Fin de curso
Resumen
Marcela es una nueva compañera de curso de la narradora. En principio, a pesar de su actitud algo particular, pasa desapercibida. Pero un día, en la clase de Historia, se escucha un pequeño grito. Todos voltean hacia Marcela y se paralizan de miedo. La nueva se arrancó todas las uñas de la mano izquierda con los dientes.
La narradora está fascinada con su compañera y su comportamiento; no puede creer lo que hizo. Por una semana, Marcela no va al colegio. Cuando vuelve, su mano está vendada. Sin embargo, pronto, vuelve a lesionarse: en el baño se corta la cara con una gillette frente al espejo. Vuelve a desaparecer por otra semana. Al regresar por segunda vez tiene comportamientos extraños: sentada en su banco parece espantar algo invisible que se interpone en su camino; también se arranca los pelos, uno a uno, de la cabeza, así como las pestañas. Ante este comportamiento, la narradora dice que “Los profesores lo veían, pero trataban de ignorarlo” (p.120).
Una mañana, Marcela comienza a gritar con todas sus fuerzas, y les pregunta a sus compañeras si no ven lo mismo que ella: un hombre, enano, vestido de comunión. Es él quien la obliga. “¿Te obliga a qué?” (p.122), le pregunta la narradora, desesperada, pero su compañera no responde.
Marcela jamás vuelve al colegio luego de ese episodio. Sin embargo, la narradora decide ir a visitarla y averiguar qué es lo que “el engominado” (p.122) la obligaba a hacer. Marcela se sorprende de verla, le dice que no debería haber ido, pero responde a su pregunta: “Ya te vas a enterar. Él mismo te lo va a contar algún día. Te lo va a pedir, creo. Pronto” (p.123). La narradora vuelve en colectivo tocándose la herida que ella misma se hizo con una trincheta.
Análisis
En este cuento, Enriquez explora, dentro de los temas asociados con la adolescencia que generalmente trata, el mundo de las autolesiones. Dentro de las autoagresiones no suicidas en la adolescencia, como parece ser el caso de Marcela, son comunes los cortes con elementos punzantes y filosos. En general, son tomados como llamados de atención, castigos auto impuestos por supuestos errores cometidos, dificultades para expresarse. Es común que, ante este tipo de situaciones, muchos compañeros no encuentren modo de vincularse con lo que está pasando y, como en el cuento, ignoren adrede la situación. Marcela tiene visiones perturbadoras en la escuela que la llevan a tener un comportamiento inusual. Pero no son solo sus compañeros quienes la ignoran, sino también los profesores. Nuevamente, la brecha entre el mundo adulto que no comprende o hace oídos sordos a los niños y jóvenes es un tema en el relato.
A pesar de que hay una presencia fuerte del elemento sobrenatural, porque Marcela dice ver a un hombre pequeño y engominado que le dice qué hacer, no debemos olvidar que la que narra es otra adolescente como ella. Los adultos pueden estar, en su persistente negación, ignorando voluntariamente los signos de una niña que podría estar mostrando signos de estar siendo abusada.
La narradora, por su parte, se encuentra en cierta forma fascinada por su compañera. Esta fascinación la lleva a buscarla, a tratar de acercarse. Pero, al ir a la casa, hacia el final del relato, todo parece indicar que Marcela está en franca mejoría. Es ella, la narradora, quien ahora se lastima a sí misma. Y es ella, según las últimas palabras de Marcela, la que carga ahora con la presencia del hombre que la acosaba. Ante la pregunta de la narradora por aquello que el hombre engominado la obligaba a hacer, su compañera responde: “Ya te vas a enterar. Él mismo te lo va a contar algún día. Te lo va a pedir, creo. Pronto” (p.123).
La salud mental es un tema que recorre los tres cuentos que analizamos en esta sección. En este caso, el foco está puesto, como vimos, en las lesiones autoinfligidas. En la narradora, se plasma algo del interés de Enriquez por las patologías psiquiátricas: “Quería saber todo (...). Me imaginaba el hospital con una fuente de mármol gris en el patio y plantas violetas y marrones (...), me imaginaba una hermosa clínica llena de mujeres con la mirada perdida” (pp.119-120). La condición de Marcela maravilla; el lector entre fascinado, a través de la narradora, al espectáculo del comportamiento de alguien con una profunda complicación psicológica. Alucinaciones, sobresaltos, gritos y, sobre todo, el daño al propio cuerpo. Cómo se aborda la salud mental de los adolescentes desde el mundo adulto es una de las críticas que se solapan en el texto: en la crisis nerviosa más grande que lleva a Marcela a no volver más al colegio, una de las compañeras va en busca de ayuda: “Tere llegó con una maestra a la que había convencido de que entrara en el baño” (p.122). El hecho de que haya que convencer al adulto de asistir a una niña en crisis es un punto clave para ilustrar el desamparo en el que en los relatos de Enriquez se encuentran los niños y adolescentes.
Nada de carne sobre nosotras
Resumen
La narradora de “Nada de carne sobre nosotras” se obsesiona con una calavera que encuentra en la basura. La lleva a su casa y le pone un nombre: Vera. Patricio, su pareja, con quien convive, se asusta por este comportamiento. Discuten. A partir de allí, él comienza a dormir en el living y ella cierra, cada noche, la puerta de la habitación con llave; se encierra con Vera.
La calavera cobra cada vez más protagonismo en la vida de la narradora. Le consigue una peluca, le pone ojos de colores con unas luces de navidad que compra. Se separa de su pareja, a quien considera gordo y aburrido. Deja de comer; no quiere tener nada de carne sobre sus huesos. Sola, se propone conseguir el resto del cuerpo de Vera: “Tengo que cavar, con una pala, con las manos, como los perros, que siempre encuentran los huesos, que siempre saben dónde los escondieron, dónde los dejaron olvidados” (p.130).
Análisis
Como bien dijimos, la salud mental es el tema bajo el cual reunimos los tres cuentos de esta sección. En este caso, en primer lugar, la narradora se obsesiona con una calavera. La obsesión es una perturbación del ánimo que se produce por una idea fija que, persistente, acosa la mente sin cesar. En el comportamiento, una obsesión puede tener muchas formas de expresarse. La narradora encuentra una calavera y decide llevarla a casa. Le genera curiosidad, le pone un nombre. Al llegar su pareja se produce un altercado: él rechaza la presencia de “Vera”, la calavera. En esta situación es que se anuncia algo de lo que vendrá. “Estas loca” (p.126), le dice su pareja, a lo que ella responde: “Puede ser” (p.126), y se encierra en su habitación con la calavera. A partir de allí, este comportamiento no hace más que profundizarse: la chica habla con Vera; le consigue ojos, pelo; la cuida.
En segundo lugar, la obsesión se combina con los trastornos alimenticios. Si bien, en un principio, cuando la narradora habla de la gordura de su pareja, esto parece una mera descripción, la insistencia sobre este hecho nos hace desconfiar de su percepción. A medida que su novio engorda más y más desde su punto de vista, ella deja de comer. Piensa en el cuerpo completo de Vera y le parece bello: “huesos blancos que brillan bajo la luna en tumbas olvidadas, huesos delgados que cuando se golpean suenan como campanitas de fiesta” (pp.127-128). Quiere ser como ella: “en vez de nalgas tendré huesos y los huesos van a atravesar la carne y van a dejar rastros de sangre sobre el suelo, van a cortar la piel desde adentro” (p.128).
La obsesión de la narradora la lleva a entrar en conflicto con su pareja. Él no comprende lo que sucede, y para ella él no es más que un estorbo. Ella necesita estar sola con Vera, es lo único que desea. El cuento retrata este despliegue de efectos que tiene la obsesión sobre los vínculos cercanos. El comportamiento obsesivo de la narradora la aísla de Patricio y de su madre. A él lo ve gordo como un “mastín napolitano” (p.127) el día que finalmente lo echa a empujones de la casa. Patricio, por su parte, está horrorizado, rechaza la conducta de su pareja y grita de miedo cuando ve a la calavera con peluca en la habitación. Toda la situación es una hiperbolización de un tema que a Enriquez le interesa retratar en sus cuentos: las relaciones de pareja. El horror no es solo la locura macabra de la narradora, sino la mutua incomprensión de los que supuestamente se eligen, y la ruptura del código que los mantenía unidos. Este es un tema que se vincula con el elemento que la autora toma de Stephen King: la presión fóbica social; las condiciones de vida que aprisionan a los personajes y que finalmente devienen en el horror.
A esta altura del análisis de los cuentos podemos traer a colación un hecho significativo del libro. En él, los varones retratados muchas veces parecen ser algo tontos, poco profundos. Según sus palabras en una entrevista dada a Elisa Navarro en la revista Zero Grados, “lo que ocurre es que [los varones] no son protagonistas, están como dejados de lado (...). Son periféricos. Tanto que podrían no estar. En muchos casos es menospreciado, es tratado con condescendencia”. Este es el caso de Patricio, que además de gordo es tratado por la narradora como un “hombre muy desatento”, “perezoso”, “exagerado” (p.126), al que le pagan poco en su trabajo. Más que esos rasgos, y su miedo a la calavera, poco sabemos de Patricio y poco es su margen de acción en la historia. De igual modo sucede con Juan Martín en “Tela de araña”, el novio de Andrea en “Los años intoxicados” o, como veremos en el siguiente cuento, Miguel en “El patio del vecino”. Quizá, el hecho de que las mujeres protagonicen la gran mayoría de los relatos sea el rasgo feminista más contundente de esta colección de cuentos.
El patio del vecino
Resumen
Paula se muda con su pareja, Miguel, a una casa nueva. Les resulta sorprendente, aunque en principio no necesariamente sospechoso, el apuro de la dueña por alquilarles el lugar.
Durante el último año Paula estuvo muy deprimida. Primero murió su padre, luego la echaron del trabajo. Su labor como asistente social cuidando chicos de la calle terminó con un sumario y un despido inmediato. Estuvo tomando medicación, a pesar del rechazo a la psiquiatría de Miguel y su constante hostigamiento. Ahora se encuentra mejor, piensa en encontrar un trabajo nuevo y hasta por momentos fantasea con dejar a Miguel.
La primera noche en la casa nueva, Paula escucha golpes en la puerta. Cuando va con Miguel a ver qué pasa, no hay nadie allí. Más adelante, en lugar de escuchar golpes, se despierta sobresaltada porque, entredormida, ve a un niño en la punta de la cama. Se dice a sí misma que es Eli, el gato, pero internamente sabe que no es así. Finalmente, una tarde, mientras cuelga la ropa, ve un objeto llamativo en el patio del vecino. Una cadena, un grillete, luego un pie de niño. Definitivamente ve que hay un niño encadenado en el patio del vecino.
Cuando lo conversan, Miguel le dice que alucina, que está loca, que no hay nada en ese patio. Esa noche él no vuelve a casa. Paula recuerda lo que pasó en el orfanato en el que trabajaba, cuando la despidieron: la supervisora la encontró fumando marihuana y tomando cerveza con un compañero de trabajo, mientras una nena de cinco años lloraba en el piso de su habitación con el tobillo roto porque se había caído de una cama. Ella sabe que eso cambió la mirada que Miguel tenía sobre ella para siempre. Ahora, se dice a sí misma que salvando al chico atado en el patio del vecino puede recuperar algo de lo que tenía con Miguel, de la idea que él tenía de ella antes de su grave falta.
Decide, cuando lo ve irse una mañana, saltar al patio del vecino y entrar en su casa. Allí no encuentra rastros de la cadena, pero sí mucho olor a lavandina. Entra en la casa. En la heladera, todo parece normal, pero en las alacenas encuentra cantidades de carne podrida. Lo que parece un empapelado es en realidad otra cosa: alguien escribió con letra diminuta todas las paredes. De repente escucha la llave de entrada y sale corriendo por la puerta de atrás hacia su patio.
Ya en su casa, va corriendo hasta la habitación. Encuentra al chico con su gata, Eli, en su regazo. El niño sonríe y tiene los dientes limados; son puntas afiladas. Clava su mandíbula en la panza de la gata, que maúlla y sangra. El chico agarra las llaves de la puerta, se las muestra y eructa.
Análisis
En este cuento, el narrador es omnisciente y está focalizado en Paula. De este modo, resulta difícil discernir entre lo que efectivamente sucede y lo que ella ve y escucha. Sabemos que se encuentra sumida en una profunda depresión, producto de que la despidieron con justa razón de un trabajo de mucha responsabilidad. Esa situación, además, repercute en su pareja. La mirada que Miguel tiene sobre ella es, de algún modo, la que ella tiene sobre sí misma. Por esta razón cree que, de un modo simple y hasta casi reduccionista, puede intercambiar a un niño por otro. Es decir, quizá, salvando a un niño puede hacer que su marido olvide, y ella también, que su negligencia cuidando chicos en un orfanato hizo que la salud de una niña de cinco años peligrara.
En este cuento, el foco está puesto en la depresión (llevada a un extremo hiperbólico) y sus consecuencias. La depresión es un trastorno del ánimo por el cual la tristeza, la angustia, la frustración o la impotencia toman dimensiones que imposibilitan que la persona que la padece pueda operar en su vida por fuera de estos márgenes. En el caso de Paula, a pesar de que todo el tiempo percibimos el mundo desde su punto de vista y una posibilidad es que efectivamente nos encontremos ante un fenómeno sobrenatural, también cabe pensar, debido a varias marcas en el texto, que ella está teniendo alucinaciones.
El personaje de Miguel tiene puntos de contacto con otros personajes masculinos, como el de Juan Martín en “Tela de araña” o el de Patricio en “Nada de carne sobre nosotras”: es un personaje llano, sin mucha profundidad. Esta chatura cumple una función: enfatiza el hecho de que las mujeres protagonistas de estos relatos están solas en su vínculo, que son incomprendidas. Nuevamente, estamos ante una pareja que no puede comunicarse, en la que el código está roto. Como Patricio, Miguel le dice a su pareja: “Estás loca”(p.141). Como Patricio, se va de casa, esta vez por decisión propia.
Como vimos, para Paula el niño cumple el rol de víctima. Esta vez, no es víctima de su descuido, sino de la crueldad ajena. Cree comprobar esto al ver el grillete y la cadena, e inclusive al ver lo perturbador de la escritura en las paredes de la casa del vecino y la carne podrida en las alacenas. Sin embargo, el cuento cierra con un giro dramático. El chico, en realidad, no es una víctima, sino un victimario. Esto lo demuestra mordiendo a la gata de la protagonista.
La figura del gato es frecuente en los relatos de terror. Generalmente, los perros tienden a protagonizar escenas conmovedoras, según las palabras de Enriquez en una entrevista en la revista HUMO: “Cuando pongo un perro es porque quiero ser muy cruel. Cuando pongo un gato es porque quiero abrir una puerta más allá, a otro tipo de referencia, menos terrenal”, dice. Esa referencia evidentemente tiene que ver con la tradición que introduce la figura del gato en relación con el género, una figura mucho más elegante y bella, vinculada con el misterio y lo sobrenatural.
Cabe destacar el uso que hace Enriquez en sus relatos de elementos perturbadores que no cumplen una función en la trama más que introducir una sensación de que algo no está bien. En el caso de este cuento, como sucedía en “La casa de Adela” con las estanterías llenas de dientes y uñas, no queda claro qué quiere decir el hecho de que las paredes del vecino estén escritas por completo en una letra diminuta, o que en las alacenas haya carne podrida. Sin embargo, algo no está bien allí. Como bien planteaba H. P. Lovecraft, uno de los mayores miedos de la humanidad es aquel a lo desconocido. En este sentido, que porciones del relato permanezcan en el ámbito de lo irracional y que no se resuelvan es una marca muy fuerte en la literatura de Enriquez, y tiene al menos un objetivo claro. Al igual que en “La casa de Adela”, el hallazgo de algo en el espacio que no puede ser comprendido prepara el terreno para el sobresalto que viene momentos después, como la desaparición de Adela tras la puerta o la llegada repentina del vecino en este cuento.