Resumen
Dick y Perry son transferidos a la penitenciaría masculina del Estado de Kansas y ubicados en la Hilera de las Celdas de la Muerte. Son celdas pequeñas con una cama, un inodoro y una lamparita que permanece prendida noche y día. La fecha de su ejecución es el 13 de mayo de 1960.
En este pabellón reside también Lowell Lee Andrews, un brillante estudiante de la Universidad de Kansas que es declarado culpable por el asesinato brutal y calculado de sus padres y de su hermana. Como el caso de Dick y Perry, el caso de Andrews se convierte en el “fundamento de una cruzada médica y legal” (1979:410). Sus abogados intentan usar su diagnóstico de esquizofrenia para evitar la condena en la prisión y la pena de muerte, pero no lo logran.
La relación de Dick y Perry se convierte en una de “recíproca tolerancia” (1979:412). Aunque viven en celdas contiguas, no conversan demasiado porque Perry no quiere que los demás presos o los guardas los escuchen. Perry detesta y envidia la educación que tiene Andrews y se enoja cuando corrige su gramática.
A principios de junio, Perry se niega a “tocar comida y agua y a decir una palabra a nadie” (1979:413). Pasa el verano en el hospital, siendo alimentado por vía intravenosa, con el objetivo de matarse antes de que lo maten. Una tarde, recibe una postal de su padre dirigida al alcaide y preguntando por Perry. La carta le inspira “amor y odio” (1970:415) y genera que abandone el ayuno.
Pasan dos años y varias veces se pospone la fecha de la ejecución. Dos adolescentes, Ronnie York y James Latham, son encarcelados junto a Dick y a Perry. Son declarados culpables por asesinar a siete personas.
Dick escribe varias cartas protestando sobre su condena. Everett Steerman, el presidente del Comité de Asistencia Legal de la Asociación de Abogados del Estado de Kansas, le presta atención al reclamo. La Asociación de Abogados estudia el caso y organiza una audiencia en Garden City. Luego, el abogado Russel Schultz examina a los testigos del caso, pero encuentra poca evidencia para sostener el reclamo de Dick sobre un juicio injusto. Se establece una nueva fecha para la ejecución: el 25 de octubre de 1962. La fecha se vuelve a posponer, pero sí se realiza la ejecución de Andrews. Dick describe la ejecución, contando también que Perry no se angustia por su muerte. Describe a Perry como solitario y amargado: “no hay quien aguante a Perry” (1979:433), dice. No recibe ninguna visita, excepto a un periodista que lo entrevista varias veces.
Pasan tres años más y dos nuevos abogados, Joseph P. Jenkins y Robert Bingham, reemplazan a Shultz y presentan nuevas apelaciones para posponer la fecha de ejecución. El caso llega a la Suprema Corte de los Estados Unidos tres veces, pero las audiencias son denegadas. Finalmente, la Corte Suprema de Kansas determina que la fecha de ejecución será el 14 de abril de 1965.
Luego, el enfoque cambia hacia el agente Alvin Dewey, que asiste a la ejecución de los protagonistas. Observa la muerte de Dick primero y de Perry después. Describe a Perry como a una “criatura herida” (1979:441). Sus últimas palabras son: “No sirve de nada que pida perdón por lo que hice. Hasta está fuera de lugar. Pero lo hago. Pido perdón” (1979:441).
Finalmente, la narrativa retrocede al mes de mayo del año anterior, cuando Dewey visita la tumba de su padre en el cementerio de Garden City. Reflexiona sobre los eventos ocurridos en los últimos cuatro años: la muerte del juez Tate y el casamiento de Bobby Rupp. Camina hacia la tumba de los Clutter y se encuentra con Susan Kidwell. Ella le cuenta que está estudiando en la Universidad de Kansas. Hablan sobre Nancy Clutter y sobre el paso del tiempo. Susan deja a Alvin entre “el susurro de las voces del viento en el trigo encorvado” (1979:444).
Análisis
El tópico de las enfermedades mentales continúa siendo muy relevante en la parte final de la novela. El caso de Andrews sirve como un contrapunto del diagnóstico de los protagonistas. Mientras los impulsos violentos de Perry aparecen luego de una compleja interacción de factores ambientales, la criminalidad de Andrews es descrita en términos más sencillos: sus impulsos criminales aparecen como parte de su naturaleza. El joven, luego de matar a toda su familia, sentencia: “No sentí nada. Había llegado el momento, y yo hice lo que debía. Y eso fue todo” (1979:407).
Simultáneamente, su caso tiene mucho en común con el de Perry y Dick. Ambos casos son ambiguos desde un punto de vista moral y legal. Los tres acusados sufren de condiciones mentales diagnosticables que juegan un rol importante en la decisión de llevar a cabo los crímenes. Como en el juicio del caso Clutter, la corte del caso de Andrews ignora la salud mental del acusado como un factor considerable. En este sentido, Andrews es otra persona dejada de lado por el sistema, como si fuera demasiado compleja o incómoda para incluir.
También es interesante cómo se muestran las distintas reacciones de los prisioneros frente a la inminencia de su muerte. Perry, en tanto odia pensarse a merced de las autoridades, intenta tomar el asunto por sus propias manos y deja de comer. Prefiere matarse antes que ser asesinado por el Estado. Dick, con su estilo más pragmático, acepta la condena con calma pero inventa maneras de fugarse y envía apelaciones a la Asociación de Abogados de Kansas. Andrews tiene la reacción más complaciente. Declara que “al fin y al cabo, todos saldremos de aquí. O caminando o llevados dentro de un ataúd. A mí igual me da andar o que me lleven. Al final siempre acaba por ser lo mismo” (1979:413).
El final de la novela pone de manifiesto los graves problemas del sistema judicial y carcelario. Se examina la disputa entre la ley M’Naghten y la Durham, el desarrollo irregular del juicio de Dick y Perry y las pésimas condiciones de la penitenciaría del Estado de Kansas.
Respecto de la disputa por una ley que contemplara las enfermedades mentales de los acusados, para los defensores de Andrews, “un equipo compuesto por los psiquiatras de la Clínica Menninger y dos abogados de primera categoría, era una victoria que sentara un rotundo precedente legal” (1979:411). Intentan sustituir la ley M’Naghten, que “no reconoce forma alguna de enfermedad mental cuando el acusado es capaz de distinguir entre el bien y el mal” (1979:410). Aunque esto no se consigue, la novela echa luz sobre las limitaciones del sistema judicial para contemplar las particularidades de los acusados.
Por otro lado, Dick logra que se realice una revisión de sus cargos. Es interesante cómo se convence a sí mismo de su inocencia. Se apega a la idea de no haber disparado un arma contra los Clutter. A esta luz, comenta que en la Hilera de las Celdas de la Muerte “sólo hay cuatro asesinos y un falso culpable. Yo no soy un maldito asesino. Nunca le toqué ni un pelo de la cabeza a nadie” (1979:431). Esto lo motiva a apelar su caso. Denuncia que “no se les había suministrado ni ofrecido verdadera defensa” (1979:423) y que varios miembros del jurado tenían simpatía por las víctimas. En la investigación realizada por el abogado Schultz, queda claro que ir en contra de un proceso en regla perjudicaría al Estado de Kansas. El abogado incluso dice "No creo que el estado de Kansas se viera muy afectado ni por mucho tiempo con la muerte de estos acusados. Pero no creo que pudiera nunca recobrarse de la muerte de un proceso en regla" (1979:424). Aunque Schultz logra hacer un examen de los testigos y entrevistar a los abogados defensores, el Tribunal Supremo de Kansas declara que ha sido “un proceso constitucionalmente justo” (1979:428).
Por último, se describen las celdas que habitan Dick y Perry como espacios inhumanos. Los presos condenados a pena de muerte no pueden salir de la celda para hacer ejercicio o estar al aire libre; solo salen los sábados para ducharse. Dick explica: “El hedor que despido me da náuseas porque sólo me baño una vez a la semana y siempre llevo puesta la misma ropa. Nada de ventilación y las bombillas siempre encendidas calientan aún más el aire. Las chinches siguen saltando en las paredes” (1979:417). La descripción de las condiciones de vida dentro de la cárcel funcionan definitivamente como una denuncia en la novela.
Por otro lado, el afecto innegable que siente Capote por los prisioneros de la historia comienza a explicitarse en el final de la novela. Aunque ha tenido el cuidado de mantenerse por fuera de la narrativa hasta este momento, Capote finalmente ingresa como un personaje a la trama. El periodista que visita a los acusados y mantiene correspondencia con Dick es Capote: “—La noche era fría —decía Hickock a un periodista con el que mantenía correspondencia y que tenía permiso para visitarle periódicamente—. Fría y húmeda“ (1979:430). En este sentido, un rasgo característico de los discursos de no ficción es la subjetivización de figuras provenientes de lo real que pasan a constituirse como personajes y narradores. Es decir, existen simultáneamente como personajes en la novela y como personas en la vida real. El periodista que aparece representando a Capote no es descrito; solo se menciona que “tan amigo era de Smith como de Hickock” (1979:423). Esta aparición en el final de la novela busca explicar cómo el narrador conoce la información que suministra durante la historia; es un intento por volver verosímil al narrador. Se explica de este modo cómo el narrador conoce tanto sobre los puntos de vista de los protagonistas. Respecto de esto, Amar Sánchez señala que, mientras el texto realista “le dice al lector: todo esto no sucedió realmente, pero podría haber sucedido” (1992:23), la no ficción sugiere “todo esto realmente pasó, por lo tanto no me culpen si no parece real” (1992:23).
Según Harold Bloom, la estrecha relación de Capote con Perry se sostiene en tanto Perry funciona como una especie de doble endemoniado del escritor (2009). Tienen en común infancias violentas, itinerantes y angustiantes. Bloom relata que, luego de asistir a sus ejecuciones, Capote paga por los entierros de Dick y Perry.
El episodio final de la novela, la visita de Alvin Dewey al cementerio de Garden City es un episodio completamente ficcional. Lo que sugiere esta escena es que la vida continúa, que el tiempo avanza incluso luego de una gran conmoción o tragedia. Tanto Dewey como Sue Kidwell miran hacia el pasado pero se orientan hacia el futuro; ella le cuenta, de hecho, sobre sus planes en la Universidad.
La novela comienza y termina con descripciones del paisaje. Comienza delineando un locus amoenus, un espacio natural e idealizado en Holcomb. Finaliza con la atención en el paso de las estaciones y con una visión del detective hacia el “ancho cielo” (1979:444). A pesar de las tragedias violentas relatadas en la novela, el final apunta al futuro.