una experta de la sociabilidad aristocrática, termina siendo humillada públicamente
Al comienzo de la novela, Rastignac convierte a la señora de Beausèant en una especie de figura mentora porque necesita a una persona experimentada en las artes de la sociabilidad parisina para que lo ayude. Al final de la novela, sin embargo, de Beausèant acaba derrotada por la propia aristocracia que antes parecía dominar, haciendo que la elección de Rastignac tome un rumbo irónico. Su amor por el marqués de Ajuda-Pinto la vuelve vulnerable y ciega ante la realidad de que el hombre le es infiel con otra mujer. Aunque le aconseje a Rastignac que sea frío, calculador y despiadado, la señora de Beausèant no puede sostener su propio consejo. De esta manera se convierte en objeto de humillación pública, cuando todos en la sociedad conocen la traición antes que ella. Irónicamente, a pesar de que de Beausèant se posiciona a sí misma como una sabia figura mentora, no llega a ser lo suficientemente fría o astuta como para triunfar en el despiadado mundo de la aristocracia parisina.