"Musitaremos el origen. Musitaremos solamente la historia, el relato. Nosotros no hacemos más que regresar; hemos cumplido nuestra tarea, nuestros días están acabados. Pensad en nosotros, no nos borréis de vuestra memoria, no nos olvidéis".
Este epígrafe precede a la primera parte de la novela, y une la memoria colectiva de los pueblos indígenas y la tradición oral con la cultura occidental blanca a la que pertenece la narradora. Como se explica en el análisis en mayor profundidad, Balún Canán presenta muchos relatos fundantes que ponen a dialogar la cultura letrada occidental con las tradiciones orales de los pueblos indígenas mesoamericanos. Este pasaje propone al relato como un ejercicio recursivo de la memoria: se recuerdan los orígenes y se recupera el tiempo sagrado de la creación, en el que una comunidad encuentra los símbolos para pensarse y comprenderse colectivamente.
"... Y entonces, coléricos, nos desposeyeron, nos arrebataron lo que habíamos atesorado: la palabra, que es el arca de la memoria. Desde aquellos días arden y se consumen con el leño en la hoguera. Sube el humo en el viento y se deshace. Queda la ceniza sin rostro. Para que puedas venir tú y el que es menor que tú y les baste un soplo, solamente un soplo..."
La novela da inicio con el relato oral que la nana hace a la narradora sobre la historia de su pueblo, que fue saqueado por los blancos al punto de perder hasta la palabra, es decir, el conjunto de relatos que la comunidad utiliza para cohesionarse. Con este inicio, queda clara la convergencia de culturas en la que vive la narradora: ella pertenece a la oligarquía blanca, letrada, occidental, con la que en verdad no sostiene prácticamente ningún vínculo afectivo; sin embargo, a través de la nana accede a la cosmovisión de los pueblos mesoamericanos, por lo que su filiación está dividida entre ambos mundos, que se superponen en su vida y pugnan por instalarse como los relatos dominantes.
"Toda luna, todo año, todo día, todo viento camina y pasa también. También toda sangre llega al lugar de su quietud, como llega a su poder y a su trono".
Este pasaje que la autora recoge y coloca al inicio de la segunda parte de la novela funciona a modo de presagio: así como se indica que "toda sangre llega al lugar de su quietud", la dinastía de los Argüello está a punto de llegar a su fin. Toda la segunda parte ilustra la pérdida de Chactajal, mientras que, en la tercera parte, la muerte del hijo varón pone un fin definitivo a la descendencia de los Argüello.
"César no era de los hombres que se desarraigan. Desde donde hubiera ido, siempre encontraría el camino de regreso. Y donde estuviera siempre encontraría el camino de regreso. Y donde estuviera siempre sería el mismo. El conocimiento de la grandeza del mundo no disminuía el sentido de su propia importancia. Pero, naturalmente, prefería vivir donde los demás compartían su opinión; donde llamarse Argüello no era una forma de ser anónimo; donde su fortuna era igual o mayor que la de los otros".
En este pasaje puede comprobarse la identidad del ranchero, su identificación de clase y el lugar que ocupa dentro de un panorama mayor. César es un terrateniente de Chiapas, una región pobre de México, alejada de la capital y poco conectada con el mundo. En ese ámbito, él es el amo y señor, el patrón que tiene a su cargo familias enteras de indios. Sin embargo, al salir de allí y recorrer el mundo, César comprende lo pequeño que es el lugar que ocupa en la sociedad occidental, y lo poco importante que es para las grandes personalidades de otros países. Así y todo, César ama su rancho y la vida en Chactajal, y la elige antes que cualquier otro lujo.
"A los que se quedan aquí [en Chactajal] César les muestra, en cambio, una deferencia especial no muy distante a la gratitud. Aunque siga conservando la severidad y su rigor y a la hora de exigir el rendimiento de una tarea, su gesto, su voz, sean naturalmente despóticos. Lo trae en la sangre y es el ejemplo que contempla en los vecinos y en sus amigos. Pero [César] sabía ser cordial en estas conversaciones de asueto (...). [César] entretiene a los indios, como a niños menores, con el relato de sus viajes. Las cosas que había visto en las grandes ciudades; los adelantos de una civilización que ellos no comprenden y cuyos beneficios no han disfrutado jamás".
Como patrón de la estancia, César se siente con derecho a mandar sobre las vidas de todos los subordinados. Su posición social y la posesión de la tierra fue, hasta el tiempo del cardenismo, motivo suficiente para someter a los pueblos indígenas y a los empleados con tiranía despótica. En este pasaje puede observarse la condescendencia que se esconde detrás del buen trato que profesa el patrón a los indios que le son fieles. Para él, los indios no son más que niños que poco entienden, y suele tratarlos como tales.
"En el tiempo que llevaba junto a César había aprendido que el diálogo era imposible. César no sabía conversar con quienes no consideraba sus iguales. Cualquier frase en sus labios tomaba el aspecto de un mandato o una reprimenda. Sus bromas parecían burlas".
Hijo bastardo del hermano de César, los sentimientos de Ernesto hacia su tío son ambivalentes. Por un lado, admira al terrateniente, tan seguro de sí mismo y la posición social que ocupa, y desearía él también encontrarse en el mismo escalafón para tratarlo de igual a igual. Por otro lado, Ernesto odia la forma condescendiente y despectiva con que lo trata César, que no es más que un rasgo de su posición social: los grandes hacendados, los patrones de la tierra, se consideran realmente como un grupo aparte, elegido para mandar al resto, y suelen tratar a sus subordinados como si sus vidas no tuvieran el mismo valor.
"Todavía no has acabado de entender que los Argüello ya no son los de antes. Daba gusto servirles cuando tenían poder, cuando tenían voz. Pero ahora andan sobre la punta de los pies, aconsejando prudencia, escatimando el dinero. Nos arrimamos a un mal árbol. Ernesto, un árbol que no da sombra".
Como esposa del patrón, Zoraida es una figura totalmente subordinada a su marido. Sin embargo, cuando César comienza a tener problemas con las poblaciones que viven en Chactajal, Zoraida comienza a despreciar a su marido, quien se muestra débil y decide no tomar medidas drásticas para sofocar la rebelión que se está gestando. Para la mujer, la actitud precavida de su marido es una muestra de debilidad que contradice su posición social, legítimamente heredada.
"—Es una locura. Nadie nos apoyará ni nos hará caso. El patrón es una institución que ya no está de moda, como dice mi hijo".
Este pasaje ilustra el cambio de las estructuras sociales que se está viviendo en todo México, y que ha llegado también a las regiones más remotas de Chiapas, como Chactajal y Comitán. Jaime Rovelo, un ranchero amigo de César, se queja de la situación y acepta que no puede hacer nada para cambiarla. A ojos de los rancheros que controlan las tierras, la reforma agraria es un grave error que comete la República, y que viola todos los derechos de las familias oligarcas que ostentaron la posesión de sus estancias legítimamente desde siempre.
"Los ancianos de la tribu de Chactajal se reunieron en deliberación. Pues cada uno había escuchado, en el secreto de su sueño, una voz que decía: «Que no prosperen, que no se perpetúen. Que el puente que tendieron para pasar a los días futuros, se rompa». Eso les aconsejaba una voz como de animal. Y así condenaron a Mario".
Según la nana, son los brujos de Chactajal quienes desencadenan mediante sus poderes la muerte de Mario, el hijo de César. La familia Argüello, en tiempos de César, está suficientemente menguada como para desaparecer definitivamente, y en ello los brujos ven la posibilidad de liberarse de la tiranía de los patrones. Al morir Mario, la dinastía Argüello llega a su fin.
"Cuando llegué a casa busqué un lápiz. Y con mi letra inhábil, torpe, fui escribiendo el nombre de Mario. Mario, en los ladrillos del jardín. Mario en las paredes del corredor. Mario en las páginas de mis cuadernos. Porque Mario está lejos. Y yo quisiera pedirle perdón".
Esta cita corresponde al final de la narración. Mario, el hermano de la narradora, ha muerto, y ella se siente culpable de la tragedia familiar. En el universo infantil de la narradora, existe una relación directa de causa y consecuencia entre la llave que se robó y que no quiso devolver y la muerte de su hermano. Al final de la novela, la narradora se encuentra sola y desamparada, pero demuestra que ha accedido a la escritura, gracias a la cual logrará rescatar sus recuerdos y escribir las memorias en las que su familia perdura.