Resumen
Primera parte
Capítulo I
Los recuerdos del porvenir comienza con la narración en voz de Ixtepec, un pueblo del sur de México que se autocontempla y rememora momentos de su historia. Con melancolía, Ixtepec reconoce haber tenido tiempos mejores y vivir de su memoria. Luego, se describe a sí mismo: su geografía, sus habitantes y sus rutinas.
La descripción se detiene en una de sus calles, donde está la casa de la familia Moncada, que en ese presente se encuentra en estado de abandono, tomada por flores, hierbas, arañas y murciélagos. En ese momento, la memoria del pueblo trae un recuerdo de esa casa con vida: los niños de los Moncada -Nicolás, Juan e Isabel- juegan entre los árboles del jardín, a la vista de su madre y los criados.
El narrador interrumpe el recuerdo para aclarar que este es anterior al periodo del general Francisco Rosas. Luego, vuelve a ese tiempo y rememora a Isabel bailando con su hermano Nicolás, sonriente frente a un grupo de gente que sentencia que “No van a acabar bien”.
Capítulo II
Ixtepec hace hincapié en cómo cambió su vida y la de sus habitantes tras la llegada del general Rosas y los militares. Los describe como personas tristes, sombrías y violentas, procedentes del Norte. A su vez, el pueblo confiesa que también él y sus habitantes sienten tristeza y temor, mientras esperan en silencio por el regreso de los zapatistas.
El capítulo también anticipa la historia que atraviesa la primera mitad de la novela: el amor no correspondido entre el general Rosas y Julia, su querida.
La acción se centra en el personaje de Dorotea, que en su andar por el pueblo se cruza con una imagen cotidiana en aquellos días: indios asesinados colgados de los árboles. Dorotea es una anciana solitaria y muy devota de la religión católica, hija de padres propietarios de dos minas en Tetela, pero ya sin riquezas. Es amiga de la familia Moncada y vecina de Doña Matilde, con quien comparte actividades en la iglesia.
Hacia el final del capítulo, Ixtepec recuerda una visita de los niños Moncada a la casa de Dorotea. Allí, Isabel se asombra por la habitación y los objetos de la anciana, mientras su hermano Nicolás imagina un futuro auspicioso juntos, lejos de Ixtepec. Ella también piensa en irse, aunque no con él.
Capítulo III
La familia Moncada está reunida después de la cena. Los niños juegan y sus padres -don Martín y doña Ana- expresan dudas sobre el futuro de sus hijos. Martín se queja del sonido que hace el reloj -y del paso del tiempo-, por lo que uno de los criados, Félix, quita el péndulo para que no haga ruido. A partir de allí, los recuerdos llevan a Martín a su infancia, cuando era un niño muy perceptivo y sensible. Martín también tiene un problema de memoria cotidiana. Por eso depende de Félix, la única persona en la que realmente confía.
Por el estado de las cuentas, Félix recomienda que Juan y Nicolás trabajen en las minas. Nicolás aprovecha la charla para volver a dejar en claro que su objetivo es irse de Ixtepec, mientras su madre expresa el deseo de ver casada a Isabel. Por su parte, ella muestra su disgusto con “la idea de que el único futuro para las mujeres fuera el matrimonio”.
El cierre del capítulo muestra a Martín Moncada hundido en sus pensamientos y atemorizado por la duda cuando va a la cama, luego de haber oído la insistencia de Félix de que el trabajo en las minas sería bueno para los muchachos.
Capítulo IV
Juan y Nicolás se preparan para partir a las minas de Tetela, un pueblo ubicado en la sierra, a unas cuatro horas a caballo de Ixtepec, con un pasado prestigioso y un presente de abandono. Durante la Revolución, los dueños de los minerales se alejaron; los trabajadores, desertaron, y muchos campesinos que lucharon junto a la rebelión zapatista quedaron allí igual de pobres.
En las reuniones de despedida en la casa de los Moncada, algunos vecinos muestran su desconfianza y desprecio para con los indios, representados allí por los criados, que eligen el silencio. Nicolás critica esa postura. El debate se diluye cuando suena el nombre de Julia, considerada por muchos el origen de los males de Ixtepec.
En el regreso a sus hogares, el boticario Tomás Segovia acompaña a la viuda Elvira Montúfar y a su hija Conchita. Conversan sobre poesía. Ya solas, Elvira le advierte a su hija que debería fijarse en Segovia y no en Nicolás, para no ser una “solterona”. Sin embargo, Elvira en realidad está contenta de que Conchita no le haga caso; sus años de matrimonio con Justino significaron temor y silencio, y enviudar le sentó bien. Conchita escucha el reproche de su madre pero se concentra en sus ritos previos a dormir, mezcla de religión y superstición. Luego se acuesta pensando en Nicolás.
Los hermanos Moncada se extrañan. Isabel se muestra angustiada y distante con sus padres. En una de sus visitas a Ixtepec, Nicolás muestra rencor con la decisión de su padre de enviarlos a las minas, pero no por él, sino porque cree que fue para obligar a su hermana a aceptar un marido. Luego, junto a Juan, recuerdan con nostalgia anécdotas de los tres hermanos juntos de pequeños, antes de los tiempos sombríos del general Rosas.
En la cena de reencuentro, Martín se siente culpable por estar forzando la voluntad de sus hijos y les ofrece la posibilidad de no regresar a la mina, a pesar del reclamo de su esposa, que advierte sobre su situación económica.
Capítulo V
El pueblo cuenta que todos los días llega el tren de la capital con los periódicos de la ciudad. Sus habitantes están a la espera de algún cambio y del regreso de los zapatistas, pero lo que reciben son noticias de fusilados.
Doña Ana recuerda con nostalgia su infancia en el Norte: una casa ruidosa; la nieve; los criados cazando gatos monteses; sus hermanos muertos por la guerra en distintos lugares, dejando a ella y a sus hermanas enlutadas junto a su madre, Francisca.
Llega el tren por la tarde.
Doña Ana lamenta que en el pueblo no suceda nada. Ve pasar al general Rosas, que, como todas las tardes, atraviesa el pueblo para ir a emborracharse a la cantina de Pando. Ella comenta que es joven, pero desgraciado.
En la cantina se juega a los dados. Rosas es buen jugador, pero cuando pierde se emborracha más y el ambiente se pone tenso y peligroso. Sus subordinados le temen. Los demás clientes se van y comentan con regocijo que gana porque “Julia no lo quiere”.
Análisis
Desde las primeras páginas, Los recuerdos del porvenir se enmarca en un determinado contexto histórico. En los primeros capítulos se presenta al narrador, el pueblo mexicano de Ixtepec, que realiza un proceso de autocontemplación y memoria al tiempo que cuenta su vida y algunos hechos que la han marcado: “Cuando la Revolución agonizaba, un último ejército, envuelto en la derrota, me dejó abandonado en este lugar sediento. Muchas de mis casas fueron quemadas y sus dueños fusilados antes del incendio” (Primera parte, Cap. I). Esta cita alude a las consecuencias que dejó la Revolución mexicana y la Guerra Cristera. Por eso es importante revisar algo de esas etapas de la historia de México para entender mejor la escritura de Garro.
La Revolución mexicana fue un conflicto armado que derivó en guerra civil y se extendió durante gran parte de la primera mitad del siglo XX, produciendo importantes consecuencias en el orden económico, social, territorial y político del país latinoamericano. En 1910, el 85% de la tierra mexicana le pertenecía a menos del 1% de la población. Los campesinos no tenían tierras, y tampoco trabajo, y sufrían los efectos del hambre y la pobreza. Estos conflictos son revisitados en las páginas del libro de Garro.
Por su parte, puede decirse que la Guerra Cristera (1926-1929) fue una de sus tantas consecuencias, y enfrentó al pueblo mexicano nuevamente, en este caso por motivos religiosos.
Más allá de los pormenores de estos episodios históricos, lo importante en la novela de Garro es el impacto que tuvieron sobre el común de la población. En resumen, para acceder a la verdadera profundidad de la trama es importante tener una noción del contexto en el que se desarrolla.
Además de su alusión al contexto histórico, el relato inicial de Ixtepec permite identificar algunos de los temas que atravesarán la novela entera: la memoria y el tiempo.
La novela narra anécdotas relativamente sencillas, pero la forma en que está construida la narración es lo que detona toda la complejidad de la obra, así como los distintos niveles de lectura que suscita. Esto ocurre debido a que Garro lleva el relato de Ixtepec de los hechos a la memoria y viceversa, además de que mezcla el tiempo presente con el pasado y el futuro.
Desde estos primeros capítulos, ya se construye el tono melancólico de la voz de Ixtepec, que se admite vivo solamente en la memoria, cuando contempla y recuerda. Toda su historia, narrada muchas veces con un "nosotros" inclusivo que lo aúna con sus habitantes, parece haberlo agotado y angustiado; se lo nota cansado, abatido, apesadumbrado.
Se produce permanentemente un contraste entre la acción del presente que narra Ixtepec, por un lado, y los recuerdos que trae su memoria y que permiten conocer en profundidad a sus personajes y sus vidas, por el otro. Los tiempos de la memoria (de Ixtepec y de sus habitantes) se superponen e instauran un nuevo tiempo que no es ni pasado ni presente. Así se suceden episodios y sensaciones de tristeza y alegría, mientras avanza la lectura, pero no necesariamente la línea temporal de la trama, que va hacia atrás y hacia adelante.
De esta manera, la voz mítica del pueblo de Ixtepec, si bien ocupa el rol de narrador y cuenta los hechos, también da lugar a un entramado de voces y de historias que conforman así una red compleja que da sentido al relato:
Solo mi memoria sabe lo que encierra. La veo y me recuerdo, y como el agua va al agua, así yo, melancólico, vengo a encontrarme en su imagen cubierta por el polvo, rodeada por las hierbas, encerrada en sí misma y condenada a la memoria y a su variado espejo. La veo, me veo y me transfiguro en multitud de colores y de tiempos. Estoy y estuve en muchos ojos. Yo solo soy memoria y la memoria que de mí se tenga (Primera parte, Cap. I).
La cita ejemplifica ese entramado complejo porque, aunque Ixtepec es quien se narra, ya anticipa que también lo hará a través de sus habitantes.
Desde el comienzo, el personaje de Martín Moncada es importante para el análisis, ya que dialoga con algunos de los temas principales del libro, como lo son el tiempo y la memoria. El detalle de su obsesión con el sonido que hace el reloj es, en realidad, un disfraz para su angustia por el paso del tiempo. Su desagrado por el calendario y su fastidio con la idea del porvenir dan cuenta de lo mismo.
El paso del tiempo es justamente lo que lo pone en aprietos cuando siente que debe pensar en el futuro de sus hijos, que, por otra parte, también tienen sus propias ideas al respecto. Nicolás, como hermano mayor, tiene claro que deben irse de Ixtepec porque allí no hay futuro. En tanto, y combatiendo el mandato y los estereotipos femeninos, Isabel manifiesta lo que no quiere: el matrimonio como único destino posible para la mujer.
Este último punto anticipa otra de las cuestiones importantes que trabaja Garro en su novela: el rol de la mujer. La cuestión de género será un tema destacado de aquí en adelante. Al manifestar su -genuino- deseo de ver a su hija casada, Doña Ana reproduce la desigualdad de género y genera el enojo de Isabel, que se siente disminuida frente a sus hermanos y humillada por tener por delante solo ese destino.
Con la ida de Juan y Nicolás a las minas de Tetela empieza a romperse la estructura de la familia Moncada y, con ella, la de Ixtepec. Los Moncada son una especie de síntoma de lo que ocurre en el pueblo, lo que plantea un paralelismo entre ambos. La despedida de los hermanos es un evento extraordinario: genera la llegada de una costurera para producir la ropa para su viaje, y también varias reuniones de despedida. Esos encuentros sirven también para dar una mejor perspectiva de los personajes que habitan Ixtepec. Además de militares, hay mestizos e indios, lo que refleja a su vez diferencias sociales: los primeros están representados por las familias de clase acomodada, como son los Moncada; en tanto, el origen indio se aprecia en los criados, que se muestran sumisos y silenciosos.
Además de esas diferencias, se muestran algunas de las costumbres de los pobladores, entre ellas el apego a la religión, las supersticiones, los mandatos patriarcales, etc. Al tiempo que representan varias de estas cuestiones, los Moncada expresan también los sentimientos de culpa, enojo, fastidio y tedio que recorren muchas de las páginas de esta novela.
En definitiva, en estos primeros capítulos no solo se presenta a los personajes, sus vínculos y el contexto histórico, sino que también se instala el procedimiento narrativo que acompañará toda la lectura. El narrador construye la sensación de un presente asfixiante y estático, un tiempo inmóvil, pero sin quitar dinamismo: logra contar lo que ya ha ocurrido y presagiar lo que está por ocurrir a la vez, como se ve en la escena del reloj:
Sin el tictac, la habitación y sus ocupantes entraron en un tiempo nuevo y melancólico donde los gestos y las voces se movían en el pasado. Doña Ana, su marido, los jóvenes y Félix se convirtieron en recuerdos de ellos mismos, sin futuro, perdidos en una luz amarilla e individual que los separaba de la realidad para volverlos solo personajes de la memoria. Así los veo ahora, cada uno inclinado sobre su círculo de luz, atareados en el olvido, fuera de ellos mismos y de la pesadumbre que por las noches caía sobre mi cuando las casas cerraban sus persianas.
—¡El porvenir! ¡El porvenir…! ¿Qué es el porvenir? —exclamó Martín Moncada con impaciencia (Primera parte, Cap. III).
El reloj, junto al calendario, constituyen una alegoría sobre la angustia que puede generar el transcurrir irrefrenable del tiempo.
La idea de eterno presente, entonces, no tiene que ver con una falta de movimiento, sino más bien con un movimiento circular: muchas veces se hace referencia a que la historia está condenada a repetirse, una y otra vez. Las digresiones al pasado y al futuro condensan el sentido de esta concepción de un tiempo circular donde las cosas que pasaron siguen pasando en la memoria, fundadora de un eterno hoy. En la memoria no hay un presente, sino muchos. Y cada presente tiene su propio pasado y su propio porvenir. Este concepto se adelanta ya en el título de la novela.