Los cuatro jinetes del Apocalipsis

Los cuatro jinetes del Apocalipsis Resumen y Análisis Segunda Parte Capítulos 4-5

Resumen

Segunda parte, Capítulo 4: “Junto a la gruta sagrada”

Argensola observa el avance de la guerra en París. Se siente afortunado por “¡lo que podría contar en un futuro!” (p.291). Le reporta a Julio todo lo que ve en las calles de París, pero este está preocupado porque Margarita abandona la ciudad sin comunicarle a dónde va.

Julio viaja en un tren lleno de gente hacia el sur. Para en Burdeos unos días, donde una enfermera le dice que quizás Margarita esté en Biarritz. Una vez allí, se encuentra con su hermana, su madre y su tía, pero cuando se entera de que Margarita está en Pau cuidando a un familiar herido, se dirige allí, esperando encontrársela junto a su hermano. Al no hallarla en Pau, se traslada a Lourdes, una de las ciudades donde hay más heridos.

Después de algunos días, Julio da con Margarita en los jardines cercanos a la gruta de Lourdes. Se revela que está cuidando a Laurier, su marido, que ha perdido un ojo y mantiene el otro sin visión mientras los médicos intentan salvarlo. Por esta razón, Laurier no sabe que su enfermera es su mujer.

Esteban Laurier, “débil e impotente en aquel banco de jardín, era más grande y respetable que Julio Desnoyers con toda su juventud y sus gallardías” (p.314). Margarita le pide que la olvide y le promete a Julio que lo querrá siempre, pero siente que debe sacrificarse por el daño que le hizo a Laurier. Los amantes se separan con la convicción de que no volverán a verse.

Segunda parte, Capítulo 5: “La invasión”

Marcelo Desnoyers se refugia en uno de los torreones de su castillo del avance alemán, pero el ejército arrasa con el pueblo de Villeblanche y eventualmente llegan hasta él. “La verja quedó abierta, y ya no volvió a cerrarse nunca. Terminaba el derecho de propiedad” (p.323). Inicia el sitio del castillo, y Marcelo, el conserje y su familia son tomados como rehenes.

Es en este momento que Marcelo tiene la experiencia más cruda de la guerra. Los alemanes están obsesionados con encontrar a los francotiradores ocultos en el pueblo y, en su auto, llevan al francés a buscarlos. Finalmente, fusilan adelante suyo a una gran cantidad de pueblerinos que Desnoyers conocía.

La situación de cautiverio hace que Marcelo y la familia del conserje tengan que convivir en su pabellón. Poco a poco se vuelve evidente que Desnoyers es “un miserable en medio de sus riquezas” (p.340): pierde el dominio de todas sus posesiones. Los alemanes empiezan a cargar sus lujosos muebles en camiones para llevárselos.

Un oficial alemán llega al castillo y pide ver a Marcelo. Se trata del capitán Otto von Hartrott, su sobrino. Otto forma parte de una de las divisiones que pretenden invadir París, pero al notar que se acercaba a Villeblanche resolvió visitar el castillo, porque “la familia no es una simple palabra” (p.344) para él.

Otto hace posible que Marcelo pueda reingresar al castillo. El conde de Meinbourg, la máxima autoridad entre los sitiadores, lo recibe como dueño de casa. La información sobre la guerra que maneja Marcelo no es la misma que la que tienen los alemanes: ellos afirman que han asesinado al presidente Poincaré.

Tras almorzar con su tío y los suyos, Otto regresa a su división. Antes de partir, deja en la pared externa del castillo la inscripción: “Se ruega no saquear. Los habitantes de esta casa con gente amable… gente amiga” (p.353), en alemán. Marcelo le pide que borre la segunda parte.

Marcelo conoce a Blumhardt, el jefe del batallón, y piensa que “aunque es un alemán, parece buena persona” (p.354-355). También el conde exhibe sensibilidad, y con él y otros soldados comienza a tener un trato más íntimo. Cuando Blumhardt y el conde dictaminan fusilar a un joven del pueblo solo para que no se una al ejército francés, Marcelo se siente traicionado.

Una noche, Marcelo escucha que los soldados están atacando a Georgette, la hija del conserje. Luego oye que le disparan al conserje, y al acercarse a los ruidos se entera de que el asesino es Blumhardt. El francés se rebela y los alemanes lo encierran en una bóveda. Al día siguiente, la esposa del conserje lo libera y le anuncia que los alemanes abandonaron el castillo.

Ese día llega un convoy alemán muy grande con la intención de establecer un hospital en el castillo. Las condiciones de vida de Marcelo, Georgette y su madre empeoran aún más. Desnoyers debe comerciar con el poco dinero que le queda para conseguir un pedazo de pan.

Cada vez llegan más heridos. Marcelo se entera de que el ejército alemán está en retirada después de una batalla a las orillas del río Marne. Eventualmente, un avión francés llega hasta el castillo. Tras un último enfrentamiento, los franceses se imponen y Desnoyers consigue volver a París.

Dos días después de su llegada, Julio se presenta en la casa de la familia Desnoyers con su uniforme de soldado. Marcelo se emociona y lo despide con una declaración categórica: “Hombres de tu sangre están al otro lado. Si ves a alguno de ellos… no vaciles, ¡tira! Es tu enemigo” (p.412).

Análisis

El rol de Argensola, relegado del drama, se asienta desde ahora como el rol del propio Blasco Ibáñez: es un observador, una suerte de cronista de los sucesos de la guerra. Julio emprende un viaje con la esperanza de reencontrarse con su amada, pero ocurre el desenlace trágico de su romance. Margarita no puede sobrellevar la culpa que le genera el estado de su marido, e insiste ante las súplicas de Julio: “una mujer me comprendería mejor” (p.311). Como se prefiguraba en los primeros capítulos de esta parte, la división entre el deber masculino y el deber femenino se vuelve cada vez más profunda. Julio percibe que ese hora de unirse al ejército. Las obligaciones que Margarita asume como propias de su género están ligadas al cuidado de los caídos en la guerra. Estos deberes son, en definitiva, los que llevan al rompimiento de la pareja protagónica.

A su vez, existe un paralelismo entre este último encuentro y aquel que inaugura la novela en la Capilla Expiatoria, ya que los amantes se reúnen nuevamente en el jardín de un templo religioso. El rol de Margarita como enfermera y el hecho de que estén en Lourdes (donde abundan los santuarios de la virgen del mismo nombre), sumado a que ella asume su tarea como un sacrificio, enfatizan su posición de madre y la emparentan con una figura virginal. Su función de cuidadora, histórica y culturalmente asociada al rol de las mujeres en la sociedad dada la asociación entre lo femenino y la maternidad, ya se adelantaba en los capítulos anteriores, cuando ella pretendía la seguridad de Julio.

El capítulo del sitio del castillo es el más extenso y cruento de la novela. Muy pronto, es claro, para Marcelo, que “su libertad y su dignidad habían terminado” (p.325). Vive en primera persona los horrores de la guerra y se vuelve contra él el afán superficial de cuidar sus posesiones al quedar encerrado en su propia casa. Los alemanes, al comienzo, lo obligan a presenciar fusilamientos; “así agradecerá mejor las bondades de Su Excelencia” (p.334). En estos actos se pone en acción el plan implacable que describió Tchernoff en sus discursos: los alemanes justifican sus acciones en repetidas ocasiones únicamente con la frase “es la guerra”, como si se tratara de una sentencia máxima e incuestionable.

La llegada del sobrino de Desnoyers al castillo posibilita un acercamiento entre él y sus sitiadores que genera una expectativa de comunión: “Había que vivir en intimidad con ellos para apreciarlos tal como eran” (p.361). Esta intimidad vale para hacer aún más terrible a estos personajes, ya que no dejan de asesinar inocentes -ni siquiera al conserje de su castillo- por el hecho de tener la confianza de Marcelo.

Esta expectativa de mejora y su rápido e intenso fracaso se repite cuando los alemanes abandonan el castillo pero, el mismo día, este vuelve a ser invadido. Las descripciones de las luchas y las condiciones de vida durante la etapa en la que funciona como un hospital son viscerales y sangrientas. Es oportuna la respuesta que Marcelo le da al portero de su casa cuando le pregunta de dónde viene: “—Del infierno” (p.411).

El final de esta segunda parte marca la reconciliación definitiva entre Marcelo y Julio Desnoyers. Marcelo siente que la elección de su hijo redime su culpa, porque después de todo decide defender a Francia a pesar de no ser francés. Le infunde un espíritu combativo basado en sus vivencias recientes: “Por cada uno que tumbes, libras a la humanidad de un peligro” (p.412). El consejo final de Marcelo, que apunta indudablemente a la matanza indiscriminada de cualquier alemán que se cruce en el camino de Julio, marca un punto de no retorno entre los Desnoyers y los Hartrott. Ya no hay vínculo posible.