Las cosas que perdimos en el fuego

Las cosas que perdimos en el fuego Resumen y Análisis  “Las cosas que perdimos en el fuego”

Resumen

En el subte de Buenos Aires, una chica con el cuerpo quemado casi por completo pide dinero; saluda y provoca a los pasajeros que la rechazan. Se viste con ropa sensual, cosa que les resulta chocante a algunas personas que no pueden evitar dejar de mirarla. En su relato, siempre menciona a su marido, Juan Martín Pozzi, que la roció con alcohol y la prendió fuego mientras dormía.

Un día, en el vagón del subte van Silvina y su madre. La chica del subte da sus besos, pide su dinero y se baja. En lugar del silencio habitual luego de su partida, un chico comienza a decir que es una manipuladora: “qué asquerosa, qué necesidad” (p.187), se queja, y hace chistes. La madre de Silvina cruza el subte, enfurecida, y golpea a puño cerrado al chico en la cara. Lo hace sangrar. Madre e hija corren y se ríen cuando finalmente descansan en una calle transitada lejos del subte.

Más adelante, el caso de Lucila se hace célebre en las noticias: modelo publicitaria de grandes marcas, novia de Mario Ponte, jugador de fútbol profesional, rociada por él con alcohol y prendida fuego. Sobrevive una semana.

“Hicieron falta muchas mujeres quemadas para que empezaran las hogueras” (p.189), dice el narrador refiriéndose a una nueva forma de ritual en el cual las mujeres entran por voluntad propia, alentadas por otras mujeres, al fuego de grandes hogueras con el fin de quemar su piel. Es probable que las hogueras empezaran a partir del caso de una mujer que, sorprendentemente para la opinión pública, se quemó a sí misma en su coche en la Patagonia, pero no es del todo claro. Ahora, a pesar de haber “una hoguera por semana” (p.189) y ser claro que hay una organización detrás, nadie les cree a algunas mujeres que se queman a sí mismas.

El último femicidio antes de que empezaran las hogueras fue el de una madre y su hijita. Aquella vez, Silvina y su madre fueron a protestar a la puerta del hospital, y allí estaba también la chica del subte, que ante las cámaras afirmó: "Si siguen así, los hombres se van a tener que acostumbrar. La mayoría de las mujeres van a ser como yo, si no se mueren. Estaría bueno, ¿no? Una belleza nueva" (p.190).

Silvina participa de su primera hoguera en un campo sobre la ruta 3. María Helena comenta algunos casos con la madre de Silvina. Son amigas hace mucho tiempo, y ahora María Helena dirige el clandestino hospital de quemadas en el casco de la vieja estancia de su familia.

María Helena hace una torta para festejar a una de las Mujeres Ardientes “que había sobrevivido al primer año de quemada” (p.192). Para la amiga de su madre, el problema es que a estas mujeres no les creen. Nadie puede concebir que se quemen por voluntad propia. Silvina propone filmar una hoguera para difundir la práctica, y así lo hacen casi un mes después. Una joven accede a que se filme su propia ceremonia.

En una entrevista, la chica del subte dice: “[esto] no se va a detener (...). Por lo menos ya no hay trata de mujeres, porque nadie quiere a un monstruo quemado y tampoco quieren a estas locas argentinas que un día van y se prenden fuego -y capaz le pegan fuego al cliente también” (p.195), y se ríe.

Las mujeres ya no andan solas por la ciudad, porque los policías las revisan a ver si llevan con ellas algo sospechoso que indique que son colaboradoras de las Mujeres Ardientes. Los medios tampoco saben cómo abordar la situación: por un lado, hay que denunciar los femicidios y entienden que la manifestación de las mujeres al quemarse adrede apunta en esa dirección; por el otro, afirman que este fenómeno es comparable a las olas de suicidio adolescente que se reportan en algunos lugares. En este sentido, entienden que visibilizar el fenómeno de las hogueras puede provocar una expansión más acelerada del mismo. Mientras tanto, las mujeres quemadas comienzan a mostrarse en sociedad: toman café, medios de transporte, sol. Exhiben sus “horribles caras” (p.196).

Silvina y su madre van a visitar a María Helena, que ahora está presa por haber sido descubierta en su actividad en el Hospital Clandestino. “Algunas chicas dicen que van a parar cuando lleguen al número de caza de brujas de la Inquisición” (p.196), dice la amiga de su madre, reponiendo las charlas que se dan en el presidio. Para Silvina, eso es demasiado. Deja de hablar, escucha a María Helena y a su madre. Hablan de ella, de cuándo se decidirá a quemarse. “[Silvina] sería una quemada hermosa, una verdadera flor de fuego” (p.197).

Análisis

Las cosas que perdimos en el fuego” está, al igual que “Bajo el agua negra”, inspirado en casos reales. En primer lugar, se inspira en el asesinato de Wanda Taddei en manos de su pareja, Eduardo Vázquez, que tras una discusión la roció con alcohol y la prendió fuego. En segundo lugar, Enriquez dice haberse inspirado también en una chica que pedía dinero en el subte de Buenos Aires, que estaba parcialmente quemada y que, a la vez, exhibía un cuerpo muy bello. El texto en sí aborda, como otros de la serie, una situación social apremiante a través del terror. En este caso, hablamos del femicidio y la agresión a las mujeres. El cuento se erige como una forma, como veremos más adelante, oblicua de resistencia de las mujeres ante la violencia machista.

Hemos visto, en el cuento “Bajo el agua negra”, que los vecinos de la villa miseria encuentran su poder en el fondo del río, contaminado por las fábricas, y acceden a él a través de la violencia policial. En este caso, Enriquez también lleva al límite una situación social desesperante: las mujeres deciden quemarse a sí mismas como respuesta a los femicidios en general y, sobre todo, a la cantidad de casos en los que las mujeres son prendidas fuego por sus parejas. Quemarse es un signo de rebeldía y empoderamiento: el fuego viene, entonces, a romper el esquema de violencia desde un lugar inesperado. En lugar de luchar contra los varones que las incendian, las mujeres deciden quemar su piel y, de ese modo, subvertir el ideal de belleza femenina imperante de modo tal que deje de estar al servicio del patriarcado.

En el caso de “Las cosas que perdimos en el fuego”, no nos encontramos con un elemento sobrenatural a la hora de pensar en función del miedo. Lo que sí aparece es la ya mencionada presión fóbica social, hiperbolizada y llevada a un extremo. Las mujeres tienen tanto miedo que efectivamente se arrojan a aquello que les genera temor, transformándolo en un arma de lucha. Esto queda claro en el momento en que el Estado y el periodismo no saben cómo abordar el asunto de las Mujeres Ardientes: ellas mismas se organizan, arman hogueras que funcionan como ritos de iniciación y organizan hospitales clandestinos para curar a las iniciadas.

Así, del espacio donde había solo víctimas surge un colectivo contracultural que resulta, para el común de la sociedad, un fenómeno incomprensible en su magnitud. El Estado, en el cuento, responde con vigilancia y represión: a las mujeres las revisan, las increpan por la calle: "las mujeres sin familia o que sencillamente andaban solas por la calle caían bajo sospecha: la policía les hacía abrir el bolso, la mochila, el baúl del auto cuando ellos lo deseaban, en cualquier momento, en cualquier lugar (...). Muchas mujeres trataban de no estar solas en público para no ser molestadas por la policía. Todo era distinto desde las hogueras" (pp.194-195). Lo que no se puede concebir en el relato, lo que el periodismo, el Estado y la misma Silvina por momentos no terminan de comprender y asimilar, no es el cuerpo quemado de las mujeres, sino precisamente la auto inmolación como deseo: “Por eso, cuando de verdad las mujeres empezaron a quemarse, nadie les creyó... Creían que estaban protegiendo a sus hombres, que todavía les tenían miedo, que estaban shockeadas y no podían decir la verdad; costó mucho concebir las hogueras” (p.189).

El narrador omnisciente se focaliza en el personaje de Silvina. Si bien ella siente indignación por los femicidios, tampoco puede decirse que se vuelque a la organización de las Mujeres Ardientes con convicción. Llena de dudas, se mantiene en un espacio intermedio: acompaña a su madre y a María Helena en sus razonamientos, pero no decide atravesar el ritual ella misma. Aunque parezca en un principio que el cuento propone una salida a la violencia machista a través de la organización y reapropiación de la violencia, al ejercerla voluntariamente sobre el propio cuerpo, en realidad esto no es tan así. Las dudas de Silvina son las dudas que el texto mismo no termina de resolver.

Las hogueras de las Mujeres Ardientes son una reacción a la forma en la que son violentadas por los varones; no son un proyecto para que las mujeres se empoderen. El discurso de María Helena ilumina este punto con toda claridad: "Las quemas las hacen los hombres, chiquita, siempre nos quemaron. Ahora nos quemamos nosotras. Pero no nos vamos a morir: vamos a mostrar nuestras cicatrices" (p.192). Entonces, según las palabras de María Helena, las mujeres del relato son, supuestamente, libres de elegir entre dos opciones: ser prendidas fuego por sus parejas o quemarse ellas mismas y vivir para mostrar las mismas cicatrices, pero con orgullo. Dicho de otro modo, las mujeres de este relato no tienen otro destino posible más que el fuego. Por más contestatarias y radicales que parezcan sus decisiones, estas no las llevan fuera del sistema que las coloca inicialmente en una situación desfavorable. Lo que es peor: las transforma en sus propias victimarias. Aunque parezca lo contrario, la resistencia que ofrecen las Mujeres Ardientes no parecería hacerlas necesariamente más libres.

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