Resumen
Capítulo 13: El terror
Un día soleado de primavera los militares dan el golpe que sume a Chile en la dictadura. Jaime se encuentra en el hospital cuando recibe una llamada de una secretaria de la presidencia indicándole que todos los médicos deben ocurrir cuanto antes al Palacio presidencial. Jaime lo hace sin demoras y al llegar se encuentra un regimiento de carabineros que no dejan a ningún auto detenerse frente al Palacio. Él muestra su credencial y entonces le permiten el acceso.
Dentro se encuentra el presidente junto a un grupo de allegados. Este le indica que la Marina se ha sublevado, y que el ejército planea dar un golpe militar. Las tres horas siguientes se las pasan intercambiando llamadas con los cuerpos militares. Jaime se comunica con Alba, le explica la situación y le pide que no salga a la calle. Durante esas tres horas, el cuerpo de policía se pliega a los militares, por lo que los carabineros abandonan la protección del Palacio, y el Presidente queda solo con su grupo de seguidores. A media mañana, el Presidente da su último y conmovedor discurso (la autora reformula partes del discurso real de Salvador Allende, el presidente chileno contra quien se sublevó el cuerpo militar) y anuncia su sacrificio por la causa socialista.
Momentos después, los aviones de guerra bombardean la plaza y el Palacio. El terror se desata en el país. Los militares irrumpen en la sede presidencial, ganan el primer piso y hostigan a la resistencia para que se rinda. Muchos de los compañeros del Presidente han muerto ya, pero Jaime sobrevive en medio de la destrucción. El Presidente entonces los saluda y les pide que se entreguen para salvar sus vidas y que lo dejen solo. Así, Jaime se entrega junto a un puñado de hombres, que son golpeados, humillados y llevados en camión al Ministerio de Defensa.
Allí, le piden al médico que haga una declaración pública afirmando que el Presidente estaba borracho y se suicidó. Como Jaime se niega a hacerlo, lo torturan durante horas y luego lo cargan, junto a una gran cantidad de detenidos políticos, y lo bajan en el patio de un regimiento, donde a todos les atan los pies y las manos con alambres de púas, los vuelven a cargar y los llevan a un descampado en las afueras de un aeropuerto. Allí los fusilan y luego dinamitan sus cuerpos, para no dejar rastros.
Un soldado que conocía a Jaime y lo apreciaba porque este había salvado a su madre se acerca a La casa de la esquina y cuenta lo sucedido. Esteban Trueba se burla y no lo cree, pero Alba y Blanca lloran la pérdida.
En los días siguientes se desata la pesadilla en todo el país. Mientras la alta burguesía –entre ellos, Esteban Trueba –festeja el golpe, los sectores cercanos al gobierno socialista comienzan a sufrir una persecución brutal. Mientras tanto, las tiendas de todo el país se reabastecen inmediatamente, pero todos los productos son tan caros que se transforman en bienes de lujo a los que solo pueden acceder la clase alta.
El pueblo comienza a pasar hambre. Los partidos políticos se disuelven, se prohíben todos los gremios y también las escuelas de profesionales; las facultades se cierran y se impiden las reuniones de grupos numerosos. Por la noche, durante el toque de queda, las escuadras militares detienen y hacen desaparecer brutalmente a todos aquellos que son considerados parte de la oposición.
En las semanas siguientes los militares devuelven las tierras expropiadas por los socialistas. Así, la economía queda en manos de la alta burguesía y la política en manos del ejército. Esteban Trueba se dirige a Las Tres Marías con un grupo de matones, prende fuego las casas de ladrillos de los campesinos, mata sus animales y echa finalmente a toda la gente. Cuando se le pasa el arrebato de violencia, se da cuenta del exceso que ha cometido y se arrepiente. Aunque vuelve a reconstruir su estancia, la culpa ya no lo abandona.
En los meses siguientes, Alba se dedica a ayudar a los perseguidos: les da hospedaje en su casa y luego los guía a las embajadas en los horarios que ella conoce. Los perseguidos saltan los muros de las embajadas y así logran el asilo político que los salva.
Otro de los personajes que está siendo buscado por el ejército es Pedro Tercero, a quien Blanca tiene escondido en La casa de la esquina. Pedro se siente morir por el encierro, por lo que, al pasar algunos meses, Blanca, desesperada, le pide ayuda a Esteban Trueba para sacarlo del país. Esteban ya no siente odio hacia él y decide ayudarlo. Así, lo esconden en el baúl del auto del embajador de Suecia y toda la familia viaja a hacer una visita a la nunciatura apostólica, ya que el nuncio, representante del Vaticano, era admirador del cantante.
Desde allí, Blanca y Pedro Tercero pueden viajar a Canadá, donde se instalan y desarrollan la vida en pareja que hasta ahora no habían podido concretar. Al despedirse, Esteban le pide perdón y reconoce que se ha equivocado. También saluda a Pedro Tercero y lo despide como a un hijo.
La represión militar continúa y se recrudece. Alba dedica todo su tiempo y la fortuna de su abuelo a ayudar a los pobres y colaborar con los perseguidos. Vende los muebles de la casa y empeña todo objeto de valor que encuentra para comprar comida y repartir entre los comedores comunitarios y las familias carenciadas, que son cada vez más. Su abuelo se da cuenta de lo que está haciendo su hija, pero no la cuestiona. La casa de la esquina se transforma en un lugar seguro para hospedar una o dos noches a quienes están huyendo de la brutalidad militar, mientras tratan de encontrarles asilo en las embajadas de otros países. Así, un día llega el mismo Miguel.
La pareja se ama, pero Miguel le indica a Alba que no puede permanecer con ella, ni puede permitir que se les una en la lucha armada. Entonces, la muchacha intenta convencerlo de que huyan los dos al extranjero, pero Miguel le hace notar que su lucha está en Chile, y que no piensa detenerse. Antes de separarse definitivamente, Alba le enseña dónde ha escondido las armas que le ha robado a su abuelo.
Desgraciadamente, los militares sospechan de la actividad de Alba y colocan espías alrededor de la casa. Una noche, Esteban Trueba es despertado por un grupo de civiles armados que lo sacan de la cama con violencia, buscan a Alba en su pieza y la dejan junto a su abuelo mientras que registran brutalmente la casa, rompiendo los muebles que quedan y llevándose todos los documentos que encuentran.
Uno de los militares le da entonces un papel a Esteban Trueba para que lo firme, donde se declara que el ex senador ha accedido a que se registre su casa y está en conformidad con el accionar de los grupos militares. El viejo se niega, furioso, pero entonces comienzan a golpear a su nieta, por lo que termina firmando. Luego, dos hombres toman a Alba y se la llevan. Esteban Trueba queda llorando, tirado en el piso de su casa.
Para Alba comienza la pesadilla. Los militares abusan físicamente de ella mientras la llevan a un centro de detención. Cuando la bajan y le quitan la venda de los ojos, Alba ve que está en manos de un oficial que no es otro que Esteban García, quien le dice que ha esperado ese momento desde que la tuvo en su regazo aquella tarde cuando ella era una niña.
Capítulo 14: La hora de la verdad
Alba queda en un centro clandestino de detención en manos de Esteban García. Todos los días la someten a torturas cada vez más violentas y crueles. La golpean, la violan, rompen sus huesos con elementos de tortura, hunden su cabeza en baldes llenos de excrementos… es tanto el dolor y la humillación que Alba solo quiere morir. Es imposible para ella saber cuánto tiempo pasa en ese tormento. Vive con los ojos tapados y en un principio solo interactúa con sus captores, que quieren saber dónde se esconde Miguel. Alba se niega rotundamente a darles cualquier información.
Luego, a su celda llega Ana Díaz, la compañera de la facultad que participó con ella en la toma, hace años. Ana también es torturada y violada, a veces sola y otras veces en presencia de su novio, Andrés. Sin embargo, la pareja no dice nada sobre el paradero de Miguel.
Las torturas son cada vez más brutales y dejan a Alba agonizando. Para castigarla todavía más, la encierran en La perrera, una celda tan pequeña que la muchacha no puede ni siquiera sentarse y debe permanecer parada. Allí se abandona a la muerte, pero el espíritu de Clara aparece y la obliga a vivir. Clara le dice que se concentre en la tarea de escribir su historia, así en algún momento puede contar al mundo el horror que los militares han desatado sobre la población. Alba lo hace hasta que Esteban García la saca de La perrera para recomenzar las torturas.
Paralelamente, Esteban Trueba se dirige al Cristobal Colón, el prostíbulo que hace años regentaba Tránsito Soto y que ahora es un hotel de tránsito para parejas. Consigue hablar con Tránsito, que ahora es una mujer madura y majestuosa. A ella le cuenta sus desdichas y le pide ayuda para salvar a su nieta, puesto que tránsito está en buenas relaciones con el gobierno, al ser el Cristobal Colón un lugar muy frecuentado por los militares. Esteban se quiebra frente a ella y realiza un relato extenso de sus sufrimientos y su desilusión con el gobierno militar. Le cuenta incluso que un sádico entre los militares le ha enviado tres dedos amputados de su nieta, y que no sabe si en los próximos días no seguirá recibiendo otras partes de su cuerpo, por lo que está totalmente desesperado.
Al día siguiente, recibe una llamada de Tránsito Soto que le asegura que volverá a encontrarse con Alba. Así, la prostituta devenida empresaria le paga la deuda que contrajo hace más de 50 años con su patrón.
Epílogo
Alba pierde sufre una infección por la pérdida de sus dedos y es enviada a una clínica clandestina. Allí la sana un médico de derecha que se desquita con sus pacientes y los cura sin anestesia. Luego queda en manos de un enfermero más humano que la trata bien y le cuenta cuántos detenidos pasan por ese centro. Se trata de cientos de personas, y muchas de ellas mueren allí, en sus manos.
Una vez curada, Alba es reasignada a un campo de concentración femenino, donde pasa días de felicidad entre mujeres que la cuidan, la protegen y le ayudan a olvidar los hechos horrorosos que ha vivido. Entre ellas se da un vínculo de sororidad: todas han pasado por las mismas torturas y violaciones. En esos días, mientras se cura su mano, Alba está encargada de cuidar a los niños que están allí, encerrados con sus madres.
Un día llega un grupo de militares uniformados y se la llevan. La cargan en un furgón y le dicen que le van a devolver la libertad. Andan por la ciudad, siempre con los ojos de la prisionera vendados, y se detienen en un baldío en medio de la noche. Allí la dejan y le indican que espere al día para moverse, puesto que durante la noche rige el toque de queda. Mientras espera en la noche, un niño la encuentra y la lleva a su casa, donde una mujer pobre la acoge y la cuida hasta el día siguiente. Así, Alba sobrevive y es acompañada, durante el día, a La casa de la esquina.
El encuentro con su abuelo es emotivo. Esteban Trueba le cuenta que Miguel ha estado viniendo a verlo, y que es a él a quien se le ocurrió recurrir a Tránsito Soto. En los días siguientes, entre Esteban y Alba vuelven a darle, a La casa de la esquina, el esplendor que tenía en la época de Clara. La casa recupera entonces hasta la presencia de sus espíritus. Alba descubre que está embarazada, y no sabe si el bebé es de Miguel o un producto de las violaciones de Esteban García, pero lo cierto es que ese embarazo pone fin a generaciones de rivalidades y tensiones de clase.
Motivada por la sugerencia de Esteban Trueba y ayudada por los cuadernos de escribir la vida de Clara, que se han salvado a la quema oficiada por los militares, Alba se aboca a la escritura de un libro para contar su historia. Esteban Trueba escribe también parte de esa historia: se trata de los fragmentos en primera persona que se intercalan capítulo a capítulo. Así nos enteramos de que Alba es la narradora del libro que estamos leyendo.
Alba escribe el final de la historia al lado del lecho de muerte de Esteban Trueba. El viejo ha muerto feliz, a los 90 años. En los últimos días se ha desprendido de todo el odio y ha recuperado la presencia de Clara, quien lo acompaña como espíritu y vela su descanso. En estas circunstancias, Alba decide comenzar la historia con la primera frase de los cuadernos de Clara: “Barrabás llegó a la familia por vía marítima…”.
Análisis
Como su nombre lo indica, el capítulo 13 está dedicado al terror desatado por la dictadura. El golpe militar se lleva a cabo en Chile el 11 de septiembre de 1973. Pone fin al gobierno de Allende, al proyecto de un país socialista y a casi 50 años de democracia chilena, e inaugura un largo período de facto, caracterizado por la concentración casi total del poder en la Junta de Gobierno y en el General Pinochet y por la represión sistemática sobre los sectores opositores y disidentes, ya sean políticos, sindicales o poblacionales. El gobierno militar se prolonga hasta 1990, año en el cual asume la presidencia Patricio Aylwin tras derrotar a Pinochet en las elecciones de 1989.
En sus casi dos décadas de gobierno, la dictadura produce el dominio de los sectores empresariales mediante un proceso paulatino de privatización, la pauperización de la clase media y la precariedad laboral de los sectores asalariados. Al mismo tiempo, se calcula que alrededor de 30.000 chilenos se exilian para evitar una persecución política que podía derivar en la tortura y la muerte.
Desde el punto de vista económico, el gobierno de Pinochet implica también un cambio brusco en el papel del Estado, que pasa de tener un rol productor y estatizador a perfilarse como subsidiario, siguiendo las doctrinas económicas neoliberales. Dichas políticas implican el control de la inflación, la privatización de las empresas públicas, el fomento de la exportación de bienes primarios y la importación de bienes manufacturados.
El capítulo da inicio con la mañana del golpe. Como médico personal del presidente, Jaime es mandado a llamar y se presenta en el palacio presidencial (La Moneda). A partir de ese momento, los hechos que cuenta la narradora son una representación fiel del acontecer histórico. Allende llega armado y rodeado de un grupo de seguidores y su dispositivo de seguridad (el Grupo de Amigos del Presidente, GAP, como se lo llamaba). A ellos se suman sus médicos personales. Las tres horas siguientes son de negociaciones telefónicas. Mientras tanto, los sindicatos que más apoyan al gobierno de la Unidad Popular (el CUT, especialmente) llaman a los trabajadores a ocupar fábricas y fundos, organizar la resistencia y esperar instrucciones, con la esperanza de poder detener el golpe, por medio de los cordones industriales. Pero Allende da otro discurso: no hace ninguna referencia a la lucha armada ni da instrucciones a los líderes de la UP.
Mientras, un séquito de ministros aparece y entra a conversar con el presidente para conocer su opinión. A pesar de las ideas de sacarlo, él es tajante con la suya de defender su puesto hasta el final. Los militares también se contactan con La Moneda y le hacen la proposición de sacarlo del país, pero reciben una respuesta clara. Allende no se va a rendir:
… el presidente estaba hablando por teléfono con el jefe de los sublevados, quien le ofreció un avión dispuesto a exiliarse en algún lugar del país con toda su familia. Pero él no estaba dispuesto a exiliarse en algún lugar lejano donde podría pasar el resto de su vida vegetando con otros mandatarios derrocados, que habían salido de su patria entre gallos y medianoche. –Se equivocaron conmigo, traidores. Aquí me puso el pueblo y sólo saldré muerto –respondió serenamente. (p. 387)
La serenidad es una cualidad que ostentará Allende hasta el último momento.
El último discurso en el que el Presidente se dirige al pueblo en La casa de los espíritus reconstruye con fidelidad fragmentos del discurso oficial que dio Allende por radio desde La Moneda esa mañana (consultar el discurso completo en la sección "Otros"): “Me dirijo a aquellos que serán perseguidos, para decirles que yo no voy a renunciar: pagaré con mi vida la lealtad del pueblo. Siempre estaré junto a ustedes. Tengo fe en la patria y su destino. Otros hombres superarán este momento y mucho más temprano que tarde se abrirán las grandes alamedas por donde pasará el hombre libre, para construir una sociedad mejor. ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores! Éstas serán mis últimas palabras. Tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano” (p. 386). Así se despide Allende, y al poco tiempo el palacio presidencial es bombardeado. La resistencia es breve, y cuando los militares toman el primer piso de la sede de gobierno, el Presidente pide a todos sus compañeros que se rindan y bajen, que él los seguirá en un momento. Jaime obedece y se entrega junto al resto de médicos y de seguidores del gobierno; los militares los golpean con violencia, se burlan de ellos y luego los cargan en un furgón para llevarlos a un campo de detención.
En La Moneda, según el testimonio de uno de sus doctores (Patricio Guijón), Allende grita “¡Allende no se rinde, milicos de mierda!” y se dispara en el mentón con su fusil. Esta versión fue confirmada en 2011 por los peritos forenses cuando el gobierno chileno permitió el acceso a sus restos para realizar la investigación y aclarar décadas de dudas en torno a su muerte. En La casa de los espíritus (escrita en 1982), sin embargo, se pone en duda la versión del suicidio. Cuando Jaime se encuentra en detención, un general le dice que lo dejarán en libertad si accede a aparecer en televisión como testigo de que el Presidente estaba borracho y cometió un suicidio. Jaime se niega rotundamente, lo que da al lector la idea de que el suicidio es una invención del cuerpo militar. Esta negativa le cuesta la vida: Jaime es torturado, llevado a un descampado y fusilado. Su cuerpo es dinamitado junto al del resto de las personas que acompañaron a Allende en sus últimas horas.
En los meses siguientes, la violencia de la represión recrudece. El toque de queda rige a partir del atardecer, las reuniones están prohibidas, muchas facultades se cierran y los partidos políticos se disuelven. En este contexto, Alba ayuda temerariamente a Miguel y a otros grupos de resistencia. La muchacha asila a los perseguidos del régimen en La casa de la esquina, y establece una mecánica para transportarlos luego a diferentes embajadas y ayudarlos a saltar las tapias. Una vez dentro de las embajadas, los perseguidos se encuentran a salvo y desde allí pueden organizar su exilio.
El accionar de Alba está basado en la práctica real de aquellos días: miles de perseguidos políticos se refugiaron en las embajadas de gobiernos amigos de la Unidad Popular, como es el caso de Suecia, Italia, Australia, Dinamarca, la Unión Soviética, Cuba y México. Otras personas, especialmente ajenas a la política, se refugiaron en Canadá. Esto es lo que logran hacer, por medio de la intervención de Esteban Trueba, Blanca y Pedro Tercero. Mediante la intervención del nuncio episcopal, Esteban Trueba logra refugiar a su hija y a su antiguo rival en territorio neutral, y de allí la pareja puede escapar a Canadá, donde finalmente concretan la unión matrimonial que durante décadas habían postergado. Para la familia Trueba, esta despedida significa una ruptura definitiva. Esteban sabe que no volverá a ver a su hija, pero ha hecho las paces con Pedro Tercero y sabe que la pareja será feliz y prosperará en el norte.
Alba sigue con su activismo, y en una de las pocas ocasiones que se encuentra con Miguel le propone fugarse, tal como ha hecho su madre. Pero Miguel se niega, pues su lucha está en Chile y el exilio lo mataría. Alba lo comprende y lo secunda. Al poco tiempo, es detenida por un grupo de militares que irrumpen en La casa de la esquina vestidos de civiles:
Esteban Trueba no supo que la policía política vigilaba su casa hasta la noche que se llevaron a Alba. Estaban durmiendo y, por una casualidad, no había nadie oculto en el laberinto de los cuartos abandonados. Los culatazos contra la puerta de la casa sacaron al viejo del sueño con el nítido presentimiento de la fatalidad. Pero Alba había despertado antes, cuando oyó los frenazos de los automóviles, el ruido de los pasos, las órdenes a media voz, y comenzó a vestirse, porque no tuvo dudas que había llegado su hora. (…) [Esteban] Nunca se imaginó, sin embargo, que vería irrumpir en su casa, al amparo del toque de queda, una docena de hombres sin uniformes, armados hasta los dientes, que lo sacaron de su cama sin miramientos y lo llevaron de un brazo hasta el salón, sin permitirle ponerse las pantuflas o arroparse con un chal. Vio a otros que abrían de una patada la puerta del cuarto de Alba y entraban con las metralletas en la mano, vio a su nieta completamente vestida, pálida, pero serena, aguardándolos de pie, los vio sacarla a empujones y llevarla encañonada hasta el salón, donde le ordenaron quedarse junto al viejo y no hacer el menor movimiento. (p. 420)
La policía militar destruye la casa en busca de documentos que puedan incriminar a la familia. Con lo que no les sirve hacen una hoguera en el jardín. Allí van a parar, entre otras cosas, los libros de Jaime y del Tío Marcos. Luego cargan a Alba y se la llevan. Esteban Trueba se queda completamente solo, lamentando haber apoyado el golpe y repitiendo que aquello no era lo que deseaba cuando lo había secundado y festejado.
A partir de este momento, la narración se adentra en lo más oscuro de la historia. Las páginas siguientes describen con cierto detalle las torturas que sufre Alba a manos de Esteban García, quien está encargado de uno de los centros de detención. En un oscuro cuarto de torturas, Alba paga las violencias cometidas por su abuelo a Pancha García. Está a punto de morir, pero el espíritu de su abuela se le aparece y la exhorta a resistir: le dice que para soportar el encierro sin pensar en los dolores atroces que agotan su cuerpo escriba en su mente la historia de todo aquello. La irrupción salvadora de Clara es la última vez que lo maravilloso del realismo mágico se manifiesta en la historia. La atrocidad del golpe militar y el proceso histórico que atraviesa Chile pone fin a esa cosmovisión que el lector ha visto en su apogeo y luego en franca decadencia a lo largo de la novela.
Alba sobrevive gracias a la intervención de Tránsito Soto, la prostituta que Esteban Trueba ayudadó en su juventud, y quien le devuelve ese favor más de cincuenta años después. Tránsito regentea un hotel de paso famoso entre los militares, y gracias a los contactos que allí establece puede pedir por la liberación de la muchacha.
El capítulo 14, "La hora de la verdad", propone un cierre a la historia de Alba. La muchacha logra reencontrarse con su abuelo y se entera de cómo este la ha salvado. En este gesto, las rivalidades políticas terminan de reconciliarse en medio del desastre y la pena. Alba reflexiona sobre el papel que ha jugado Esteban García en su historia. No siente rencor hacia él y está en paz con lo que le ha tocado vivir. Comprende que las fuerzas de la historia han obrado a través de las generaciones, y a ella le ha tocado pagar las culpas de su abuelo. Esteban García es un producto de esa violencia, y no puede sustraerse a ella. La idea del destino como una fuerza superior de la que los sujetos no pueden escaparse se cuela en sus palabras.
Antes de morir, Esteban Trueba le propone a Alba que escriba la historia de toda la familia a partir de los cuadernos de anotar la vida de Clara, que se han salvado a la quema de los militares. Él mismo contribuye y narra lo que recuerda de toda su vida. Así es como el lector comprende quién es la voz narradora de la novela, y cómo se articulan aquellos fragmentos en primera persona. Es Alba la que rescata del olvido la vida de su familia y la organiza. Así también queda explicado otro de los procedimientos literarios que más se utilizan en la novela: el presagio. Como procedimiento literario, el presagio implica la voz de un narrador que sugiere ciertos eventos que quizás vayan a pasar más adelante en la historia. Su efecto es evidente: mantener al lector interesado en la trama, esperando llegar a comprender cómo llegarán a darse esos anuncios premonitorios. Cuando se explicita que la voz narradora es la de Alba, el lector puede comprender y justificar este ir y venir temporal constante. Cuando la protagonista decide contar la historia de su familia (y la suya propia, a partir de la tercera persona), lo hace desde su presente, y su mirada se mueve a lo largo de la narración por todas esas generaciones, saltando a veces y deteniéndose otras, colocando fragmentos para adelantar parte de los hechos y tomándose luego el tiempo para llegar a ellos mediante la reconstrucción de la secuencia de hechos.
Esteban Trueba ha muerto después de cumplir sus 90 años. A su lado, Alba contempla el cuerpo que se ha empequeñecido en las últimas décadas, tal como lo había pronosticado la maldición de Férula. En ese hombre que es su abuelo ha decantado casi un siglo de la historia chilena, con sus violencias y sus luchas de poder, pero también con sus pasiones, sus historias de amor y sus personajes entrañables. La historia de la familia Trueba llega a su fin ahora que ya no están ni su patriarca ni su matriarca. Sin embargo, la concepción del tiempo en la narración es circular: el devenir histórico no anula el pasado, sino que lo recrea y lo actualiza. Por eso, como el uroboros que se muerde la cola y hace del presente un infinito y constante diálogo con el pasado y todos los tiempos, las últimas palabras de Alba son las primeras de la novela: “Barrabás llegó a la familia por vía marítima…” (pp. 11 y 454).