¿Ve usted a esa muchacha con su leguaje canallesco y estropeado, ese lenguaje que no la dejará salir del arroyo en toda su vida? Pues bien: si fuese cosa de apuesta, yo me comprometería a hacerla pasar por una duquesa en la 'soirée' o en la 'garden-party' de una Embajada.
En el primer acto, y poco después de haber oído por primera vez a Elisa expresarse, Higgins postula el plan que luego conducirá al conflicto sobre el cual gira la obra. En una conversación con Pickering, otro lingüista, los hombres comentan sobre sus estudios hasta que Higgins, especialista en fonética, advierte en la florista una pronunciación y una forma de expresión tan vulgares que considera un desafío interesante enseñarle el uso correcto de la lengua hasta hacerla pasar por una dama de alta sociedad.
En este parlamento, Higgins deja ya en evidencia su pensamiento, según el cual las personas son vistas meramente como objetos de interés para su ciencia.
Pues mire usté: yo querría entrar de vendedora en una tienda elegante de flores. M'han dicho que mi tipo no les disgustaba, pero que mi manera de hablar no era bastante fina. Como el señor se dedica a enseñar a hablar, he venío a ver si nos entendíamos.
Shaw construye en Elisa a una heroína que desde un principio vela por su independencia y su voluntad de mejorar por sus propios méritos y esfuerzos. Es justamente ella quien decide, en primera instancia, presentarse en la casa de Higgins para que este le enseñe el correcto uso de la lengua. Ella sabe que por vía de la educación podrá acceder a un mejor trabajo, lo cual anhela para sí.
Díganme, caballeros, ¿qué soy yo? Un pobre que no tiene la culpa de ser pobre. Esto supone un conflicto continuo con la moralidad de la clase media. Si hay algo de que disfrutar y yo trato de disfrutarlo, todos me quieren negar el derecho a ello. Pero mis necesidades son, por lo menos, tan grandes como cualquier favorito y recomendado de los establecimientos de Beneficencia. Necesito comer tanto como él y beber aún más. Necesito diversiones, porque soy un hombre pensante. Me hacen falta expansiones: su miaja de baile, su miaja de canto, cuando estoy de buen humor. Pues bien: me piden por cualquier cosa lo mismo que a los otros. No me regalan nada. ¿Y cuál es la moralidad de la clase pudiente? Escudarse en esta moralidad para negármelo todo, para no darme nada.
Mr. Doolittle, padre de Elisa, es un personaje por medio del cual la obra pone en jaque la supuesta moral de las clases altas, develando su hipocresía. Según Doolittle, que su comportamiento —el hecho de pedir dinero a cambio de su hija— sea considerado inmoral, se corresponde en realidad con el criterio propio de una clase pudiente que nunca se enfrenta a las limitaciones inherentes a la carencia económica.
En cierto sentido, en el discurso de Doolittle se imprime el pensamiento socialista del autor de la obra: el padre de Elisa, de origen humilde, denuncia la hipocresía de una clase alta que se "escuda" en principios morales para conservar su propio statu quo y no ayudar a quienes lo necesitan.
El problema está en saber qué se hará con esa muchacha una vez terminado el experimento.
La madre de Higgins es el primer personaje en cuestionar el accionar de los lingüistas en relación a Elisa. Es ella quien advierte que el "objeto" de su experimento es, en verdad, un ser humano, y que los hombres deben tener esto en cuenta a la hora de utilizarla como un medio para probar sus habilidades.
Lo que suceda más adelante en la obra le dará la razón a Mrs. Higgins: efectivamente, Elisa entrará en desesperación cuando el experimento termine y ella se sienta ignorada y menospreciada por Higgins, quien nunca se preocupó por lo que la muchacha haría de su vida luego de la transformación.
En esta pieza, Mrs. Higgins es quizás el único personaje de clase alta que demuestra total cordura y humanidad. El hecho de que este personaje sea femenino refuerza la tesis de la crítica que lee Pigmalión en clave feminista.
Hay que elegir entre fastidiarse como rico o fastidiarse como pobre.
Doolittle le reprocha a Higgins que, por un comentario suyo, un millonario le haya legado todo su dinero: gracias a eso, ahora sufre las desventajas de una persona adinerada, como tener que ocuparse de gestionar negocios, asistir a reuniones y recibir a otras personas que quieren obtener algún beneficio económico de su parte. Por otra parte, tampoco puede rechazar el dinero que le legaron: él conoce la pobreza y no podría volver a elegir un destino de carencias.
Un aspecto muy interesante de la obra se ancla en la reacción de los personajes de clase baja cuando pasan a pertenecer a la clase alta. Ni Elisa ni Doolittle se muestran contentos con el resultado: ambos sienten que perdieron independencia y libertad al tener que ajustarse a una vida propia de la alta sociedad. Sin embargo, esto no significa que la obra romantice pertenecer al estrato más bajo de la sociedad, cuyas terribles implicancias no dejan de hacerse presentes en la pieza. En relación con este asunto, lo que Pigmalión acaba enalteciendo es a la clase media trabajadora, aparentemente el único estrato social en el cual las personas pueden vivir con dignidad e independencia.
Fuera de las cosas que cualquiera pueda aprender en un periquete, el vestir, el modo de hablar, etcétera, la diferencia entre una dama y una mujer del arroyo no está tanto en cómo se porta... sino en cómo es tratada. Para el señor Higgins, yo siempre seré una mujer de la calle; pero para usted podré ser una dama, porque siempre me ha tratado y me tratará como a una dama.
Elisa diferencia a Pickering de Higgins en lo que respecta al modo en que fue tratada por estos. El trato más o menos respetuoso que recibió por parte de los hombres es puesto en concordancia con el modo en que ella se sintió, se percibió a sí misma. De alguna manera, en su planteo se manifiesta una crítica a los prejuicios que rigen en el trato entre las personas: la diferencia entre una muchacha pobre y una dama de sociedad no radica en una cuestión identitaria, ni en un modo de ser, sino en la manera en que las demás personas se dirigen a ellas.
La cuestión no es si te trato así o asá, sino si me has visto alguna vez tratar a otra persona de distinto modo.
Parte del atractivo y la comicidad de la pieza radica en lo ingenioso de los argumentos de algunos personajes. En tanto Elisa le reprocha a Higgins que él la trate como a una vulgar florista mientras que Pickering la trata como a una duquesa, el hombre responde afirmando que él trata a las duquesas como a floristas. El asunto, plantea Higgins, es que trata a todas las personas de la misma manera.
Su defensa es interesante en tanto deja en jaque la acusación de índole moral que se le adjudicaba. Puede ser, dice Higgins, que haya tratado irrespetuosamente a Elisa, pero eso no implica una discriminación: él trata irrespetuosamente a todas las personas, sea cual sea su posición social.
¡Ojalá pudiese volver a mis flores! Sería independiente de los dos, de usted y de mi padre, y de todo el mundo. ¿Por qué me quitó usted mi independencia? ¿Por qué me la dejaría yo? Ahora soy una esclava bonitamente vestida.
Elisa protesta por las consecuencias que debe afrontar como resultado del experimento del cual Higgins la hizo objeto. Como dama de sociedad, dice, tiene menos independencia que como florista: antes vendía flores, ahora debe venderse a sí misma, vistiéndose y comportándose como una señorita de clase alta.
Con este tipo de cuestionamientos la obra realiza una suerte de crítica no solo a los usos y costumbres de la alta sociedad, sino también, y más precisamente, al rol de la mujer en esta. Como mujer de clase alta, Elisa se ve aprisionada, encorsetada, limitada en su libertad, de un modo que no se sentía anteriormente. Lejos de gozar de los beneficios y privilegios del estrato más alto de la sociedad, la muchacha se siente en una condición de esclavitud disfrazada de elegancia.
Usted no me puede quitar lo enseñado. Confiesa que tengo un oído más fino que el suyo. Además, yo sé tratar con la gente, y usted, no. Ya verá cómo me manejo. Por de pronto, voy a anunciar en la Prensa que aquella duquesita presentada por usted en la alta sociedad no es sino una florista enseñada por su método, y que, a su vez, ella enseña a cualquier muchacha a presentarse del mismo modo. Estoy segura de que con poco trabajo me crearé una posición independiente y brillante.
Uno de los últimos parlamentos de Elisa en la obra acaba por posicionar al personaje en un lugar de firme resolución y clara autosuperación. La joven, que luego del experimento al que la somete Higgins había entrado en desesperación por sentirse una esclava en la alta sociedad, termina encontrándole provecho a su formación. Elisa decide que haber sido formada por Higgins no la obliga a vivir sometida a él, sino que incluso puede hacer uso de lo aprendido para superar a su maestro. Este posicionamiento, que le hace ganar por primera vez la admiración y el respeto del personaje masculino, la termina de configurar como la gran heroína de la obra.
Al mismo tiempo, Elisa se consolida como un personaje simbólico. El arco trazado por el personaje funciona como ejemplo de una mujer que, en una época en la cual el sexismo asignaba rígidos roles a cada género, logra una exitosa independencia, a la vez que prueba la posibilidad de la movilidad social por vía de la educación, en tanto el personaje pasa de la clase baja a una clase media trabajadora.
Galatea nunca quiere de veras a Pigmalión; las relaciones que existen entre ellos son de esencia demasiado supraterrestre para ser en su conjunto agradables.
En el Epílogo, Shaw hace alusión directa por primera vez al mito en el cual está basada la obra. En el décimo libro de Las Metamorfosis de Ovidio, Pigmalión es un escultor que se enamora de Galatea, estatua que él mismo ha creado, y se termina casando con ella.
La obra de Shaw se distingue en varias cuestiones del argumento de Ovidio. Por empezar, Elisa ya es una persona viva antes de que Higgins la "cree": Higgins sin duda moldea el comportamiento de Elisa, su personalidad y su apariencia, pero no la moldea en mármol. Pero la diferencia más crucial es la del final que elige para la obra. Porque al contrario de la dócil Galatea, Elisa enfrenta a su Pigmalión. La joven de Shaw, con criterio propio y noción de valía personal, no solo no tiene por su maestro la devoción y el agradecimiento que la escultura tenía con su creador, sino que además cuestiona, en varios momentos, que haya sido beneficiosa, para ella, su transformación.
Con la frase que cierra el Epílogo, Shaw deja en claro que su diferenciación con el mito es de carácter ideológico: una mujer con criterio, como lo es Elisa, sabe inconveniente casarse con un hombre que se posiciona ante ella como su “creador”, la dinámica de poder que se establecería en esa relación atenta contra la libertad y la independencia, factores centrales en un vínculo amoroso justo e igualitario.