Operación Masacre

Operación Masacre Ironía

El pedido de confianza en la Revolución Libertadora

Walsh recoge las difusiones que el vicepresidente Rojas realiza por medio de la Radio del Estado, aquella noche nefasta del 10 de junio, para contrastar sus palabras “tranquilizadoras” con el sistema ilegal de detención, maltrato y fusilamiento que está por suceder. Es irónico que Rojas pida “calma y confianza” a la población, cuando dicha población se encuentra en peligro, dado que su gobierno es capaz de fusilar a personas inocentes. La ironía se pone al servicio de la denuncia política sobre la violencia estatal.

La “mala suerte" de Rodríguez Moreno

Walsh apela a la ironía cuando dice que al mayor Rodríguez Moreno la tragedia lo persigue. El policía a cargo de la “operación masacre” se ha visto involucrado en varios casos de abuso policial que el narrador repone como “accidentes” o “desastres”, de los que Rodríguez Moreno sale limpio. Resulta irónico que Rodríguez Moreno haya sido tantas veces perjudicado por una mala jugada del destino; en realidad, la recurrencia de los episodios señala su responsabilidad directa en estos operativos ilegales que ponen de manifiesto la violencia ejercida desde arriba, por el Estado.

Lo que recuerda y no recuerda el comisario Cuello

En el capítulo sobre el expediente de Livraga, el testimonio de Cuello aparece transcripto tal como aparece en fojas de la causa, hasta que en un momento Walsh frena la transcripción y la adapta a su narración, para resaltar el costado irónico de la declaración. Llama la atención que el comisario reponga con precisión algunos detalles del episodio, pero que otros no los recuerde o sean contradictorios, como cuando sostiene que fue informado de la entrada en vigor de la ley marcial a las 11pm para luego decir que esta información se la dieron los propios detenidos, que llegaron a la comisaría a las 0.30hs y que, por ende, no pudieron haber sido quienes le informaran a las 11. “Es risueño lo que ‘cree recordar’ este comisario, que para otras cosas (inclusive lo que ha declarado media hora antes) resulta tan olvidadizo” (160), sostiene irónicamente Walsh. Una vez más, la ironía aparece como elemento característico de la denuncia política de Walsh.

Fernández Suárez: ¿autoridad militar o funcionario civil?

En su denuncia, Walsh sostiene que por más que Fernández Suárez tenga un título militar, cuando detiene a Livraga y al resto de las víctimas no actúa como teniente coronel, sino como jefe de policía, porque lo hace en potestad de este cargo dentro del marco legal civil. Para enfatizar lo ilegal del fusilamiento, apela a la ironía cuando sostiene que la conversión del funcionario en autoridad militar sucede en un “interregno de la metamorfosis provocado por la subversión” (171). El hecho de que se avale un fusilamiento sin juicio previo, por el simple hecho de que los acontecimientos subversivos lo habilitan, es lo mismo que un vale todo que le daría derecho a Ferández Suárez de “cometer un delito cualquiera, asaltar un banco [o] asesinar un acreedor” (171-172).

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