Las cosas que perdimos en el fuego

Las cosas que perdimos en el fuego El terror: una breve historia del género y el surgimiento de Mariana Enriquez en Argentina

Para acordar en un concepto del horror como dispositivo narrativo, podemos pensar en definirlo como un género que pretende causar un efecto emocional relativamente particular en el espectador: miedo, temor, turbación parecen ser las emociones tras las cuales van los autores de estos relatos.

Según H.P. Lovecraft en su libro El horror sobrenatural en la literatura, el miedo es la emoción más fuerte y antigua experimentada por la humanidad. Una de sus principales especulaciones es que este miedo tiene sus raíces en una época en que el ser humano sabía muy poco acerca de todo aquello que lo rodeaba. El contacto con fenómenos que le resultaban a este hombre primitivo inexplicables puede que haya dado lugar a un imaginario en que lo desconocido aún tuviera que ver con algo ajeno a nuestro mundo. Lovecraft reconoce esto como el miedo a lo sobrenatural. El componente sobrenatural no podía, para él, estar ausente en el relato de terror.

Dice Lovecraft también que no fue sino hasta la Edad Media que el terror comenzó a traspasar la frontera entre la oralidad y la escritura. En esa época, el límite entre lo familiar y lo desconocido (o siniestro) aparece claramente mediado por la religión. Es importante advertir esto porque señala cómo lo que produce temor (en este caso en el relato de horror) está determinado por los mecanismos políticos y culturales de cada época. Entonces, durante la Edad Media, todo lo que caía fuera de los parámetros de la doctrina cristiana se convertía en fuente de temores, supersticiones y leyendas, que se intensificaron luego por la presencia de calamidades más reales, pero igualmente incomprensibles en ese momento, como la peste bubónica, por ejemplo.

Cuando las clases altas, luego del siglo XVIII, entran en contacto con el racionalismo clásico, la creencia en los fenómenos sobrenaturales comienza a decaer. Es así como los relatos sobrenaturales caen, por un lado, y con algo de suerte, en los parámetros de lo aceptado, bajo la forma de una intención didáctica, o son tomados por literatura para ignorantes. Sin embargo, más adelante, el advenimiento del Romanticismo trae aparejado el resurgimiento del gusto por el relato sobrenatural: los hechos extraordinarios y la naturaleza siniestra son mascarón de proa de esta corriente. La vuelta a las antiguas tendencias da pie al surgimiento de un estilo literario al que actualmente se conoce como "gótico".

Para muchos críticos, el horror moderno tiene sus raíces en el gótico. Generalmente, se lo define como un género que despliega historias sensacionalistas y de suspenso, que practica la narración creativa pese al uso repetitivo de elementos arquetípicos y motivos tradicionales en su trama, que emplea fenómenos al menos aparentemente sobrenaturales, que demuestra su antagonismo con el realismo (reinante entonces) y que busca una respuesta emocional en los lectores.

Típicos motivos del gótico son el castillo antiguo y las leyendas de espanto como núcleo de la tensión. Para Lovecraft, en el paso del género gótico al género de horror hay una figura central: Edgar Allan Poe. El potencial del gótico había estado limitado por convenciones literarias como el didactismo y el relato moral. Poe se aleja de estas tendencias en su obra; percibe la importancia del distanciamiento del autor y comprende que el papel de la imaginación creativa es el de expresar eventos y sentimientos sin calificarlos por demás. Todo esto ayuda a formar un nuevo parámetro de realismo en el relato de horror.

La relación entre literatura y terror en la Argentina se puede rastrear hasta la obra de Domingo F. Sarmiento, Facundo o civilización y barbarie, escrita en 1845. Esta obra fundacional de la literatura argentina introduce una ecuación que se ha estado reutilizando durante los últimos dos siglos: en Facundo se retratan las circunstancias de Argentina durante el proceso de independencia de España. Una de las principales figuras en esta obra es Juan Manuel Rosas, gobernador de la provincia de Buenos Aires de 1829 a 1831 y de 1835 a 1852. Rosas es considerado como un dictador tiránico por diversos historiadores, incluyendo a Sarmiento. Este cruce entre terror político y literario es un patrón que se observa a lo largo de la historia de la literatura argentina. Otros escritores que reprodujeron la fórmula de Sarmiento fueron Esteban Echeverría (La cautiva y Avellaneda) y José Mármol (Elvira o la novia del Plata). En estas obras aparecen la temática de la muerte, lo fantasmático y las presencias demoníacas; la pampa como lugar habitado por criaturas siniestras; escenas pesadillescas en las que Argentina se configura como un gigantesco matadero.

Más de un siglo después, el tema de la dictadura vivida en Argentina entre 1976 y 1983 se introdujo en la literatura como emblema por antonomasia del miedo político. Hoy por hoy, la violencia institucional es el eco de esa expresión de los '70 (como ilustra el brutal y arbitrario asesinato de los dos jóvenes en el cuento de Enríquez “Bajo el agua negra”, por parte de las fuerzas de seguridad). Es posible hacer énfasis en el patrón literario, en Argentina, de la violencia política utilizada como generador de miedo, enmarcada en la estilística de la escuela gótica.

Enriquez rastrea en su primera juventud los orígenes del terror en Argentina. Leopoldo Lugones, Silvina Ocampo, Horacio Quiroga no solo son autores que escriben cuentos de terror y otros géneros, sino que además le resultan a la autora extremadamente lejanos a sus vivencias en años del menemismo. Como escritora, toma nota de esta distancia e inicia la labor de traducir la tradición anglosajona al Río de la Plata, es decir, de enlazar los motivos del género con la simbología y el color local de la Argentina contemporánea.

De H. P. Lovecraft Enriquez recupera la noción que vimos al principio de este apartado del mal como algo no humano o algo que viene de fuera de nuestro mundo. Esta idea la relaciona con la violencia institucional que se vive en América Latina (recordemos que, en “Tela de Araña”, se hace mención a la violencia estatal de Stroessner en Paraguay, por ejemplo), cuyos alcances son frecuentemente inexplicables desde una perspectiva racional.

Por otra parte, de Stephen King Enriquez extrae una noción mucho más moderna, que termina revolucionando el género en Argentina y en Latinoamérica en general: además de incorporar el elemento gore, el impacto de emoción del miedo, le agrega aquello por lo que el norteamericano es célebre: la presión fóbica social como generadora del terror. Los problemas sociales que agobian a los personajes son el eje del terror. Así, explica Enriquez en una conferencia que puede consultarse en la sección “Vínculos”, en Carrie, de Stephen King el elemento sobrenatural no es el punto. Carrie podría, ante la presión y el abuso social en el colegio, haber tomado un arma y haber disparado contra todos, y esto no alteraría en absoluto el grueso de lo que la novela cuenta.

Enriquez no incorpora siempre el elemento sobrenatural de Lovecraft; puede a veces prescindir de él. Pero jamás prescinde del terror cotidiano de la presión fóbica social de King: las drogas, los trastornos alimenticios, la depresión, los trastornos de ansiedad y de atención, la soledad, la paranoia, la culpa, los problemas de pareja, la violencia institucional, el abuso doméstico, el machismo, todos estos males prosaicos del siglo XX y XXI son el núcleo central de sus relatos. De este modo, Enriquez renueva el género en el sur del continente y logra traducir el gesto de Stephen King añadiéndole el condimento de las propias fobias sociales propias del Río de la Plata.

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