Resumen
Al cerrar el nuevo folio de las memorias de Llorente, Felipe cree saber el motivo por el cual está Aura en esa casa: para sostener una ilusión de juventud y belleza de la pobre anciana enloquecida. Busca a Aura y la encuentra en la cocina degollando a un macho cabrío. La chica, manchada de sangre, lo mira sin reconocerlo. Felipe le da la espalda y busca a Consuelo: la encuentra realizando movimientos en el aire como si estuviera despellejando a un animal. Felipe vuelve a la cocina y comprueba que la joven sigue en su faena.
Felipe entra a su habitación temiendo que alguien lo siga, cierra la puerta y la tapa con muebles. Luego cae agotado en la cama. Se queda dormido pensando en la locura de la anciana. Entre sueños y a oscuras, ve a Consuelo avanzando hacia él. Luego se le presenta Aura gritando, con su vestido verde rasgado, aparentemente por las manos de Consuelo. Después, Felipe ve la sonrisa de Aura, pero su dentadura se superpone con la de Consuelo, con sus dientes de anciana, y las piernas de Aura caen rotas y se disuelven en el abismo.
Felipe oye un golpe en la puerta y la campanilla de la casa anunciando la cena. Al bajar, ya aseado y vestido, ve que la mesa solo está puesta para él. Al costado de su plato encuentra una muñeca rellena de harina. Felipe come riñones, tomate y vino, mientras toca con una mano el cuerpo desnudo de la muñeca, casi hipnotizado. Se da cuenta, con horror, de que sus movimientos se parecen a los de Aura y Consuelo, y deja caer la muñeca.
Luego, recuerda que la chica lo citó en su habitación esa noche. Antes de ir a la habitación de la muchacha, se dirige al patio húmedo por el cual entró a la casa la primera vez. Reconoce allí las distintas plantas y hierbas de efectos calmantes que adormecen y calman dolores. Finalmente, va a la habitación de Aura.
En la habitación, un círculo de luz ilumina la cama. Aura tiene un vestido verde y su cuerpo no es ahora, visto de cerca, como el de la muchachita con la cual estuvo la noche anterior: ahora tiene el cuerpo de una mujer de cuarenta años. Ella le indica que jugarán un juego, lo desviste, canturrea una melodía y baila junto a él. Felipe también murmura esa canción, que parece brotar naturalmente de su mente. Sobre la cama, Aura acaricia y parte en trozos la muñeca de harina, que luego es devorada por ambos. Felipe cae sobre el cuerpo desnudo de Aura, quien le pregunta si la amará siempre, cuando sea vieja y muera; él afirma que sí. En ese momento, advierte que Aura se movió y ahora está arrodillada frente a la señora Consuelo, cuya figura no había distinguido en la oscuridad de la habitación. Ambas mujeres miran a Felipe sonriendo agradecidas, se levantan al mismo tiempo y se dirigen a la habitación de Consuelo, cerrando la puerta tras de sí.
Análisis
Una clave para comprender muchas cuestiones simbólicas y argumentales relevantes hacia el desenlace de Aura yace en captar los elementos que Fuentes retoma del libro de Michelet. En el libro del francés, la oposición entre dos formas de relacionarse con la realidad (masculina/racional versus femenina/natural/mágica) acapara el centro del relato. Pero hay también una situación trabajada por Michelet que particulariza aún más a los estereotipos en pugna: el hombre representativo de la cultura ilustrada está enfermo, producto de haber relegado su corporalidad y su relación con la naturaleza en virtud de la razón, y ahora solo la bruja, representante de la lógica mágica, oculta, puede sanarlo con su alquimia.
El vínculo entre esta situación trabajada por Michelet y lo que sucede en la novela de Fuentes comienza a ser cada vez más visible, en tanto Felipe empieza a ver frustrado su objetivo de comprender la situación en la que se halla y va progresivamente abandonando su voluntad de entender racionalmente para entregarse, poco a poco, a la dinámica de una lógica que aún no comprende, propia de los personajes femeninos. Si se ve, además, lo revelado por el desenlace de la novela, encontramos que Felipe/Llorente padece una enfermedad, la del olvido: tiene un vacío en su memoria, una incapacidad de retener, comprender y aceptar su propia identidad.
Así, el rol de Consuelo como la “bruja” capaz de curar al protagonista masculino puede leerse en la novela de Fuentes prestando atención a un elemento que el mexicano puede haber tomado de los textos de Michelet. En el libro del francés, las plantas curadoras que utilizan las brujas se llaman hierbas “consolantes”. Estas hierbas, medicina de las brujas, son las únicas capaces de proveer la única cura o alivio posible para el mal del hombre. No podemos pasar por alto, en este sentido, que el nombre de la protagonista femenina de la novela de Fuentes es Consuelo. La ligazón indiscutible entre Consuelo y las consolantes afirma el poder alquímico de la anciana de Aura y la posiciona como una sacerdotisa de la naturaleza.
En relación con esto debe comprenderse el hecho de que Felipe sea perturbado por sus pensamientos hasta que baja al patio, donde se sumerge en el aroma de las plantas que Consuelo hace crecer en la oscuridad. Así, el protagonista vuelve a adentrarse en ese “patio estrecho y húmedo” que había “penetrado” al inicio de la novela, y observa “las plantas sembradas sobre los márgenes de tierra rojiza y suelta” (p.35). Pero, esta vez, el personaje se detiene largamente sobre las hierbas:
Distingues las formas altas, ramosas, que proyectan sus sombras a la luz del cerillo que se consume, te quema los dedos, te obliga a encender uno nuevo para terminar de reconocer las flores, los frutos, los tallos que recuerdas mencionados en crónicas viejas: las hierbas olvidadas que crecen olorosas, adormiladas: las hojas anchas, largas, hendidas, vellosas del belefio: el tallo sarmentado de flores amarillas por fuera, rojas por dentro; las hojas acorazonadas y agudas de la dulcamara; la pelusa cenicienta del gordolobo, sus flores espigadas; el arbusto ramoso del evónimo y las flores blanquecinas; la belladona (p.35).
Tras la imagen ahora detallada de estas numerosas hierbas que figuran en antiguos libros de medicinas alternativas, de terapias herbáceas, aparece en el relato el proceso de entendimiento, de asociación, en la mente de un protagonista que ahora se permite conectar más con sus sentidos. Las plantas observadas “cobran vida a la luz de tu fósforo, se mecen con sus sombras mientras tú recreas los usos de este herbario que dilata las pupilas, adormece el dolor, alivia los partos, consuela, fatiga la voluntad, consuela con una calma voluptuosa” (p. 36). El carácter medicinal de estas hierbas, su relación con una ciencia del pasado (Felipe recuerda sus menciones en “crónicas viejas”) se trae a colación mientras los lectores vemos los efectos que tienen sobre el personaje. El hecho de que Felipe no pueda ver fácilmente, por la ausencia de luz, lo obliga a una percepción de esas hierbas ligada a otros sentidos, como el tacto o el olfato, sentidos que permiten el efecto de las plantas sobre el cuerpo.
Vale recordar que Aura es una novela que pone en primer plano la percepción del protagonista, y a medida en que progresa la trama observamos que los sentidos de Felipe se encuentran más adormecidos, fatigados y confusos. Las plantas de Consuelo amodorran su sensibilidad, consuelan el dolor o la desesperación a partir de ese adormecimiento. Dicho efecto parece preparar al personaje para recibir, sentir y percibir de una forma distinta. No es casual que a lo largo de su estancia en la casa Felipe se sienta cada vez más cansado y se decida a suspender sus primeros juicios respecto de la situación para admitir otras posibilidades. Cada vez más confundido y vulnerable, cada vez menos confiado de sí, Felipe irá perdiendo el poder frente a las mujeres de la casa. Este proceso terminará con su abandono, al final del relato, de toda pretensión de racionalidad. Sin embargo, a esta altura de la trama, su lado racional sigue resistiéndose:
Caes en ese sopor, caes hasta el fondo de ese sueño que es tu única salida, tu única negativa a la locura. "Está loca, está loca", te repites para adormecerte, repitiendo con las palabras la imagen de la anciana que en el aire despellejaba al cabrío de aire con su cuchillo de aire: ". . .está loca. . ." (p.33).
Felipe procura seguir con una lectura racional, catalogando de “locura” todo aquello que, por extraño o desconocido, lo perturba (tal como en otro tiempo se señalaba como “bruja” a una mujer que no entraba en las normas esperables por la cultura). En esta clave, el protagonista sostiene una lectura errada de lo que está ocurriendo en la casa y se niega a aceptar otra interpretación, porque todavía no es capaz de comprenderla. Para llegar al descubrimiento de la verdad oculta, el protagonista masculino deberá desarrollar una capacidad de acercamiento a un lenguaje distinto, secreto, que hasta el momento solo parecen manejar las mujeres de la casa. Este lenguaje secreto se identifica en muchos elementos con el conocimiento oculto de las brujas en el texto de Michelet. Tal como señalamos con anterioridad, en la novela de Fuentes son varios los guiños a esta idea de la asociación entre lo femenino y el conocimiento oculto, un saber solo accesible para quienes se “inician” en su lógica, en su ciencia. El brillo en la mirada de Aura, las metáforas vinculadas al mar, los aromas cargados y embriagadores de las plantas representan la capacidad de los personajes femeninos para percibir ese lenguaje de la naturaleza y su misteriosa magia oculta.
El color verde, que se halla en el vestido de Aura (y en varios objetos de la casa de Consuelo, como las cortinas) tiene una fuerte carga simbólica en este marco. El verde simboliza la conexión con la naturaleza. Con su vestido, Aura estaría ostentando la posesión de un conocimiento de iniciada, de sacerdotisa, así como su dominio sobre el espacio. Además de esto, este color produce un efecto sobre quien lo mira: los ojos verdes de Aura vuelven a Felipe víctima de una especie de hechizo hipnótico. No debe perderse de vista, por otra parte, que el verde es el matiz con el que se encarna al planeta Venus. Este astro representa el rito del ciclo de muerte y resurrección en las culturas precolombinas. La ponderación de este color en la novela permite suponer que la noción de muerte y resurrección es central en Aura, tal como se comprobará en el desenlace.
El lenguaje y la forma de acercamiento a la realidad de los personajes femeninos tienen que ver con algo divino e inarticulable mediante los medios racionales que son el dominio de Felipe. Las palabras y la lectura oficial que permite la luz no lo facultan para acercarse a esa interpretación de la realidad. En este marco, los sueños ocupan un lugar importante en la trama, en tanto parece cifrarse en ellos una lectura, por parte del protagonista, mucho más acertada de la situación. Si la conciencia y la vigilia de Felipe son gobernadas por una racionalidad que lo aleja de la comprensión, el inconsciente que aflora en sus sueños, más despojado de la lógica racional, es el que le otorga imágenes que funcionan como indicios más exactos del desenlace. “En el fondo del abismo oscuro, en tu sueño silencioso, de bocas abiertas, en silencio, la verás avanzar hacia ti, desde el fondo negro del abismo, la verás avanzar a gatas” (p.33), dice el narrador, y presenta así un sueño donde la protagonista es Consuelo:
Moviendo su mano descarnada, avanzando hacia ti hasta que su rostro se pegue al tuyo y veas esas encías sangrantes de la vieja, esas encías sin dientes y grites y ella vuelva a alejarse, moviendo su mano, sembrando a lo largo del abismo los dientes amarillos que va sacando del delantal manchado de sangre: tu grito es el eco del grito de Aura, delante de ti en el sueño, Aura que grita porque unas manos han rasgado por la mitad su falda de tafeta verde, y esa cabeza tonsurada, con los pliegues rotos de la falda entre las manos, se voltea hacia ti y ríe en silencio, con los dientes de la vieja superpuestos a los suyos, mientras las piernas de Aura, sus piernas desnudas, caen rotas y vuelan hacia el abismo (p.33).
En este momento, el personaje aún cree que Aura y Consuelo tienen identidades separadas. Sin embargo, algo en su inconsciente parece brindarle las claves de la resolución del enigma. La frase citada alude a un momento del sueño del protagonista en el cual la imagen de Aura es atacada por la de Consuelo. Las manos de la anciana rasgan el vestido verde de la muchacha, lo cual simbólicamente implica que la juventud y la vida son corrompidas por la vejez. En este sentido, este momento del sueño sostiene la lógica que Felipe procura imponerse en la vigilia como lectura de la situación: Aura sería una frágil víctima del ataque siniestro de la anciana Consuelo. Pero, entonces, el inconsciente parece torcer la imagen, y acercarla a otra posibilidad. La imagen de Aura se confunde, o superpone, con la de Consuelo. Los cuerpos se yuxtaponen y, luego, el cuerpo más joven se esfuma, desapareciendo. Empieza a asomar, entonces, la verdad, que es la asociación identitaria entre Aura y Consuelo; también el hecho de que Aura es la proyección de una juventud que ya no existe, que fue reemplazada por un cuerpo muchos años mayor.
La lógica del sueño parece contaminar cada vez más la “realidad” de Montero. Felipe ve fotografías incluidas en las memorias de Llorente donde Aura tiene el aspecto de una quinceañera y luego el aspecto de una mujer más grande (en ambos casos, sabremos luego, se trata de Consuelo, aunque en dos momentos distintos de su vida). Cuando Felipe ingresa luego a la habitación de Aura (conectada por una puerta con la de Consuelo, lo cual simboliza a su vez la conexión entre ambos cuerpos femeninos), pareciera que, como en el sueño, los datos diurnos se entremezclan, yuxtaponen:
Algo se ha endurecido, entre ayer y hoy, alrededor de los ojos verdes; el rojo de los labios se ha oscurecido fuera de su forma antigua, como si quisiera fijarse en una mueca alegre, en una sonrisa turbia: como si alternara, a semejanza de esa planta del patio, el sabor de la miel y el de la amargura (p.36).
La imagen de Aura se confunde, superpone, con la de Consuelo. La analogía concentra la alternancia entre esos dos cuerpos, que son en verdad el mismo, aunque en dos temporalidades diferentes: la miel se corresponde con la juventud, con la versión del personaje femenino que se identifica con Aura, mientras que la amargura alude a la vejez, encarnada en Consuelo.
Poco después, en esta misma escena, Felipe, que creía estar solo con Aura en la habitación, registra la presencia de la anciana: “Recostado, sin voluntad, piensas que la vieja ha estado todo el tiempo en la recámara; recuerdas sus movimientos, su voz, su danza, por más que te digas que no ha estado allí” (p.39). En este momento, el protagonista aún cree que Aura y Consuelo tienen identidades separadas; sin embargo, algo en su memoria corporal parece brindarle las claves de la resolución del enigma. La lógica racional empieza a ser vencida por otro tipo de interpretación, de acercamiento a la realidad. Felipe se dice a sí mismo que la anciana no estaba en la habitación, pero "recuerda" sus movimientos, aquellos que hasta el momento creía estar viendo en Aura. En una batalla entre el pensamiento y la percepción sensorial, la memoria comienza abrirse paso al interior del protagonista. Empieza a asomar, entonces, un aspecto clave de la trama, que es la asociación identitaria entre Aura y Consuelo, y el protagonista se ve en la situación de tener que conquistar esa verdad para llegar a la otra, la de su propia identidad.