Resumen
Un adinerado funcionario estadounidense llamado Hiram B. Otis decide adquirir el castillo de Canterville, una antigua casa solariega, a pesar de las reiteradas advertencias de su anterior propietario, lord Canterville, quien lo alerta sobre la presencia de un fantasma que ha aterrorizado a los miembros de su familia a lo largo de varias generaciones. De esta manera, el señor Otis establece su residencia en el castillo, acompañado por su esposa Lucrecia y sus hijos: Washington, Virginia y los pequeños mellizos, Barras y Estrellas, apodados así por las formas de la bandera estadounidense.
En el primer día de la familia Otis en el castillo, Lucrecia descubre una mancha de sangre en el piso de uno de los salones. La señora Umney, ama de llaves de la mansión, les comunica que la mancha es imposible de quitar y que permanece en dicho lugar desde el año 1575, cuando sir Simon de Canterville asesinó a su esposa, Lady Eleanore. Con una actitud indiferente y pragmática, Washington Otis desestima la historia narrada por la señora Umney y limpia la mancha con un moderno producto procedente de los Estados Unidos.
En el momento en el que Washington termina de quitar la mancha, suena un fuerte relámpago que ilumina el interior del castillo y que provoca un desmayo en la señora Umney. Bromeando, el señor Otis le anuncia a su mujer que descontará el salario de la ama de llaves cada vez que esta se desvanezca. Cuando la señora Umney recobra el conocimiento y le advierte a los nuevos propietarios sobre los hechos terribles que ocurren en el interior de la mansión, estos aseguran que no sienten miedo alguno de los fenómenos sobrenaturales.
Análisis
Ya en este primer capítulo se plantea el eje fundamental de la narración: el contraste entre el Viejo y el Nuevo Mundo, representados por lord Canterville y el señor Otis respectivamente. Lord Canterville deja en claro su pertenencia a una familia con una noble ascendencia, distinguida durante siglos y merecedora de títulos nobiliarios. En este sentido, la acomodada posición social de la familia Canterville no se corresponde necesariamente con el dinero como posesión, sino con la pertenencia a un colectivo distinguido por su patrimonio económico y su estatus. Por el contrario, el señor Otis es presentado como un funcionario norteamericano. En este sentido, el personaje se destaca por su vínculo profesional con el gobierno. De esta manera, su riqueza está ligada con el éxito profesional y laboral, no con una herencia centenaria. En este sentido, la modernidad aparece como una idea vinculada con el progreso individual, donde ni el linaje ni el origen son capaces de determinar el destino del ser humano.
A pesar de estas diferencias, ambos señores llevan adelante con éxito la operación de la venta del castillo de Canterville. En este punto, se ratifica que los contrastes ideológicos no son lo suficientemente importantes como para impedir la transacción entre ambas partes. Sobre el tema, Wilde presenta una mirada irónica: no hay diferencia tan irreconciliable que el dinero no pueda resolver.
La venta de la residencia ocurre en un contexto histórico particular de intercambio de bienes entre Estados Unidos y el Reino Unido. En este sentido, el lector entiende que los Otis representan a esas nuevas familias adineradas que acceden a la antigua cultura europea gracias a la compra de objetos artísticos, propiedades y antigüedades. En esta línea, lord Canterville se ve en la incómoda posición de vender la centenaria residencia familiar.
Otro elemento fundamental para entender la dimensión simbólica de este intercambio es la disminución del valor de la posesión de la tierra en el Reino Unido. Desde las reformas económicas que habilitaron a votar a aquellos que carecían de tierras, el poder de la aristocracia comienza a menguar. De esta manera, lord Canterville muestra que la tierra no tiene el significado que solía tener para Inglaterra, ya que no representa poder y prestigio sino que es simplemente una mercancía cuyo precio depende del mercado. En este sentido, el fantasma le otorga la excusa perfecta para deshacerse de la vivienda, ya que su presencia inoportuna dificulta llevar adelante una vida pacífica.
Sin embargo, la presencia fantasmagórica de sir Simon como el recuerdo de un pasado lujoso no tiene lugar en el moderno mundo de la familia Otis. Los ideales norteamericanos desdeñan esta mirada nostálgica del pasado europeo, y destacan el valor del individuo más allá de los títulos nobiliarios heredados o las tradiciones aristocráticas. La familia Otis está orgullosa de los ideales políticos de su país, hecho que se ve en los nombres elegidos para los hijos: "Washington", por George Washington, el primer presidente estadounidense; "Virginia" por el Estado homónimo, una de las trece colonias originales. El nombre de la muchacha también opera como una anticipación, ya que su significado remite a lo virginal, lo puro. Los mellizos también reciben apodos ligados con su nacionalidad; los llaman “Barras y Estrellas”, mote que se vincula con la forma de la bandera norteamericana.
La llegada de los Otis al castillo de Canterville está marcada por la presencia de imágenes pertenecientes al relato gótico. Esta literatura destaca una mirada irracional y sobrenatural del mundo, que suele presentarse como una dimensión oscura y asfixiante que puede llegar a aterrorizar a los personajes y lectores. El texto de Oscar Wilde se hace eco de esta estética para representar el espacio en el que ocurre la historia.
Cuando los Otis conocen la casa, “el cielo se cubrió repentinamente de nubes. Un extraño silencio pareció invadir toda la atmósfera, una gran bandada de cornejas cruzó calladamente por encima de sus cabezas, y antes de que llegasen a la casa ya habían caído algunas gruesas gotas" (p. 17). Este cambio en el clima a medida que los Otis se acercan a la vivienda es un elemento habitual en la literatura gótica, ya que sugiere que el horror contenido en la mansión Canterville es tan innatural que la misma naturaleza debe reaccionar contra él. En este sentido, la descripción de la mansión Canterville avala esta idea, en tanto parece un ejemplo típico de casa embrujada: “La siguieron, atravesando un hermoso vestidor, de estilo Tudor, hasta la biblioteca, largo salón espacioso que terminaba en un ancho ventanal acristalado” (p. 18). En este escenario, la presencia de la mancha de sangre y la historia que conlleva esta aparición parece adecuada al tono de la narración. El fantasma es un asesino vengativo que merodea por la mansión, en búsqueda de nuevas víctimas.
El señora Umney, el ama de llaves, sirve como una confirmación de estos hechos sobrenaturales: para ella, el fantasma es un legado que hace especial la residencia y la distingue. Este personaje otorga una perspectiva particular, ya que si bien se escandaliza por la mirada materialista de los nuevos dueños de la residencia, acepta quedarse a cambio de un aumento salarial. Esto es análogo a la venta del inmueble de parte de lord Canterville: la necesidad económica hace que estos personajes dejen de lado sus principios y valores en pos del dinero.
En todo caso, el rechazo del materialismo de los norteamericanos por parte de la señora Umney vuelve a poner en primer plano la oposición entre la vulgaridad estadounidense y la distinción británica. No obstante, en este sentido también es importante recordar que sir Simon es un fantasma precisamente por el acto de violencia cometido contra su esposa. De alguna manera, la mirada nostálgica sobre él refleja una forma de ver el pasado que olvida la violencia y la opresión causada por la aristocracia británica.
Si bien este panorama parece augurar lo peor para los recién mudados, los Otis no se hacen eco de las calamidades y las entienden bajo su perspectiva escéptica de las cosas. Así, el autor juega con los tópicos e imágenes del género gótico pero imprime una mirada irónica y racional sobre el tema. En este sentido, la familia estadounidense encarna un límite racional a los elementos sobrenaturales presentes en el texto. En vez de tomarse en serio las advertencias sobre la presencia del fantasma o el abrupto cambio de clima, el señor Otis bromea sobre el mal tiempo, y el encuentro con la mancha de sangre no los asusta sino que los molesta. Por este motivo, Washington propone usar un quitamancha moderno para borrar esta huella de sangre, reconocida como una característica propia de la residencia. El producto irrumpe de una manera tan sorpresiva que suena artificial y fuera de lugar, casi como una publicidad del objeto más que una respuesta natural a la conversación familiar. En este sentido, la mención de la marca exhibe que, efectivamente, el detergente es reconocido más allá de su eficacia como quitamanchas: es un claro objeto de consumo.
En este gesto, los Otis eliminan los rastros históricos presentes en esta mancha legendaria para modernizar la propiedad en los parámetros y valores que ellos consideran propios de su cultura. De esta manera, el capitalismo como sistema contemporáneo ingresa en el castillo de Canterville y borra su historicidad y, especialmente, su capacidad de permanecer idéntica en el tiempo. La mansión ya no es esa herencia familiar repleta de historia, sino un producto comercial, capaz de ser comprado y adaptado a los gustos de los nuevos dueños.