Las dos residencias
Toru, el narrador, describe con minuciosidad la residencia universitaria en la que vive, destacando especialmente su aspecto alienante. Luego, durante su visita a Naoko en el sanatorio, también describe la Residencia Amy, que contrasta fuertemente con la residencia universitaria, especialmente por su aspecto pulcro y acogedor.
La residencia universitaria es presentada de esta forma:
A ambos lados del patio se lineaban, en paralelo, dos bloques de hormigón de tres pisos: los dormitorios. Eran unos edificios grandes y con tantas aberturas por ventanas que parecían celdas de una cárcel convertidas en apartamentos, o apartamentos convertidos en celdas. Sin embargo, no estaban sucios ni daban una impresión deprimente. (p. 18)
A pesar de esta primera observación que mezcla cualidades positivas y negativas, Toru luego resalta lo poco acogedoras que son las habitaciones, y el desorden y la suciedad en la que viven los estudiantes de la residencia:
En la pared del fondo había una ventana con el marco de aluminio y, frente a la ventana, dos mesas y dos sillas, espalda contra espalda, para facilitar el estudio. A la izquierda de la puerta, una litera de hierro de dos pisos. Todos los muebles eran austeros y resistentes. Aparte de las mesas y la litera, había una mesita baja y una estantería empotrada. Por más buenos ojos con que las miraras, no tenía nada de poético. (p. 21)
Al ser habitaciones masculinas, solían estar muy sucias (...) Todos los utensilios de comida estaban ennegrecidos y tenían pegados restos de comida de dudosa procedencia, y el suelo estaba sembrado de envoltorios de celofán de raamen instantáneo, botellas de cerveza vacías, tapas... un poco de todo. (p. 22)
Las imágenes con que se describe a la Residencia Amy sirven como contrapunto del mundo sórdido en el que vive Toru:
En el jardín había unas rocas de hermosas formas y una linterna de piedra; las plantas estaban bien cuidadas. A todas luces, aquella debía de haber sido una antigua villa de recreo. Tras torcer a la derecha y cruzar un macizo de árboles, apareció ante mis ojos un edificio de hormigón de tres plantas, que se levantaba sobre un terreno excavado, por lo que no daba una sensación imponente. Era de líneas simples, muy pulcro. (p. 129)
El cuerpo de Naoko
Desde su reencuentro en Tokio, Toru presta singular atención al cuerpo de Naoko y a lo que su aspecto físico revela de ella. Esto puede comprobarse desde el primer encuentro, en el capítulo 2, cuando Toru indica lo siguiente:
Naoko había adelgazado tanto que apenas la reconocí. La carne había desaparecido de sus mejillas, antes rellenas, y su nuca se había afinado. Sin embargo, no se la veía huesuda ni tenía un aire enfermizo. Su delgadez resultaba natural y serena. Parecía que su cuerpo hubiese estado oculto en un lugar muy estrecho al que se hubiera amoldado. Y estaba mucho más hermosa de lo que recordaba. (...) Andaba detrás de Naoko con la vista clavada en su espalda y en su melena, negra y lisa. En el pelo lucía un gran pasador de color marrón y, al ladear la cabeza, mostraba sus pequeñas orejas blancas. (p. 29)
La primera noche que Toru pasa en la Residencia Amy, Naoko se presenta ante él y se desnuda de una forma sensual y etérea, casi fantástica, al punto que a Toru le cuesta acreditar lo que sus ojos ven:
Naoko permanecía inmóvil. Parecía un pequeño animal nocturno hechizado por la luz de la luna. El ángulo de la luz exageraba la sombra de sus labios. (...) Los labios le temblaban. A continuación, alzó las dos manos y empezó a desabrocharse la bata. (...) Contemplé, cual si fuera prolongación del sueño, cómo sus hermosos y delgados dedos iban desabrochándolos, uno tras otro (...) Naoko, como una serpiente que se desprende de su piel, dejó que la bata se deslizara desde los hombros hasta la cadera y quedó completamente desnuda, pues no llevaba nada debajo. (...) Bañado por la suave luz de la luna, su cuerpo tenía el lustre de la carne recién nacida, y casi despertaba compasión. (...) Los pechos redondos y llenos, los pequeños pezones, la cavidad del ombligo, las caderas, el vello púbico, todas las texturas de aquella sombra cambiaron de forma, igual que las ondas sobre la superficie de un lago. (pp. 175-176)
El prado
Lo primero que regresa a la memoria del narrador durante el descenso del avión en el aeropuerto de Hamburgo son las imágenes de un prado en el que, muchos años atrás, había paseado junto a Naoko. El recuerdo se carga de imágenes sensoriales que sumen al narrador en un estado singular que lo empuja luego a contar toda su historia: "Sin embargo, ahora la primera imagen que se perfila en mi memoria es la de aquel prado. El olor de la hierba, el viento gélido, las crestas de las montañas, el ladrido de un perro. Esto es lo primero que recuerdo" (p. 9).
Estas imágenes que disparan los recuerdos del narrador parecen establecer el tono de añoranza por lo perdido que marcará a toda la novela.
El clima
Las imágenes del clima se suceden a lo largo de todo el relato y acompañan los sentimientos y las preocupaciones de los personajes. Cuando Toru está con Naoko, suele dar indicaciones de cómo es el clima, como por ejemplo en este pasaje que corresponde a un domingo en el que Toru y Naoko salen a caminar:
Era la tarde de un domingo de mediados de mayo. Esa mañana había lloviznado de a ratos; al mediodía la lluvia había cesado y el viento del sur barría los oscuros nubarrones que cubrían el cielo. Las hojas de los cerezos, de un fresco color verde, se mecían al viento y reflejaban los destellos de los rayos del sol. Ya era un día de principios de verano. (p. 27)
En otros pasajes, a lo largo de la novela, la lluvia es el fenómeno climático más presente. El día del cumpleaños número 20 de Naoko, por ejemplo, el narrador indica que llueve; luego de tener sexo con Naoko, cuando esta se duerme, el narrador cuenta: "Me fumé un cigarrillo mientras contemplaba la lluvia de abril que caía al otro lado de la ventana" (p. 57). Aclaraciones visuales como esta conectan la lluvia con los espacios interiores de Toru.