La casa de Asterión

La casa de Asterión Imágenes

El aspecto de las personas (Imagen visual)

Cuando Asterión rememora una de sus salidas a la ciudad, comenta que tuvo que volver a su casa debido al temor que le provocó ver “las caras de la plebe, caras descoloridas y aplanadas, como la mano abierta” (80). La imagen es relevante porque nos permite dar cuenta de una inversión en los valores del monstruo respecto a los del resto de los hombres: Asterión concibe como monstruosas las caras humanas que, a diferencia de la suya, no son alargadas y coloridas como las de un toro.

Las galerías de la casa de Asterión (Imágen visual)

Si bien en ningún momento se menciona explícitamente que la casa de Asterión es un laberinto, el cuento no mezquina en señales que ayudan a inferirlo: primero, se hace mención a su “quietud y soledad” (79). Luego, al hecho de que “no hay un solo mueble” (79) en ella. Además, Asterión explica que “todas las partes de la casa están muchas veces” (81), que “cualquier lugar es otro lugar” (idem) y que sus “pesebres, abrevaderos, aljibes y patios” (ídem) se repiten infinitamente a lo largo de las “polvorientas galerías de piedra gris” (ídem). La descripción lo evidencia: la casa es un laberinto.

Los pasos y las voces de los visitantes (Imágenes auditivas)

Asterión es un monstruo solitario y nostálgico que anhela profundamente un contacto humano que se le ve obstaculizado debido a su apariencia. Es por eso que la llegada de los nobles prisioneros atenienses lo alegra profundamente, desconociendo que son enviados a su morada a morir contra su voluntad. La llegada de estos hombres se anuncia con el sonido de sus voces y pasos, imagen auditiva que provoca el entusiasmo del inocente Minotauro: “Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos” (82).

La espada de Teseo (Imagen visual)

“La casa de Asterión” consiste en una suerte de alegato, en la que el Minotauro se defiende de los rumores que pesan sobre él. Hacia el final del relato, Asterión revela que espera la llegada de su redentor, aquel que, se ha profetizado, llegará algún día para liberarlo de su soledad. Tras ello, el cuento hace uso del recurso de la elipsis, y luego cambia la voz narrativa: dejamos de oír a Asterión hablar en primera persona para pasar a una tercera omnisciente. Lo primero que vemos, entonces, es cómo “el sol de la mañana reverberó en la espada de bronce”, una espada en la que ya no queda “ni un vestigio de sangre” (52). De un modo tajante, el cuento nos transmite la muerte del que es un monstruo miserable para Teseo, pero conmovedor, e incluso tierno, para quienes hemos leído su defensa.

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