Resumen
Segunda parte, Capítulo X
Zoraida lleva a sus hijos, junto a Matilde, una india y un indio, a bañarse al río. Una vez llegados, Matilde no quiere meterse, y dice como excusa que le ha llegado la regla. Zoraida se baña junto a su hija, mientras que la india baña a Mario. Cuando ya han salido del agua y se están preparando para volver a la casa grande, un grupo de indios jóvenes llega hasta el río. Al ver a la patrona, se detienen en seco, pues saben que no pueden bañarse cuando ella está en el río. Sin embargo, tras infundirse confianza, los indios avanzan, se quitan sus camisas de manta y se meten al río con el torso desnudo. Zoraida vive la situación como si se tratara de una violencia directa sobre su cuerpo, y se enfurece por el desacato. Al fin, apurada por Matilde y la india que las acompaña, comienza a regresar a la casa, no sin antes percatarse de que, entre las risas, los indios gritan una palabra en español que le llama la atención: "camarada".
Al llegar a la casa grande, Zoraida le dice a su marido que los indios se desnudaron frente a ella y se metieron al río, obligándola a ella a salir y regresar a la casa ante la falta de respeto.
Segunda parte, Capítulo XI
Matilde no interviene ante la mentira que cuenta Zoraida, y César entonces designa que un hombre armado siempre deberá acompañar a las mujeres al río. Como él está muy ocupado todo el tiempo, Ernesto se deberá encargar de ello. Por su parte, Zoraida se siente demasiado ofendida como para regresar al río y arma un baño en una habitación subterránea de la casa grande. Como aquel cuarto está lleno de humedad y provoca espanto, los niños no quieren entrar y siguen bañándose en el río.
Durante el próximo baño, Matilde se mete primero en el remanso y camina hacia la zona turbulenta del río con el objetivo de dejarse llevar por la corriente y ahogarse. Sin embargo, el indio que los acompaña y Ernesto logran rescatarla antes de que muera. Matilde se despierta en la orilla, con Ernesto a su lado, que le susurra que todas las noches piensa en ella. Matilde se siente furiosa por la forma en que ese hombre la somete y le grita que ella sabe nadar muy bien, y que se ha dejado llevar por la corriente para quitarse la vida voluntariamente, porque prefiere morir antes que dar a luz un hijo bastardo como él. Ernesto se paraliza ante la brusca confesión de Matilde y se aleja sin decir nada. Sentada sola en la playa, abrumada por el odio que siente hacia Ernesto, Matilde comienza a reír a carcajadas, hasta que la india y el indio que la acompañan y cuidan de los niños se contagian y rompen también en carcajadas.
Segunda parte, Capítulo XII
Ernesto va a dar clases a la escuela, pero como no habla tzeltal y los niños no hablan español, la comunicación entre ellos es imposible. Sin miedo de que puedan entender, y entusiasmado por el alcohol que está tomando, el maestro comienza un largo monólogo. En primer lugar, se queja de su condición de bastardo y del determinismo de la sociedad, que no permite ninguna movilidad en la escala social. Luego, cada vez más enérgico, comienza a hablar de Matilde y del día en que la violó. En su discurso, queda muy claro que él le echa la culpa de todo lo sucedido a la mujer, a quien trata de rastrera por no oponerse lo suficiente a su voluntad y terminar embarazada. Luego, el maestro también recuerda que violó a una india, movido por la pura necesidad, y que luego vomitó en su jacal, porque el cuerpo de la india apestaba. Finalmente, Ernesto le echa la culpa de todo aquello a César y a los Argüello, a quienes le gustaría ver en ruinas.
Tras terminar su discurso, Ernesto intenta caminar pero cae al piso, totalmente ebrio, y allí se queda. Los estudiantes, mientras tanto, comienzan a pelearse entre sí y se burlan del maestro, ebrio igual que sus padres.
Segunda parte, Capítulo XIII
Después de su intento de suicidio, Matilde se encierra en su habitación y no quiere comer ni hablar con nadie. Por eso, César manda a buscar a Amantina, una india bruja que se dedica a curar todo tipo de dolencias. Amantina es una hechicera ventajista que se aprovecha de la situación complicada de las familias pudientes para consumir sus recursos y darse una gran vida. Al llegar a la casa grande, pide que sacrifiquen un toro y le entreguen la médula para tratar a la enferma —a quien le diagnostica “espanto de agua” (p. 165)— y que la sangre se la entreguen a ella. Después de nueve días de tratamiento, Matilde sigue igual: no come ni responde ante las preguntas de sus interlocutores. Entonces, Amantina le diagnostica mal de ojo, y manda a buscar un huevo de gallina y otras cuestiones con las que trata a la enferma. Nada de ello da resultado, por lo que Amantina termina por asegurar que el problema es que Francisca, la hermana de Matilde devenida hechicera, le está haciendo un embrujo. Para romperlo, es necesario llevar a la enferma hasta la finca de Francisca, en Palo María. Ante esta propuesta, Matilde habla por primera vez y se niega rotundamente a volver a su casa. Amantina entonces se encierra a preparar los ingredientes para una nueva curación, y espera encerrada hasta que Matilde la busca y le confiesa qué es lo que padece. De todas formas, antes de que pueda explicar su embarazo, Amantina le dice que ya lo sabe y que ella se hará cargo de su problema.
Segunda parte, Capítulo XIV
Juana, la mujer de Felipe, el indio que se opone a su patrón, está en su jacal durante el anochecer, pensando amargada en cómo su marido descuida la casa y no le trae alimentos. De pronto, su hermana María llega junto a su hijo, después de mucho tiempo sin visitarla, y le pide permiso para entrar en el jacal. María se percata de la miseria absoluta en la que vive su hermana, pero no dice nada al respecto, y pregunta por Felipe, ya que tiene algo que hablar con él. Se trata de su hijo, que fue golpeado por el maestro, que estaba borracho en la escuela. Juana es totalmente indiferente a todo el relato, y tampoco se conmueve cuando el propio niño le cuenta cómo sucedió todo el episodio: un día Ernesto se emborrachó mucho, como ya es habitual, y terminó durmiéndose en el piso. Los niños, aprovechando esa situación, comenzaron a arrojarse cosas, hasta que una naranja impactó de lleno en un ojo de Ernesto, en el momento en que este comenzaba a levantarse. Enfurecido, el maestro se arrojó sobre el primer alumno que tuvo a mano y lo golpeó con fuerza en la cara, dejándole marcados moretones.
Juana apenas escucha la historia, furiosa como está de que Felipe trabaje tanto para la comunidad y no sea capaz ni siquiera de traer un solo mueble para su jacal. Enojada con todo ello, agarra una escoba y la pone junto a la puerta, del lado de afuera de su choza. Esta es la forma de indicar a la visita que no es bien recibida en la casa y que debe retirarse. María se va sin saludar, enfurecida por el trato recibido. Más tarde, Felipe llega al jacal, se sirve agua y luego se dispone a recibir a otros indios de la comunidad, con los que discute qué hacer ante el problema del maestro. Al día siguiente, él hablará con el patrón para exigirle que traiga un reemplazo de Comitán. En un momento, Juana quiere agarrar la escoba y sacarla de la casa para echar a toda la gente, pero queda paralizada por la mirada que le echa encima Felipe y no hace nada. Enfurecida y frustrada, Juana piensa que lo mejor será hablar con el patrón para acusar a su marido de brujería.
Segunda parte, Capítulo XV
César reflexiona sobre la situación de su familia y sus propiedades ante la insubordinación de los indios. Añora la época en que estos conocían cuál era su lugar y se mostraban sumisos a los designios del patrón. Realmente piensa que la escuela es un capricho y que los indios son incapaces de aprender el español, a leer y escribir, por lo que deberían dejar de intentarlo y ponerse a trabajar, que es para lo que están hechos. Cuando Ernesto llega, ambos discuten sobre el incidente de este con el alumno al que ha golpeado, y luego Ernesto le dice que los indios están montando guardia en la escuela para que él no pueda pasar y dar más clases. César entonces toma su pistola y se dirige a hablar con los indios. Felipe es quien está a cargo de la situación, y le explica que ninguno de ellos va a continuar trabajando hasta que traigan de Comitán un maestro nuevo que pueda hablar tzeltal. César entonces discute con ellos, tratando de que regresen al trabajo mientras que promete gestionar la llegada del maestro en las próximas semanas, pero Felipe no da el brazo a torcer. Entonces, César saca la pistola y amenaza a cada uno de ellos con matarlos si no abandonan la escuela y se ponen a trabajar inmediatamente. Bajo la amenaza, los indios abandonan la escuela.
Segunda parte, Capítulo XVI
En Chactajal ha comenzado la temporada de la cosecha de caña, y César supervisa el trabajo de los indios desde su montura. Estos cortan caña con sus machetes y solo paran un momento, al mediodía, para tomar su posol. Mientras las cañas se acumulan, dos mulas mueven el trapiche para molerlas. De pronto, sin previo aviso, un enorme incendio se desata en el medio de la cosecha. Las cañas comienzan a arder y el fuego se propaga rápidamente por toda la zona. Los indios intentan huir, pero César los detiene y los golpea violentamente con la fusta, empujándolos hacia el incendio para que ayuden a controlarlo. Sin embargo, el fuego se desata incontrolable, el caballo de César se asusta y huye. Luego, los indios escapan desbocados tras de él, abandonando la cosecha a las llamas, e incluso a las mulas, que tiran del trapiche y que nadie libera.
El fuego se propaga por toda la finca; el ganado huye despavorido, muchas reses se enredan en los alambres de los corrales y terminan calcinadas, mientras que otras se despeñan por las lomas o se arrojan al río y son atrapadas por la corriente. En la casa grande, Los indios cavan un cortafuegos bajo la mirada de César, mientras que Ernesto prepara los caballos para que Zoraida pueda huir con sus hijos, aunque ella se niega a volver pobre a Comitán, y prefiere morir consumida por el fuego. Sin embargo, antes de que el fuego llegue a la casa, una potente lluvia se desata y pone fin al incendio. Esa noche, los indios duermen abrumados por las pesadillas generadas por el día, mientras que en la casa grande nadie puede dormir, llenos de rencor y de miedo por lo que parece haber sido un incendio intencional.
Segunda parte, Capítulo XVII
En la casa grande, todos están conmocionados por los sucesos. Zoraida desprecia a su marido por no haber actuado antes contra los indios y haber dejado que la situación se escapara a su control. Lo que más teme ahora la mujer es tener que volver a Comitán sumida en la pobreza, y piensa que mejor sería abandonar a César y escaparse con sus hijos para vivir en un pueblo donde nadie la conozca y sea posible rehacer su vida. César, por su parte, no puede dejar de pensar en la cobardía de los indios, incapaces de dar la cara e ir de frente. A pesar de la enorme pérdida que ha sufrido, el ranchero solo puede pensar en cómo castigar a los traidores. Para eso, piensa pedir ayuda al Presidente Municipal de Ocosingo, quien le debe muchos favores y ya es tiempo de cobrarlos. Sin embargo, César no se atreve a abandonar la finca para viajar hasta la ciudad, por lo que le pregunta a Ernesto si será capaz de llevar una carta suya. Ernesto, que se siente culpable de todo lo que ha pasado y sigue admirándose de la forma en que César trata a todo el mundo, como si todos fueran empleados subordinados a su poder, acepta el encargo sin dudar. Matilde, presente también en la sala, escucha la conversación entre César y Ernesto y no deja de sentirse una traidora. Es ella la causa por la que Ernesto se emborrachó y golpeó al alumno, por lo que es igual de culpable del incendio que el resto de la familia. Tan nerviosa está desde que la india bruja le practicó un aborto, que no ha vuelto a dormir y el mínimo ruido la espanta, al punto de que Zoraida y César sospechan que su conducta oculta algo extraño. Sin embargo, la familia le cree cuando se sobresalta y dice haber visto un hombre merodeando por fuera de la casa.
Segunda parte, Capítulo XVIII
César le entrega una carta a Ernesto para el Presidente Municipal de Ocosingo. Antes de partir, este la lee y comprueba que su tío exige con tono demandante la intervención de la policía para castigar a los indios responsables del incendio. Ernesto parte de buen talante y se apresura para cubrir los tres días de viaje que lo separan de su destino. Sin embargo, hacia el mediodía del primer día, sus fuerzas comienzan a flaquear, y se pregunta qué pasaría si no entregara la carta de su tío. Entonces, comienza a imaginarse un escenario hipotético en el que él llega hasta el presidente y se presenta como un hijo legítimo de la familia Argüello que estaba haciendo unos trabajos de ingeniería en la casa de su tío. En su fantasía, César es un buen hombre que desea dividir los campos para entregar tierras a los indios, pero estos son unos taimados que le incendian la finca para quedarse con todo. Ernesto, entonces, logra escapar del asedio de la casa grande ayudado por una india que lo había buscado para acostarse con él (algo a lo que él, caballero ante todo, se negó cortésmente) y cabalga hasta Ocosingo para solicitar la ayuda del Presidente Municipal. Al final de su fantasía, Ernesto regresa a Chactajal con el Presidente y los Argüello lo felicitan, reconociéndolo como un hijo legítimo de la familia, y hasta deseando entregarle parte de sus tierras; sin embargo, él las rechaza cortésmente y regresa a Comitán junto a su madre. César, conmovido, hace traer un médico de Ciudad de México que cura la ceguera de su madre, y así, Ernesto y ella comienzan una nueva vida en otra ciudad.
La fantasía le parece de pronto absolutamente ridícula, y Ernesto se detiene un momento a beber posol y descansar. En ese instante, un indio escondido detrás un árbol le dispara y Ernesto se desploma, muerto. El indio entonces coloca el cadáver sobre el caballo y lo hace regresar a Chactajal.
César y su familia velan el cuerpo del sobrino muerto en la ermita. Ante la visión del cadáver, Matilde enloquece y no para de gritar que ella lo mató al asesinar el hijo que habían engendrado juntos. Luego, le pide a César que la mate. Este se limita a decirle que desaparezca de su presencia, y Matilde termina perdiéndose para siempre en el monte. Esa misma noche, la familia Argüello regresa a Comitán.
Análisis
Esta sección comprende los capítulos de la segunda parte del libro, que van desde las primeras muestras de insubordinación de los indígenas —cuando se bañan en el río ante la presencia de Zoraida y de los niños— hasta el incendio de Chactajal y la huida de los Argüello de regreso a Comitán.
Tal como se ha planteado en la última sección, la familia Argüello se encuentra debilitada y César no se anima a hacerles frente a los indígenas que se encuentran bajo el liderazgo de Felipe. Esta tensión con el entorno tiene su reflejo en el interior de la estructura familiar de los Argüello, que no es más que la representación de los cambios sociales generados por las políticas del gobierno de Cárdenas en las familias de la oligarquía chiapaneca. La primera gran disputa se da entre César y Zoraida, cuando esta última comienza a recriminarle que no está teniendo mano dura con los indios; la mujer desea que su esposo someta a los insubordinados y expresa su frustración cuando no consigue que su marido reaccione. Como estrategia, Zoraida exagera la situación de los indios en el río, esperando que su marido los persiga y los castigue, aunque César se limita a enviar a Ernesto la próxima vez, con la creencia de que una figura masculina será suficiente para disuadir cualquier insubordinación de sus peones de estancia.
Mientras que Zoraida le recrimina a César que no puede dominar a los indios tal como lo hacía antes, este le retruca que todos los patrones de fincas deben adaptar sus métodos a las nuevas reglas impuestas por el gobierno. Algo que César no le dice a su mujer, a quien trata como un niño pequeño al que hay que explicarle todo de la forma más simple, es que él ya no tiene el poder de la ley para ampararlo de sus abusos, sino todo lo contrario, y por eso se cuida mucho de no iniciar una batalla campal contra los indios, ya que duda de recibir ayuda de otros ranchos y descarta la intervención de las fuerzas de la ley. La falta de autoridad de César empuja a Zoraida a perderle el respeto como pater familias y a comenzar a cuestionarlo en todas sus decisiones, incluso frente a otros miembros de la familia. Como respuesta, César comienza una humillación sistemática y explícita, como ordenarle a su mujer —en lugar de a las criadas— que le prepare los refrescos a él y a sus invitados. Así, vemos cómo al entrar en crisis la estructura social que ponía al pater familias al mando de toda una población, toda la estructura jerárquica propia de la familia patriarcal se ve sacudida y comienza a tambalearse. Desde la mirada del narrador en tercera persona, queda claro que las microdinámicas familiares están estrechamente vinculadas a las macrodinámicas sociales y políticas de toda una población.
No obstante, no solo hay disputas en el escalón más alto de la jerarquía familiar; estas también tienen lugar en los escalones más bajos. Así, existen tensiones en la relación entre Matilde y Ernesto, dos individuos periféricos y parias por su condición social. Matilde se encuentra en una posición degradada dentro de la familia Argüello, puesto que no se ha casado y ha escapado de la finca de Palo María, dejando su casa en manos de su hermana mayor, Francisca. Sin embargo, ella sigue perteneciendo, por derecho de sangre, al grupo familiar que ostenta una posición social privilegiada, mientras que a Ernesto esa posición le está completamente vedada por ser un hijo extramatrimonial de un Argüello.
La relación que se da entre ellos en capítulos anteriores significa una violación de las imposiciones morales dadas por la religión y por la estructura familiar. Tanto Matilde como Ernesto sufren de una constante tensión entre lo que les dicta el deseo y lo que les corresponde por deber social y familiar. Después del encuentro sexual, Matilde se ve mancillada por haberse dejado llevar por un impulso y haberse entregado a un bastardo, mientras que Ernesto sabe que no puede sostener una relación amorosa con un miembro de la familia sin ganarse el escarnio y la expulsión del grupo al que desea pertenecer.
La presencia de ambos bajo el mismo techo propicia el encuentro sexual a escondidas, pero como se trata de una relación no institucionalizada y pecaminosa, el acto se reviste de una brutalidad que termina por consumir a los dos perpetradores: cuando comprende que está embarazada, Matilde trata de suicidarse arrojándose al río, y al ser rescatada por Ernesto, destila sobre él todo su odio y su desprecio. Ernesto, por su parte, al conocer la verdad, se emborracha y termina golpeando a uno de sus estudiantes, hecho que acelera la caída de los Argüello.
En el monólogo de Ernesto frente a sus estudiantes se exterioriza el sexismo y la misoginia propia de los patrones blancos de la época, y los estándares machistas a los que todo hombre debe atenerse si quiere ser bien visto por sus semejantes. En la construcción discursiva de los hechos que hace, Ernesto tuvo que violar a Matilde para demostrar su hombría, ya que haberla dejado escapar cuando ella trató de rebelarse hubiera sido una muestra de debilidad que habría puesto en duda su hombría: “Que Matilde iba a decir que yo era muy poco hombre si la dejaba en aquella coyuntura. Además ella empezó a defenderse, a forcejear. Hasta quiso dar gritos, pero yo le tapé la boca. Nomás eso nos faltaba, que nos encontraran allí juntos. Se lo dije a Matilde para aplacarla (…). Lo que necesita es un hombre que la meta en cintura y que le haga caminar con el trotecito parejo” (pp. 159-160). Así, en el discurso masculino, Matilde es la culpable de su violación.
Existe otra relación de pareja que pone en tensión los roles de género: la de Felipe y su esposa, Juana. En el capítulo XIV, Juana se encuentra en una coyuntura a la que no le encuentra salida. Su casa evidencia una precariedad extrema, y su marido está ausente. Hace tiempo que Felipe no le presta atención y no la tiene en cuenta para absolutamente nada. Si bien en el pasado Felipe conservó a su mujer a pesar de que esta fuera estéril —una mancha que la convierte en una paria social, puesto que no puede cumplir con la principal función para la que está hecha, según la cosmovisión tradicional de su pueblo: la de ser madre—, cuando debe liderar a su comunidad, en lo que menos piensa Felipe es en su mujer, quien no deja de ocupar una posición periférica y absolutamente subordinada al marido. Desde el lugar que ocupa socialmente, lo único que puede hacer Juana es rogar por que su marido un día la abandone o muera en manos de los patrones. Tal es la desesperación de la mujer y las pocas opciones que tiene para cambiar su realidad, que en un momento hasta piensa en hablar con los patrones y entregar a su marido para sacárselo de encima, aunque finalmente no llega a hacerlo.
El lugar que ocupa Juana en el seno de una estructura familiar progresista evidencia que la revolución de Cárdenas no busca eliminar las desigualdades entre hombres y mujeres. Los cambios que se promueven para mejorar la vida de los indígenas no contemplan una mejoría para los roles femeninos de dichas poblaciones. Las mujeres siguen subordinadas a sus maridos y deben hacerse cargo del hogar. Incluso, como se observa en la dinámica que acabamos de referir, estos cambios generan tensiones y desestabilizan la estructura familiar de los indígenas.
Tal como se observa en el caso de Zoraida y de Matilde, las mujeres blancas de clase alta tampoco protagonizan un cambio en la estructura familiar patriarcal: la moral religiosa vigente, las obligaciones y las expectativas de sus posiciones sociales siguen siendo una forma de sometimiento estructural vigente. Así, puede considerarse, como han hecho algunos críticos, que la novela de Rosario Castellanos pone bajo la lupa estas relaciones de subordinación y denuncia el lugar que tanto las estructuras tradicionales como el progresismo de Cárdenas le otorgaron a la mujer.
A través de las mujeres mencionadas, es posible también observar una cierta mirada cultural sobre el cuerpo, y especialmente el cuerpo femenino. Antes, en la primera parte del relato, la nana le muestra a la narradora una llaga que tiene en la pierna y que le ha salido como un castigo que le envían los brujos de Chactajal por criar a los hijos de los patrones. En ese caso, el cuerpo recibe una herida por haberse rebelado contra pautas de conducta marcadas por la comunidad de pertenencia. En esta parte de la novela, el cuerpo de Matilde, ya viejo, pierde todo valor al tratarse de una mujer soltera. Incluso cuando queda embarazada, esto parece ser un castigo corporal a su transgresión. Así, el cuerpo se establece como un territorio de luchas y de disputas que refleja las tensiones de otros ámbitos de la vida individual y de la praxis social. El cuerpo de Juana es otro cuerpo marcado, aunque más no sea por la esterilidad. En la cosmovisión tradicional de los indígenas de Chactajal, el cuerpo que no puede cumplir con la función social para la que fue concebido se convierte en un despojo, en una fuente de oprobio que marca y persigue al personaje.
Al final de la segunda parte, un enorme incendio asuela todo Chactajal, produce la ruina de la cosecha de caña, consume el ganado y obliga a César y su familia a marcharse de Comitán. Antes de tomar tal decisión, César intenta enviar a Ernesto a pedir ayuda al gobernador, pero este es asesinado en el camino y su cuerpo es enviado, como advertencia, de regreso a la casa grande. Ante el derrumbe familiar, Matilde parece perder todos los lazos que la vinculaban a los Argüello y, tras confesar su transgresión con Ernesto, escapa y se pierde en el monte. En tal huida, nuevamente se conjugan la visión de la modernidad con las cosmovisiones tradicionales, y tiempo después se dirá que a Matilde se la llevó el dzulúm.
El incendio que destruye la cosecha y obliga a los patrones a regresar a Comitán puede verse como un símbolo de muerte y de resurrección: el viejo régimen oligárquico está consumiéndose, sus tierras se malogran y se vuelven estériles, pero de la destrucción de ese régimen nace la promesa de una nueva estructuración de la sociedad, más justa y equitativa, que devuelve la tierra a las manos de los pueblos indígenas.