Papá Goriot

Papá Goriot Imágenes

La pensión de la señora Vauquer

Las primeras páginas de Papá Goriot se destinan casi exclusivamente a la descripción de la pensión de la señora Vauquer y el barrio en el que se encuentra, descripción en la que abundan las imágenes que evocan la pobreza, lo desagradable y lo inhóspito: la fachada del edificio está “pintada con ese color amarillento que le da una apariencia innoble a casi todas las casas de París” (193); en cuanto al comedor, “Esta primera pieza exhala un olor sin nombre, y que habría que llamar olor de pensión. Huele a encierro, a moho, a rancio; es frío y húmedo (...); apesta a servicio, a oficio, a hospicio” (194). En suma, el narrador afirma que allí “reina una miseria sin poesía; una miseria económica, concentrada, rasa. Lo que todavía no tiene barro, tiene manchas; lo que no tiene agujeros ni harapos, está por pudrirse” (196).

El teórico Erich Auerbach analiza el modo en que la descripción extensa y detallada que realiza Balzac de la pensión no solo opera en función de ofrecernos a los lectores un cuadro minucioso del escenario donde transcurrirán los hechos, sino que también nos permite comprender la realidad moral de los personajes como consecuencia del entorno en el que se encuentran: “Antes hay una descripción muy exacta del barrio, de la casa misma, de las dos habitaciones de la planta baja; de todo lo cual se saca una impresión intensa de desoladora pobreza, desgaste y ranciedad: se sugiere con la descripción material la atmósfera moral” (1979: 441). Un ejemplo de ello se nos ofrece en las primeras páginas de la novela, cuando el narrador realiza un paralelismo entre la miserable pensión y el carácter desagradable de su dueña, la señora Vauquer: “En fin, toda ella explica la pensión, como la pensión la implica a ella” (196).

Más allá de esta doble función de lo descriptivo, el uso de imágenes para representar un entorno común y cotidiano, en lugar de uno fantástico o inusual, fue parte de la contribución de Balzac al surgimiento del realismo en la literatura. Al poner tanto énfasis en la creación de un mundo reconocible, restringido a un lugar y momento histórico determinados, Balzac desafió las nociones tradicionales acerca de lo que ‘vale la pena escribir’.

El departamento de Delphine

Cuando Rastignac conoce por primera vez el departamento que Goriot ha instalado para Delphine, queda impresionado por su delicada belleza. Balzac utiliza imágenes detalladas para describir cómo el departamento evoca lujo y comodidad, al tiempo que se ofrece como un marco ideal para el encuentro que allí tiene con la bella Delphine: “Vio un piso de soltero encantador (...). En el saloncito, con un mobiliario y una decoración comparables a lo más lindo y simpático, vio, a la luz de las velas, a Delphine, que se levantó junto al fuego (...) y le dijo con una voz llena de ternura” (367).

La descripción sirve para varios propósitos: en primera instancia, deja en claro lo atento y cariñoso que es Goriot, a quien no se le ha escapado ningún detalle a la hora de hacer que su hija se sienta cómoda y feliz. Además, la precisa descripción del departamento produce un fuerte contraste con la destartalada pensión de la señora Vauquer y se convierte en un emblema de los deseos y ambiciones de Rastignac: “El contraste entre lo que veía y lo que acababa de ver (...) le provocó un acceso de sensibilidad nerviosa” (367, 368). En efecto, el departamento representa la vida que Rastignac podría llevar en caso de volverse rico y aceptado en sociedad.

El aspecto de la señorita Michonneau

Balzac es un maestro de la descripción. La minuciosidad con la que pinta hasta los menores detalles de los escenarios y personajes siempre se realiza en función de un objetivo narrativo en específico. Este autor no detalla todo por igual. Al comienzo de la novela, la señorita Michonneau aparece caracterizada como una mujer fea cuya “mirada silenciosa daba frío”, de una “vejez que ahuyentaba a los transeúntes” y con una “cara esmirriada amenazante” (199). Más adelante podremos advertir que el aspecto desagradable de este personaje no es sino la exteriorización de una personalidad traicionera oculta. En el capítulo “Engañamuertes”, Michonneau traiciona la confianza de los pensionistas al delatar a Vautrin con la policía. En ese instante, la cara de Michonneau, “que desde hacía tanto tiempo les resultaba antipática, quedó explicada de repente” (362).

El entierro de Goriot

La escena final de la novela desarrolla el entierro de Goriot, donde el anciano recibe un funeral pobre en un día sombrío y húmedo. Muchas de las imágenes que acompañan este acontecimiento refuerzan una idea del mundo como un lugar injusto e implacable: debido a la falta de dinero, Goriot termina enterrado “en un ataúd para pobres” que Bianchon “mandó traer de su hospital, donde lo consiguió más barato” (428). Rastignac no consigue “retener una lágrima cuando vio (...) el ataúd cubierto solamente con una tela negra, apoyado encima de dos sillas en esa calle desierta” (429), mientras un “crepúsculo húmedo que irritaba los nervios” (430) se cierne sobre los pocos que participan de la ceremonia. En las últimas líneas, el joven camina hacia lo alto del cementerio Père Lachaise y desde allí ve a “París tortuosamente acostada a lo largo de las dos orillas del Sena” (431).

Esta novela acaba con una tajante cuota de cinismo: al advertir que el amable y generoso Goriot muere solo, empobrecido y sin amor, Rastignac se da cuenta de que la virtud nunca será recompensada en ese sitio. Las imágenes de la triste ceremonia apoyan su comprensión acerca de la cruda realidad que impera en la ciudad. Pese a ello, reafirma su intención de incorporarse a estas clases aristocráticas: “Y como el primer acto del desafío que le dirigía a la sociedad, Rastignac fue a cenar a lo de la señorita Nucingen” (431).

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