Asterión se defiende de las acusaciones de soberbia, locura y misantropía que pesan sobre él. También afirma que no es un prisionero: su inmensa y laberíntica casa siempre se ha encontrado abierta para quien desee visitarlo. Si él mismo no sale a la ciudad, ello se debe a que le asusta el aspecto de la plebe.
Asterión se aburre en la eterna soledad de su infinito hogar. Cada nueve años, nueve hombres se presentan en él, pero mueren sin que llegue a tocarlos. Uno de ellos profetiza que algún día llegará quien acabe con su dolorosa soledad.
Un día, Teseo conversa con Ariadna luego de limpiar su espada de la sangre de Asterión. Le asombra lo simple que fue asesinarlo: el minotauro ni siquiera se defendió.
